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Si para algo ha servido la pandemia es para demostrarnos que nuestro Estado no funciona. No importa quién esté al frente. No funciona y nunca ha funcionado. Se hace necesario reestructurarlo desde sus cimientos, sus raíces. Los problemas de la burocracia y la tramitología envuelven al más eficiente. No quiero liberarlos de responsabilidad, mas nos hemos pasado echándoles la culpa a los diversos presidentes, ministros, congreso, poder judicial, etc., pero hoy tenemos que reconocer que por más preparado que estés y buenas intenciones que tengas las órdenes no llegan a su destino. Hay que dar de comer a una burocracia que teme que prescindan de ella y hace lo que siempre ha hecho: trabar, complicar, hacerte las cosas difíciles, sino imposibles, cuando no aparece la corrupción.
Y de allí derivamos y también somos la causa todos los peruanos. Una población que no cree en el Estado, por la sencilla razón de que casi nunca lo ha percibido. Unas mayorías que siempre fueron olvidadas y dejadas de lado, que tuvieron que construirse su propia supervivencia. Migrantes a quienes vendieron tierras invadidas y que poco a poco fueron ganándose el derecho a luz y agua, ofrecidas por políticos inescrupulosos que buscaban votos.
Nuestro país ha sido gobernado por una clase dirigente lamentable, que en lo único que pensó es en llenarse los bolsillos y no en construir un país posible. El cortoplacismo ha reinado en nuestra patria. Con pocas excepciones nadie ha mirado el largo plazo, a veces ni siquiera el mediano.
La idea de que la reforma política tiene que construir partidos sólidos y democráticos no es suficiente. Es indispensable que los políticos estén sometidos a sus electores y no solo a la hora de la votación.
Creo que los próximos gobiernos tienen que reconocer la realidad sin vergüenza ante todos nosotros y empezar a reconstruir el Estado desde sus fundamentos. Son indispensables la reforma política, la judicial y la lucha frontal contra la corrupción, caiga quien caiga. Me queda claro que todo esto tomará muchos años, generaciones, pero hay que empezar. ¿Será posible? El COVID-19 nos ha desnudado haciendo evidente lo que durante muchos años trataron de tapar políticos que no estaban interesados en construir, sino en mantener el poder y sus influencias, que siempre pactaron con el poder económico, que no quiere soltar la mamadera.
Me temo que está en nuestras manos y en la aparición de líderes que entiendan la política como un servicio. Nuestra historia nos muestra pocos personajes de estas características y muchos preferirían a alguien ‘que robe pero que haga obra’ o que atropelle y viole los derechos humanos siempre que imponga ‘la ley y el orden’ al estilo Trump. Tenemos que reconocer que hay un sector de nuestra población, en especial en las clases altas, que gustaría de un dictador, alguien que se haga cargo y ordene la casa sin importarles cómo. A estas alturas ya tendríamos que saber que los gobiernos dictatoriales siempre terminan en la corrupción. Lamentablemente, es el problema del poder: ¡corrompe! Esa es una de las pocas ventajas de la democracia: las elecciones periódicas limitan ese problema. Saber que no siempre se va a estar en el poder y que hay que rendir cuentas, limita la corrupción, pero no la elimina. De algo sirve.
Hay tanto por cambiar que no se sabe por dónde comenzar. Por otro lado, quienes tienen que hacer la reforma son los interesados que no se haga. Sólo la presión popular puede lograr que se sientan obligados, necesitamos mostrar abiertamente nuestros deseos. Las redes sociales tienen ventajas y desventajas. Hay que tener mucho cuidado con ellas, pero estamos obligados a actuar. Si seguimos dejando que las cosas importantes las decida nuestra clase política, los cambios no se darán. No basta con votar cada cinco años, hay que tener una vida más volcada a lo público, estar dispuestos a protestar, a marchar y gritar. Claro hay que esperar que pase la pandemia para esto último, pero tenemos que organizarnos. No hay otra manera.
La idea de que la reforma política tiene que construir partidos sólidos y democráticos no es suficiente. Es indispensable que los políticos estén sometidos a sus electores y no solo a la hora de la votación. Deberían tener que darles explicaciones permanentemente, además de cumplir con lo que ofrecieron. Esa es la única manera de que tengamos un país predecible en el que sabemos que harán los dirigentes que elegimos.
La profunda ruptura que hay entre los períodos electorales y los períodos de gobierno son aterradores. En el Perú, apenas resultas elegido te olvidas de lo que prometiste y de tus votantes. Eso es inaceptable y los partidos políticos difícilmente lo solucionarán. Estos tienen que estar anclados y controlados por sus electores. Si no es así, seguirán haciendo negocios y lo que les venga en gana. Es hora de decir ¡basta!
(Revista Ideele N° 291 Abril 2020)
El Estado inoperativo, el anacrónico sistema burocrático indolente ha permitido la muerte de miles de peruanos por dejar de lado la salud y servicios básicos. Contradictoriamente el modelo neoliberal funcionó en azul por 24 años cautelando recursos a costa de no gastar en necesidades fundamentales. Para esta emergencia los recursos disponibles mal distribuidos por no disponer de una data de pobladores en pobreza que increíblemente los municipios no conocen y les dieron a distribuir alimentos. Los bonos se distribuyeron sin conocer al destinatario urgido. Sobre cuando empezar un nuevo Estado creo que va por una nueva Constitución. Que el proceso electoral tenga elecciones primarias y queden 3 candidatos a la Presidencia. Sobre el desastre burocrático, hay entidades que ya operan en el sistema de redes demostrando que la tecnología inalámbrica de curso post pandemia lejos de la tiranía de la tramitología. Para terminar, toda propuesta de cambio debe empezar por Educación y Cultura.