En la última cinta de la saga de Star Wars, El Ascenso de Skywalker, J.J. Abrams recurre a un viejo truco conocido: resucitar a un personaje. El elegido es el super villano Palpatine, quien había sido el Emperador al que el trio de protagonistas originales había buscado enfrentar y habían logrado derrotar. Aunque la mayoría de los fanáticos han sentido impostado el retorno del villano, lo cierto es que la serie de nueve películas cerró como se esperaba: con un final feliz.
Para buscar mantener una bancada con cierto poder, Fuerza Popular, al igual que Abrams, ha sondeado en el pasado. Resulta evidente que Alberto Fujimori dirige la campaña electoral con miras al 26 de enero de 2020. Este nuevo retorno del condenado por corrupción, asesinato y secuestro agravado se produce en el momento más complicado de la agrupación que busca prolongar su supuesto legado. Y se registra luego de varios años de ruptura con su hija, principal responsable de la crisis actual del fujimorismo.
Esta es la historia resumida de una complicada saga familiar, donde el amor filial no ha sido la constante.
La agenda de punto único
En los primeros años posteriores al final de la última dictadura, la identidad fujimorista permanecía latente en algunos pequeños grupos, con visos de fanatismo. La celebración de ceremonias cuasi religiosas con velas, así como la presencia mediática del entonces prófugo a través de una página web y un programa de radio eran solo la punta del iceberg de la construcción de una identidad. Fujimori buscaba que su supuesto legado de derrota del terrorismo y éxitos económicos quedaran establecidos en forma permanente en el imaginario popular. Lo consiguió con un sector de peruanos.
Sobrestimando la poca popularidad de Alejandro Toledo como sinónimo de un posible retorno por la puerta grande, Fujimori pensó que un viaje a Chile le permitiría cerrar buena parte de los casos por los que era procesado en el Perú. Esperaba que, en un futuro próximo, pudiera entrar por Tacna al país y encabezar una gran caravana que lo llevaría nuevamente a Palacio de Gobierno.
Cuando Alberto Fujimori aterrizó en Santiago de Chile, buscando un rápido retorno al Perú en olor de multitudes, no imagino que sus objetivos de ser entronizado como presidente por aclamación serían lejanos de la realidad. Pero, una vez inmerso en un proceso de extradición, buscó forjar un camino de resurrección política de su movimiento. Su plan original era que su hermano y exasesor Santiago tomara su lugar como candidato presidencial e incluso ya tenían un lema: “El Chino está en Santiago”. Pero este declino.
El plan B era seductor. No tendrían un candidato presidencial de apellido Fujimori, pero sí buscarían obtener una importante bancada parlamentaria, con miras a negociar gobernabilidad a cambio de su redención plena como organización política. Así, Keiko Sofía Fujimori fue lanzada como cabeza de lista de Alianza para el Futuro, una agrupación de todas las organizaciones fujimoristas. Tuvieron éxito: ella fue la parlamentaria más votada y obtuvieron trece parlamentarios.
La agenda de la bancada era única: el retorno de Alberto Fujimori a la política, como hombre inocente. Sin embargo, la extradición desde Chile y las posteriores condenas por corrupción y violaciones a los derechos humanos variaron ligeramente el centro de ese punto único. Ahora buscaban bregar por la libertad del patriarca. Apelaciones, hábeas corpus y una serie de recursos fueron destinados, sin éxito, para lograr una exculpación del reo de Barbadillo. No lo consiguieron. También comenzaron a tentar un indulto humanitario, pero Alan García nunca se animó a dejar en libertad, ni siquiera a finales de su administración.
Lo que si obtuvieron del segundo gobierno aprista fueron dos cuestiones muy importantes. De un lado, mejoras en las condiciones carcelarias de Fujimori, tan laxas que era evidente que manejaba una parcela de poder desde la DIROES. De otro, la administración gubernamental comenzó a coincidir con una agenda conservadora que compartía con el fujimorismo, lo que ayudó a que el movimiento se volviera a legitimizar, luego de años de ostracismo.
Para la campaña electoral de 2011, el objetivo seguía siendo el mismo. Esta vez Keiko sería la candidata presidencial, se sumaba Kenji al proyecto político como candidato al Congreso de la República y no tenían una mala intención de voto. Sin embargo, allí se marcaría el punto de quiebre de las relaciones entre padre e hija.
La ruptura
La campaña de 2011 tuvo a un director general: Jaime Yoshiyama. Fue el candidato a la primera vicepresidencia, encargado de las principales decisiones de la campaña y, como hoy sabemos, también tuvo mucha injerencia en el manejo de las finanzas. El exministro de Energía y Minas tomó decisiones que fueron criticadas por Alberto Fujimori: llevar a Rafael Rey como candidato a la segunda vicepresidencia, dejar paulatinamente El Ritmo del Chino, aislar a Carlos Raffo (quien terminaría renunciando a la agrupación) y evitar una gira por el sur del país en los tramos finales de la segunda vuelta. Fujimori le echaría buena parte de la responsabilidad de la derrota.
Al mismo tiempo, durante varias semanas de la campaña de la primera vuelta electoral, la atención sobre el fujimorismo se centró en un nombre: Gina Pacheco. La enfermera del reo no era del agrado de Keiko quien buscó sacarla a toda costa de la lista parlamentaria
Para nadie es un secreto que Ana Vega es una figura materna para Keiko Fujimori. Y que, desde 1996, es la persona en la que más confía. Paulatinamente, Vega se convirtió en alguien de tanta importancia que la lideresa de Fuerza Popular le delegaba buena parte de las decisiones importante. Fue ella quien iba a ejecutar la salida de Pacheco de la lista. Y también se le brindó la posibilidad de ser la intermediaria para varias decisiones. Keiko le comisionó negociar con los apristas un indulto humanitario, sin éxito. Esto último ya le había traído problemas con el patriarca del clan.
Pero luego todo empeoró. Vega no tragaba a Kenji Fujimori. Le decía a su hija que fuera con pies de plomo con la posibilidad de pedir un indulto humanitario a Ollanta Humala – de hecho, solo lo solicitaron por presión del propio preso y se lo rechazaron en 2013 – y, sobre todo, comenzó a escuchar una palabra que lo desconcertaba: “Desalbertización”. Y, peor aún, su hija comenzaba a hacerle caso.
A la par, Vega conformaba una triada conservadora de asesores donde también estaban Pier Figari y Vicente Silva Checa. Vega y Figari manejaban la bancada y ayudaron a armar la lista parlamentaria 2016. Silva Checa tenía las ideas de “Trumpizar” el movimiento, con miras a ponerlo en consonancia con el populismo de derechas que venía ganando adeptos en varias partes del planeta. Y todos coincidían en que la controvertida figura del papá de la candidata no era algo que ayudara a ganar.
Sobrevino otra derrota. Pero esta vez, Keiko y sus asesores creyeron a pie juntillas que les habían robado la elección. Por ello, les quedaba claro que debían ir por más: usar las investigaciones de Lava Jato para desarticular a sus rivales políticos. Pero, cuando consideraron que las indagaciones del Ministerio Público sobre las finanzas de la agrupación política eran supuestamente dirigidas por el gobierno de Kuczynski y de Vizcarra, decidieron vacar al primero y complicar la gestión del segundo.
A la par, Alberto y Kenji seguían una estrategia distinta: tender puentes, evitar una agenda conservadora, incordiar a Vega y Figari y, sobre todo, ofrecer sus votos para partir la bancada y darle gobernabilidad a una presidencia débil. PPK se compró la idea, además de creer a pie juntillas que “Fujimori había saldado ya su deuda con el país”, como varios de sus amigos empresarios y gerentes pensaban.
El resultado ya lo conocemos: Keiko estuvo un año presa, Alberto salió de la cárcel y luego volvió a ella por un indulto indebidamente otorgado, disolvieron constitucionalmente el Congreso y Fuerza Popular perdió su bancada. Y mientras hoy Kenji se convierte en vendedor estrella de una marca de cosméticos, padre e hija intentan una reconciliación política.
De nuevo juntos
Hoy la campaña electoral se centra en la figura de Alberto Fujimori. Martha Chávez, histórica parlamentaria capaz de decir las peores justificaciones a las tropelías del régimen, encabezaría la lista. Estaría también Marco Miyashiro, una persona con la que Santiago Fujimori mantiene vínculos desde la década de 1990. La hija del héroe nacional Juan Valer Sandoval – exseguridad de Kenji Fujimori que murió en la operación Chavín de Huántar – aparece en los primeros puestos. Una parlamentaria que era una visitante constante en la DIROES, María Cordero Jon Tay, ha vuelto a ser convocada.
Para redondear la figura, Carlos Raffo, quien sigue manteniendo una amistad muy cercana a Fujimori, publicó una nueva versión de El Ritmo del Chino, acompañada de un video en el que se motiva a los seguidores de Fuerza Popular a votar por el fujimorismo, aludiendo a la canción que identifica al líder histórico desde 2000. Y hace algunos días, se escuchó al propio Fujimori coordinar con el expostulante Cristótomo Benique hasta su número en la lista por Puno. Hoy se conoce que otros dos candidatos al Congreso han ido a visitar al reo en la DIROES.
Por su parte, Luis Galarreta, actual secretario general de la agrupación, ha tenido que reconocer que el líder histórico brinda consejos desde la prisión, aunque buscó minimizar el rol real de Fujimori. “El fujimorismo hoy está unido” proclama el exparlamentario.
La estrategia es clara: Fujimori le brinda al movimiento unidad, recuerdo de un pasado glorioso y una figura que, frente a Keiko, aparece como “menos controvertida” para los seguidores de Fuerza Popular. En la práctica, es el reconocimiento que el liderazgo de su hija ha fenecido. Y que, en tanto Kenji no decida seguirle la posta, está dispuesto a volver a asumir un rol más activo. Como el que quiso tener desde que volvió de Japón.
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