Testimonio migrante: Venezuela para un peruano retornado

Escrito por Crédito de imagen: www.dw.com

La migración venezolana hacia otros países quizá sea el éxodo humano mejor documentado en la historia de nuestra región. En los últimos años, Perú se ha convertido en uno de los mayores receptores de este desplazamiento humano[1] y el impacto en lo económico y el choque cultural se han hecho notar en el país. Mucho se ha escrito sobre esto, pero poco se sabe de los peruanos y peruanas, y de sus hijos e hijas, que también vinieron con esta oleada. Yo soy uno de ellos: un peruano que vivió más de una década en ese país caribeño. Allí trabajé, estudié en la universidad y llegué a casarme con una ciudadana venezolana. En ese lapso pude presenciar lo convulsionado, lo complejo y en lo que se fue convirtiendo Venezuela desde el segundo gobierno de Hugo Chávez hasta el inicio del segundo mandato de Nicolás Maduro.

En las próximas líneas escribiré sobre la Venezuela que llegué a conocer, la que dejé hace poco y la que volví a encontrar, pero esta vez en Lima.

La Venezuela que conocí

Aún recuerdo la fecha: fue el 11 de junio del 2007, durante una muy fría madrugada limeña, cuando me tocó partir a Venezuela. Decidí irme a ese país para buscar nuevas oportunidades, como millones de peruanos lo han hecho. No había podido ingresar a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, estaba decepcionado conmigo mismo y económicamente no andaba muy bien. Lo que apenas sabía sobre Venezuela era lo que los medios me habían contado —“fraudes electorales”, “autoritarismo”, “socialismo”, “dictadura”—, y eso me generaba una especie de incertidumbre, pero también ganas de conocer ese país. Tampoco era consciente de que en ese momento estaba ingresando a la lista de los 3 millones de peruanos que viven en el extranjero hasta el día de hoy.[2]

            Arribé a Caracas, una ciudad tan bella como anárquica, donde conocí a la Venezuela de los dos tipos de cambio —por ese tiempo, un dólar podría equivaler 2600 bolívares (cambio oficial) o 4100 bolívares (cambio paralelo)—. También conocí sus barrios populares, debido a que mi primer empleo quedaba en un mercado de la zona sur de la capital,[3] donde el rubro textil era el que preponderaba. Digamos, una especie de Gamarra, copado en su mayoría por extranjeros, entre ellos peruanos que pudieron surgir económicamente. Allí el algodón de nuestra tierra era muy apreciado; muchos querían tener una prenda importada de Perú. Pude observar además el gran poder adquisitivo y consumista del venezolano, producto de la bonanza petrolera, aunque al final solo se sostuviera en una burbuja económica de bienestar. Actualmente, de estas tiendas solo quedan muy pocos vendedores foráneos, ya que la gran mayoría regresó a sus países. La crisis económica destruyó el mercado.

En estos primeros años, mi entorno solo era de la comunidad peruana; trabajaba y vivía con compatriotas. En ese compartir intentábamos revivir parte de nuestra cultura, sus sabores y olores, aunque me daba cuenta de que caíamos en el etnocentrismo pensando que nuestros saberes tradicionales eran mejores que los del país que nos estaba albergando. Algo natural en muchos migrantes, claro. Pero también era consciente de que pasaban los años y sabía muy poco sobre Venezuela.

Comencé a conocer realmente a este país a raíz de mi ingreso a la Universidad Central de Venezuela, en la carrera de Antropología. Fue una gran oportunidad que se me presentó de estudiar de manera prácticamente gratuita y en la principal casa de estudios. Ya no tenía sentido volver al Perú en un futuro cercano, a donde pensaba regresar para prepararme académicamente una vez juntase el dinero suficiente para tener estabilidad económica.

En la universidad pude ver más de cerca la problemática del país. Una de las primeras cosas que me impresionaron fue la inconmensurable polarización política —presente hasta para entablar amistad dentro de la casa de estudios— y las protestas estudiantiles de ambos bandos, tanto oficialistas como opositores. En las conversaciones sobre lo que estaba pasando en Venezuela y las interminables tertulias antropológicas, casi siempre acompañadas con un café o una cerveza, encontré grandes amigos y posteriormente al amor de mi vida. Así me fui encariñando con esta nación caribeña.

Parece que se vienen días aún más complejos para los venezolanos retornados: el gobierno de Maduro no se da abasto para alojarlos en los albergues, los actos de estigmatización recibidos por parte de funcionarios continúan y los exponen a prácticas discriminatorias, y son utilizados políticamente por el régimen como una lección para quienes se quedaron en Venezuela.

En la Escuela de Antropología pude notar a la Venezuela de todos los colores, de diferentes estratos socioeconómicos y diversos pensamientos políticos. Conocí a estudiantes que provenían de recónditas regiones del país, desde los más altos cerros caraqueños, los que recibían subsidio del Estado cada quincena, hasta los que frecuentaban clubes muy exclusivos y pasaban vacaciones en Miami. Definitivamente encontré a Venezuela condensada en un pequeño puñado de aulas. Igualmente fui observador privilegiado de su mesianismo, de esa necesidad de “salvación” de la mayoría —una de las razones de las constantes apariciones mediáticas, tanto de Chávez como de los diferentes líderes opositores—; también de su picardía, como lo retrata muy bien Axel Capriles, y de su buen humor a pesar de las adversidades. Y presencié cómo muchos estudiantes, tanto opositores como oficialistas, se enfrascaban en eternas peleas, mientras sus líderes negociaban —y hasta hoy negocian— a sus espaldas.

Esa era la Universidad Central de Venezuela. Esta bella casa de estudios ha sido fiel reflejo del deterioro del país, donde el ausentismo del estudiantado y de los profesores, producto de la migración, se convertía en lo común. La universidad se encontraba, por temporadas, paralizada incluso antes de la llegada de la COVID-19.

            En las aulas de mi escuela también conocí la antropología forense, una de mis vocaciones, y en esa búsqueda de aprender más de esta especialidad me admitieron como pasante en el Servicio Nacional de Medicina y Ciencias Forenses (SENAMECF) de Caracas, mejor conocido como la Morgue de Bello Monte. Allí encontré a la Venezuela de las muertes violentas, aquella que solo veía a través de las crónicas policiales. Los primeros días me resultó impresionante ver los charcos de sangre que se formaban en la sala de autopsia. Tantos cuerpos uno encima de otro sin que las cámaras refrigerantes se dieran abasto, y tantos restos en diversos estados de descomposición, como esqueletizados. Ver un cadáver licuefacto de manera frecuente, o uno totalmente acribillado, llegó a ser parte de mi vida por más de dos años.

En el tiempo que estuve en la morgue, que fueron los últimos años de mi estadía, aparte de cultivarme en la práctica forense, también pude conocer de primera mano la gran cantidad de muertes violentas que existían en el país. Venezuela tiene la tasa de homicidios más alta de Suramérica, y la segunda en Latinoamérica —57 homicidios por cada 100 mil habitantes—,[4] quizá producto de la crisis que vive en todos sus ámbitos. Asimismo, pude darme cuenta de que existen muchas personas buscando a sus familiares desaparecidos por diversos motivos: conflictos con las fuerzas del orden, problemas con bandas criminales, personas con problemas mentales, entre otros. La cifra de desaparecidos nadie la sabe, pero definitivamente será una de las problemáticas que se abordarán una vez el régimen chavista deje el poder. Si es que eso ocurriera algún día.

En esa más de una década que estuve en Venezuela, pude darme cuenta de que el petróleo ha sido parte del paisaje cultural y, por supuesto, eje de su vida económica, de modo que toda planificación estatal ha partido de su explotación y le ha dado sentido entero al país. Por su parte, Chávez supo capitalizar políticamente a su favor los picos históricos del crudo, pero a la vez tuvo una mediocre planificación del Estado, junto con un populismo nauseabundo. El gasto público fue exorbitante, de un consumismo exagerado que desdibujó los límites sin medir las consecuencias que los venezolanos ahora están pagando. Y si a eso le sumamos una inexistente fiscalización, instituciones estructuralmente débiles, improvisación, control de la economía y bloqueo comercial, además de la carencia de ideas en la oposición, el revanchismo y el “tumbar al gobierno porque sí”, todo esto se convirtió en el combustible propicio para que estalle la gran llamarada que vive actualmente el país caribeño. Crisis y descontrol total.

La Venezuela que dejé

En octubre del 2019 me tocó pegar la vuelta a Lima. Fueron muchas experiencias y logros adquiridos. Ya era un antropólogo titulado y contraje matrimonio con una caraqueña, a quien conocí unos años atrás y se convirtió en el amor de mi vida. Pero era tiempo de regresar a casa. La necesidad lo exigía.

La Venezuela que dejé fue un país con la peor crisis política, social y económica de su historia. La gente empezaba a huir, apostándose en las fronteras, lo cual pude presenciar en el 2018, durante un viaje que hice a Colombia. Peor aún, Nicolás Maduro se mantuvo en el poder ganando unas elecciones con muchas irregularidades, mientras que “otro” fantoche —Juan Guaidó— se autoproclamaba presidente, convirtiéndose ambos en piedras en el zapato para la salida a esta crisis. Dejaba un país en donde no está garantizado el acceso a los servicios básicos de manera permanente —suministro de agua, luz y gas—, y ni hablar del acceso a los medicamentos o la comida. Uno donde, a mi partida, el dólar llegó a cotizarse a 20 mil o 2 mil millones de bolívares si no se hacía ninguna reconversión monetaria.[5]

Dejé atrás un país donde las familias se separan en busca de una mejor vida en otros lugares —la Venezuela del éxodo—, después de haber sido receptora de migrantes como yo durante años. Pero había algo peor que dejaba: un país que había normalizado su crisis, como ocurría en una gran parte de las personas que se quedaban. Creo que esto ha sido lo más efectivo que ha hecho el chavismo para seguir en el poder: socavar la esperanza, jugar con la dignidad de las personas y ejercer un inaceptable control social que atenta contra los derechos humanos.

La Venezuela que volví a encontrar

La Venezuela que volví a encontrar fue la que hallé en Lima, con sus miles de migrantes venezolanos, hospedados en su mayoría en las zonas populares[6]. Estos compatriotas —lo son, porque así también lo siento— han soportado los diversos cambios de la política migratoria peruana: desde la migración “a puertas abiertas” de Kuczynski hasta la “criminalización” de Vizcarra, así como una actitud cambiante en la sociedad, producto de sus prejuicios y mitos, y de la desidia en políticas de integración: desde una inicial hospitalidad hasta la discriminación y las manifestaciones xenofóbicas. También la comunidad venezolana ha tenido que tolerar sueldos inferiores al que reciben los peruanos en promedio y la irremediable opción de formar parte del sector informal,[7] como la mayoría de sectores populares en el país, soportando sus precarios o nulos derechos laborales.

A mi llegada esperaba que las barbaridades que se suelen leer en las redes sociales contra los migrantes fuesen solo porque este medio dio “voz” a muchas legiones de estultos. Sin embargo, desde un inicio pude percibir comentarios cargados de recelos, quimeras y discriminación en las calles, y no han tenido tregua durante la cuarentena.

Esta migración, al ser tan masiva y pobre, los pone en un estado de vulnerabilidad e indefensión muy delicado. Y en ese contexto llegó la pandemia de la COVID-19, agravando todo y envolviendo a esta oleada humana en una tragedia dentro de una tragedia. Esta pandemia no solo ha traído problemas de salud y económicos para los peruanos, sino que ha exacerbado las vulnerabilidades de los migrantes. Ellos llegaron al Perú por una mejor calidad de vida, algo que en su país se ha convertido en algo utópico para la mayoría. No obstante, la realidad dio otra cara, y ante una situación que ya se ha vuelto insostenible, muchos migrantes venezolanos han decidido emprender el camino de regreso a su país. Así empieza una nueva e interminable caminata de retorno, como ya se viene observando.

Hace unas semanas pude enterarme, a través de los noticieros de televisión, que decenas de venezolanos estaban en los exteriores de su embajada solicitando vuelos humanitarios de regreso. Maduro anunciaba que se ponía en práctica el Plan Vuelve a la Patria.[8] La razón es evidente: los migrantes ya no cuentan con recursos para seguir en el Perú debido a que por la pandemia y las medidas de cuarentena perdieron sus trabajos. Esta exigencia se convirtió en una protesta frente a la embajada, generando una trifulca con las fuerzas del orden. En ese alboroto con la policía, una ciudadana venezolana declaró frente a las cámaras algo que me fue muy revelador:

“Nos encontramos acá simplemente pidiéndole al gobierno venezolano y peruano que nos ayuden a retornar a nuestro país. Sabemos y tenemos conocimiento de que el presidente Maduro desde Venezuela envió unos aviones para retornar […]. Nosotros aquí aprendimos a trabajar más de lo que sabíamos, a esforzarnos más por lo que queremos y necesitamos. Nosotros al llegar a Venezuela sabemos que de hambre no nos moriremos. Cometimos un error, que fue no luchar en nuestro país. Hoy vamos preparados para luchar por nosotros, por nuestros hijos y por nuestro país”.[9]

Esas últimas palabras, que guardan relación con una exclamación poética, me generaron muchas preguntas, dudas y reflexiones. Parece incomprensible entender un retorno sabiendo lo que están pasando la mayoría de los venezolanos en su país. Me hace pensar en una víctima de violencia sintiéndose culpable por haber denunciado a su agresor, o pidiendo perdón por haberse ido de la casa donde fue violentada, y a la que se ve forzada a regresar por no contar con ninguna otra opción.

En ese sentido, también me pongo a pensar aquello por lo que suele pasar el migrante al partir. El que se ha embarcado alguna vez en esa gran aventura que es migrar suele someterse al estrés de dejar su lugar de origen y adaptarse a una nueva cultura, experimentar viajes agotadores, la soledad, la preocupación por el estatus migratorio y la incertidumbre de hasta cuándo podemos quedarnos, además de saber del duelo de las familias por su ausencia. Y si a eso le sumamos en este momento el contexto de la COVID-19 —problemas de salud, económicos y desempleo—, la discriminación vivida y el sueño trunco de unificar la familia fragmentada o la nostalgia de la tierra, se entiende que la mejor opción para muchos venezolanos es retornar.

Pareciese que este retorno masivo es cuestión de una apertura permanente de las fronteras. En contexto de pandemia esto no sucede así, claro, por lo que tienen que sortear mil problemas y peligros por los pasos fronterizos clandestinos. Y, por si no fuera poco, hacerse también una inquietante pregunta sobre su regreso: ¿cómo serán recibidos?

El régimen venezolano dispuso espacios temporales de albergue o “puntos de alojamiento social integral” —como oficialmente los denominaron—, para que las personas que retornaron puedan pasar cuarentena antes de que se desplacen a sus ciudades. En ese contexto, los vecinos de Táchira, una de las principales ciudades de paso para los migrantes, soldaron los portones de varias de sus escuelas por temor a que estas sean utilizadas para ese fin y esto conlleve a la propagación de la COVID-19 en su localidad.[10] Miedo y rechazo en su propio país.

Allí no termina el calvario. También se han visto expresiones contra los ciudadanos retornados, calificándolos de “fascistas y golpistas”, o llegar a preguntarse si existe un “karma o rueda del tiempo” contra ellos por haber dejado el país. Así lo han hecho la ministra de Asuntos Penitenciarios, Iris Valera,[11] y el fiscal general de Venezuela, Tarek Wiliam Saab.[12] Posteriormente, un funcionario del estado Zulia —uno de los estados fronterizos con Colombia— declaró que existe una operación para contaminar a Venezuela desde Colombia a través de los migrantes retornados, a los que calificó de “armas biológicas”. Y mencionó que irán a buscar a los que no pasaron por los procesos migratorios regulares, para que pasen cuarentena en una celda, por violación a la ley migratoria.[13]

Ante esta situación, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) se ha pronunciado respecto a las expresiones de los funcionarios venezolanos que exacerban el ánimo discriminatorio contra los migrantes retornados:

La CIDH rechaza categóricamente declaraciones estigmatizaste de altos funcionarios de gobierno hacia personas migrantes que retornen al país por COVID-19, a quienes han tildado de “oportunistas”, “apátridas” y “traidores”, entre otros.[14]

A pesar de esto, el proceso continúa y es masivo. En Colombia, cientos de venezolanos provenientes de ese país, y otros más del sur —como Ecuador o Perú—, en su intento de volver a casa se han ido desplazando hacia el Puente Internacional Simón Bolívar —principal vía fronteriza entre ambos países—, a la espera de que las autoridades venezolanas les permitan pasar. Sin embargo, solo se permite que 300 venezolanos puedan retornar de manera diaria, produciendo un cuello de botella migratorio.[15] La actual retención contrasta con la información proporcionada por Migración Colombia, quien precisa que desde el 14 de marzo hasta el 28 de mayo alrededor de 68 mil venezolanos habían retornado a su país.[16]

Parece que se vienen días aún más complejos para los venezolanos retornados: el gobierno de Maduro no se da abasto para alojarlos en los albergues, los actos de estigmatización recibidos por parte de funcionarios continúan y los exponen a prácticas discriminatorias, y son utilizados políticamente por el régimen como una lección para quienes se quedaron en Venezuela. Tal situación se agrava si tomamos en cuenta que en las últimas semanas se ha presentado una escasez de gasolina que agudiza la ya deteriorada situación, y ni hablar de la galopante inflación que continúa, con un dólar fluctuante y por las nubes con respecto al bolívar.

Me hubiera gustado que este testimonio terminara en algo esperanzador para mis hermanos y hermanas venezolanos. Solo me queda esperar que sus capacidades y habilidades resilientes, muy bien adquiridas en los últimos años, sigan adaptándose.

– o –

[1] A comienzos del 2020, datos de la Superintendencia Nacional de Migraciones muestra que el Perú acoge alrededor de 860 mil migrantes venezolanos.

[2] Según un informe del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) entre los años 1990-2017, existen 3 089 183 peruanos que migraron fuera del país y no han retornado.

[3] Este mercado caraqueño es mejor conocido como El Cementerio, debido a que al finalizar la calle principal que conduce a la feria se encuentra el Cementerio General del Sur.

[4] En el 2019, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) publicó un informe titulado “Estudio mundial sobre el homicidio”, donde destacó que Venezuela —entre los años 1991-2017— tuvo el mayor incremento de homicidios en toda América, pasando de 13 a 56.8 muertes por cada 100 mil habitantes. Asimismo, mencionó que Caracas era la ciudad más violenta, con 122 casos por cada 100 mil habitantes.

[5] Venezuela ha tenido dos reconversiones monetarias desde la toma del poder del chavismo. La primera en el 2008 y la segunda en el 2018, donde le quitaron tres ceros y luego cinco ceros al Bolívar respectivamente, debido a la inflación galopante.

[6] En el 2018, un estudio del Organización Internacional para las Migraciones (OIM) informó que el 94.6% de los migrantes venezolanos se encontraban en Lima Metropolitana, ubicados en los siguientes distritos: el 10.9 % en los Olivos, 8.9 % en San Martin de Porres, 8.7 % en La Victoria, 5.5 % en Santiago de Surco, 5.2 % en San Juan de Miraflores, 4.9 % en Chorrillos, 4.8 % en San Juan de Lurigancho, 4.3 % en El Agustino y 4.1 % en Independencia. De manera uniforme, el 42% restante vivía en los otros 33 distritos y un 1% en las afueras de la ciudad.

[7] En el 2019, el INEI publicó los resultados de una encuesta realizada a la comunidad venezolana titulada Condiciones de vida de la población venezolana que reside en el Perú, donde algunos de los reveladores datos en el ámbito laboral mostraron lo siguiente:

[8] Twitter: @embaVEPerú (4 de mayo del 2020). Recuperado de: https://twitter.com/EmbajadaVzlaPer/status/1257369363763605511

[9] YouTube: Latina Noticias (12 de mayo del 2020), “Venezolanos llegaron a exteriores de embajada para exigir retornar a su país”. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=48Ubnhym8Xw.

[10] Web de noticias independiente El Pitazo (9 de abril del 2020) Táchira, Venezuela: “Tachirenses intentan impedir que escuelas sean refugios de migrantes retornados”. Recuperado de: https://elpitazo.net/los-andes/tachirenses-intentan-impedir-que-escuelas-sean-refugios-de-migrantes-retornados/.

[11] Twitter: María Iris Valera (15 de abril del 2020). Recuperado de: https://twitter.com/irisvarela/status/1250431700762386436.

[12] Twitter: Tarek Wiliam Saab (13 de abril del 2020). Recuperado de: https://twitter.com/tarekwiliamsaab/status/1249824326838255619?lang=es.

[13] Twitter: Gabriel Bastidas (21 de mayo del 2020). Recuperado de: https://twitter.com/Gbastidas/status/1263605024955006977.

[14] Twitter: CIDH-IACHR (17 de abril del 2020). Recuperado de: https://twitter.com/CIDH/status/1251157470044512259.

[15] Agencia EFE (1 de junio del 2020), Cúcuta, Colombia: “Unos 800 venezolanos atrapados en la frontera con Colombia al volver a su país”. Recuperado de: https://www.efe.com/efe/america/sociedad/unos-800-venezolanos-atrapados-en-la-frontera-con-colombia-al-volver-a-su-pais/20000013-4259802.

[16] Noticias-Migraciones Colombia (28 de mayo del 2020), Bogotá, Colombia: “Numero de venezolanos radicados en Colombia desciende por primera vez en 5 años”. Recuperado de: https://www.migracioncolombia.gov.co/noticias/1-informacion-general/27-oficinas/131-comunicaciones/132-sala-de-prensa/133-noticias/247-comunicados-2020/mayo-2020/numero-de-venezolanos-radicados-en-colombia-desciende-por-primera-vez-en-5-anos.

2 Comentarios sobre "Testimonio migrante: Venezuela para un peruano retornado"

  1. Carmen Rosa Cardoza | 14 julio 2020 en 20:25 | Responder

    Estimado Luis,
    Excelente crónica y al mismo tiempo dramático tu testimonio, de una realidad terrible que sufren los migrantes, tanto los que se quedan, como los retornantes y debido a un contexto de pandemia global, que nos ha colocado a todos en una situación de vulnerabilidad, sacando lo mejor y los peor de los seres humanos.
    Reconozco tus esfuerzos profesionales y te deseo mucha suerte en tus proyecto en Perú al lado de hermosa familia.
    Abrazo.
    Carmen Rosa Cardoza

  2. Emterio Leon Arone | 28 octubre 2020 en 04:12 | Responder

    Buen comentario pero con sesgo. Ni una palabra de uno de los factores de la crisis: EEUU (¿?)

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