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Crédito de imagen: Andina.peEstamos sobre el caballo de la apertura y, sin embargo, al igual que en la etapa de la cuarentena estricta, estamos desbordaros por la incertidumbre. Una característica resaltante de esta epidemia mundial es el alto grado de imprevisibilidad y alternativas de solución poco claras. Si alguien tiene la absoluta seguridad de cómo resolver esta confusa situación deberíamos pensar que el aislamiento lo está afectando seriamente. Por ello, corresponde analizar las dificultades observadas en la primera fase y ver como corregirlas para la “nueva convivencia” que nos abruma.
Desde la primera semana fue obvio que no todos cumplían ni querían cumplir las medidas de distanciamiento social e incorporar prácticas preventivas. Las redes sociales, medios de comunicación y opinólogos, inmediatamente desarrollaron la narrativa de que el culpable de los contagios era la idiosincrasia de los peruanos irresponsables, inmaduros, tercermundistas, desobedientes, primitivos, ignorantes, criollones, y estos son los adjetivos más edulcorados que puedo listar, lo hay mucho más aderezados, por cierto.
Al mismo tiempo surgió otra narrativa, donde el Estado es el culpable: el crecimiento de los contagios es el resultado de un Estado rentista, achicado a martillazos neoliberales de empresas que se nutren de la informalidad, de malos gobernantes culpables del hacinamiento, de hogares sin refrigeradoras, condiciones que los empujan a salir a las calles.
Ambas narrativas son presentadas como anclajes del pasado, inevitables y deterministas como una maldición gitana. Tenemos, pues, disputas entre los que proponen un “Estado guachimán” que introduzca a cachiporrazos las conductas preventivas y los que quieren que el Estado se transforme, y como por arte de magia, los ciudadanos se vuelvan fieles cumplidores de las normas.
Yo diría que ninguna de las opciones puede llevarnos a resolver problema que enfrentamos, lo que genera es a latiguear a los culpables o “estigmatizar al otro” pero nos impide la búsqueda de soluciones ante una crisis de creciente complejidad y alta imprevisibilidad.
A pesar de todas estas evidencias visuales, tanto los creen que el problema es la idiosincrasia como los piensan que son las condiciones económicas siguen a diario argumentando desde sus trincheras. La pregunta correcta sería ¿cómo se ha producido la adopción de comportamientos preventivos en otras crisis de salud, epidemias o problemas crónicos de salud?
Las noticias de todo el mundo nos muestran a diario calles atestadas en España, gringos sin mascarillas en piscinas atosigadas, autopistas desbordadas en Argentina, desesperados parisinos atiborrando ZARA, niños ricos alquilando un avión privado para vacacionar el México o fieles de las iglesias esparciendo el virus en los cultos.
En nuestro humilde Perú, vimos en los noticieros alcaldes bebiendo en los locales municipales, policías asistiendo a prostíbulos, millennials festejando sus cumpleaños, empleados de Plaza Vea jugando fulbito en la azotea, pitucos brabucones agrediendo a policías, serenos bronqueándose cuerpo a cuerpo con ambulantes.
La lista es muy larga, a decir verdad, pero todos estos ejemplos, nos muestran: Primero que la incorporación de comportamientos preventivos es un dolor de cabeza en el Perú y en el mundo entero. Segundo que la infracción de las normas sanitarias no tiene que ver solamente con las condiciones socioeconómicas, va más allá del tamaño de la billetera, el lugar de nacimiento o el uniforme.
A pesar de todas estas evidencias visuales, tanto los creen que el problema es la idiosincrasia como los piensan que son las condiciones económicas siguen a diario argumentando desde sus trincheras. Con la sospecha latente de que no podré convencer a los lectores, me arriesgo a tentar otra explicación. Para ello requiero formular la pregunta desde otro ángulo: La pregunta correcta sería ¿cómo se ha producido la adopción de comportamientos preventivos en otras crisis de salud, epidemias o problemas crónicos de salud?
Pues la respuesta es simple, muchos estudios que evaluaron retrospectivamente la incorporación de comportamientos preventivos encuentran que la adopción de comportamientos preventivos es parcial. En condiciones sin cuarentena, con alternativas de tratamiento claras, con la sociedad civil apoyando activamente, con estrategias comunicativas estructuradas, no se pudo cambiar al 100% los viejos hábitos de vida. Existen diferentes barreras materiales, cognitivas, y emocionales que dificultan la adopción de medidas preventivas. A continuación, describo los principales hallazgos de los estudios contrastando lo observado en la pandemia en el Perú:
a.-Las creencias sobre la salud están muy arraigadas. Aquí como en México se cree que las yerbas, infusiones o menjunjes pueden prevenir o curar el coronavirus y lo mágico religioso los salvará del contagio. Se cree, además, que los peruanos somos “cholos Powers”, vacunados por las bacterias locales, que van a resistir mejor que los europeos y gringos al COVID-19.
b.- La baja percepción del riesgo inhibe el comportamiento preventivo. Muchos jóvenes argumentan que ellos no les va “agarrar fuerte” o adultos que piensan que son astutos y saben cuidarse. Ellos evidencian una subestimación de los impactos en la salud y economía de su burbuja de relaciones y de su comunidad en general.
c.- El balance cognitivo de lo que se pierde es mayor de lo que se gana al incorporar un hábito preventivo. Algunos piensan que es mejor contagiarse que morir de hambre o líderes de opinión que sostienen que la salud pública es una decisión personal y el Estado no debe meterse en la libertad individual. Este discurso se presenta como bipolar, la economía personal o el contagio.
d.- La percepción de que la prevención es ineficaz. Se suele escuchar que de nada sirve la protección, que la mayoría va a contagiarse de una y otra manera, mejor contagiarse ahora y ser inmune que después.
e.- Los beneficios del comportamiento preventivo no son inmediatos. Algunos jóvenes acostumbrados a los retornos inmediatos (gratificaciones) de la conducta infractora prefieren las satisfacciones tangibles, placenteras, hedonistas y sensaciones de libertad a adoptar medidas preventivas que les acarrea limitaciones y restricciones en el corto plazo.
f.- La información imprecisa sobre los hábitos deseables debilita la eficacia del comportamiento preventivo. La alta incertidumbre sobre la forma de contagio, su permanencia en la superficie, sus vectores de transmisión, que sumadas a la proliferación de recomendaciones preventivas fue realmente caótica y desordenada. No se desarrolló protocolos que se adaptaran a las condiciones de vida de los diferentes grupos sociales, étnicos, económicos o culturales.
g.- Las barreras materiales y económicas limitan la adopción de comportamientos preventivos. La falta de refrigeradoras, la informalidad económica, el hacinamiento crean condiciones (aunque no determinan) difíciles para incorporar los hábitos, toda vez que la campaña informativa gubernamental y de los medios no adaptaba las recomendaciones a situaciones de pobreza o escases de recursos.
e.- La opacidad de los vectores de la transmisión crea una sensación de falsa seguridad. Cuando las epidemias o adicciones son tangibles como un cigarro, las heces o tener sexo, existe una trazabilidad del lugar, del tiempo y del agente de la contaminación, por tanto, el riesgo y el contagio es objetivable. En esta Pandemia, es imposible responder con precisión cuándo, cómo y de quién uno se contagió (a menos que haya sido contagiado por el familiar con quien vive), por ello se relaja la alerta y se descuidan las medidas preventivas.
En resumen, existen diferentes discursos y barreras que impiden la adopción de medidas preventivas o que sean insuficientes o poco eficaces. Estos discursos y barreras serán más arraigados en una población más que en otra, o serán más difíciles de revertir en poblaciones con barreras materiales que además tengan discursos contrarios a la prevención, que es el caso peruano.
La experiencia internacional para abordar las epidemias nos dice que la vía es la combinación de medidas de salud pública con intensas campañas de comunicación para cambiar los hábitos que ponen en riesgo a las personas. Al inicio de la epidemia, ha sido sumamente difícil desarrollar una campaña debido a la cuarentena y al escaso conocimiento que se tenía del virus. No es que no haya habido información, al contrario, hubo una multiplicidad de información de medios, redes sociales y empresas, pero esta ha sido imprecisa, desordenada y muy poco adaptada a nuestra realidad. Si entendemos la comunicación como un proceso de dialogo con los discursos y hábitos de las poblaciones, entonces, eso lo que más faltó al inicio de la Pandemia en el Perú.
La pandemia nos despertó del sueño de un país emprendedor capaz de todo y nos mostró que detrás del mostrador estaba un Estado con los pantalones abajo. Lo mismo pasa con las capacidades del Estado para comunicar en momentos de crisis: Sin redes nacionales, sin equipos de producción, sin franjas gratuitas para las emergencias en los medios privados, sin equipos de comunicadores especializados, pero eso sí, muchos relacionistas públicos sacando lustre a la imagen de los funcionarios de turno.
Ahora, en el periodo de apertura, existen más recursos disponibles, organizaciones sociales, voluntarios, redes de comunicadores populares, etc., que facilitan el desarrollo de estrategias comunicativas preventivas más específicas, dirigidas a grupos sociales precisos que adapten las narrativas preventivas a las condiciones de vida particulares de pueblos indígenas, de vendedores de puestos de mercado, de amas de casa de pobreza extrema, etc.
Es evidente que no basta en discursos relacionar el virus con la muerte. La epidemia del SIDA y las campañas contra el tabaquismo y las drogas demostraron que los discursos catastrofistas saturan y con el tiempo bloquean el cambio de comportamientos. Afortunadamente se están activando redes regionales, juntas vecinales, radios educativas, parlantes de los mercados, etc. Lo que hace falta es desarrollar una estrategia comunicativa que dialogue con cada una de estas barreras y discursos que mejore la adopción de hábitos preventivos ahora que más los necesitamos.
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