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Crédito de imagen: Andina.peCiro Alegría Varona, maestro, colega y amigo, ha fallecido hace contados días. Es una pérdida irreparable para la comunidad filosófica y para las instituciones en las que colaboró como profesor e investigador, en especial la Pontificia Universidad Católica del Perú y la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Su contribución a la filosofía social y a los estudios clásicos es incalculable. Su partida prematura deja muchos proyectos suyos en el tintero, tanto como autoridad universitaria – era Decano de la Escuela de Graduados de la PUCP – como académico y violinista. Era una persona lúcida y optimista, con la mirada puesta en el futuro. Siempre que hablaba con él estaba lleno de ideas e iniciativas para el posgrado, así como para su trabajo como investigador. Abrigo la esperanza de que la Universidad y sus discípulos puedan publicar sus investigaciones sobre justicia y reciprocidad, que dejó bastante avanzadas, sino concluidas.
Contribuyó decisivamente con la Comisión de la Verdad y Reconciliación en la elaboración del volumen sobre Fuerzas Armadas. Ciro estuvo firmemente comprometido con la idea de un control civil de las Fuerzas del orden, en contra de la tesis autoritaria de que existen “instituciones tutelares” en la sociedad peruana. Por ello fue un intelectual cercano al régimen de transición democrática presidido por Valentín Paniagua; él estaba convencido que necesitábamos formar unas Fuerzas Armadas dirigidas por un gobierno civil, creyentes en la democracia y en los derechos humanos, dedicadas a la defensa del Estado constitucional de derecho en el país. Esto constituye una condición básica para vivir en un sistema político libre.
Ciro era un filósofo dedicado al estudio del griego, que cultivó con devoción en sus trabajos sobre la literatura clásica y la filosofía moral de la antigüedad. Su rigurosa traducción de Edipo Rey constituye un gran ejemplo de esta labor. Esta versión de la obra de Sófocles fue estrenada con gran éxito en el Centro Cultural de la PUCP. Su interés por la tragedia griega databa de los tiempos de la elaboración de su tesis doctoral sobre la filosofía de Hegel en la Universidad Libre de Berlín. Consideraba la “experiencia de lo negativo” – formulada así por Hegel – como una categoría esencial para comprender la estructura de la vida, la “cosa misma”. Ese enfoque lo descubrió en los escritos dramáticos de Esquilo y Sófocles tanto como en la Fenomenología del espíritu, y lo convirtió en uno de los componentes cruciales de esa “ciencia melancólica” que desarrolló en uno de sus últimos libros. Desde esta línea de pensamiento, Ciro sostenía que, si la vivencia del sufrimiento es ineludible, por lo menos puede ser fuente de sabiduría. Si me preguntan, esa fue una de las lecciones más importantes que aprendí de sus escritos y de sus clases.
Lo recuerdo como profesor de Filosofía del Arte allá por 1994, cuando era estudiante de la Maestría de Filosofía en la PUCP. Él acababa de llegar de Berlín. Sus clases sobre Schiller, Hegel y Kandinsky eran notables. No era lo que podríamos describir como un expositor claro. Por momentos, parecía divagar un poco. Sin embargo, sus meditaciones en clase mostraban el desarrollo de una especulación filosófica profunda y original. Cuando uno menos lo esperaba, sus reflexiones daban un giro y retomaba el hilo de su argumentación inicial con notoria lucidez. Esos caminos de pensamiento crítico lo convertían en un magnífico profesor.
Cultivamos una buena amistad desde aquellos años. Conocí a sus hijos, hoy agudos cultores de las artes y de las ciencias humanas. Luego me convertí en profesor, primero en Estudios Generales Letras y luego en la Escuela de Graduados de la PUCP, y tuve el privilegio de participar en diversos proyectos suyos. El último fue la publicación del libro Manual de principios y problemas éticos (2019), que Ciro editó, convocando a un grupo de profesores de ética. Cada uno de nosotros debía escribir un capítulo sobre algún concepto o principio fundamental para comprender críticamente la ética como una disciplina filosófica al servicio de la vida común. Ciro dedicó su capítulo a la “justicia”, yo me ocupé – por encargo suyo – de la “democracia”. Formado en canteras hegelianas, sus reflexiones sobre la justicia global lo llevaron a sumergirse en el pensamiento kantiano. Siempre discutimos amigablemente sobre ese itinerario suyo de Hegel hacia Kant. Él, fiel a su espíritu, recibió mis preguntas con una honda honestidad intelectual, esbozando sólidos argumentos, pensando en los problemas que se plantean desde el terreno de la práctica.
De palabra franca y fluida, Ciro era un intelectual estricto y profundo, de actitudes sencillas en el trato personal. Estaba convencido de que en el trabajo del pensamiento importa más la exposición de los problemas y sus vías potenciales de solución antes que alimentar la subjetividad del autor. Como maestro era extraordinariamente generoso y dedicado. Como amigo, sabía escuchar y compartir sus propias ideas con agudeza y buen juicio. Revelaba además un profundo sentido de justicia para abordar los conflictos del quehacer académico y administrativo en la Universidad. Sus Adagios reproducen esa lucidez para enfrentar las dificultades de la vida cotidiana. Era sin duda un ser humano sumamente valioso, como atestiguamos sus alumnos, colegas y amigos. Es triste tener que despedir tempranamente a una persona con ese talento y virtudes, con tantas ideas y proyectos bajo el brazo. Te echaremos mucho de menos.
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