Alicia Maguiña: Sentir al Perú desde la intimidad

Escrito por Crédito de imagen: Javier Ferrand. Revista Ideele N°294. Octubre 2020

Alicia Maguiña ha partido ad portas de cumplir 82 años. Una intensa vida dedicada en su mayor parte a la vocación por la música, cuestión que tuvo bien clara desde muy temprana edad. Quienes la hemos conocido de manera directa sentimos una doble pérdida, no solo como una figura destacada de la música peruana, sino como una maestra y amiga. Resultaría inútil pedirle explicaciones a la muerte, pero no deja de sorprender que se haya marchado justo cuando venía trabajando en un segundo libro destinado a recoger parte de sus memorias y vivencias con el arte popular. Tuve el privilegio de mantener una amistad y un diálogo frecuente con ella hasta días antes de que fuera internada en un hospital a causa de un derrame cerebral, factor que provocó su deceso días después.

Con su muerte se cierra un ciclo de grandes compositoras de la música popular peruana. Precisamente el año pasado había sido reconocida por el Proyecto Especial Bicentenario de la Independencia del Perú, promovido desde el Ministerio de Cultura, junto con Serafina Quinteras, Rosa Mercedes Ayarza, Victoria Santa Cruz y Chabuca Granda; pero a diferencia de aquéllas, teníamos el privilegio que estuviera físicamente en dicho momento con nosotros. Sus palabras aquella noche se convirtieron sin querer en un agradecimiento final a su público: “Lo único que tengo para darles es las gracias. Ustedes me han acompañado, y si no son ustedes, personas de generaciones anteriores, durante una bellísima carrera artística que lo único que me ha dado es gratificaciones. Gratificaciones conseguidas por llegar al alma de las personas a través de mi sinceridad”.

Quisiera entonces ofrecer en este texto una reflexión sobre el significado de su vida y obra, bajo tres aspectos que me parecen importantes destacar y que juntos denotan su forma de haberse relacionado con el Perú y su gente, y que en cierta medida, nos va trazando una ruta de cómo debe ser ese vínculo con la patria y el compromiso con nuestra sociedad: no desde la superficie, sino anclado en lo más profundo de sus entrañas.

Por el reconocimiento del otro

Desde que el Perú nace como república independiente, el ideal de una ciudadanía plena ha sido y es una tarea pendiente. Durante todo el siglo XX y hasta nuestros días, seguimos siendo testigos de esa búsqueda de reconocernos como iguales. Lamentablemente, muchos de estos proyectos se han visto frustrados o direccionados hacia otros rumbos, justamente por no tomar en cuenta la diversidad social y cultural que nos caracteriza. Ante esta gran tarea, trabajos desde la antropología como el de José María Arguedas han sido cruciales para brindar pistas respecto a cómo debemos avanzar como sociedad.

En esta misma línea arguediana se encuentra la obra musical de Alicia Maguiña, colocando en el centro al otro, una noción que nació a partir de su contacto con las jóvenes quechuahablantes procedentes de Ayacucho, Huancavelica y Apurímac, enviadas a trabajar en casas de familias acomodadas en Ica, lugar donde radicó los primeros años de su vida cuando su padre trabajaba como vocal de la Corte Superior de dicha ciudad. Lo social reveló entonces crudamente: aquel otro entró a formar parte de su sensibilidad cuando las escuchó cantar en quechua, marcando así la condición que aplicaría el resto de su vida para acercarse a la música.

¿De qué manera comprendió y trató a ese otro? Definitivamente no fue desde una mirada vertical como una simple observadora, sino desde la horizontalidad y la empatía. No idealiza personajes o colectivos, sino que les otorga el lugar que les corresponde, lo cual se percibe en la letra de Indio: “La luz se hizo sombra/ y nació el indio, / la puna se hizo hombre y nació el indio. / Prisionero en tu suelo, /indio cautivo, / sin luz en la mirada, /indio sombrío…” Un vals de fuerte contenido social grabado en 1963, mucho antes de los procesos de cambio inaugurados por el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado. En fin, fue compuesta como una convicción personal de la que era testigo y no para acomodarse a una coyuntura política.

Otra manera de reconocer al otro fue a través de la valoración del trabajo de diversos autores y compositores cuyas canciones grabó en sus discos, así como en su tarea de recopiladora, “destacando la obra, la canción y en su mejor versión”. Piezas que interpretó con fuerte sentimiento sin alterar la letra o modernizarla, dirigiéndose a las mismas fuentes y actualizándolas en su voz para invitarnos a conmovernos con ella. Aquí radica exactamente uno de los pilares de su obra: la búsqueda de lo auténtico de la música popular, tanto en su vertiente andina como criolla, tal como lo afirma en su libro, “Siento lo popular desde adentro del pueblo. Yo no lo siento desde el jazz. ¿Para qué agringarnos? Es posible reemplazar el alma[1].” Huelga añadir acerca de los personajes que eternizó en sus composiciones: Augusto Ascuez o Manuel Quintana – “El Canario Negro”-, como una forma de hacer justicia por sus aportes a la marinera limeña, género que Alicia promovió desde la recopilación y creación de nuevas letras, así como mediante su trabajo de difusión y enseñanza.

El universo femenino

Alicia fue una mujer de pensamiento muy avanzado para su época, ubicándose como compositora en un espacio tradicionalmente dominado por varones. Y tratándose de una artista de música popular, lo hizo desde el dominio libre del lenguaje en sus composiciones, no para que lo entiendan solamente lo poetas, sino el pueblo en su conjunto. En ese sentido, si sus letras han quedado grabadas en el colectivo nacional es porque recogió las aspiraciones, motivaciones y deseos del pueblo, para luego, en una especie de círculo de retroalimentación, devolvérselos, aunque desde la particularidad de ser una mujer.

Del mismo modo, dentro de su obra destacan las composiciones dedicadas a personajes femeninos, como las marineras limeñas Bartola y Valentina, el tondero La Apañadora o el huayno Serrana. Sin bien estas letras subrayan a personas o colectivos de la costa y el ande, existe otro aspecto más particular y poco explorado: las referidas a aquella dimensión más íntima de la mujer. Quizás la más popular sea Inocente amor, relacionada a la experiencia del primer enamoramiento, o Mi corazón, que también nos remite a su etapa de adolescencia, cuya letra y música destacan por su candor. Otras canciones que nos fue entregando conforme maduraba como artista y mujer, fueron los valses Hijo y Felicidad, los cuales expresan su afecto maternal, al estar dedicados a sus hijos Eduardo y Alicia.

También tenemos las obras germinadas a partir de hechos que le impactaron, como el suicidio de José María Arguedas, a quien le dedica el vals “Wiñaytam kausanki” (Eternamente vivirás): “Una canción que no es triste, simplemente le ofrezco a manos llenas toda la ternura que a él le faltó en vida”[2]; y cuyos versos comienzan así: “Quisiera hundirme en la tierra / para encontrarme contigo / y cargarte a mis espaldas, / huérfano, niño dormido”. Es una composición bien lograda donde los sonidos andinos y costeños armonizan. Luego encontramos otros valses que departen sobre el amor, el desamor, o la ausencia y presencia del ser amado como Interrogación, Todo me habla de ti, Como ayer o Dime si estoy contigo. Me detengo en este último, que personalmente me agrada bastante por su melodía, y cuya letra es poesía pura al lograr trasmitir el ansia del amor: “Quisiera saber, si soy para ti / risa, llanto, vida, muerte, sombra, luz / quisiera saber / si hoy que no me encuentro / me sientes en ti, / ¡dime si estoy contigo!”

En suma, Alicia ha sido una mujer que ha comunicado su vitalidad interna a través de sus letras. Compuso y cantó a sus padres, a la soledad, a la risa, a las horas vacías y a la santa tierra que la vio nacer. Todo lo que vivió lo fue expresando; no se guardó nada. Una mujer versátil que no permaneció en el marco cultural que le correspondía, sino que se proyectó hacia otros ritmos, ampliando sus horizontes. Negra quiso ser y lo logró, no de palabras sino en los hechos. Se casó con Carlos Hayre, cuyo matrimonio desafío los arraigados convencionalismos sociales, pero también se puso pabilos en las trenzas y bailó tondero de Morropón, o se transfiguró en una Coya para cantarle a la Virgen de Cocharcas en Sapallanga (Junín), el corazón de los Andes. El Perú con toda su riqueza y complejidad fue tomando cuerpo en ella y su voz fue el canal para que este país de todos los pueblos se hiciera presente entre nosotros: “La voz de la tierra fue cobrando carne dentro de mí y sentí la terrible necesidad de decirla, de hacerme y oír. Es así como empecé a crear canciones hondas que tuvieran una intención y un mensaje que trascienda la música y las palabras, en las que sienta totalmente lo peruano, aquello que está germinando entre generaciones y distancias, entre razas, entre cerros, entre selvas, entre desiertos”[3].

Una artista de la integración

“Por esos años en Lima no estaba de moda cantar huaynos como ahora (…) no se concebía, que siendo de la costa arriesgara mi éxito cantando y bailando «esa música». No se entendía que no era un cambio de actitud, sino el desenlace maravilloso de una permanente vigilia y razón auténticamente peruana”.

Desde que empezó su carrera artística, Alicia Maguiña apostó por un compromiso con el Perú criollo y andino. Su obra representa una posibilidad de país, de unir esos mundos en un dialogo armonioso desde lo musical. El reconocido antropólogo Rodrigo Montoya se refirió a ella como la artista puente que el Perú necesitaba, quien supo entender que el Perú es más que Lima, vinculando siempre desde lo melódico a un país tan diverso, bajo la lógica de la universalidad del ritmo y el reconocimiento del otro, quebrando así los clásicos prejuicios y miedos.

Actores como Alicia han sido cruciales para tender puentes en un país que desde un discurso dominante ha observado con recelo lo popular y la diversidad cultural que nos caracteriza, tratando de desindigenizar o buscando homogeneizar; y, en consecuencia, rompiendo los vínculos con la ancestralidad y la magia de nuestros pueblos. Frente a ello, Alicia abrazó al Perú y escarbó sus entrañas, lo cual se tradujo en la originalidad de su obra, en el estudio estricto de la auténtica nacionalidad, distinguiendo y sintiendo al Perú desde la intimidad. Una comprensión de país que no se convirtió en una marca para exportar, sino un respeto y compromiso con su gente. De su voz brotaron valses, marineras, tonderos, festejos, panalivios, mulizas, waynos, tunantadas, y waylarsh. Una voz sincera, limpia y sentida, capaz de transmitir lo que cada género involucra, porque no se limitó a cantar; su labor se explayó en brindar vitalidad a sus composiciones, obteniendo así el reconocimiento de los pueblos que las habían forjado.

Felizmente, su obra fue reconocida en su debido momento, recibiendo importantes distinciones como la Orden El Sol en el grado de Gran Oficial, o las Palmas Artísticas del Ministerio de Educación. Sin embargo, queda mucho por trabajar para darle continuidad y proyección universal a su legado, y en ese sentido todos debemos poner de nuestra parte. Ella partió en un momento muy complicado para el país y el mundo, de modo que ha sido imposible despedirla como se merecía. Sólo resta en mi mente el último diálogo que tuvimos y aquellas palabras: te pido que reces por mí. Tu presencia Alicia está en todas partes, pero sobre todo en el respeto al otro, y he ahí el camino para construir un Perú de todas las sangres.

Finalmente, cierro mi texto con los últimos párrafos de su Muliza de la aurora, cuyos versos poéticos nos invitan a apostar por la justicia para hacer posible un mañana mejor: “¡Grita el dolor sin gritar! / ¡Sin preguntar hasta cuándo! (bis) / Qué hondo misterio sin respuesta / el que nos postró / que nos ponga en pie la voz / la voz de la esperanza / anunciando nuevos días / los que siempre soñamos (bis) / Llegará la aurora / sonriéndonos, sonriéndonos / el sol brillará / alegrándonos, alegrándonos.”


[1] Alicia Maguiña, “Mi vida entre cantos”. Fondo Editorial de la Universidad San Martín, p.178

[2] Espectáculo musical: “Solamente Alicia” (1975). Enlace: https://www.youtube.com/watch?v=16JZ7OKhB7U&t=1316s

[3] Introducción al LP “La voz de la tierra” (1973). IEMPSA (ELD 02.01.179).

Sobre el autor o autora

José Luis Franco-Meléndez
Egresado de la maestría en historia por la Pontificia Universidad Católica del Perú e integrante del colectivo ciudadano Salvemos Lima. Actualmente se desempeña como coordinador del Servicio de Ciudadanía Global y forma parte del Equipo de Teología del Instituto Bartolomé de Las Casas.

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