En un cerrito, con mi celular y de madrugada

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Crédito de imagen: Agencia AFP

Para algunos estudiantes, un cerro, un celular como herramienta de estudio y una mala conexión, fueron las condiciones en las que cursaron el primer semestre universitario de este año. A ver si podemos hacer el ejercicio de imaginación que esto supone. Estoy aún de vacaciones en mi pueblo a pocos días de empezar el año académico, se establece la cuarentena debido a la pandemia mundial que afronta la humanidad y luego de unos días de “shock”, tal y como hizo el mundo entero, se decidió iniciar clases de manera remota. Por seguridad, he dejado mi computadora en el cuarto de pensión que alquilo en la ciudad donde estudio y solo cuento con mi celular. Debo emprender mis clases, allí donde estoy. En mi localidad la conexión es muy mala y por ello debo subir el cerro hasta “coger señal”. Es muy difícil hasta que me doy cuenta que de madrugada es más factible…

Puedo escribir varias páginas de dificultades como la descrita, reportadas por nuestros y nuestras estudiantes. Tal vez el caso que vivimos con más drama, fue el de un chico que decidió salir del campo en donde estaba con su familia e ir a otro pueblo, a la casa de un tío, porque allí sí tendría conexión. Para lograrlo caminó tres días. O tal vez otro que fue detenido por estar en la carretera, yendo al pueblo vecino a hacer la recarga de su celular. Tal vez no para todos fue así de duro, como en el caso de estudiantes becarios, algunos de los cuales quedaron aislados en sus cuartos de pensión lejos de su tierra, o padres y madres de familia que trabajan, pero decidieron culminar los estudios que dejaron truncos. Se preguntaron una y otra vez ¿cómo hacer si se decide trasladar la educación presencial a la pantalla si la mayoría de las veces no puedo entrar al zoom?, ¿cómo acceder a los libros que debo leer si son de muchas páginas y cuando bajo uno ya consumí mis megas y la nueva carga del teléfono implica caminar al pueblo vecino y eso no está permitido?, ¿cómo trabajar en equipo en cada trabajo grupal que debo hacer?, etc. Imaginen a los y las cachimbos que acaban de salir del sistema escolar. Imaginen a nuestros estudiantes con alguna discapacidad como invidencia o sordera o alguna condición como asperger con estudios solo por computadora.

Las instituciones tuvimos que organizarnos a la velocidad del rayo. Si bien los docentes tuvieron alrededor de 15 días para pasar al formato virtual sus cursos y en muchos casos ser capacitados y asesorados para hacerlo, las unidades y oficinas que brindamos servicios al alumnado nos pusimos en alerta roja.  Las líneas que escribo son un testimonio de lo que vivimos en la Oficina de Tutorías de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. En las instituciones jesuitas del mundo, el acompañamiento a la persona en formación es un componente de su paradigma pedagógico. Para la Ruiz, la tutoría es un elemento distintivo del modelo educativo. Cada estudiante debe pasar por ocho cursos de tutoría a lo largo de su formación. Eso implica una ruta en el horizonte de unos principios y un perfil de salida y de la formulación de un proyecto de vida. En el orden práctico, supone un espacio en grupo pequeño donde periódicamente me autoevalúo de cara a unas metas personales y a una propuesta que me hace la universidad y la profesión elegida. ¡En esta dura crisis, contábamos con ese sistema para sostener y contener, para revisar sentidos!

La consigna que dimos a los tutores y tutoras fue que la primera sesión no sería una clase sino que duraría las dos primeras semanas, que abriríamos un espacio con nuestros tutorandos (as) a través de todas las vías y medios posibles: WhatsApp, correo, teléfono, Facebook, hasta lograr saber en qué condiciones estaba cada alumno de la Ruiz: con quiénes vivían, en qué situación de salud y material estaba él o ella y los miembros de su familia, con qué equipos contaba y cómo era su conexión. Con esa información logramos un mapa rápido que nos permitió levantar varias soluciones y reconocer los casos más graves.

La universidad tomó medidas: recargas de celulares desde Lima, compra y entrega de tablets para los casos más urgentes; acompañamiento desde el SAPP (Servicio de Apoyo Psicológico y Psicopedagógico) y desde Bienestar estudiantil para los estudiantes con familiares enfermos o fallecidos, atención individual para dar alternativa a los casos de estudiantes cuyos padres hubieran perdido el empleo, entre otros. Me centraré en las ayudas que desplegamos desde el rol que establece un tutor o tutora con el fin de extraer aprendizajes.

Debo detenerme un poco para recordar el contexto de duda y hasta escepticismo en el que iniciamos el año académico tanto en educación básica como en superior. A la educación a distancia no entramos por elección o por sus bondades, que sí las tiene, entramos por obligación. Fue la respuesta frente a la crisis sanitaria y la necesidad del distanciamiento social que nos confinó en nuestras casas. Pero en todas partes se levantaron voces para cuestionar la calidad del servicio y de los aprendizajes que se pueden lograr por esta vía. Estas voces también reclamaban la injusticia revelada por las brechas de desigualdad y limitación para afrontar los requerimientos de equipos tecnológicos y de conexión a internet, que supone esta modalidad educativa. Reclamo con el que estamos totalmente de acuerdo.

Sin embargo, frente a la pandemia, la alternativa para el servicio educativo no podía ni puede ser la inacción. La educación es un acto de fe: en la persona, en la humanidad, en el mundo. ¡O tendría que serlo! El acto de educarse encierra dentro de sí la palabra futuro ¿Sino para qué aprender, formarse y desplegar las potencialidades que cada ser encierra? Y eso lo intuye bien todo padre y madre de familia. Así como no se paralizan los otros sistemas vitales, el detener o no contar con el sistema educativo implicaría cierta rendición. Y si lo hiciéramos, sería solo porque no preparamos o implementamos lo necesario para continuar.

Por supuesto que la educación a distancia es distinta. El acto de educarse es inminentemente un acto de relación, de vínculo. La pandemia nos retó a vivir nuestras relaciones desde la virtualidad y demostró que sí se puede, aunque sea diferente. Y la docencia está retada a aprender esos distintos modos. La tutoría, felizmente, es desde su propia naturaleza un acto de acompañamiento personal. Los tutores y tutoras pudieron escuchar, proponer, atender cómo estaban viviendo los y las jóvenes su ser estudiantes en el contexto de pandemia y con las limitaciones inmensas que eso suponía. La experiencia de escucharse unos a otros en pequeños grupos, también permite que los afrontamientos más resilientes o sanos puedan ser reflexionados por quienes aún no han desarrollado recursos personales para reaccionar “adecuadamente” o cuyos entornos familiares o materiales son muy difíciles. Permite también derivar al Servicio psicopedagógico o a la Oficina de Asistencia Social, los casos que requieren una intervención especializada.

La pandemia por otra parte, ha originado muchos gestos de generosidad y de solidaridad que entraron en apoyo del servicio de Tutoría. Esta oficina, siempre está atenta a casos que pueden derivar en población vulnerable. Comprendemos en este grupo a aquellos estudiantes en situaciones diversas que ponen en riesgo su desarrollo saludable o en peligro de deserción. Para ellos y ellas se ofrecen diversas acciones. Una es el Programa de Acompañamiento Académico, que consiste en anotarse para recibir de un estudiante de los últimos ciclos, un apoyo puntual en alguna materia que les resulta difícil.

Los y las exalumnos de la Ruiz se convocaron unos días antes del inicio de clases, para formar parte de un voluntariado que diera este apoyo. Lo llamaron “Cuarentena solidaria”. Para el primer día de clases nuestra oficina contaba ya con más de treinta exalumnos anotados. Los primeros en requerir con urgencia el apoyo para ubicarse en el aula virtual, bajar sus lecturas, pasarlas a audio, hacer su agenda, entre otras actividades, fueron los estudiantes con discapacidad visual. Los segundos en lanzar SOS fueron los y las cachimbos. Muchos de ellos llegan a los estudios superiores sin método de estudio ni una organización adecuada. En tercer lugar, teníamos a los alumnos de intercambio, los de traslado… En fin, además de contar con su tutor, estos estudiantes tuvieron el apoyo de un compañero que aún recordaba muy bien sus zapatos de estudiante. Me conmovieron en especial algunos gestos. Una de las exalumnas invitó a su acompañada (becaria en su cuarto de pensión) a irse a vivir a su casa. U otra, religiosa, cuya empatía frente a su acompañado, aquellos de los que quedaron varados en el campo sin su computadora, la hizo movilizar a su congregación para que la comunidad más cercana al pueblo del estudiante, le prestara una computadora. O la de aquel que mantuvo cada día la llamada telefónica con su acompañada cuyos abuelos con los que vivía, enfermaron gravemente con COVID-19 y fueron hospitalizados en plena semana de exámenes parciales.

Este semestre nos ha dejado no solo dolor y tensión, sino también muchos testimonios hermosos, aprendizajes y recursos desplegados que nos facilitarán transitar lo que aún queda por andar en esta crisis.  El discurso del nuevo presidente del Consejo de Ministros, el 11 de agosto, revela que se sabe bien cuánto está impactando la pandemia y la recesión económica causada por esta, en los dos millones de jóvenes que cursan educación superior. Se ha ofrecido pasar de 11 mil 600 becas a 40 mil, brindar créditos educativos, extender la llamada beca continuidad e invertir 30 millones en conectividad.

Todo ello es necesario y muy bueno. Sin embargo, estoy convencida del decisivo rol que juega ese adulto o adulta tutor que acompaña con calidez y empatía, el proceso de transitar los estudios superiores en medio de una pandemia que exige los cambios que, desde su profesión y juventud, deberá construir.

Sobre el autor o autora

Mirtha Villanueva Rodríguez
Educadora y consejera. Docente de la Universidad Antonio Universidad Ruiz de Montoya, especializada en Tutoría. Entre sus publicaciones, cuenta con “Saberes y sentires para educar en democracia”.

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