La última de los Huamantica

El 13 de diciembre Francisco Ángeles llegó a Perú, desde Estados Unidos, para iniciar un taller de escritura dirigido a mujeres en prisión y niños trabajadores de la región de Cusco, en donde vivió por el lapso de un año casi una década atrás. Entre el grupo de amigos, compañeros y colegas que lo apoyaron para la concreción de su proyecto cultural, la ayuda brindada por Cricia Ochoafue fundamental. Ella tuvo mucho que ver con que la idea surgida en Illinois termine materializada ese diciembre en el penal de Quencoro. Y su participación estuvo motivada, así como le dicen, “por amor al arte”. 

A Ochoa Huamantica se la habían presentado como miembro de la Red de Bibliotecas de Cusco y activista que trabajaba directamente con población penitenciaria, niños y mujeres; fue mucho después que Francisco se enteró de que, además, era candidata a las elecciones congresales del 2020 con el número 5, por Unión por el Perú (UPP). Le comentó a María Sosa sobre ella, explorando la posibilidad de dedicarle algún tipo de texto. Mencionó el arduo trabajo social que realiza desde hace varios años, por más que tan solo tenga 25, y su poco interés por el rédito político. Cuando María le pidió una razón más, él respondió “Le creo. Y es difícil para mí creer en alguien. A ella la conocí y me di cuenta de inmediato de su buena voluntad”. María acordó una entrevista con ella. También le creyó. 

Estas son las líneas que cada uno le escribe. 

F.A.

Es un miércoles a mediodía en Cusco, una semana antes de Navidad, cuando Cricia Ochoa Huamantica, abogada cusqueña de veinticinco años, llega al café de la calle Maruri donde yo la espero. Lleva una camiseta roja, el color del partido con el que postula al Congreso, y se descuelga la cartulina con el número 5 del pecho. “Me han dicho que mejor me ponga el número en la nalga. Como si por el hecho de ser una mujer joven mi única opción fuera imitar a Susy Díaz”, comenta, todavía un poco agitada porque esa mañana, antes de venir a encontrarme, había participado en una conferencia de prensa en la que tuvo un altercado con un grupo de periodistas locales que considera reiteradamente le han faltado el respeto. 

Me cuenta que Cusco es la tercera región del país con índices más altos de violencia contra la mujer, y que esa circunstancia se evidencia cada vez que muchos, que la consideran farandulera e incluso la han bautizado como la “candigata”, señalan que sus mejores propuestas son sus piernas, y que se encuentra mejor equipada para trajines carnales que para labores de congresista. “A Mercedes Cabello de Carbonera, a quien admiro por ser una precursora del feminismo en el país, la llamaban Caballo de

Cabronera porque no aceptaban que una mujer sobresaliera en el mundo literario”. Otras cusqueñas a quienes Ochoa admira también combatieron un entorno machista, como la insigne Clorinda Matto de Turner. O Chanan Quriqoka, mítica figura inca del siglo XV, quien defendió la capital del Imperio de los violentos embates chancas. O María Trinidad Enríquez, la primera mujer en cursar estudios superiores en Sudamérica y luego primera jurista del Perú, quien jugó un papel fundamental en el derecho a la educación de las mujeres.

Ochoa bebe un sorbo de mate de coca mientras por un instante se distrae observando los gatos que se pasean tranquilamente por el café. Yo había escuchado por primera vez sobre ella unos pocos meses antes, cuando al comentar con amigos cusqueños mi proyecto de realizar talleres de escritura y expresión con grupos de niños trabajadores, mujeres, personas en prisión, y otras poblaciones vulnerables de la Ciudad Imperial, varios de ellos me sugirieron “contáctate con Cricia Ochoa”. Empecé a buscar información, y así me enteré de que era nieta del legendario dirigente sindical cusqueño Emiliano Huamantica (sobre quien publicó un libro), que trabajaba como profesora en el Instituto Quipu, y que dirigía la Comicteca Galilea Ramírez, la segunda del país especializada en cómics, novela gráfica, historietas, para promover la lectura entre los escolares. Y, sobre todo, que pensaba que algunos hábitos culturales de los cusqueños, heredados de la cosmovisión inca, podían tranquilamente transformarse en políticas públicas. 

A pesar de todo ello, apenas llegué a Cusco para continuar con el proyecto de los talleres, percibí que todos esos datos habían quedado en segundo plano con respecto a un nuevo apelativo: la candidata de las combis. “Me subo a los micros para hablar con la gente. No es nada extraordinario: hago lo mismo que miles de compatriotas que suben a los micros todos los días para ganarse el pan de cada día. Así he hecho toda mi campaña porque no tengo dinero para otra cosa. Pero así me va bien”. Y tiene razón: en pocas semanas, todos en Cusco empezaron a hablar sobre ella. Su nombre apareció por primera vez en las encuestas, y a la semana siguiente ya se ubicaba entre los candidatos con mayor opción. “Ser candidata es una de las experiencia más fuertes por las que he pasado, tanto en el plano espiritual como en el emocional. Como me guío por una filosofía andina de la vida, siempre reflexiono en cómo perfeccionarme en cuanto ser humano. Pero eso se ve alterado durante la campaña. Porque así como hay momentos de tantas burlas y críticas que pueden llegar a afectarte la autoestima, también aparecen momentos maravillosos, cuando la gente, sobre todo en el interior de la región, te aplaude y te aclama y muestra su amor. Si uno se descuida, esto puede llevarte a niveles peligrosos de ego, y puede que aparezca la soberbia. Pero es precisamente en esos momentos en que debemos recordar la visión andina de la vida, y la importancia de la humildad porque nuestros ancestros nos enseñaron que lo único permanente es el cambio. Por eso no hay que creérsela”.

Justamente esa idea del cambio permanente es lo que la diferencia de su abuelo Emiliano. “Las circunstancias de su lucha política son muy diferentes de las mías. El tiempo ha cambiado, era otra realidad. Lo importante es estar comprometidos con nuestro tiempo. Y él asumió su papel con dignidad en la época que le tocó. En eso sí lo quiero emular. Yo me considero inca, pero ser inca es una forma de vida. No nacemos incas, sino que tenemos que ganarnos ese privilegio día a día. Nosotros los cusqueños somos herederos de una cultura milenaria, somos gente luchadora, por eso muchas de las gestas trascendentales de nuestro país, como la reforma agraria, surgieron aquí”. De acuerdo con esa lógica, quiere promover los derechos de las mujeres, los niños, la ecología, y fortalecer la agricultura con su propuesta de Pachamama Productiva. “Con la Federación de Campesinos de Cusco hemos empoderado a los amautas, quienes capacitan a sus hermanos de la comunidad para mejorar la calidad de riego y la crianza de animales”, me cuenta con ilusión. Bebemos unos sorbos del mate de coca, y después me ofrece participar esa misma tarde en una sesión andina de meditación, una especie de yoga cusqueño, que ella misma va a dirigir. Le digo que lo voy a pensar.

M.S.

 
Cricia Ochoa me contesta el teléfono en la fecha acordada, mientras se encuentra en camino a la provincia de Espinar para participar en un evento realizado por el Frente Único de la Juventud Espinarense, en la que se debatirá sobre los principales problemas del lugar. Aún le quedan varias horas de viaje. Desde su hogar, en el distrito de San Jerónimo, hasta su destino el trayecto dura aproximadamente 5 horas, y en vez de aprovechar ese momento para recuperar su cada vez más reducido tiempo de sueño, emplea el espacio para concluir todas sus tareas pendientes: contesta llamadas, usa las redes sociales, coordina, planifica y redacta. Y es que, desde que Ochoa Huamantica aceptó la invitación de postular a las elecciones congresales para el 2020 su vida ha adquirido ritmos acelerados, los días casi no le alcanzan. Es por eso que agradece las vacaciones de diciembre a enero que el instituto Khipu -en el que se desempeña como docente de los cursos de Fundamentos de Ética Profesional y Comunicación Efectiva- brinda cada año religiosamente para todo su plantel.

“Dejar de dictar clases me rompería el corazón, simplemente no podría hacerlo. Yo quería estudiar Educación en la universidad, pero mis padres se opusieron, por la poca valoración que el Estado tiene con los maestros. Yo no supe ponerme fuerte”, me confiesa con algo de nostalgia en un momento de la conversación. 

La pedagogía es la vocación de Cricia y piensa trasladarla hasta las políticas públicas. Para combatir la corrupción, por ejemplo, propone crear organismos enfocados en concientizar a los ciudadanos sobre las consecuencias más directas que se pagan por ella, donde lo central no sea memorizar la rimbombante cifra arrebatada del erario público, sino “aterrizar en los lugares que más nos duelen”. Menciona la construcción del hospital Antonio Lorena paralizada desde marzo del 2015, tras una serie de contratos y adendas con la concesionaria OAS, en los que se encuentran involucrados hasta cuatro gobernadores regionales, entre ellos Edwin Licona, quien se encuentra en prisión preventiva desde el pasado julio. “Nos han dejado con tan solo un hospital a disposición y con un sistema de salud colapsando, en el que es usual ver a pacientes siendo atendidos en los pasillos. Eso causa dolor en la población. A mí me duele”, señala. Aspira contribuir en los cimientos de una sociedad capaz de indignarse por las desigualdades de su alrededor, movilizada, que sepa alzar la voz y que, al mismo tiempo, valore el diálogo y sus vías pacíficas para expresar demandas de justicia social. En dicha apuesta no ve contradicción, y lo demuestra con un nombre, el de su abuelo: Emiliano Huamantica.

A Emiliano, uno de los dirigentes más representativos del Partido Comunista y ex secretario general de la Federación de Trabajadores del Cusco, ella lo conoció tarde. Murió en 1964 -30 años antes del nacimiento de Cricia-, en unas circunstancias que nunca fueron esclarecidas del todo, cuando viajaba a Lima para participar en un congreso de su federación. La tesis oficial propone el desbarrancamiento del bus donde se transportaba, pero entre los testigos del hecho hubo quienes aseguraron ver un auto rojo siguiendo el recorrido del dirigente y, después, a unos hombres que aprovecharon el accidente para sustraerlo vivo del escenario de la tragedia y, después de unas horas, regresarlo convertido en cadáver. La familia Huamantica nunca dudó de que se trató de un homicidio y, a partir de tal suceso, se alejó del quehacer político y evitó contar detalles del líder sindical. Ella, cuando era pequeña, preguntó en varias ocasiones por él, pero las respuestas nunca fueron claras. Lo descubrió por su cuenta, ya adulta y en Lima, cuando sostenía una conversación con el sociólogo Hugo Neira, quien dedica un espacio de su libro Cuzco: tierra y muerte a narrar el popular sepelio del líder textil. A partir de ese momento, Cricia comprendió el por qué de su inquietud social, el por qué cuando -con 13 años- experimentó su primer acercamiento con la pobreza extrema, haciendo voluntariado junto a compañeros de la escuela en el centro poblado de Pampallacta, tuvo la certeza de que para los cambios de fondo la caridad no era la solución; la era la política. 

Sobre el autor o autora

Francisco Ángeles
Francisco Ángeles es escritor, crítico, periodista y profesor universitario. Ha publicado cuatro novelas: La línea en medio del cielo (2008); Austin, Texas 1979 (2014); Plagio (2016) y Adiós a la revolución (2019).

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