La hora clave: las consecuencias políticas y económicas de la pandemia en Europa

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Imagen: Julien de Rosa (EFE). Revista Ideele N°294. Octubre 2020

La crisis del COVID ha traído consecuencias prácticamente imprevisibles para la mayoría de los que vivimos en Europa, afectando de manera muy concreta nuestro día a día. En aras de contener la pandemia, la Unión Europea (UE) cerró muchas de sus fronteras con terceros países e incluso se limitaron los desplazamientos dentro de la zona Schengen, algo que está previsto – y ha ocurrido – bajo situaciones excepcionales, pero nunca de manera sistemática y generalizada como fue el caso en esta oportunidad. Sin embargo, estas consecuencias concretas y palpables para el ciudadano de a pie, no son más que síntomas expuestos de una enfermedad que puede ser mucho más grave. Quizás la Unión Europea esté frente a una de sus pruebas más importantes desde la firma del tratado de París, en 1951, que puso los cimientos de la UE a través de la creación de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero.

En efecto, por mucho tiempo criticada desde los extremos del tablero político, la UE debe hoy responderle al ciudadano europeo y demostrar que su finalidad no es la de ser un agente de expansión de las grandes empresas, como muchos la acusan desde una tribuna, o de haber dejado de lado las preocupaciones locales, en beneficio de una tecnocracia bruselense alejada de la realidad cotidiana, como le imputan desde otra. Las consecuencias que puede traer consigo esta grave crisis sanitaria son de un orden mayor y, de no estar a la altura, el daño causado al proyecto de integración europeo podría ser muy difícil de reparar, incluso terminal.

Entonces, ¿cuáles son estas consecuencias?[1]

Desde el plano económico, la situación es compleja, pero la UE aún tiene importantes herramientas para hacer frente a la crisis.

Impactos desiguales

Si bien es cierto que cada uno de los países europeos ha planteado en sus escalas nacionales planes de reactivación económica, también es cierto que éstos son bastante desiguales ya que los distintos países no inician esta maratón desde el mismo punto de partida. Por ejemplo, Grecia recién empezaba a vislumbrar algunas mejoras económicas de la última crisis, pero aún carga con una deuda de 180% de su PBI. Países como España o Italia, fuertemente golpeados por crisis estructurales que llevan ya más de una década, también deben apechugar deudas muy pesadas para sus economías, casi 100% del PBI para España y 135% para Italia.

En términos de desempeño económico, el 2020 será sin duda el peor año desde que se creó la UE. Se estima que la economía del bloque caerá en un 8,3%, siendo Grecia, Italia y España los países más afectados con caídas que rondan el 12% del producto. Las caídas más ligeras se estiman en países chicos como Luxemburgo, Austria y Malta, con resultados negativos entre el 5% y el 6% del producto. Polonia tendría la menor caída, con 4% del PIB.

A todas luces, un fracaso de la UE en responder a sus ciudadanos con acciones claras que eviten el deterioro de las economías nacionales, contengan el desempleo y preserven el ahorro de sus ciudadanos, se podría traducir en una estocada final para el proyecto de integración regional más exitoso del mundo.

Pero quizás lo más preocupante del impacto económico del COVID sea el dramático aumento en la tasa de desempleo, particularmente en los jóvenes. Se estima que unos 2 millones de jóvenes europeos caerán en el desempleo este año, llevando la cifra de jóvenes desempleados en 2019 a 4.8 millones en 2020. La tasa de desempleo juvenil en el bloque podría incluso duplicarse, pasando de 15% en 2019 a un estimado entre 25% y 30% al finalizar el presente año. Los países que más sufrirán del impacto en el empleo juvenil serán aquellos que ya tenían problemas estructurales antes de la pandemia: Grecia, España e Italia. Las tasas de desempleo juvenil se están disparando y se estima que lleguen a 46,3%, 43,7% y 41% respectivamente. Es decir que prácticamente cuatro/cinco de cada diez ciudadanos jóvenes de estos países estarán buscando un empleo sin poder encontrarlo.

Los países que tendrán los mejores desempeños en este importante indicador son aquellos que ya tenían cuentas sanas y economías dinámicas antes de la crisis. En países como Alemania, Países Bajos o República Checa, las tasas de desempleo juvenil aumentarán, pero se situarán en torno al 15%-16%. De igual forma la crisis del COVID les pasará factura, puesto que estas tasas se encontraban en torno al 5% en 2019 en estos países.  Es decir, no hay quien esté seguro de no ahogarse, pero algunos nadan más cerca de la orilla que otros.

Evidentemente, frente a una situación tan desigual, los países europeos necesitan una intervención superior, por parte de la UE, para hacer frente a esta difícil situación.

Una respuesta europea

En ese sentido, los países europeos, claramente liderados por Emmanuel Macron y Angela Merkel, propusieron la creación de un paquete de ayuda sin precedentes, el cual fue aprobado, no sin haber pasado por un muy complejo proceso de negociación, a fines de julio del presente año. Los países que se opusieron al plan de recuperación tal como estaba planteado son tres de los “mejores” alumnos de la clase en términos de gestión macroeconómica: Austria, Dinamarca y los Países Bajos. Estos países mantuvieron una postura que llamaba a profundas reformas en los países del Sur de Europa para que las ayudas no caigan en saco roto. Finalmente se llegó a un acuerdo, después de arduas negociaciones que no tocaron el monto total del plan, pero sí redujeron el porcentaje de las subvenciones y aumentaron el porcentaje de los créditos reembolsables.

El plan adoptado, llamado “Próxima Generación Unión Europea”, contará con un presupuesto nunca antes visto de €750 mil millones, de los cuales €390 mil millones serán transferencias directas y €360 mil millones, préstamos reembolsables, encontrando un compromiso ciertamente difícil de alcanzar en una Europa desigual y con liderazgos variados. Los dos principales beneficiarios de este plan son Italia y España, quienes recibirán bajo concepto de transferencias directas, es decir no-reembolsables, €80 mil millones y €79 mil millones respectivamente. En total, de los €750 mil millones de euros, Italia recibirá €209 mil millones y España €140 mil millones, esto quiere decir que entre estos dos países se repartirán el 46,5% del presupuesto del plan, dejando en claro el fuerte componente de solidaridad que está a la base de la propuesta.

Por ahora los dos motores del plan, Francia y Alemania, tendrán que duplicar sus ya importantes aportes al presupuesto de la UE para garantizar la viabilidad del proyecto.  Asimismo, la UE recurrirá al endeudamiento para el financiamiento de su presupuesto, algo que nunca antes se había hecho, pero que es una alternativa viable, debido a las excelentes condiciones crediticias que goza la UE. Para ello la participación de las dos mujeres fuertes de las instituciones europeas fue imprescindible: Úrsula von der Leyden, presidenta de la Comisión Europea y Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo.

Desde el plano político, se juega el futuro de la UE.

Consecuencias en los principales países

A todas luces, un fracaso de la UE en responder a sus ciudadanos con acciones claras que eviten el deterioro de las economías nacionales, contengan el desempleo y preserven el ahorro de sus ciudadanos, se podría traducir en una estocada final para el proyecto de integración regional más exitoso del mundo.

Efectivamente el populismo ha venido tomando mayor amplitud en varios países europeos desde hace ya varios años y un amplio sector pro-europeo y liberal de la clase política europea teme – y con fundamento – que las consecuencias de la crisis del COVID contribuyan a generar un terreno aún más fértil para el crecimiento de estas posiciones extremas.

En efecto, desde ambos extremos del tablero político, se ha venido atacando a la UE, como uno de los principales causantes de los “problemas” cotidianos de los ciudadanos europeos, como el desempleo, muchas veces achacado (falsamente) a la inmigración supuestamente fomentada por Bruselas o el aumento en el costo de vida, atribuido comúnmente a la moneda común de varios países del bloque: el euro.

Dentro de varios países de la UE los partidos políticos populistas han venido cobrando protagonismo en los últimos años: el Rassemblement National (ex Front National) de Marine Le Pen llegó a la segunda vuelta de las elecciones francesas en 2017, obteniendo un 33,9% de los votos frente al pro-europeo y liberal LREM de Emmanuel Macron. En Italia, La Lega (ex Lega Nord), bajo el liderazgo de Matteo Salvini fue la tercera fuerza política más votada en ambas cámaras legislativas en las elecciones nacionales de 2018, obteniendo un resultado histórico. En 2019 el partido de Salvini fue el más votado para las elecciones al parlamento europeo. En España, el joven partido Vox, creado recién en 2013, ha crecido rápida y sostenidamente para obtener el 15% de los votos en las elecciones generales españolas de noviembre de 2019. Quizás el caso en el que un partido populista haya tenido más poder sea el del FPÖ en Austria. El FPÖ ya tiene más de 6 décadas de vida política activa. Su primer líder, Anton Reinthaller fue un ex nazi y ex oficial de la SS y el partido ya ha estado en el poder, en coalición con otras fuerzas políticas austriacas. Sin embargo, todo este panorama ya se ha venido dibujando en los últimos años y no es, para nada, producto de la crisis del COVID.

Otros casos relevantes son los radicalizados partidos conservadores en el poder, como el PiS en Polonia y el FIDESZ, en Hungría, cuyo mediático líder, Víctor Orban, aprovechó el inicio de la pandemia para legislar a favor de un aumento de sus poderes.

Sin embargo, todos los sondeos están demostrando que la pandemia no ha reforzado posición antieuropea, sino más bien lo contrario: en la mayoría de países los ciudadanos europeos están entregándole su confianza a los partidos tradicionales que conocen bien, disminuyendo el apoyo a los partidos en los extremos. Incluso esto ha provocado algunos cambios internos en los partidos políticos populistas: por ejemplo, en Italia, Salvini no logró su apuesta de controlar la región clave de Toscana en las elecciones regionales del mes pasado y dentro de la Lega está emergiendo con mucha fuerza el gobernador del Veneto Luca Zaia, quien podría tomar las riendas del partido y que tiene una posición menos radical que Salvini en algunos temas clave como la inmigración.

Respuesta europea al populismo

Sin embargo, aún es demasiado pronto para hacer una valoración final del impacto político que tendrá la pandemia a nivel europeo.  El próximo país central de la UE en tener elecciones generales previstas es Alemania, cuyos ciudadanos acudirán a las urnas en la segunda mitad de 2021. En el caso de Francia, se esperan elecciones para abril de 2022. Estos hitos podrán darnos más luces sobre los resultados reales del impacto de la crisis del COVID en la política europea y, en particular, en sus dos países más importantes.

Por ahora, los liderazgos pro-europeos actuales están dando la talla: Merkel, en Alemania, Macron, en Francia, Úrsula von der Leyden (alemana) y Christine Lagarde (francesa), a la cabeza de las instituciones europeas más importantes, han sabido trabajar conjuntamente y traer a la mesa propuestas concretas para enfrentar la crisis. Cabe notar que tres de los cuatro líderes europeos más importantes son mujeres.

El plan UE Próxima Generación, que apuesta por un principio inequívoco de solidaridad, y en el que los que más contribuyen son justamente Alemania y Francia, ha sabido convencer a los líderes políticos de otros grandes países europeos, como España e Italia, y también crear gran expectativa en los ciudadanos europeos.

Dicho esto, es crucial que esta ciudadanía europea, que aún no ha visto los beneficios del plan de la UE – ya que la mayoría de acciones se están articulando con los presupuestos nacionales que se están presentando por estos días en los respectivos países -, pueda sentir que esta contribución realmente llega a las familias, ayuda a preservar el empleo y a mantener la calidad de vida. De lo contrario, el riesgo del crecimiento de un sentimiento antieuropeo puede convertirse en una amenaza real para el futuro del bloque.

Y el desafío no es menor. El sector turismo que aporta varios miles de millones de euros a economías clave como la francesa, la española y la italiana (el primer, segundo y quinto destinos turísticos en el mundo respectivamente) se ha venido abajo. No solamente se trata de un flujo de capitales que ingresa directamente a las economías europeas, sino que, principalmente, aquí se ponen en riesgo millones de empleos y con ellos, la estabilidad de millones de familias. La recesión es una realidad latente, particularmente para el sur de Europa.

Los partidos populistas tendrán entonces aún muchísimas oportunidades para seguir apuntando a un establishment que es fácil de atacar, apoyándose en su retórica antagónica a las élites burocráticas europeas, que cargan con el estigma de ser tecnócratas fríos, sin demasiada conexión con la realidad del ciudadano de a pie.

Por ahora, parece que la ciudadanía europea no está cayendo en la trampa de un enemigo fácil, y está valorando la dimensión de la crisis, confiando aún en sus líderes tradicionales y en la importancia de la UE para eventualmente salir de ella. La UE tiene las herramientas y los liderazgos para salir adelante, la gran pregunta es si la ciudadanía podrá soportar el impacto que aún está por venir y que aún no sabemos qué tanto durará, sin eventualmente caer en la tentación de respuestas fáciles – y erradas – a problemas complejos.

Sin duda esta crisis tiene el potencial de darle la estocada final a un proyecto europeo que ha venido sufriendo diversos problemas en los últimos años: Brexit, desempleo, crecimiento de las desigualdades, inoperancia… Sin embargo, también es una magnífica oportunidad para demostrar qué tanto la Unión puede acercarse a los ciudadanos y de esta forma revitalizarse y salir fortalecida, recuperando su razón de ser. Es la hora clave.


[1] Es importante aclarar que no tocaremos el caso del Reino Unido, ya que el nivel de complejidad que añade el Brexit hace que el análisis deba realizarse desde otras ópticas.

Sobre el autor o autora

Joaquín Pinto Ferrand
politólogo, magíster en relaciones internacionales por Sciences-Po Paris, Francia y MBA por la Universidad de Suffolk, Reino Unido. Es fundador y consultor principal de CAPS Solutions, consultora miembro de la red Europea de Agencias de Políticas Públicas en Salud, The Health Link. Actualmente vive en Malta (UE).

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