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Crédito de imagen: Andina.peMás de 69, 000 peruanos y peruanas perdieron la vida en el Conflicto Armado Interno (CAI). Estas muertes expresaron varios escándalos, entre ellos: “la indolencia, la ineptitud y la indiferencia de quienes pudieron impedir esta catástrofe humanitaria y no lo hicieron”, dijo Salomón Lerner, en la entrega al país del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. A 20 años de concluido el CAI, otro episodio trágico vivimos en el país: el de la pandemia producida por el coronavirus (COVID19). En poco más de 5 meses, más de 27[1] mil peruanos y peruanas murieron por coronavirus oficialmente. Ante ello: ¿la indolencia, la ineptitud y la indiferencia se vuelven a repetir? ¿Qué lecciones debemos rememorar?
La CVR reveló que, durante el CAI, el 68% las personas que perdieron la vida, no terminaron el colegio. Este año, el informe del Sistema Informático Nacional de Defunciones (SINADEF) señaló también que, del total de fallecidos por muertes no violentas, el 58% tampoco terminó la educación secundaria. ¿Es la falta de educación una cruz en estas muertes que pudieron evitarse?
Pero no es lo único que parece repetirse, también regresan las mismas heridas. Una de ellas, es la angustia por no conocer la ubicación de miles de desparecidos ante un Estado indolente, que conociendo lo sucedido, no brinda información. Esa angustia regresa hoy: “Yo lo vi entrar caminando, lo trajeron porque se agitaba…” relató Lisbeth Saldarriaga, haciendo referencia a su padre, a quien vio, por última vez, ingresando al hospital Vitarte, pero días después, mediante un frío mensaje, le informaron que había muerto por COVID19. Ella no pudo ver su cuerpo ni despedirse de él. Lisbeth se preguntó ¿será el cuerpo de mi papá?, ¿cómo puedo hacer para comprobarlo? Llegó a pensar que su padre no había muerto porque en la Sala de Cuidados Intensivos había otro paciente con el mismo nombre, relata Milagros Salazar, periodista, quien también perdió a su padre y vivió la misma angustia. Milagros agrega en su crónica: aceptar la muerte de un padre sin poder despedirse de él, es una sensación que se parece al de una mutilación, a un robo en el que pides ayuda con desesperación y nadie te escucha.
En el Cerro San Cristóbal, barrio popular de Lima, la escena se repite: “me han llamado algunos vecinos para decirme que está viva, que la han visto por acá”, señala Andrés Núñez, sobrino de doña Eustasia, una anciana que murió por COVID19, pero cuyas cenizas no fueron entregadas a sus familiares. En este caso, que no es el único, no hubo ni cuerpo ni velorio, solo un silencio estatal que congela el alma.
Sin embargo, los silencios oficiales, de ayer y hoy, no pudieron con las memorias de la comunidad, de los jóvenes y de las mujeres porque estas brotan en el arte honesto de los humildes. Daniel Manrique[2], joven artista gráfico, en los murales del Cerro San Cristóbal, retrató con tizas a los vecinos que partieron víctimas del coronavirus que no pudieron ser despedidos. Una de las retratadas, fue doña Estausia o “Tachita”, como la llamaban en el barrio.
Así como Daniel, las mujeres de la organización Mama Quilla[3], en Huaycán, antes de la epidemia, reconstruyeron sus memorias sobre sus resistencias durante el CAI. Ellas, a través del arte de la costura, cocieron a mano sus memorias con retazos de telas logrando hermosas y coloridas arpilleras. Estas arpilleras hoy se exponen en el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM).
Tanto los murales y las arpilleras son vehículos de la memoria que se constituyen en resistencias frente al silencio oficial que cae sobre los olvidados de siempre. Son memorias compartidas, un entretejido de memorias individuales en diálogo con otras. Son luchas contra los olvidos y silencios que manipulan la memoria de lo vivido[4].
¿Qué aprendimos estos 20 años de concluido el CAI? Varias lecciones: una, es que el Estado debe brindar información a los familiares sobre la situación y ubicación de los peruanos, cuyos cuerpos están bajo su control; otras es la urgente necesidad de universalizar el acceso a una educación básica, gratuita y de calidad para todos; y por, último, que no debemos repetir la indiferencia, ante el dolor de muchos y muchas.
El sufrimiento de los familiares de las víctimas de la violencia política, y hoy de la pandemia por el COVID19, no fueron ni son sentidas como propias por muchas personas, pese “sentirse peruanos” y cantar “emocionados” el himno nacional en los campeonatos de fútbol. Tenemos la necesidad de superar la indiferencia y la indolencia ante quienes están más en riesgo frente al COVID19, cuidarnos para cuidarlos. No nos sumemos a la indolencia, la ineptitud y la indiferencia de quienes, pudiendo impedir estas catástrofes humanitarias, no lo hicieron.
(Revista Ideele N° 293. Agosto 2020).
[1] Cifra del Ministerio de Salud hechas públicas al 22 de agosto de 2020.
[2]Ver más en: https://www.facebook.com/watch/?v=680212219241002.
[3] Palomino, Raquel “Las memorias sobre la historia de Huaycán y el Conflicto Armado Interno en Investigación sobre la Situación de los Indocumentados en Huaycán, ASPEM, Lima 2008.
[4] Jelin, Elizabeth. “De qué hablamos cuando hablamos de memoria” en Los trabajos de la memoria, Siglo Veintiuno editores, España 2001. Cap.2.
Muy Interesante La Comparación.