Las ollas contra el hambre: ¿cómo se combate la crisis alimentaria provocada por la pandemia?

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Son las 5 y 30 de la mañana, Francisca sale de casa esperando que el frío del sereno termine por despertarla. Es un nuevo día, y aunque la luz de la mañana aún sigue tímida, debe volver a una jornada que viene realizando desde hace casi dos meses. Junto con Clotilde, su vecina, comparten la tarea de preparar el desayuno para quince familias en Halcón Sagrado, el asentamiento humano donde viven en San Juan de Miraflores. Avena, mate y pan —si es que lo hubiera— conforman el desayuno del día. A las 7 de la mañana ya están corriendo la voz para que un miembro de cada familia se acerque por turnos a recoger su porción. Una coreografía repasada durante semanas les ha brindado un orden necesario para mantener en lo posible el distanciamiento físico.

El trabajo de reparto termina cerca de las 9 de la mañana. Una vez lavados los implementos de cocina, Francisca y su compañera pueden tomar un corto respiro. Muy corto, nomás, deben empezar la preparación del almuerzo.

Durante la pandemia provocada por la COVID-19, se ha visibilizado la fragilidad económica de las familias de los sectores en condición de pobreza y pobreza extrema en el Perú. A estos sectores, que lograron subsistir la primera etapa de la cuarentena a duras penas, se les volvió insostenible su situación económica a causa de la prolongación de la emergencia sanitaria. Les resultó imposible generar ingresos normales, o por lo menos trabajar. Frente a esta situación, muchas familias acudieron a diferentes estrategias para mitigar algunos de sus problemas. Es el caso de las familias que conforman algunos asentamientos humanos de San Juan de Miraflores y Villa María del Triunfo, quienes, ante la incapacidad de satisfacer su alimentación por cuenta propia, han tenido que recurrir al apoyo colectivo formando ollas comunes.

Ya avanza la mañana, y a Francisca y su compañera se les suma otra vecina. Es hora de preparar el almuerzo. En un emplazamiento al aire libre, donde alguna vez se sostenía el local comunal ahora derruido por el abandono, empiezan a hacer un recuento del inventario de los insumos para el día. Le echan un vistazo a las verduras y las bolsas de arroz para decidir qué comida preparar. Con un ojo adiestrado calculan las raciones que obtendrán. No es suficiente, piensa Francisca. Se necesitan diez papas y tres tazas de arroz para que alcance. Coordina con las cocineras para pedirles a las familias un poco de cada cosa y completar los víveres.

Francisca nos cuenta que han acordado cobrar un sol por menú para poder comprar los insumos necesarios. Pero dentro de esta dinámica, existe un grupo de la población —conformado mayoritariamente por adultos mayores— que debido a condiciones de abandono no pueden cubrir la cuota. No importa. Las familias de la olla común han decidido subvencionar sus alimentos.

El Gobierno ha promovido una serie de subsidios económicos para mitigar las consecuencias del cese laboral de miles de peruanos. Primero fue el Bono Yo Me Quedo en Casa, dirigido a la población en estado de pobreza y pobreza extrema. Luego el Bono Independiente, dirigido a trabajadores y trabajadoras independientes, en situación de vulnerabilidad. Finalmente el Bono Familiar Universal, dirigido a los hogares vulnerables que aún no habían sido beneficiados con los anteriores bonos.

Pero estos subsidios apenas han podido cubrir, y deficientemente, las necesidades de las familias. Esto nos corrobora Vilma, vecina de la agrupación de familias de Nueva Vista de Villa María del Triunfo, quien recibió un bono que resultó insuficiente para que su familia pueda sostenerse todo este tiempo de confinamiento. Nos cuenta que ni siquiera todos sus vecinos lo han recibido, existiendo muchas personas vulnerables quienes lo necesitaban. Por ello, decidieron organizarse y vencer juntos el hambre.

Vilma desde inicios de mayo también participa en una olla común. Pero, a diferencia de Francisca, su olla se encuentra dirigida específicamente a menores de edad y adultos mayores, por considerarlos una población de mayor riesgo. Allí solo se tiene que donar un sol cada vez que el balón de gas se acaba, y los insumos son adquiridos por medio de donaciones. Ella nos comenta que su olla beneficia a otros dos asentamientos humanos, atendiendo un total de 250 personas, aproximadamente.

Los municipios, al no trabajar en conjunto con las organizaciones de base, perdieron el vínculo con la situación real. Esto ha impedido que haya una mejor distribución de los recursos a la población objetivo.

Para los miembros de esta olla común, la higiene es fundamental. Una vez dentro del local comunal donde se preparan los alimentos, nadie usa el celular. Lo que sí se tiene que usar, y obligatoriamente, son las mascarillas. ¿Y cómo hacen para distribuir los alimentos desde la cocina?

—No entran —nos cuenta Vilma—. Solo uno recibe las ollitas y afuera esperan. Adentro no pasan.

            Para Vilma ha sido difícil mantener la organización. Depender de donativos complica la continuidad de la olla común. Cuando le preguntamos si existen otros canales de apoyo que tengan, nos dice:

—La ayuda difícil llega. Por ejemplo, ahorita creo que llegó un apoyo, allá abajo en Buenavista. Pero ahora que hay neblina es peor. Ya no llega nada. A veces, por intermedio de conocidos, alguito cae. Justamente hay un vecino que con su hermano participan en una iglesia y les dieron a todos una bolsita de víveres. Y con eso, parece mentira, nos saca del apuro. Y así estamos —termina de contarnos Vilma con preocupación.

            Ella nos comenta que al dificultarse el apoyo, sobre todo porque viven en zonas de altura, tienen que caminar para buscar alimentos. Vilma lo hace, aunque sufre de asma, molestias en la columna y artrosis. “Y como camino mucho, empeoro”, se lamenta. A pesar de ello, Vilma y sus compañeras de olla común no se rinden. Siguen buscando constantemente, y de la forma más optimista, aunque la incertidumbre de lo que suceda mañana siempre esté presente:

            —Uno no sabe nada. Ahorita dicen un mes, pero de repente aumentan la cuarentena. Uno no sabe nada —afirma Vilma.

            El Gobierno destinó un monto económico a las municipalidades para el reparto de canastas básicas familiares a población en condición de vulnerabilidad. Pero sin un registro real del universo de esta población, muchas familias quedaron esperando su canasta. Esto deja en evidencia la desvinculación que existe entre los municipios y los asentamientos humanos, además de un desinterés por su población. Así lo afirma también Mayrene, otra dirigente de la olla:

 —El municipio no se acerca porque no conoce. Nunca ha venido a esta parte de acá. No conocemos al alcalde. Hemos solicitado audiencias, pero nunca nos dan. Siempre nos niegan: “No se puede o para tal fecha”. Y llegada la fecha no nos atendían. Hasta que vino la pandemia de COVID.

            El papel de las mujeres en las ollas comunes va más allá de la función de cocinar. Ellas buscan construir un largo camino de fortalecimiento comunitario, tras décadas de abandono, y que también les permite seguir avanzando en lo personal. Estas mujeres son muestras claras de un reimpulso de participación como ciudadanas, que en medio de esta crisis vuelve a surgir, y que muestra claros indicios de generar una acción continua que quiere trascender el actual contexto. En esta crisis, las ollas comunes pueden generar nuevos espacios políticos y sociales que permitan a las mujeres ir más allá del rol tradicional dentro del hogar y abrirse paso a un papel más protagónico en su comunidad.

Esto lo intuye Francisca, quien con esta nueva experiencia aprende día a día sobre liderazgo comunitario. Ella trata de mantener siempre contacto con las dirigentes de otras ollas comunes para alimentarse de sus experiencias. Busca también enterarse de alguna institución pública o privada que las pueda apoyar en sus actividades. A estas formas de empoderamiento de nuevos actores femeninos se suma un proceso que busca incrementar una mayor participación de las asociaciones, en donde ellas son quienes toman las decisiones. Activar estos colectivos resulta importante para la comunidad, pero también para las personas individualmente.

Este ha sido el caso de Mayrene, quien desde que llegó al asentamiento humano Emilio Ponce, en Villa María del Triunfo, hace catorce años, no ha dejado de participar activamente en los cargos de su asociación:

            —Recién llegando acá, asumo la dirigencia. Cuando vivía en Surquillo, todo lo hacía en mi casa: queques, galletas, compraba retacitos y hacía sábanas. En cambio, ni bien llegué a Emilio Ponce participé. Noté mucho abuso por parte de la directiva. A los vecinos se les coaccionaba, amenazándolos con desalojarlos si es que no daban dinero.

            Ante este descontrol, siente que su rol ha sido activo a fin de mejorar la situación. Para ella, conocer la realidad de su comunidad es una responsabilidad que la lleva a organizarse y buscar soluciones. Y más aún ahora, con un evento como la pandemia:

            —Las familias no tenían nada que comer. Una señora vendía bolsas en Ciudad de Dios, pero con diez bolsas por un sol no se gana nada. Peor ahora, como está la situación, es más difícil.

            Mayrene nos explica que su olla común beneficia a 100 personas de varias asociaciones de alrededor. Cobran un sol cincuenta por menú a las familias que pueden pagar y atienden de manera gratuita a cincuenta personas, entre “adultos mayores, personas con discapacidad y los casos sociales”. Los niños y niñas que ayudan en la recolección de leña o en la repartición se ganan un almuerzo.

            —Nosotros vendemos el almuerzo a un precio cómodo, porque sabemos que no hay plata. Entre 20 a 25 platos se venden. Así colaboramos, estamos tratando de organizarnos y compartir. El arroz, el manan pack,[1] lo estamos utilizando, y también la carne molida. El pollo nos están dejando a 10 soles. La vecina que vende verduras nos está dando a un precio más cómodo también. El alcalde de Malvas puso un carro para que los paisanos manden sus encomiendas acá a Lima y aproveché para que me traigan eucalipto. Eso les hemos llevado a los abuelitos. A Aurora, la dirigente de la olla de Buenavista, le donamos un saco de papas, porque no tenían nada que cocinar. Un paisano me dijo que me podía apoyar con 10 kilos de arroz; le di 5 kilos a Aurora. Ya ellas veían qué preparar.

            Cuando dan las 6 y 30 de la tarde y la noche empieza a ganar terreno, Mayrene recién puede regresar a casa después de un largo trajinar. Acaba de descender de las zonas más alejadas de San Juan de Miraflores y Villa María del Triunfo. Junto con una vecina y algunos niños fueron a llevar comida a algunos pobladores con discapacidad y adultos mayores. Abandonados a su suerte, el apoyo de su olla lo significa todo.

Tanto Mayrene como Francisca y Vilma entienden que solas no podrán superar esta situación. Por ello, no han escatimado esfuerzos para mantener sus ollas. Ven necesario consolidar estas acciones y trabajar en cooperación con las instituciones, sean públicas o privadas. Ellas, al igual que sus compañeras de organización, están decididas a formar comedores populares. Saben que la crisis no termina cuando se levanta la cuarentena y que aún hay mucho camino por recorrer antes de empezar a mejorar su situación.

†††

El resurgimiento de las ollas comunes se ha producido no solo como una solución práctica ante el fenómeno del hambre, sino que también representa una demanda pública y un reclamo a viva voz de que las cosas no andan bien en el país. Y desde hace tiempo. Las ollas comunes visibilizan la ineficacia de las medidas sociales por parte del Gobierno. Peor aún, la crisis del modelo de un Estado asistencialista y de su falsa promesa de un desarrollo que algún día llegaría a los más pobres.

Y en general esta crisis arrastra todos los niveles del Estado. Los municipios, al no trabajar en conjunto con las organizaciones de base, perdieron el vínculo con la situación real. Esto ha impedido que haya una mejor distribución de los recursos a la población objetivo. Aquí se genera una percepción de la ausencia o vacío del Estado. Distancia mucho más marcada con los casos de corrupción siempre presentes.

No obstante, la crisis múltiple apremia y exige una respuesta rápida del Estado. Las políticas de Gobierno, a través de los municipios, deberían enfocarse en trabajar en conjunto con estas organizaciones y otorgarles una legitimidad formal y de facto. Esto, por supuesto, tiene que ir de la mano con la provisión de recursos, tanto alimentarios como sanitarios, así como un monitoreo de los posibles contagios. Se tiene que reforzar el trabajo de los comedores populares y facilitar la habilitación de nuevos comedores, provenientes de ollas comunes, para atender a la demanda alimentaria que se mantendrá durante varios meses.

El distanciamiento físico es un lujo que no pueden darse a sí mismas las poblaciones más pobres en el Perú. En realidad, ha visibilizado las desigualdades sociales y económicas, así como la concentración del poder en nuestro país. Sin embargo, con los casos que hemos visto, podemos decir que en pocos lugares existe mayor riqueza humana que las producidas por los lazos que ponen en pie a las ollas comunes. Y es que en estas organizaciones existe un nicho de solidaridad y reconocimiento vecinal que va más allá de satisfacer una necesidad básica, aunque esta sea su fin primordial. Allí también resulta importante destacar la participación femenina. Mujeres que lideran, organizan, coordinan y buscan soluciones en medio de una crisis. Mujeres que en este contexto toman espacios para la acción social y política, con un rostro verdaderamente humano.

Al cierre de este escrito, en el Perú se han registrado cerca de 300 mil casos de COVID-19, ocupando el sexto lugar en infectados a nivel mundial. En Lima Metropolitana, San Juan de Miraflores y Villa María del Triunfo se encuentran entre los diez distritos con más contagios. Y en estas circunstancias, millones de personas se han quedado sin trabajo, con un nivel de vida encarecido, sumado al miedo del contagio por la enfermedad. Pero, hasta el momento, ante la incertidumbre del mañana, en el día a día, la olla común seguirá satisfaciendo un apremiante e inmediato problema para los más vulnerables: el hambre.

[*] Queremos darle un agradecimiento especial a Aldo Pecho Gonzáles por la revisión y edición del texto, y también a las compañeras de Manos a la Olla, colectivo involucrado en brindarles apoyo a quienes forman parte de esta historia. Sus actividades pueden encontrarlas en: www.facebook.com/manosalolla2020/.

[1] Es un alimento deshidratado.

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