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Crédito de imagen: Corona virus StatistiqueDesde su emergencia en China, en diciembre de 2019, el Covid 19 continúa su propagación en el mundo entero, y luego de haber provocado más de 212 mil muertos en Europa, el epicentro de la pandemia se ha instalado en el continente americano. Estados Unidos, Brasil, México y Perú son los países que lamentan el número más alto de pérdidas en vidas humanas y enfrentan una situación económica y social muy preocupante, marcada por la recesión y el aumento de la pobreza. La crisis sanitaria y económica en nuestro país es muy dolorosa y, por desgracia, se acompaña de una honda crisis política, lo cual representa un obstáculo importante para afrontar dignamente el presente y los meses venideros que serán muy difíciles.
Como sabemos, la pandemia actual está desvelando los problemas estructurales de todos los países del mundo, pero está golpeando más duramente a los países subdesarrollados que mantienen niveles de desigualdad social y económica enormes, que carecen de infraestructuras estatales (en salud, educación y transportes) y que han sido incapaces de construir naciones democráticas. Tal es el caso de todos los países de América Latina, incluido el Perú.
En esta contribución expongo un panorama general de la expansión del Covid 19 y la recesión mundial; luego expongo los datos sobre la crisis en las Américas, en particular en Estados Unidos, donde se registra además un fuerte movimiento social antirracista, de importancia decisiva en las próximas elecciones presidenciales de noviembre, que tendrá consecuencias a nivel global. En tercer lugar, a partir de la antropología política, analizo la crisis política que enfrentamos en el país, planteando que esta se debe a la reproducción del populismo antidemocrático en todas las esferas de la vida política, en particular en el nefasto Congreso.
El Covid 19 y la recesión mundial: un panorama general
Ocho meses después de la aparición del nuevo coronavirus en China y su propagación mundial, se constata que las consecuencias son muy graves y durarán mucho tiempo. La Universidad Johns Hopkins estima que el Covid 19 ha provocado la muerte de más 771 mil personas en todo el mundo. Se contabilizan más de 21 millones de casos de contaminación en 196 países, entre ellos 13,4 millones son considerados casos curados (aunque el Covid 19 puede volver a contaminar a los que se sanaron).
El epicentro de la pandemia se encuentra en las Américas, donde (hasta el 16 de agosto) se deplora la muerte de más de 375 mil personas, es decir más de la mitad de las víctimas mundiales del Covid 19. Sólo Canadá [38 millones de habitantes] se encuentra en mejor situación, pues cuenta con un poco más de 9 mil decesos y más de 121 mil casos. En su alocución del 6 de agosto, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha declarado:
“Las Américas siguen siendo el epicentro actual del virus y las consecuencias están siendo particularmente graves. (…) La mejor manera de salir adelante es aferrarnos a la ciencia, a sus soluciones y a la solidaridad, juntos podemos superar esta pandemia.”
América Latina y el Caribe deploran más 213 mil decesos, un número mayor que el total de muertes registradas en Europa hasta el momento. Actualmente, 44% de muertes por Covid 19 en el mundo tienen lugar en nuestra región, en gran medida a causa del fin de las cuarentenas y del retorno parcial a las actividades económicas.
En Estados Unidos (328,2 millones de habitantes) se registra un resurgimiento de la epidemia desde fines de junio y se lamenta hasta la fecha más de 169 mil decesos, y más de 5 millones de personas contagiadas. A pesar de esta situación dramática, el gobierno del nefasto presidente Donald Trump continúa minimizando el riesgo sanitario al que está expuesta la población y se niega a adoptar medidas federales, aunque por fortuna los gobernadores de la mayoría de estados de ese país han tomado las medidas de protección indispensables para contener la progresión de esta enfermedad. Sin embargo, diversos sectores de la población no respetan las restricciones oficiales y celebran fiestas, conciertos, reuniones sociales y manifestaciones, provocando el aumento de los contagios.

En segundo lugar se encuentra el Brasil (212 millones de habitantes), donde, según las fuentes oficiales, el nuevo coronavirus ha provocado la muerte de más de 107 mil personas y contaminado a más de 3 millones de brasileños. Pero las cifras reales son mucho más importantes, como lo atesta Domingos Alves, especialista brasileño de estadísticas de la pandemia, quien considera que la evaluación oficial es “seis a siete veces inferior a la realidad” (Ouest France del 7 de agosto). Del mismo modo que en el Perú, el ritmo de contaminaciones se ha acelerado en las últimas semanas al interior del país, sobre todo en el sur y en el centro-oeste. En cambio, en São Paulo y en Río de Janeiro, que son las ciudades más afectadas, la situación es estable. En fin, en el norte del país, donde la situación ha sido catastrófica en abril y en mayo, se observa un descenso de la curva de casos y de muertes. El expresidente Lula da Silva ha denunciado el comportamiento del presidente Jair Bolsonaro, que “ha preferido calificar el virus de pequeña gripe” y que “llevará en su alma la responsabilidad de miles de vidas perdidas”. Por su lado, el presidente de la Academia de Letras, Marco Lucchesi, denunció la “ausencia de política sanitaria” y la “inhumanidad” de Bolsonaro (Le Monde del 8 de agosto).
México (126, 2 millones de habitantes) ha registrado más de 56 mil muertos y más de 517 mil casos de contaminación. Las medidas adoptadas por el gobierno del presidente populista y caótico Andrés López Obrador son muy criticadas. Los gobernadores de siete estados federales [sobre un total de 32] han decidido unirse y no acatar las medidas de la Secretaría de Salud para reanudar las actividades económicas; la oposición a la política populista y caótica de López Obrador se ha agudizado con la pandemia (BBC Mundo del 3 de junio).
El Perú ocupa el cuarto lugar en las Américas. Como sabemos, oficialmente se registra más de medio millón de casos y se lamenta la muerte de más de 25 mil personas, aunque las víctimas de esta terrible enfermedad deben ser más numerosas. Como en el resto de países del Tercer Mundo, la contabilidad real será conocida cuando se haya superado la crisis sanitaria, es decir dentro de varios meses.
El Covid 19 avanza inexorablemente en otras zonas del mundo. África del Sur (58,7 millones de habitantes) concentra más de la mitad de casos de contaminación en el continente africano y deplora la muerte de más de 11 mil personas. La mayoría de nuevos fallecimientos se registra en el sureste, una región muy pobre del país, con pocos servicios médicos (Le Monde del 8 de agosto).
En la India (1,3 mil millones de habitantes) se registra más de dos millones de casos de contaminación; la mayoría de las personas con Covid 19 se encontraba en las grandes ciudades de New Delhi y Bombay, pero desde hace dos semanas los contagios llegan a las regiones rurales del interior del país, donde viven el 70% de indios. Oficialmente se contabilizan casi 50 mil muertos [hasta el 15 de agosto]; pero los expertos piensan que las cifras son subestimadas porque las autoridades del gobierno nacionalista hindú de Modi limitan el acceso a los test de despistaje. Luego de una cuarentena impuesta con mucha brutalidad entre el 15 de marzo e inicios de junio, se ha retomado la vida social para reactivar la economía exangüe del país. Muchas restricciones y cuarentenas continúan, sin embargo, en las regiones más devastadas por el Covid 19 (Ouest France del 7 de agosto).
La situación sanitaria en Europa occidental
Desde el mes de junio, varios países europeos han finalizado el período de confinamiento total y se han autorizado los viajes al interior de los países y a países vecinos, con restricciones de uso de máscaras en lugares públicos y de distanciamiento físico. Hasta ahora se contabiliza más de 213 mil muertes. Los 27 países de la Unión europea han decidido mantener sus fronteras abiertas para no aumentar el desorden en un período durante el cual miles de europeos viajan durante las vacaciones estivales. Las fronteras exteriores permanecen, sin embargo, cerradas a muchos países, sobre todo Estados Unidos, América Latina, Rusia e India, y abiertas con controles estrictos a otros (Argelia, Marruecos, Australia, Canadá, Japón, Nueva Zelanda, Tailandia y Uruguay). Los controles sanitarios son muy estrictos en los aeropuertos, Gran Bretaña y Noruega han impuesto 14 días de confinamiento a todos los recién llegados del espacio europeo. Un aumento de casos de contagio se ha registrado también en las regiones españolas de Cataluña, Aragón y Navarra. Alemania las ha incluido entre las zonas “con riesgo sanitario” a donde no se aconseja ir; las personas que lo hagan deberán someterse a un test obligatorio a su retorno a Alemania (Le Monde del 15 de agosto).
La época de verano en el hemisferio norte está influenciando negativamente en el comportamiento de muchos europeos, sobre todo los jóvenes, que tienen dificultades para seguir respetando las restricciones impuestas por las autoridades. En algunas ciudades (Bruselas, Berlín, Madrid) se han registrado incluso manifestaciones negacionistas e irresponsables ante el peligro del Covid 19. Por ello se observa un aumento de contagios en las estaciones balnearias y en conciertos o manifestaciones. Esta nueva situación ha llevado a las autoridades de Reino Unido, Francia, Bélgica y Alemania a poner fuertes multas a los infractores, a conducirlos a las comisarias, y también a cerrar playas y parques donde la gente podría reunirse nuevamente en modo ilegal. En Francia, donde los casos han aumentado en las últimas dos semanas, las autoridades preparan la posibilidad de un retorno al confinamiento parcial para evitar una probable segunda ola de Covid 19 en el otoño (octubre) y/o en el invierno (diciembre).
Crisis económica y social en todo el mundo:
el caso de América Latina y de Estados Unidos
En todos los países del mundo, la crisis sanitaria está provocando una crisis económica y social inédita y devastadora por su amplitud, cientos de miles de empresas de hotelería, de restauración y de aeronáutica han tenido que cerrar dejando sin empleo a millones de personas. De acuerdo al Banco Mundial, la pandemia de Covid 19 implica una contracción de -5% del PIB mundial, en la zona euro la situación es más grave pues se espera un retroceso de
-9%. Nunca tantos países habían conocido tal recesión desde 1870 (Le Monde del 8 de junio).
En efecto, la coyuntura actual de incertitud geopolítica y económica está marcada por dos hechos: la duración incierta de la pandemia y las posibilidades de adaptación de las economías de todos los países del mundo, agravadas por las tensiones comerciales y políticas entre Estados Unidos y China (Le Monde del 8 de junio).
La recesión en los países pobres y subdesarrollados no debería ser mayor a -2,5%; sin embargo, en esos países como el nuestro, donde predominan las economías informales, la crisis será más difícil de combatir en razón de la falta de presupuestos suficientes para paliar el empobrecimiento y de la débil capacidad administrativa para distribuir la ayuda económica (indemnidades de desempleo, bonos de asistencia).
El FMI ha calculado que los gastos financieros para hacer frente a la crisis actual representan 1,4% del PIB de los países pobres; 2,8% en los países emergentes o Bric (Brasil, Rusia, India, China y África del Sur) y 8% en las economías avanzadas. Estas últimas tienen la capacidad de endeudarse, contrariamente a las otras economías. Dicho esto, en cuatro países pobres/emergentes sobre diez, la deuda pública ha aumentado en 20% desde 2007. El FMI teme que la pandemia deje cicatrices profundas y durables en las economías de países pobres y emergentes en razón de la baja de inversiones, de la erosión del capital humano por el desempleo, y de la desintegración del comercio mundial. Por lo tanto, se estima que esta pandemia causará la caída en la extrema pobreza de 70 a 100 millones de persones en los países subdesarrollados.
La crisis en América Latina
La CEPAL presenta un panorama desolador en nuestra región; en efecto, según el Informe de julio de 2020:
“América Latina y el Caribe se han convertido en zonas críticas de la pandemia de Covid 19, exacerbada por estructuras de protección social débiles, sistemas de salud fragmentados y profundas desigualdades. El Covid 19 provocará en la región la peor recesión de los últimos 100 años y se estima que habrá una contracción del 9,1% del PIB regional en 2020. En consecuencia, esto podría aumentar el número de personas en situación de pobreza en 45 millones (hasta llegar a un total de 230 millones de personas) y el número de personas en situación de extrema pobreza en 28 millones (llegando a un total de 96 millones de personas). La pandemia afectará también los derechos humanos y los avances democráticos que podrían derivar en malestar social y disturbios (Comisión económica para América Latina y el Caribe, CEPAL, julio de 2020).

• Los analistas internacionales clasifican América Latina como uno de los continentes con mayor desigualdad social en el mundo. Tomando en cuenta el informe de la CEPAL, Pierre Lebret y Mauricio Jaramillo (Huffpost del 13 de agosto) consideran que el PIB va a caer en 9,1% y la pobreza va aumentar en 7% en el 2020; además, las amenazas contra la democracia se van a multiplicar, sobre todo en Brasil. Al inicio del siglo XXI muchos países de la región registraron un aumento considerable del crecimiento económico gracias al alza de las materias primas. Hubo políticas redistributivas y los índices de pobreza mejoraron, pero no se logró la participación directa, por la vía de impuestos, de las élites económicas latinoamericanas en la economía estatal. Esa falta de conciencia ciudadana de las élites, que evaden los impuestos y se contentan con acumular riquezas, explica la reproducción indecente de la pobreza en nuestros países.
La CEPAL estima que 10% de las clases ricas concentran 71% de la riqueza total, pero pagan impuestos solamente por 5,4% de sus ingresos reales. Es vergonzoso, injusto y escandaloso. Los políticos neoliberales insisten siempre en la urgencia de la “inversión privada y extranjera”, sin señalar nunca que si las élites nacionales pagaran impuestos justos (100% de sus ingresos reales)las arcas estatales tendrían medios suficientes para asegurar los servicios básicos de los estados modernos.
Es evidente que a causa de la evasión fiscal de las élites latinoamericanas (6,3% del PIB regional) los Estados no son capaces de invertir en los rubros fundamentales de salud, educación, vivienda, trabajo, infraestructuras (transportes y comunicaciones) y seguridad ciudadana. La debilidad intrínseca de los estados latinoamericanos se explica en efecto por el desdén de las élites por la inmensa mayoría de sus propios compatriotas.
• Con la pandemia actual la situación es catastrófica. Asistimos a un retroceso económico, social y democrático. Según la CEPAL la pobreza va aumentar en 7% y la extrema pobreza en 4,5%. En efecto, el confinamiento decretado en la mayoría de los países de la región (incluido los Estados Unidos), está demostrando las fallas de la absurda estructura económica que predomina y el nivel extremo de salvajismo neo liberal de nuestras economías “informales”. De la noche a la mañana, millones de trabajadores se han encontrado sin protección social y sin ahorros para enfrentar la pandemia; el retiro de los fondos de jubilación traerá como consecuencia la caída en la pobreza de millones de familias de las clases medias.
El desmoronamiento del modelo capitalista ultra liberal es un hecho y sería irracional pretender regresar a la “normalidad” pre-Covid, tan nefasta para las sociedades del mundo entero y también para el medio ambiente, destrozado en las Américas por las políticas extractivistas y la desforestación anárquica. El calentamiento global, que está produciendo desastres naturales (sequías, inundaciones, incendios) en todo el mundo, no se ha detenido en efecto con la pandemia, y una vez pasada la crisis sanitaria se deberá retomar las medidas destinadas a frenar la hecatombe climática en curso.
• La débil democracia de la mayoría de países latinoamericanos se encuentra también en peligro, sobre todo en Brasil, Bolivia, Colombia, Chile y Perú. El lamentable presidente populista de extrema derecha Bolsonaro se muestra incapaz de proteger a su nación de la pandemia, desdeña a los pueblos originarios, intenta frenar a la justicia, limitar los poderes del Congreso y es incapaz de cesar la desforestación salvaje de la Amazonía. En Bolivia, la partida del populista de izquierda Evo Morales ha dejado el país en manos de personajes sin experiencia estatal que están cometiendo muchos errores en la gestión de la pandemia; un alzamiento es posible. En Colombia la violencia terrorista contra los dirigentes sociales y ex subversivos de las FARC continúa sin poder ser controlada por el Estado. En Chile, el presidente Piñera reprime con brutalidad los alzamientos sociales desde 2019 y nombra ex pinochetistas en su gobierno. En nuestro país el populismo y la corrupción política siguen debilitando los esfuerzos desplegados por el presidente Vizcarra para enfrentar la pandemia, como veremos pronto.
La crisis en Estados Unidos
En Estados Unidos la crisis actual es muy dramática, pues a pesar de haber sido la “primera potencia mundial”, el presidente Trump ha demostrado su incapacidad total de enfrentar la crisis en modo razonable, siguiendo las recomendaciones de su equipo médico y científico. En vez de ello, y del mismo modo que Bolsonaro en Brasil, Trump está tomando medidas desordenadas que provocan más decesos y un empobrecimiento general de los norteamericanos. La crisis ha desvelado en efecto los efectos sociales nefastos del ultra liberalismo capitalista que pueden compararse a la situación de los países subdesarrollados de América Latina.
En efecto, con la pandemia se ha hecho evidente la precariedad total en la cual viven los ciudadanos de las clases trabajadoras de ese país (sobre todo afroamericanos, latinos y asiáticos), sin seguro social, con salarios mínimos en los rubros manuales, sin contratos laborales decentes, sin protección social y sin pensión de jubilación. Todos los esfuerzos del mandato de Obama para mejorar esos lastres norteamericanos han sido destruidos por Trump.
Un nuevo movimiento antirracista después del asesinato de Georges Floyd
En medio de esta grave crisis, con cientos de decesos cotidianos y hambruna entre las clases pobres, se ha registrado una ola de grandes protestas por la muerte brutal de Georges Floyd, un afroamericano de 46 años que fue asesinado por un policía, Derek Chauvin, en la ciudad de Minneapolis (Minnesota) el 25 de mayo de 2020. Chauvin estaba acompañado de otros tres policías que no hicieron nada para evitar que lo asfixie con su rodilla por la sospecha de que tenía billetes falsos. La horrible escena del crimen fue filmada y dio la vuelta al mundo. Chauvin ha sido inculpado de homicidio en segundo grado y los otros tres policías (Kueng, Lane y Thao) han sido acusados de homicidio involuntario en segundo grado. El juicio tendrá lugar en marzo de 2021 (CNN 4 de agosto).

Michelle Bachelet, alto comisionada de la ONU por los Derechos humanos, ha denunciado este crimen que pone en evidencia las “discriminaciones raciales endémicas” en Estados Unidos. El racismo concierne en realidad a todas las minorías no-blancas, y desde que Trump llegó a la presidencia el movimiento de “supremacistas blancos” se ha extendido considerablemente [ver Villasante 2019, “Los “supremacistas blancos” en Estados Unidos: del racismo ordinario al eliminacionismo de todos los “extranjeros”, Revista Ideele n° 287].
En 2016 la repartición étnico-racial de los norteamericanos era la siguiente: “Blancos”: 61%; hispanos: 18%; afroamericanos: 13%; asiáticos: 6%; mestizos: 2,6%; “amerindios”: 1,25%. Las tasas de pobreza son importantes entre los afroamericanos (27%) y los latinos (25%), los blancos pobres son solamente el 9,7% de la población (Statista Research Departement 16 de enero de 2020).
Según las fuentes especializadas (Fatal Encouters y National Vital Statistics System), los hombres afroamericanos tienen 2,5 más chances de ser asesinados por la policía; el índice de las mujeres es de 1,4. El índice de los “amerindios” es de 1,5-1,6; el índice de los latinos es de 1,4. El racismo violento concierne también los judíos: en 2019 hubo 2 107 actos antisemitas, el nivel más alto desde 1979. Los afroamericanos representan 13% de la población norteamericana y desde 2015 la policía ha asesinado a 1 261 de entre ellos (un índice de 30 por un millón). La tasa de los “hispanoamericanos” es también elevada: 887 de entre ellos fueron asesinados desde 2015, es decir 23 por un millón. Y finalmente, 2 412 personas blancas (12 por un millón) fueron víctimas de la violencia de la policía (L’Express del 2 de junio).
El asesinato de Georges Floyd ha sido “la gota que colmó el vaso” de la ‘tolerancia’ ante la brutalidad policial contra los afroamericanos y las otras minorías étnicas de Estados Unidos. Esta vez se ha tomado una conciencia clara de que esos crímenes deben acabar definitivamente. A pesar de la pandemia, miles de ciudadanos de todo origen étnico se manifestaron en Minneapolis y luego en todas las grandes ciudades norteamericanas, a menudo siguiendo los llamados del movimiento que milita contra el racismo que sufren los afroamericanos Black Lives Matter [La vida de los afroamericanos cuenta], creado por militantes de los derechos de las minorías del país después del asesinato del adolescente Trayvon Martin (Sanford, Florida) en 2013 (CNN español del 9 de junio).
Manifestaciones de solidaridad antirracista en Europa y elecciones en Estados Unidos
Es evidente que el homicidio de Georges Floyd marca un hito importante en la lucha por los derechos cívicos y los derechos humanos, no solo de los afroamericanos sino también de todas las personas de origen africano en Europa, donde se realizaron varias manifestaciones de solidaridad en mayo y en junio. Las demandas antirracistas se extendieron a la destrucción de muchas estatuas de personalidades (militares y civiles) que estuvieron asociadas al comercio de esclavos africanos y a la colonización europea en Estados Unidos y en Europa. Varias estatuas de Cristóbal Colón fueron destruidas o decapitadas por manifestantes (en Boston, Baltimore, Miami y Richmond), que denunciaron su rol central en el genocidio de los amerindios de las Américas. El movimiento contra el pasado esclavista y racista de los europeos concierne también a Gran Bretaña y Bélgica.
Esta lucha internacional contra el racismo no se ha manifestado hasta el momento en América Latina, aun cuando el racismo de los “blancos” y mestizos contra los ciudadanos de origen africano y de origen “indígena” esté muy arraigado en nuestras sociedades post coloniales. Paradójicamente, los responsables de ese racismo persistente son objeto de discriminación en los países del Norte, un hecho que es siempre soslayado en los (raros) análisis sobre el tema.
En Estados Unidos, las manifestaciones pacíficas del mes de junio estuvieron acompañadas por hechos de violencia urbana contra las fuerzas del orden (que reprimía con gases lacrimógenos y balas en caucho), y de pillajes e incendios de locales comerciales. El presidente Trump respondió con amenazas insensatas, acusando al movimiento “Antifa” [por ‘antifascista’] que milita contra los “supremacistas blancos” de ser responsable de las acciones “terroristas”. La Guardia nacional fue desplegada en varias ciudades donde se impuso también toque de queda (por ejemplo, en New York, Philadelphia, Washington, Detroit, Chicago, Los Angeles y Portland). En Portland, capital del Estado de Oregon, Trump envió dos mil agentes de la Patrulla fronteriza para reprimir a los manifestantes “anarquistas de extrema izquierda”. El alcalde de Portland declaró que era “un ataque contra la democracia” y la Procuradora de Oregon ha denunciado los métodos dictatoriales empleados para detener a los manifestantes. Como indica el periodista Jorge Ramos, el envío del Ejército para controlar manifestaciones al interior de Estados Unidos es inédita y se asemeja a los métodos autoritarios y dictatoriales utilizados en América Latina (The New York Times en español, 1ro de agosto).
En ese contexto social agitado, el proceso electoral continúa en Estados Unidos, que debe elegir un nuevo presidente en noviembre. Antes de la pandemia Trump pensaba que ganaría un segundo mandato con toda tranquilidad; pero su pésima gestión de la crisis sanitaria y sus últimas acciones dictatoriales destinadas a eliminar “el peligro de la ultra izquierda” le ha hecho perder una parte importante de sus electores potenciales. Su rival político es Joe Biden, candidato del partido Demócrata, exvicepresidente de Obama, que acaba de elegir a Kamala Harris, senadora afroamericana de California, como su vicepresidenta. Las chances del dúo Biden-Harris de ganar las elecciones “para recuperar los valores de la nación norteamericana” son fuertes. Esperemos que se concretice, pues otro mandato de Trump pondría en peligro no solo a los norteamericanos sino también al resto del mundo.
Crisis sanitaria y crisis de gobernabilidad en el Perú
La crisis sanitaria del Covid 19 está golpeando duramente nuestro país, aun cuando el presidente Vizcarra y sus ministros tomaron las medidas adecuadas de aislamiento social para reducir los contagios desde el mes de marzo. Reitero lo que he considerado anteriormente:
“El presidente Vizcarra está organizando la mejor respuesta posible al Covid-19 teniendo en cuenta las graves carencias estructurales de nuestro sistema de salud y los antiguos problemas de corrupción y de gestión desordenada de los ministerios. Todo ello es el resultado del retraso económico, social y político de 40 años que hemos acumulado desde la guerra interna (1980-2000), durante la cual sufrimos además del gobierno populista y corrupto de Alberto Fujimori (1990-2000), seguido por cuatro gobiernos lamentables (2001-marzo de 2018) que fueron incapaces de privilegiar la reconstrucción estatal y la inclusión de los pobres y de los pueblos originarios de los Andes y de la Amazonía en la sociedad peruana.” (Villasante, Boletín del Idehpucp del 26 de mayo).

• ¿Porqué no se puede disminuir la curva de contagios y de muertes en el país? En primer lugar, porque las medidas restrictivas que se han tomado en un país subdesarrollado como el nuestro — minado por la corrupción, la pobreza y el populismo antidemocrático —no han podido ser bien respetadas. En parte por razones objetivas y en parte por inconciencia e ignorancia del peligro de infección. En segundo lugar, nuestro sistema de salud es demasiado débil para afrontar una pandemia de gran magnitud como la que estamos viviendo. Veamos los detalles.
Contrariamente a los países del Norte, donde el teletrabajo y la educación a distancia han podido ser instaurados rápidamente, en nuestro país ello es imposible. El teletrabajo y las clases por internet conciernen a una ínfima parte de la población, de las clases medias y altas; la mayoría de nuestras clases trabajadoras necesita salir a ganar dinero cada día para poder sustentarse. Por otro lado, luego de la autorización de viajes al interior del país miles de personas están llevando el Covid 19 a regiones que estaban relativamente aisladas y que ahora se contaminan sin cesar. La situación es similar en la India, en Brasil y en otros países del Sur.
Las razones subjetivas conciernen la falta de toma de conciencia del peligro que representa el desacato de la distancia social. Los comportamientos públicos de la mayoría de peruanos privilegian la anarquía y la falta de civismo en general, y parece imposible esperar que ello se transforme en pocas semanas o meses. Se necesitan decenas de años para adoptar el civismo y el respeto de las leyes y normas estatales. Entretanto, solo queda imponer el orden con multas y castigos, como en el caso de la muerte de 13 jóvenes en una discoteca de Los Olivos que funcionaba al margen de la ley que rige el estado de emergencia en el país.
También hay otros casos de inconciencia patente en las zonas rurales, por ejemplo, cuando un grupo de hombres Ashaninka del río Tambo (Satipo, Junín) fue a la localidad de Atalaya (Raimondi, Ucayali) a mediados de julio para cobrar los Bonos del Estado, y aprovechó para quedarse a celebrar unos días la buena noticia sin tomar ninguna precaución de distancia social. Como era de esperarse, todos se contaminaron con el Covid 19 y de regreso a sus casas contagiaron a sus parientes en las comunidades de Betania, Chembo, Impanequiari, Poyeni, Tsoroja y Mayapo [relato de Luzmila Chiricente, dirigente nacional ashaninka, miembro del Consejo de reparaciones]. La situación de las comunidades nativas y de los pueblos colonos era dramática antes del Covid 19, con la pandemia todo se ha empeorado, como en toda la cuenca amazónica.

• El segundo problema que participa en la continua progresión de esta terrible enfermedad es la falta de capacidades de gestión sanitaria a nivel de ministerios y de regiones, un problema bien identificado por el FMI como acabamos de ver. No tenemos tampoco ni el personal médico ni las infraestructuras necesarias para afrontar una epidemia tan importante; la ayuda sanitaria no puede llegar a las zonas alejadas del país -donde viven sectores vulnerables como las comunidades amazónicas y alto andinas-, ni a las zonas más pobres de Lima.
El populismo contra la democracia representativa
Las últimas semanas, después del mensaje a la nación del presidente Vizcarra el 28 de julio, se reactivó el desorden y la anarquía que reina en el Congreso actual, que en realidad no es muy diferente del anterior, ni de los que los precedieron desde 1990. Salvo raras excepciones, los congresistas tienen muy poca o ninguna experiencia en los asuntos del bien común que caracterizan al Estado moderno, y en general tienen poca o ninguna formación profesional. La mayoría ha entrado en la vida política nacional por razones que no tienen relación con la voluntad real de querer trabajar por “el bien de la nación peruana”. Lo que desean es sobre todo concretizar sus agendas personales y obtener privilegios o beneficios legales e ilegales de su función. Lo cual no les impide anunciar que están en el Congreso por “elección del pueblo”.
Sobre este tema, el reconocido historiador Tzvetan Todorov[1] (2012: 201 y sqq.) precisa con mucha lucidez que el “pueblo” puede volverse una amenaza real a la democracia, como se observa en los países europeos donde han aparecido grupos y partidos populistas de extrema derecha para oponerse a la instalación de migrantes [sobre todo africanos y árabes]. Todos utilizan la demagogia para ganar electores o clientes: identifican inquietudes “populares” y proponen soluciones fáciles de comprender, pero imposibles de aplicar. Los congresistas y muchos otros candidatos políticos peruanos han venido haciendo exactamente lo mismo: utilizar la demagogia para reproducir el populismo. Sabemos bien que el populismo sigue siendo importante en América Latina, donde existen incluso países con presidentes populistas (México, Brasil, Venezuela, y hasta hace poco Bolivia) [ver Villasante 2018, Revista Ideele n° 283].
• El populismo neoliberal y autoritario fue introducido en nuestro país por Alberto Fujimori, que se presentaba como un personaje “antisistema”, representante de las categorías populares “decepcionadas” de la democracia organizada alrededor de los “partidos oligárquicos”. Pero sabemos que nunca pudo cumplir sus falsas promesas, cometió malversaciones contra el Estado y contra la nación en provecho de sus hijos y de su clientela, así como crímenes contra la humanidad, y ahora purga una justa condena. Además, Fujimori y los fujimoristas que trabajaban para el Estado o que fueron elegidos como congresistas se han ocupado en borrar la historia de la violencia política que azotó el país con una guerra interna, que fue también una guerra civil en los epicentros del conflicto: Ayacucho y la selva central (Villasante 2019). Como lo señala el doctor Salomón Lerner, los dirigentes políticos ignoran esa historia de violencia reciente y se comportan como si nunca hubiera ocurrido. Es tarea pendiente de los universitarios e intelectuales rectificar esa triste situación, comunicando los hechos de historia — recogidos en el Informe Final de la CVR — a las jóvenes generaciones que, en general, ignoran totalmente los horrores de la guerra interna peruana.
• El populismo permanece en nuestro sistema político porque la desigualdad social, la pobreza y el bajo nivel educativo son tan grandes en nuestro país (como en el resto de América Latina), que el discurso demagógico “contra las élites”, “contra el gobierno” y “contra el sistema” es muy popular. El nivel de cultura democrática y de conciencia ciudadana es además muy reducido por razones históricas: en 1968 tuvimos un golpe de Estado que instauró un gobierno militar hasta 1980; ese mismo año comenzó la guerra interna de Sendero Luminoso contra el Estado y la sociedad; Belaunde atribuyó los plenos poderes a las Fuerzas Armadas en diciembre de 1982, y hasta noviembre de 2000 la mayor parte del país estuvo controlada por los militares que apoyaron al régimen corrupto y populista de Fujimori entre 1990 y 2000.
Desde 2001, los partidos tradicionales han ido desapareciendo y en su lugar han aparecido varios grupos populistas [Alianza para el Progreso, Unión por el Perú, Podemos y Fuerza Popular, que se mantiene con muy pocos congresistas], y hasta una secta populista-religiosa evangélica como el FREPAP, con una agenda de colonización agrícola de la Amazonía que no respeta los territorios nativos [ver Villasante, febrero de 2020]. Todos ganan adherentes proponiendo soluciones fáciles de comprender, pero imposibles de aplicar.
• Todorov precisa que el populismo se opone a la democracia, que defiende el bien general e incluso medidas impopulares que exigen sacrificios, pues es necesario preocuparse por las futuras generaciones. En cambio, los populistas se concentran en el presente más inmediato y prefieren defender a sus clientes y, en vez de presentar programas de gobierno, se contentan con repetir slogans de campañas.
• Los analistas internacionales reconocen hace mucho tiempo la importancia del populismo en nuestros países. Por ejemplo, el investigador Olivier Dabène (2018) plantea que en América Latina existe una crisis de credibilidad de la política nacional y que el apoyo al sistema democrático disminuye desde 2012; en el Perú sería tan solo de 55% de electores. Además, 37% de peruanos estaría de acuerdo con una disolución del poder legislativo. En fin, la corrupción y la violencia contribuyen al reforzamiento de esa desconfianza generalizada que aprovechan bien los populistas para proponer discursos demagógicos que el “pueblo” tiene tendencia a considerar verdaderos.
• La grave crisis del Covid 19 no ha influenciado en modo alguno el comportamiento populista, irresponsable y antidemocrático de los congresistas elegidos en enero de este año, incluso aquellos de un partido de derecha tradicional como Acción Popular, fundado en 1956, que se reclamaba “humanista”. En realidad, la mayoría de “partidos” sigue sus propios objetivos clientelares sin tener en cuenta el bien general de los peruanos.
Esta situación dramática en la coyuntura actual se plasma en el lamentable fraccionamiento del Congreso. El periodista Martín Hidalgo (El Comercio del 9 de agosto) publicó un informe interesante de un Congreso fragmentado que tiene 9 bancadas y 17 facciones con distintas agendas. Es decir, al interior de las facciones hay subfacciones y también personajes que se declaran “independientes” para hacer lo que deseen sin tener que dar cuenta de sus actos a nadie, el colmo del individualismo político. En antropología política, las facciones son grupos que se forman para alcanzar objetivos comunes a corto plazo, una vez alcanzados desaparecen o se reúnen nuevamente con otros objetivos. Son alianzas políticas de corta duración y muy precarias que existen sobre todo en países con poca o ninguna experiencia democrática. En el contexto político actual, el faccionalismo del Congreso traduce la penuria de representatividad democrática que sigue caracterizando la escena política nacional. Los congresistas y sus facciones no representan a la nación peruana, ni los valores de democracia inscritos en nuestra Constitución, salvo raras excepciones; personifican solamente a los sectores del país que se dejaron convencer por sus discursos demagógicos y falaces.
• En fin, Todorov (2012: 207) ha destacado que el populismo y la demagogia que caracteriza los discursos destinados “al pueblo” han recibido un formidable impulso gracias a los medios de comunicación de masa, la televisión y las redes sociales, donde los programas políticos se reducen a slogans fáciles de recordar, pero imposibles de concretizar. En el Perú, una gran mayoría de los medios contribuye a la difusión de discursos populistas irracionales pues, en vez de informar a la opinión pública con objetividad, muchos periodistas dan la palabra a los peores representantes de la política peruana, haciéndoles la propaganda gratuita que no merecen. En vez de aumentar el nivel de comprensión de los problemas del país, muchos periodistas, incluso universitarios que tienen programas televisivos en directo, usan también discursos populistas lamentables. En fin, la “prensa chicha” surgida en los años de la guerra interna, contribuye a reproducir ideas populistas, falsas y antidemocráticas, sin que las autoridades intervengan para censurarla o clausurarla por ser contraria a los valores democráticos.
Reflexiones finales
• La pandemia del Covid 19 ha desvelado dramáticamente la situación estructural real de todos los países del mundo. Ante una enfermedad tan letal, inédita desde la gripe española de 1918-1919, todas las sociedades están afrontando consecuencias sociales muy graves en la economía y en el modo de vida en general. Como era de suponer, los países que están afrontando mejor esta plaga del siglo XXI son los países que han construido Estados-naciones fuertes, en particular en Europa occidental y en los países escandinavos. En cambio, en los otros países la situación es dramática y el epicentro de la pandemia se sitúa desde julio en nuestro continente.
• La mayoría de gobiernos ha hecho llamados a la unidad nacional para enfrentar la pandemia. La solidaridad nacional es, en efecto, el primer elemento de adaptación positiva de las sociedades ante un grave peligro común. En nuestro país, los llamados a la unidad nacional del presidente Vizcarra no han sido escuchados por los nuevos congresistas; la idea del “bien común” que inspira a los Estados modernos no es central en el Congreso, que, en modo mayoritario, se comporta como los anteriores, priorizando objetivos faccionales de corto plazo para satisfacer ambiciones personales, obtener privilegios y/o enriquecerse rápidamente.
• Frente a esta triste situación pienso que es urgente que los ciudadanos responsables apoyemos las medidas de restricción adoptada por el gobierno del presidente Vizcarra para contener el Covid 19, que seguirá presente en todo el mundo durante varios meses, con consecuencias dramáticas de empobrecimiento por muchos años. Es urgente también seguir desarrollando la solidaridad de la sociedad y sobre todo de las élites empresariales, para socorrer a los sectores pobres y marginalizados del país que sufren con más dureza de la pandemia.
• La pandemia podría traer consigo cambios estructurales a mediano plazo, pues no parece posible imaginar que sigamos viviendo sin estructuras de salud decentes, sin protección social y sin protección del medio ambiente ad vitan aeternam. El próximo gobierno que será elegido en abril de 2021 deberá abocarse a la reconstrucción completa del país, y para ello será indispensable abandonar a todos los grupos populistas que tanto daño han provocado a la sociedad peruana, sobre todo después de la guerra interna. La construcción de un Estado que tenga medios para crear infraestructuras de salud, de educación y de transporte dependerá en primer lugar de la instauración de impuestos acordes a los ingresos de todos los sectores de la sociedad, en particular las élites, que -con la tolerancia estatal y social- se han especializado en la evasión de la tributación fiscal. No se trata de crear “impuestos para los ricos”, se trata simplemente de establecer las bases de un Estado moderno que debe fundar su administración gubernamental en los impuestos de todos los ciudadanos, según sus ingresos y sus bienes. Si no logramos reducir la pobreza y la desigualdad social, el Perú no podrá convertirse en un Estado-nación digno doscientos años después de la independencia de la colonización española.
[1] Todorov, Les ennemis intimes de la démocratie, Paris: Robert Laffont.
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