En estos días el Tribunal Constitucional señaló que las corridas de toros y las peleas de gallos son consideradas prácticas reconocidas como constitucionales y, por lo tanto, legales. El argumento que se utilizó fue que se tratan de prácticas culturales y, por lo tanto, deben ser protegidas. El fallo estuvo muy reñido, porque eran prácticamente tres votos contra tres, con un voto dubitativo adicional. Como es sabido, para eliminar una ley, el TC requiere una mayoría calificada de cinco votos en contra.
Lo que llama la atención del episodio son cuatro reacciones al respecto. Primero, el que se considere “práctica cultural” a esas prácticas, y el debate que ello generó; segundo, el argumento a favor de esas prácticas de parte de Rosa María Palacios, por “razones estéticas”; la tercera es la defensa de las corridas de toros de Mario Vargas Llosa por razones “tradicionales y estéticas”; y, en cuarto lugar, la creencia de que el debate en torno a esas prácticas no tienen un tinte político.
1. El debate en torno a las “prácticas culturales”
En una entrevista con Jaime Chincha, la Magistrada Ledesma trató de mostrar que las corridas de toros, las peleas de toros y las peleas de gallos no eran prácticas culturales porque, de acuerdo con las encuestas, la mayoría de la población está en desacuerdo con ellas. Lo que no tiene en cuenta Magistrada es que el carácter de cultural de una práctica no depende de las encuestas. Si ella tuviese razón, las prácticas de algunas comunidades amazónicas dejarían de ser culturales porque son aceptadas sólo por un grupo pequeño de la población. El carácter de cultural de determinada práctica no depende de las encuestas, sino del valor que tengan para una comunidad particular.
En posible que la confusión de la magistrada Ledesma se genere al momento de sacralizar las prácticas culturales. El argumento se desarrolla, entonces, de esta manera:
Toda práctica cultural tiene un valor incuestionable porque es importante para los miembros de determinada comunidad. X es una práctica cultural. En consecuencia, x tiene un valor incuestionado.
Como puede observarse, ese argumento es cuestionable, porque la esclavitud y la sumisión de la mujer al varón han sido (y lo segundo sigue siendo) valorado por diferentes comunidades humanas. Eso no significa que por el hecho de haber sido o ser apreciada por los miembros de una comunidad, no deba ser cuestionable. La abolición de la esclavitud, así como el machismo han sido prácticas culturales sumamente extendidas en el espacio y en el tiempo, y, sin embargo, son combatidas y con todo derecho. Del hecho de que una práctica sea valorada culturalmente no se deriva la conclusión de que tenemos un deber moral de no cuestionarla. Esto es así porque, tal como David Hume ya lo había señalado con claridad, de los hechos no podemos derivar consideraciones morales. Hacer eso con conduce a la conocida falacia naturalista.
2. El argumento de Rosa María Palacios (RMP)
La periodista y abogada RMP es conocida por su claridad y asertividad en su pensamiento y en la expresión de sus ideas. Pero su comentario respecto de las corridas de toros ha dejado mucho que desear. Su argumento se mueve en dos pasos. El primer paso es que propinar sufrimiento a un animal es reprochable siempre que no se lo haga de manera estética. En el caso de las corridas de toros, el sufrimiento infringido a los toros se encuentra del contexto de una actividad “artística”, y por lo tanto, se encuentra justificado. Además, ella señala que, en el contexto de las corridas de toros, el toro y el torero se encuentran en igualdad de condiciones, razón por la cual a veces quien es vencido es el último. Con ello pretende señalar que se trata de un combate que se da en igualdad de condiciones. Ciertamente, el argumento de la “igualdad de condiciones” entre toro y torero es completamente falso, debido a que no hay aceptación de libre voluntad en ambas partes. Mientras que el torero decide dedicarse a dicha actividad, el toro no tiene la posibilidad de manifestar su voluntad al respecto.
La segunda parte de su argumento es el siguiente. Si debiésemos cuestionar toda práctica que propine sufrimiento a los animales, resulta una hipocresía el que alguien rechace las corridas de toros, las peleas de toros y las peleas de gallos, y, al mismo tiempo consuma carne de res, de pollo o de algún otro animal (porque la forma en la que se matan las reses en los camales es de suma crueldad). Si bien ese argumento es defendido por algunos filósofos, como Peter Singer (véase Liberación animal), el argumento de RMP desconoce el desarrollo de la discusión. De hecho, hay quienes siguen el argumento de Singer y señalan que debemos rechazar el sufrimiento de todo ser que tenga sistema nervioso central (médula espinal y cerebro), pero no el sufrimiento de las plantas, porque carecen de tal estructura sensitiva. Pero hay quienes señalan que lo que debemos de rechazar es el propinar sufrimiento innecesario a los animales, por lo que sí estaríamos autorizados a alimentarnos de sus carnes, leches, huevos y otros derivados, pero debemos rechazar las corridas de toros, las peleas de toros y las pelas de gallos ya que se tratan de prácticas en las cuales se propina sufrimiento innecesario a animales sólo para satisfacer el “deleite” humano.
Del hecho de que una práctica sea valorada culturalmente no se deriva la conclusión de que tenemos un deber moral de no cuestionarla.
El problema del argumento de RMP es que considera que para las cuestiones morales no es necesario acercarse al debate en filosofía moral, sino que basta con que uno se conecte con sus convicciones religiosas y seculares, pero no con los debates al respecto. En tanto que católica progresista, se mueve en una extraña dirección en la cual para ciertas cosas es abolicionista y para otras cosas no lo es. Esto no quiere decir que todo católico progresista tenga el mismo problema respecto de sus convicciones, puesto que los habemos quienes articulamos nuestras creencias religiosas con una reflexión moral más amplia.
Como vemos, el argumento de RMP es diferente al de la Magistrada Ledesma. Ella no valida determinadas prácticas por su valoración cultural, sino por su valoración estética y por sus convicciones religiosas. De esta manera, la argumentación de RMP aparenta ser más sofisticado, pero termina siendo más precaria.
3. La defensa de Mario Vargas Llosa (MVLL) de las corridas de toros
El caso de nuestro Premio Nobel es sumamente curioso. Mientras que en el Perú es considerado un liberal de centro progresista, en España se lo tiene por un conservador algo radicalizado. La apreciación de los españoles tiene buenos fundamentos y muestra la poca claridad que tenemos en nuestro medio respecto del feminismo, la defensa de los derechos de los animales y de la defensa del lenguaje inclusivo. De hecho, los animalistas, los y las feministas, así como los defensores del leguaje inclusivo son los grandes adversarios contra quienes MVLL levanta su espada y busca darles la estocada mortal. La gran acusación de nuestro gran literato contra esos grupos es que trata de fundamentalistas fanáticos que quieren atacar a las tradiciones, a los varones y al lenguaje mismo en nombre de sus dogmatismos. Si bien es cierto que en tales grupos existen personas radicalizadas y dogmáticas, también hay quienes esgrimen argumentos consistentes a favor de las causas que defienden y se encuentran en la órbita de pensamiento progresista.
Personalmente, no me sorprende que en Perú se considere a MVLL un liberal progresista. Ello se debe a la poca claridad respecto de ideas políticas y morales. En esto debo darle razón a los españoles, que lo catalogan como conservador y no como liberal. Y, es que en nuestro país el debate sobre el derecho de los animales, el feminismo y el lenguaje inclusivo se encuentra bastante relegado.
En su columna del domingo primero de marzo, titulada “Piedra de toque” MVLL presentó su defensa de la práctica taurina, empezando por felicitar a los miembros del TC por no haber cedido ante la presión de los animalistas quienes, según el escritor, serían pocos, enemigos las fiestas y sumamente fanáticos. Ciertamente, con el término “fiestas” se refiere a las “tradiciones”. Con ello MVLL muestra una gran ignorancia respecto del debate sobre los derechos de los animales, entre quienes destacan pensadores como John Stuart Mill, Peter Singer, Martha Nussbaum y Christine Korsgaard, entre otros. Deja que desear que alguien que procura ser una voz en el debate público ignore los referentes del debate.
Su ataque contra los animalistas continúa en los siguientes términos: “La astucia de los ‘animalistas’ los llevó a identificar las corridas de toros y la pelea de gallos como dos manifestaciones de la crueldad contra los animales, una viveza criolla típicamente deshonesta, pues acerca cosas que son muy distintas, aunque en ninguna de ellas haya razón para prohibirlas”. No se sabe muy bien la diferencia que encuentra entre las corridas de toros y las peleas de gallos, a parte de que parece que la primera práctica parece ser de su agrado y afición. Por ello continúa afirmando que “A diferencia de los toros, las peleas de gallos no forman parte de las bellas artes ni tienen esa remotísima tradición cuyos orígenes míticos se pierden en el fondo de los tiempos, asentada principalmente en el área del Mediterráneo.” Como se puede observar, con ello no está argumentando a favor de nada, simplemente está dándonos un dato y pretende que este se convierta en una razón para valorar más las corridas de toros que las peleas de gallos. Uno podría decir que la esclavitud y el machismo hunde sus raíces más profundamente en la literatura (desde Homero y la Biblia), pero ello no constituye una razón para aprobarlas moralmente.
Es claro que la defensa de la tauromaquia de MVLL se encuentra inspirada en la que realiza Fernando Sabater, quien señala erróneamente que las cuestiones morales y las referidas a derechos tiene que ver sólo con relaciones entre personas, y no en la relación entre seres humanos y otros animales. Con ello Sabater defiende la idea de que la moral es una cuestión antropocéntrica, con lo que desplaza las cuestiones sobre el trato a los animales al campo de la estética. No es casualidad que el filósofo español sea amante de las corridas de torios y que se encuentre bastante desfasado en el debate filosófico. Hasta tal punto que se ha convertido en un mero divulgador de ideas filosóficas de la tradición.
La actitud estetizante se presenta en MVLL en todo su esplendor cuando señala que: “Este es un escenario muy parecido a una sala de conciertos, o al tablado de un ballet, y, en última instancia, al rincón donde los poetas escriben sus poemas o al taller donde los escultores y pintores fraguan sus creaciones. Y, al igual que en las otras ramas de la cultura, una corrida puede cambiar la vida de las gentes, como una función teatral o un libro o un cuadro”. Y, seguidamente asocia las corridas de toros a las exposiciones de pintura en los museos, cuando después de comentar que había asistido a una exposición de arte: “Entonces, pensé en aquellos momentos prodigiosos que suelen suceder en las plazas de toros, cuando, de un modo misterioso, el toro y el torero alcanzan una complicidad inexplicable, como si el diestro y el animal hubieran establecido un pacto de honor para rozar la muerte sin hollarla, mostrar la vida en todo su extraordinario esplendor y recordarnos al mismo tiempo su fugacidad, esa paradoja en la que vivimos, como el torero nos muestra en una buena faena, que lo hermosa que es la vida depende en gran parte de su precariedad, de ese pequeño tránsito en que ella puede desaparecer tragada por la muerte.”
En esta estetización de la tauromaquia MVLL termina acercándose peligrosamente al falangismo español, una vez que encuentra belleza en el coqueteo con la muerte. El eco del oxímoron “viva la muerte” (que Miguel de Unamuno calificó como el más repugnante que había oído en toda su vida) que los falangistas habían tomado como lema para significar esa relación de noviazgo con la muerte y de exaltación de la misma. Es lamentable que tales ecos se encuentren vibrando en las expresiones de MVLL. Pero, como fuera, la posición del escritor a favor de la tauromaquia se basa en la estetización de las tradiciones, cosa que no constituye un argumento para aprobar alguna práctica tanto moral como jurídicamente.
4. Las corridas de toros: ¿una cuestión política?
Hay quienes señalan que el debate sobre las corridas de toros no constituye una cuestión política. Esas personas no son pocas, pero estás equivocadas. Lo que se encuentra de por medio en este debate es una cuestión de derechos y, sobre todo, el debate sobre los derechos de los animales. Así como la abolición de la esclavitud constituyó una cuestión política en la que se le otorgó derechos a un grupo de seres humanos que eran considerados como pseudohumanos. Lo mismo sucede respecto de las corridas de toros. Lo que está de por medio es una cuestión de derechos. Para entender esto, volvamos al argumento de Peter Singer: el que no estemos autorizados a propinar sufrimiento a un ser que tenga sistema nervioso central (o hacerlo por mera diversión) se debe a que hay derechos (morales) de por medio (ya sea derecho de los animales, o de las personas que, que se encuentren en un progreso moral tal que la cuestión ofenda su sensibilidad moral). El hecho de que hablemos de derechos morales no implica que consideremos que existan derechos naturales.
El que se trate de derechos, trae como consecuencia que se convierta en una cuestión política. La pregunta que podemos hacernos frente a un fallo como el del TC es, sin duda, la siguiente: ¿quién gana y quién pierde después de un fallo de tal naturaleza? Si es posible hacernos esa pregunta, es porque lo que está de por medio es una cuestión política. Así, por las posiciones que asumen, la Magistrada Ledesma se posicionó a la izquierda, mientras que RMP se ubicó a derecha. El problema es que ninguna de las dos ha podido argumentar su posición de manera suficiente. Mientras el debate político carezca de argumentación sólida coloca los derechos a la deriva de las convicciones más o menos irreflexivas.
5. Sobre la calidad del debate público en Perú
Aquello que sucede con los argumentos tanto de la Magistrada Ledesma, como con los de RMP y MVLL es una muestra de la precariedad de nuestro debate político. Nadie diría que las personas mencionadas carecen de formación y preparación, y que sus voces no sean valiosas en el debate público nacional. Sin embargo, eso no las libra de caer en posiciones sumamente difíciles de defender y de argumentaciones débiles. Al parecer, existe en el país un descrédito de la argumentación moral que conduce a las personas a refugiarse en sus convicciones morales no reflexionadas. Si esto pasa con las personas de quienes estamos hablando, ¿cómo será en el caso de otros peruanos y peruanas?
La debilidad en la argumentación moral puede tener muchas causas, pero a mi parecer, la mayor de ellas se encuentra en la centralidad que tiene la llamada “educación en valores”, ya que por medio de ella se enseña a las personas a que, una vez conocido el valor correcto, no hay más que aplicarlo a los diferentes casos, dejando fuera el debate respecto del valor. No es casual que en muchas universidades los cursos de ética se les llame “cursos de axiología”. Allí se enseñan que existen determinados valores que son incuestionables y que deben de servir como convicciones básicas no argumentadas. El segundo problema con la idea de la educación en valores consiste en que ellos son consagrados por un grupo como los “valores correctos”, grupo que les trasmite a las personas que van a ingresar a los mismos centros de formación en siguiente mensaje: “ustedes vienen de una cultura que tiene valores morales incorrectos y nosotros tenemos los valores correctos (porque estamos de alguna forma mágico-religiosa en contacto con la verdadera fuente de los valores), en consecuencia, nuestra tarea es civilizarlos e imbuirlos de los verdadero valores mortales, los cuales no deben ser cuestionados ni debatidos porque son verdaderos por antonomasia”.
Así, en cambio de formar a las personas en el debate y en discernimiento moral, se les forma en valores incuestionables con lo que la formación moral deviene en adoctrinamiento. El caso de RMP es muy revelador, porque ella se formó en la PUCP y los cursos de ética en EEGGLL de esa casa de estudios enfatizan el razonamiento ético, pero una vez que los estudiantes pasan a la Facultad de Derecho se les dice que eso del razonamiento ético es una pérdida de tiempo y que lo que una persona tiene que hacer es regir su vida a través de dos fuentes: la primera son las jurídicas (es decir, la constitución y los códigos legales), mientras que la segunda son sus convicciones morales, ya sea religiosas o laicas. Es más, el mensaje que se les da es que la segunda fuente es opcional, y si quieren pueden simplemente hacer lo que la ley no prohíbe para conducirse en su vida profesional y en su vida privada. De allí sale el repugnante argumento “he hecho algo que puede ser moralmente reprobable, pero mientras no vaya contra la ley no hay problema”. No es casual que en los estudios sobre el desarrollo moral de los jueces y árbitros se haya arrojado resultados alarmantes.
Pero, el problema no es sólo de los abogados. Se trata de un problema que se encuentra en todos los niveles. Una muestra de ello es la baja comprensión respecto del debate sobre el enfoque de género: los que están a favor y quienes se ubican en contra tienen muchas dificultades para defender con argumentos sus posiciones morales y lo hacen sólo con sus convicciones irreflexivas.
Todo esto me conduce a dos conclusiones importantes. La primera es que la capacidad que tienen muchas personas para argumentar respecto de cuestiones morales en muy pobre. Este problema se encuentra tanto en profesionales con alta instrucción como en persona con sólo primaria o con sólo secundaria. La segunda conclusión es que esta situación afecta sustantivamente la calidad de los debates sobre cuestiones y políticas públicas.
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