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ESPECIAL: REFORMA AGRARIA
El Perú es un país lleno de historias sin contar, existen miles de magníficos y necesarios relatos que no tienen un soporte visual. La reforma agraria es —qué duda cabe— uno de ellos. No es de sorprender, entonces, que un documental como el que ha dirigido Gonzalo Benavente haya despertado el interés de los medios y el público. Se trata de una cinta que tiene muy pocos precedentes y que, ojalá, motive la realización de piezas sobre otros procesos igualmente importantes.
Lo primero que hay que decir es que La revolución y la tierra rescata el archivo del cine peruano de ficción. Utiliza de forma brillante cintas de Robles Godoy, Federico García, Roca Rey, Lombardi, entre otros, para llenar el enorme vacío audiovisual que tiene nuestro país. Estamos ante un documental que muestra, pero que también denuncia aquello que no puede mostrar pues existe un escasísimo soporte fílmico y periodístico de las primeras décadas del siglo xx peruano.
Benavente busca sortear este grave problema —producto del absoluto desinterés por parte de las autoridades hacia la preservación del material fílmico— rescatando piezas clásicas del cine peruano, maltratadas en muchos casos. A esto hay que sumarle una edición bastantes dinámica y una banda sonora que le da un ritmo que permite seguir a cualquier espectador el desarrollo de la obra.
Benavente ha investigado, sabe de lo que está hablando, recurre a varios especialistas que aportan en manera sustantiva a la primera parte de su trabajo. Diría, incluso, que los años previos al golpe de Estado de Juan Velasco están muy bien descritos y cumplen con sus objetivos. Sin embargo, estamos ante un documental que no aprovecha una oportunidad única.
Con todo el material de cine recaudado, la investigación, los recursos, la buena factura técnica en grabación y edición se pudo proponer un análisis exhaustivo de las consecuencias y el legado del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas. No es el caso, lamentablemente. Estamos ante un documental que abarca mucho y aprieta muy poco, que se queda en el terreno que conoce mejor y que le resulta más cómodo: los antecedentes.
El propio director dijo en una reciente entrevista que su documental estaba hecho para que cualquiera pudiese verlo, incluso alguien que no tuviese idea de qué fue la reforma agraria de Velasco. Bajo esa premisa, la cinta se remonta y recorre la historia del Perú: la llegada del Imperio español a estas tierras, cómo fue el régimen virreinal y los inicios de la República independiente. El problema de todo este recorrido es que se busca abarcar taras sociales muy amplias y profundas, pero, para cuando llegamos al meollo del asunto, el documental ya está a punto de terminar.
La llegada de Velasco al poder y el inicio de la reforma agraria constituyen el momento más bajo del documental. En el momento crucial la película se vuelve televisiva, se abusa del apoyo en especialistas que decaen en calidad. El pasaje final es indiferenciable de un reportaje dominical de cualquier medio local.
No se abordan las contradicciones de la reforma, los sectores opuestos a Velasco desde la propia izquierda ni la situación de los sindicatos de la época. El documental se parcializa con el gobierno de manera total, no deja ningún espacio para comprender la verdadera dimensión de los alcances de sus medidas en temas sociales, políticos y económicos. Se remite a recoger testimonios favorables al gobierno y limitar las críticas al régimen a una señora que asegura que Velasco hizo la reforma «por estar resentido». Si bien puede haber un sector que coincida con esa visión, termina siendo una ridiculización de los opositores, los cuales no necesariamente vienen de la derecha.
Estamos ante un documental que tuvo una inmejorable oportunidad para sumar una lectura más profunda sobre los alcances y consecuencias que tuvo la reforma agraria de Velasco y que no llegó a cumplirla de forma completa.
Diera la impresión de que, además de mostrar el contexto peruano previo a la llegada de Velasco, el documental no tuviera realmente una tesis sobre la verdadera incidencia de la reforma agraria en el Perú de hoy. Esto se evidencia en que en el tramo final se empiezan a sumar declaraciones de panelistas dispares que apuntan hacia diferentes direcciones sin un hilo conductor, el documental pierde el norte y se limita a decir que todo aquello que provino de la reforma fue bueno.
Otra crítica que se relaciona con la anterior es que algunos de los testimonios de especialistas quedan en el aire pues no se desarrollan y son dejados de lado. Este es el caso de las importantes intervenciones de Hugo Neira, quien señala que la independencia trajo peores condiciones y abusos hacia los indígenas que el régimen virreinal y que, si no hubiera habido reforma agraria, Sendero Luminoso hubiera ganado la guerra que declaró contra el Estado peruano. Ambas declaraciones son recogidas acríticamente, flotan en el medio de otros análisis diferentes, que no dialogan y solo confunden. En otro momento, Neira hace una interpretación valiosa de la medida más famosa de Velasco: dice que no fue una reforma del agro sino una reforma del sistema laboral gracias a la cual el Perú abandonó el siglo xix y pasó a la modernidad. Esta tesis es abandonada de inmediato, no dura más de lo que tardó el conocido sociólogo peruano en pronunciarla. El documental no apuesta por construir un discurso sólido, una interpretación profunda de lo que fue Velasco. Se limita a exponer con soltura y precisión los antecedentes históricos de rigor, a saber cuándo y cómo emplear los referentes fílmicos con los que cuenta y en presentarlos adecuadamente. Pero carece de un soporte teórico propio que brinde luces nuevas a un debate que sigue vigente.
Es así que, como conclusión, el documental realmente no ofrece mucho más en cuanto a contenido que lo que mostraron en su momento otros documentos audiovisuales que abordaron este tema. Un buen ejemplo es el especial que le dedicó el programa Sucedió en el Perú de TV Perú, el cual también mostró de forma competente el contexto de la dictadura militar y en qué consistió la reforma agraria. Es más, el referido programa recogió en su momento varias de las voces que aparecen en La revolución y la tierra diciendo exactamente lo mismo. Antonio Zapata, Hugo Neira, Jaime de Althaus, entre otros, hacen análisis muy similares y ya conocidos en ambas producciones. Me atrevería a decir, incluso, que el programa conducido por Norma Martínez es más crítico que el documental de Benavente pues hace énfasis en la represión del régimen hacia opositores, la toma de medios, y la pauperización del sindicato de profesores como parte de la reforma educativa; temas que son abordados muy someramente en la cinta nacional que está actualmente en cartelera.
Estamos ante un documental que tuvo una inmejorable oportunidad para sumar una lectura más profunda sobre los alcances y consecuencias que tuvo la reforma agraria de Velasco y que no llegó a cumplirla de forma completa. De todos modos, estamos ante el mejor trabajo de Benavente, quien ha demostrado su capacidad como cineasta en este trabajo pero que no fue capaz de construir una visión crítica propia. Estudió y aprendió bien lo que se sabía, le faltó crear algo nuevo a partir de eso. El tema sigue abierto y a la espera de que otro proyecto pueda complementar, con la misma claridad de realización, los vacíos y sinsabores que ha dejado este documental.
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