España y Perú en momentos de anomalía política: oportunidades posibles y enemigos comunes

Cada vez que pienso en las similitudes que hay entre España y mi lado del charco, en especial Perú, se me vienen a la cabeza episodios políticos y demandas sociales. Habrá quienes piensen en ciertas identidades culturales hermanas y no les faltará razón, algunos otros que encuentren cercanías en clave gastronómica y, por cierto, tampoco les faltará razón. Pero a fuerza de los gajes del oficio o, sobre todo, del pie que me esfuerzo siempre por mantener en un lado y el otro, me resulta hasta hogareño reconocerme viviendo y analizado episodios que con ciertos matices, comparten mucho de fondo. En este artículo me valgo del fin de 2019 y el obligado balance que trae a nuestras puertas, para pintar la foto completa de un año que tanto en Perú como en España ha demostrado una verdad objetiva, tangible e irrefutable: que en tan solo unos meses pueden pasar demasiadas cosas.

 El 30 de septiembre de 2019, viví en hora peruana pese a hacerlo en Madrid. El presidente Martín Vizcarra disolvía el Congreso de la República y convocaba a elecciones congresales para el próximo enero en una jugada que algunos han calificado de precipitada, otros de necesaria, una minoría bulliciosa de inconstitucional, pero para una ciudadanía mayoritaria fue  motivo de celebración. Frente a un Congreso en el que operaba una mafia organizada en torno al liderazgo político del fujimorismo y el APRA, junto con otras fuerzas satélites funcionales a la misma y al blindaje de su corrupción, Vizcarra se vio en la necesidad de moverse hacia el único lugar posible: adelante. Una mayoría popular celebraba tanto en las calles como en las casas y en diversos lugares de encuentro una decisión que había sido tomada y exigida antes por ellos y ellas que por Palacio de Gobierno. Decía Bertolt Brecht que las revoluciones se producen en los callejones sin salida; pues bien, Vizcarra, en medio del callejón entre una mafia que no estaba dispuesta a recular ni un milímetro de su ofensiva y una ciudadanía presionando por cerrarles el paso, decidió devolver la voz a las urnas. Dicho épicamente: el poder a la gente. Lo que pocos saben es que poco menos de una semana antes (seis días) se había disuelto también el parlamento español y convocado a elecciones generales para el 10 de noviembre. Devolver la voz a la gente fue el relato de fondo, pero lo cierto es que no hubo un entuerto político irresoluble sino, por el contrario, un presidente que no estaba dispuesto a firmar lo que meses después -en noviembre- sería su única posible salida: el primer gobierno de coalición en España.

Volvamos la mirada unos meses atrás. En abril, España celebró unas elecciones generales que permitieron dos cosas: que el bloque de izquierdas parlamentario contara con los números para investir un Gobierno que, por primera vez, tuviera a más de un partido político en el Consejo de Ministros como ocurre en la mayoría de países de la Unión Europea y, por otro lado, que la extrema derecha (VOX) se mantuviera en una posición ciertamente alarmante pero no amenazante (24 escaños en un Parlamento de 350). No obstante, a veces ocurre que lo que las urnas muestran puede ser interpretado de maneras muy disímiles y casi contradictorias en función de los anteojos de quien lea los hechos. De hecho, lo que vivimos en España los meses siguientes, y hasta las nuevas elecciones de noviembre, fue la gran batalla del relato sobre lo que había ocurrido aquel 28 de abril y, sobre todo, las razones que había detrás de la repetición electoral de noviembre.

La anomalía política empieza, apelando nuevamente a Brecht, con lo nuevo que no acaba de nacer y lo viejo que no acaba de morir. Es más, con lo viejo que se resiste a morir y que de tanto ir muriendo en gerundio, casi parece que nunca pudiera darse realmente por muerto. En España, lo viejo es el bipartidismo o, mejor dicho, el turnismo de dos grandes partidos políticos que desde la transición (1978) se han intercambiado en el poder del país: el Partido Popular (PP) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Este turnismo bipartidista se vio seriamente cuestionado por aquel movimiento de indignados conocido como el 15M que cambió el rostro de España para siempre. No se entiende de otro modo la siguiente anomalía política: cuatro elecciones generales en cuatro años. Las últimas, las de noviembre.

Lo viejo que no muere, lo nuevo que no nace y la anomalía política como transición

Si algo gritaron las plazas y calles del 15M fue “no nos representan”. Producto de ello no sólo se generó una politización ciudadana inédita en España, sino que surgieron dos partidos políticos que en el eje de lo nuevo versus lo viejo irrumpieron en las instituciones y demostraron así que el bipartidismo como tal había llegado a su fin. Este es el caso de Podemos y Ciudadanos. De ambas formaciones políticas una no sólo sobrevive, sino que tiene la posibilidad concreta de llegar al Gobierno de este país: Podemos. Las razones que explican la caída de Ciudadanos merecen un artículo aparte, pero basta con decir que cuando no existe un proyecto de país de fondo, un partido veleta no genera confianza ciudadana mucho menos en momentos donde las fuerzas políticas de derecha se extreman a fuerza de no querer perder electorado y por el crecimiento de la ultraderecha representada por VOX.

En diciembre de 2015, en junio de 2016 y en abril de 2019 las urnas cerraban el paso al bipartidismo de mayorías absolutas y, por tanto, al turnismo. Era momento de llegar a grandes acuerdos. Sin embargo, como lo viejo no quiere dejarse morir, este gobierno de acuerdos no se lograría hasta…bueno, aún no termina de lograrse aunque estamos mucho más cerca de ello. En 2015, el PSOE renunció a llegar a acuerdos con la fuerza progresista que ocupaba el tercer puesto en todo el país (Podemos). En 2016, a fuerza de no querer pactar, el gobierno se lo llevó Mariano Rajoy (Partido Popular) con el apoyo del partido veleta que pese a prometer regeneración política, terminó por ser la muleta del bipartidismo que decía querer cambiar: Ciudadanos. En abril de este año tuvimos una nueva oportunidad de acuerdo entre el PSOE y la confluencia Unidas Podemos, pero el acuerdo no fue posible. Desde el PSOE cerraron filas en torno al rechazo a la coalición como forma de gobernar, hicieron hasta lo imposible por conseguir el apoyo de Unidas Podemos sin integrarlos al Gobierno -lo que se leía desde la formación morada y su electorado como una falta de respeto a los 3,7 millones de votantes de esta confluencia- y, pusieron como principal elemento negociador un veto a que Pablo Iglesias, candidato a la presidencia, integrase el Consejo de Ministros pues estaban seguros de que esto no sería aceptado ni por Iglesias ni por todo Podemos. Se equivocaron. En menos de 24 horas después de que Pedro Sánchez vetara a Iglesias, este último renunciaba a integrar el gobierno si ello permitía el primer gobierno de coalición progresista en España. El PSOE se vio completamente desnudo en su estrategia de no ceder y, filtraciones a la prensa de por medio, las negociaciones se convirtieron en una puesta en escena que preparar el terreno para una nueva contienda electoral. Así llegamos a la disolución del parlamento en septiembre.

Pero así como lo viejo no quiere dejarse morir, lo nuevo tampoco se resigna a no nacer.

Los meses siguientes a la disolución de las cortes en septiembre las responsabilidades de la repetición electoral se las lanzaban entre unos y otros. Pero la ciudadanía no es tonta y sabe muy bien identificar los ribetes de verdad en medio del entramado de batallas por el relato. Hay quienes señalaron que en esta repetición electoral protagonizada por el ruido y el hartazgo mayoritario del electorado, la ciudadanía optaría ya bien por la abstención o por penalizar a todos los partidos políticos. Si bien la tesis podría tener cierto correlato con los datos que surgieron de las urnas de noviembre, lo cierto es que no hay peor error que el de subestimar a un electorado. A cualquier electorado. El hartazgo y el enfado no se expresa en clave desidia únicamente y el “os vais a enterar” fue, tal vez, la mayor lección de todas aquella noche del 10 de noviembre. La ultraderecha (VOX) se erigía como el ganador de la noche pues pese a que los números no le permitirían gobernar, se consolidaba con 52 escaños que le permitirán disputar el liderazgo de la oposición en la nueva legislatura española. Aguantamos la respiración y el nudo en la garganta. VOX era ya una amenaza concreta y o había acuerdo entre las fuerzas progresistas o…había acuerdo. No había más alternativas. No las hay, en presente.

Al otro lado del charco, esa misma noche (hora española), Evo Morales salía de palacio de gobierno en Bolivia e iniciaba el periplo que lo llevaría horas después a asilarse en México tras perder el apoyo de los poderes fácticos en nuestro país vecino. Iniciaba entonces un momento de anormalidad política que puede tener variables diversas que se hallan tanto en la oposición reaccionaria y neofascista que actualmente, vía un golpe de estado, ha asumido ilegítimamente las riendas del gobierno boliviano, hasta los errores políticos de un presidente que después de cambiar el rostro de Bolivia para siempre, optó por mantenerse en el poder a toda costa y manchar así un legado que, de lo contrario, hubiera sido mucho más que digno y revolucionario.

Si algo se perfilaba claro por los acontecimientos que se sucedían tanto aquí como allá, es que dar la voz y la decisión a la gente es clave, pero la democracia no va sólo de poner las urnas o las ánforas, sino de saber oírlas. Pedro Sánchez se vio en la obligación de hacerlo aquel domingo de noviembre en que, contra todo lo que había dicho durante los meses anteriores, admitió que lo que pedía la gente era un gobierno de coalición donde no pudiera sólo mandar el PSOE.

Oportunidades históricas frente a enemigos fortalecidos

El crecimiento de la ultraderecha y sus políticas de odio, constituyó una variable fundamental para que “lo viejo” por fin se decidiera a dar un paso al costado en beneficio de nuevas formas. El preacuerdo para un gobierno de coalición progresista entre el PSOE y Unidas Podemos fue firmado en menos de 48 horas. A día de hoy continúan las negociaciones entre el PSOE y Esquerra Republicana, cuyos votos serán necesarios para investir este gobierno de coalición que tiene entre sus manos dos desafíos fundamentales: la recuperación del Estado de Bienestar blindando políticas sociales y garantizando derechos que se encuentran plasmados en la Constitución Española y, por otra parte, el diálogo como herramienta política para encontrar una solución al conflicto catalán. Un conflicto que lleva demasiados años sin ser abordado de manera seria y donde la judicialización como estrategia ha llevado al país a una polarización tan innecesaria como irresponsable.

Empecé este texto señalando las similitudes entre países con respecto a las anomalías políticas, pero quiero concluirlo con un apunta que va todavía un poco más allá: el reconocimiento de las anomalías como oportunidad para enfrentar enemigos comunes. Lo hago pensando en los 52 escaños de VOX en el Parlamento español que serán portavoces de las políticas reaccionarias que buscan quebrar los derechos ganados por las mujeres, criminalizar a los migrantes, impulsar la xenofobia, la homofobia, y un largo etcétera. Pero lo hago pensando también en la criminalización que se va viviendo en Perú con la migración venezolana que tiene tintes que ya hemos visto en Europa tanto en España como Alemania y Francia por citar algunos ejemplos. Un discurso cuyo impacto conocemos, cuyas consecuencias combatimos y al que debemos saber poner freno en el momento oportuno. Después será siempre tarde. Oír a la Ministra de Trabajo buscar esquivar su responsabilidad política con respecto al lamentable caso de Gabriel y Alexandra, dos trabajadores cuya muerte es el eslabón final de una cadena de explotación laboral y condiciones laborales perversas, apuntando el dedo acusador a la migración venezolana debería ser una alarma. La ultraderecha (y el discurso ultraderechista, en general) no surge de la noche a la mañana, se ampara en estas muestras de irresponsabilidad política.

Pero a ese enemigo común que también vemos en Brasil y ahora en el gobierno Boliviano de manera ilegítima, le subyace otro que es el caldo de cultivo de este primero: la austeridad como norma y la eliminación del Estado como garante de políticas sociales. Frente a ello, existen oportunidades también compartidas. En España, la oportunidad de hacerle frente a esta amenaza se concreta en un primer gobierno de coalición progresista histórico que ponga en el centro del debate y en primera línea la garantía de vidas dignas y seguras para las mayorías defendiendo servicios públicos, que los recortes presupuestarios se hagan por arriba (quienes más tienen) y no por abajo, etc. En Perú, se plasma en la concreción de un Congreso de la República que aún siendo muy temporal tenga en sus manos la implementación de una agenda de reformas que permita en 2021 la conformación de instituciones, incluido el Gobierno, que no deba subyugarse a ninguna mafia, que haga frente a la corrupción y que instituya por tanto formas de gobernar distintas que vuelvan a garantizar derechos y que encamine hacia un nuevo pacto social y político entre ciudadanos y ciudadanas.

Frente a enemigos comunes, tenemos oportunidades. Hoy más que nunca es importante no perder esta oportunidad y hermanarnos tal vez en lo que más importa: la defensa de la democracia, la igualdad y los derechos humanos frente a los defensores de un modelo que se ha probado caduco, esclavizante y, sobre todo, que da la espalda a las mayorías a las que debería defender.

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