¡Queremos República! Intelectuales y política en el momento actual

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Revista Ideele N°294. Octubre 2020

Es muy probable que el republicanismo –en tanto “tradición política” que constituye “una sólida base” para “consolidar la democracia, fortalecer la gobernabilidad y promover la cohesión social”[1]—sea uno de los conceptos más utilizados en la campaña electoral ad portas.  Se trata de una singular contribución de la academia al debate político que tiene en la historiadora Carmen McEvoy y el politólogo Alberto Vergara a sus principales responsables. Aporte que explica, al parecer, su ubicación en la “encuesta del poder” que publica anualmente una revista local como dos de los intelectuales más influyentes de país[2]. ¿Qué sostienen? ¿Cuál es el posible impacto de sus propuestas?  

I

De la mano de Manuel Pardo y Lavalle hizo su ingreso al ámbito de la historia política Carmen McEvoy. Descubriendo, en el contexto de la violencia que remecía al país a fines de los años 80, la relevancia de su labor como líder del civilismo y visionario de la modernización del Perú. Punto de inicio, asimismo, de su interés por desentrañar el hilo perdido de la incumplida “promesa republicana” delineada por Jorge Basadre. Reto que pasaba por la influyente teoría de la dependencia que inducía a ver a sociedades como la peruana como “imposibilitadas de lograr cambios internos” dada la inexistencia de una clase dirigente capaz de levantar un proyecto nacional. En un sentido distinto la orientaban sus investigaciones que, enriquecidas con los aportes de una pléyade de autores anglosajones (J.G.A. Poocock, Philip Corrigan, Derek Sayer, Alan Knight) le permitirán darle a sus estudios sobre el civilismo una dimensión mayor. Ver a la obra política de Pardo, vale decir, como momento culminante de una “utopía republicana” nacida con la Independencia y que a lo largo de nuestra primera centuria había actuado como gran horizonte político-cultural[3]. A una drástica reevaluación de un período visto como un “siglo a la deriva” (Heraclio Bonilla) o inevitablemente sometido al yugo de la “herencia colonial (Julio Cotler) convocaba McEvoy. Una mirada según la cual, bajo el halo de la “utopía republicana”, acontecimientos vistos como síntomas de caos y anarquía –del caudillismo a los “ciudadanos armados”— aparecían como momentos de una soterrada “revolución cultural” iniciada con la Independencia.

Así, enriquecida su mirada por una perspectiva internacional que veía el “republicanismo” como una alternativa al fracaso de los clásicos “ismos” contemporáneos[4], rompe fuegos McEvoy contra quienes, como consecuencia de su labor de “destrucción sistémica” de “nuestro pasado” –vía el “falseamiento” y la “deshistorización”–, habían impedido la forja de una tradición política propia: (a) los representantes de una cultura política de aspiración “refundacionista” o “regeneradora” afanada por forjar “hombres nuevos” o “futuros diferentes” cuyo efecto concreto sería “cancelar el pasado”, privándonos así de una “tradición política” cohesionadora; (b) los cultores de aquella “diatriba lapidaria y destructiva” que, siguiendo la huella de un “político frustrado” como Manuel González Prada –cuyo espíritu iconoclasta “sigue rondando como un fantasma burlón, el escenario político actual”— buscaban socavar cualquier intento de acumulación política republicana, preparando así “el camino al ‘luminoso’ futuro que ni los más radicales iconoclastas pudieron imaginar” y (c) los “nuevos historiadores” y “científicos sociales” quienes, a título de escribir una historia de “los de abajo”, obviaban a “los de arriba” y los “frágiles experimentos de “los del medio”. Visiones, en suma, que habían impedido exhumar el “mapa mental” de la construcción republicana, perdiéndose con ello la acumulación ética y moral, el conocimiento de los mecanismos de legitimación, que el esfuerzo de creación de una “ideología cohesionadora” republicana conllevaba. Un desarrollo cuya “matriz constitutiva” se había desarrollado en el desdeñado siglo XIX y no en el “auroral debate” entre Haya de la Torre y Mariátegui en tiempos del oncenio, como se enseñaba a “las nuevas generaciones”[5].

Así, asumiendo el republicanismo como instrumento de análisis, en base a una magistral labor investigativa de la que deriva un “modelo de la evolución política del tardío siglo XIX y temprano siglo XX”, delinea McEvoy el marco referencial, a partir del cual, iniciaría sus “reflexiones sobre lo cotidiano y la historia” ampliamente difundidas a través del decano de la prensa nacional[6]. Una labor pedagógica de fuerte sentido evocativo en que suele recurrir al “rescate de las voces de los ilustrados” que aportaron al desarrollo de “una ideología propia” y promovieron “una participación política activa de los peruanos en su liberación”: magistrados, catedráticos, médicos, “servidores públicos de la talla de José Faustino Sánchez Carrión o Francisco Javier Mariátegui, gente honesta que moría pobre” y, “obviamente, algunos miembros de las élites económicas”, cuyos sueños e ilusiones fueron los cimientos sobre los que se construyó la república[7].  

II

Si en el caso de McEvoy el olor a pólvora de los años 80 sirvió de marco para su encuentro con Pardo y el civilismo, el autoritarismo fujimorista fue el catalizador de una preocupación que va a derivar en la publicación de Ciudadanos sin República ¿Cómo sobrevivir en la jungla política peruana? (2013), un volumen constituido por un conjunto de artículos publicados entre finales de la primera década del milenio e inicios de la segunda. Textos producidos bajo “los apremios del tiempo periodístico” que, en conjunto, abordaban un tema que, según el autor, definía la existencia del Perú contemporáneo: el desencuentro de dos promesas, la neoliberal y la republicana. Así, mientras la primera, en un par de décadas había cumplido con su promesa de producir un rápido crecimiento económico, la segunda no llegaba a concretar, doscientos años después, las “condiciones esenciales de la libertad republicana”, a saber: (a) igualdad ante la ley y en cuanto a participación en los asuntos públicos; (b) creación de un orden “comandado por la ley y por instituciones legítimas” y (c) la generación del mínimo de  “fraternidad” y de “confianza” que toda “república sana” requiere para funcionar. ¿Su legado?  Un siglo XX marcado por el descalabro de la “promesa republicana”: militarismos, desgobierno e inconsecuentes revolucionarismos, para culminar con “nuestro chino providencial”, abdicación máxima de la libertad republicana[8].

Con el apoyo de una excepcional coalición de amplio espectro social y de la sucias — aunque efectivas—trampas de Vladimiro Montesinos, desde 1990, la agenda neoliberal (mercados desrregulados, crecimiento económico, normalización de la desigualdad, el individuo como consumidor y/o empresario, una ética de “compra y calla”) reconfigura el Perú. Ni un país más justo, ni más igualitario, tampoco más democrático, había ofrecido el neoliberalismo. Pero en todo lo otro cumplió y con largueza. Hasta “el mundo rural prosperó” recuerda Vergara. Con costos que –ante el incumplimiento de la promesa republicana—golpearían como un “huracán” a la sociedad peruana. De ahí el título de su libro –“ciudadanos sin República”—puente por excelencia entre su producción académica y el debate político; reflejo, asimismo, de una trayectoria singular: una temprana socialización de izquierda, el descubrimiento juvenil –vía Vargas Llosa—de la obra de los liberales contemporáneos: Isaiah Berlin, Friedrich Hayek, Raymond Aron, François Furet[9]. No menos importante, un interés historiográfico que distingue su trabajo del resto de sus colegas.

Ya con el “huracán” encima vuelve a la carga Vergara –en la segunda edición de Ciudadanos sin República— con su crítica de la agenda neoliberal: ¿cómo explicar que no hayamos sido capaces de sacar al país de su inercia institucional aún cuando era urgente hacerlo? Un nuevo personaje –el “hortelanismo”— emerge en el escenario que presenta. Del propio Alan García Pérez –quién había tildado de “perros del hortelano” a aquellos que por “razones ideológicas” se oponían a la “puesta en valor” de las grandes riquezas que albergan nuestras regiones andinas y amazónicas—proviene la denominación. Y a la “victoria intelectual” del “hortelanismo” atribuye la deliberada postergación de la agenda republicana. La creencia, vale decir, de que el desarrollo era un derivado de la gran inversión privada. Que más que de la izquierda, en ese sentido, sino del “fervor hortelanista” de la derecha era que provenía –concluye Vergara– la mayor amenaza para la democracia peruana. Bajo su halo –advierte— una nefasta transición había tenido lugar: de la “mano invisible de la economía” a la “mano visible de la tecnocracia”[10]. Configurándose así, una “utopía tecnocrática”. Marco en el cual, llevado a una situación extrema, bien “podríamos entregarle el Perú a una organización internacional y sentarnos a ver cómo se encargan de nuestro destino”[11].

III

En vísperas de las Fiestas Patrias del 2018, en el contexto de la difusión de múltiples evidencias de la “precariedad y la corrupción enquistadas en nuestras instituciones tutelares” –que llegan a comprometer la propia “viabilidad” del país—, “invocando”, por ello, a los valores republicanos y liberales que fundaron nuestra nación”, propicia El Comercio un diálogo entre McEvoy y Vergara. La lectura de este intercambio permite apreciar el áspero aterrizaje de sus planteamientos en la agitada realidad nacional.

Que hasta entonces había sido escéptico de hablar de crisis en el Perú afirmaría Vergara: “me parecía que había malestar, un gradual deterioro de las instituciones, pero los hechos recientes –“audios y videos que demuestran la bajeza de quienes hacen política”— evidenciaban una crisis “del sustrato mismo de la república”[12]. De “crisis presente” habla ahora haciendo suya una expresión de Víctor Andrés Belaúnde vertida en un célebre discurso de 1914 que, tras recorrer las miserias materiales y morales de la república civilista, culmina exclamando: “¡queremos patria!”.

Para McEvoy, por su parte, la “enfermedad del olvido” aparecía como la “gran tragedia del Perú. Recordando, en ese sentido, que “hace 20 o 30 años hemos empezado a descubrir que este edificio llamado República del Perú posee un vocabulario propio, un diseño político, cultural y social imaginado por un grupo de compatriotas que participaron en la creación de la primera Constitución”. Rescatando ese “proyecto original” –a su parecer—sería posible responder a una “pregunta clave”: ¿qué pasó en el camino para llegar a este nivel de perversión?”

No comparte Vergara el entusiasmo historicista de su colega. La democracia, dice, “no refleja lo que somos, sino lo que hacemos”. Proponiendo, por el contrario, ‘desindependizar’ la reflexión sobre el Bicentenario “para pensar qué cosas hemos hecho a lo largo de la república”. Crucial al respecto comprobar que más al XIX –con sus traidores y sus tránsfugas y la completa ruina de la moral pública—que al XX en que “surgen ciertos partidos, liderazgos, simpatías que construyen fidelidades” se parece el XXI peruano. De ahí que, ahora como entonces, “chapas y colleras” hayan desplazado a los partidos en tanto que “las ideas” devenían “absolutamente descartables”. “¡Es el país que ha producido el pensamiento guía!” sostiene su interlocutora: “un país que no razona, que no discute, que no entiende que de una colisión de ideas puede salir algo mejor para todos”. Legado al que se suma, según McEvoy, una izquierda que, fascinada con las discusiones en China o en Rusia, no supo encontrar “sus raíces en el XIX para retomar las iniciativas, mejorándolas”. Un país, en suma, en que una “pose antirrepublicana” es lo que prevalece; una “corriente antiintelectual” que partiendo de “una ignorancia total de nuestros textos y de nuestra historia”, piensa que “estas discusiones” están “en las nubes”, que son moralismo puro, una mera pérdida de tiempo.

¿Cómo convocar, entonces, a ese “contingente de ciudadanos” que “rechazan lo peor de la cultura política nacional” y claman por una “república en forma”? Por una alternativa capaz de combinar, “virtuosamente, la decisión política del líder y el respaldo de la gente” apuesta Vergara. Porque cuando el dilema es “la ley o la jungla” ya no es cuestión de convocar a “siete sabios” para que imaginen la mejor reforma sino preguntarse quién es capaz de llevarla a la práctica. Poner “por delante” nuestro “capital cultural” de país “milenario y extraordinario” propone McEvoy, por su parte, para hacer entender a los políticos que “urge una reforma estatal para recibir el Bicentenario rectificando los errores y mirando un futuro que, si trabajamos juntos, puede ser muy promisorio”.

IV

En marzo de 2020 llegó la pandemia al Perú. Y con ello quedó al desnudo cuán incapaz había sido la prosperidad reciente para fomentar el desarrollo social del país. En el peor momento de la crisis sanitaria una enigmática columna de opinión publica Vergara cuyo autor invitado no era otro que Manuel González Prada[13]. Ahí, tomando frases de Páginas libres y Horas de Lucha, compone un artículo donde “se describía la situación del Perú”. Rescatar “una forma radical –“pura e intransigente”– de expresar el inconformismo de “una nación defraudada” era su objetivo.

En medio de la desgracia –revelaría Vergara– me sentía “huérfano de un discurso que alzara la voz para señalar las responsabilidades de quienes nos habían llevado a ser el país de América Latina “con los peores resultados tanto económicos como sanitarios frente al Coronavirus”. Insatisfecho con los numerosos artículos “de un optimismo sin anclaje real” y que, “descafeinando a Basadre evocaban líricamente un país con problemas pero con posibilidad”, había sentido la necesidad de “alguien que le llamase al pan pan y a la calamidad calamidad”. Ante “semejantes paparruchadas” y dado que del presente “no brotaba esa voz”, al tonel gonzalezpradiano” había que recurrir. Sorprendentemente –continúa—, muchos lectores celebrarían la “actualidad” y la precisión de un diagnóstico que parecía escrito la víspera de su publicación. Su atrevimiento había cumplido su objetivo: “señalar que muchas de nuestras dificultades nos asedian cual fantasmas inamovibles”[14]

Via el viejo “profeta radical”, con un nivel más profundo de la evolución histórica del Perú se conectaba así el politólogo Vergara: ese río subterráneo de bronca y resentimiento que, como nadie, el González Prada de 1888, había sido capaz de articular. Y con ese giro, a un tercer invitado –escasamente mencionado pero sin duda omnipresente—a la conversación le daba el pase: Alberto Flores Galindo. El título mismo de los libros de McEvoy y Vergara, más aún, tiene que ver con la obra del recordado autor de Buscando un Inca. ¿No era, acaso, La utopía republicana, una intento de respuesta a la utopia andina de Flores Galindo? Más explícito aún el caso de Vergara en que Ciudadanos sin república parafraseaba el título de un ensayo suyo: “República sin ciudadanos”.

Como una frágil entelequia aparecía ahí, la “república criolla”. Un constructo vapuleado por la fuerza de una “tradición autoritaria” que encontraba en las categorías raciales de origen colonial el gran sustrato de la “dominación social” prevaleciente. Sólo así podía entenderse –explicó Flores Galindo—que una “élite tan reducida” hubiese podido controlar un  país tan vasto, desarticulado y conflictivo. Si su propio trabajo mostraba en qué medida, el racismo estaba presente en el “entramado mismo de la vida cotidiana” de la sociedad peruana, el de su colega Paulo Drinot demostraría, años después, el papel que jugaba el racismo en la hechura de políticas públicas durante los cruciales decenios de 1930 y 1940[15]. Y a inicios del nuevo milenio, el “Informe Final” de la Comisión de la Verdad y Reconciliación del 2003 abundaría sobre el tema: en el papel jugado por el racismo y la exclusión, vale decir, en la proliferación de la violencia de los años 80 y 90.

V

Más allá de sus evidentes diferencias, un mismo afán comparten McEvoy, Vergara y Flores Galindo. El afán por explicar la relevancia del singular pasado peruano para comprender los dilemas del presente; para perfilar con la mayor agudeza posible las tareas que –como sociedad y en la perspectiva de contribuir a la construcción de una república justa y cohesionada— nuestro tiempo nos impone. ¿Cómo ensamblar el “vocabulario” de los próceres que reclama McEvoy, con la apuesta de Vergara por la reeducación virtuosa de nuestras élites y el ímpetu descolonizador de Flores Galindo? Acaso, podría decirse, que lo novedoso del momento actual sea el reconocimiento del aporte académico al debate político que los resultados de la “encuesta del poder” suponen. Poco o nada permite afirmar, no obstante, sobre la existencia de una voluntad política que haga suya esta perspectiva. A menos que el místico “bicentenario” traiga bajo sus alas alguna cura para nuestros males históricos y nuestra tercera centuria termine regalándonos el milagro de la sabiduría y la unidad.

Para terminar, una referencia a Víctor Andrés Belaúnde. Para recordar cómo su discurso sobre la “crisis presente” coadyuvó a la formación del Partido Nacional Democrático cuyo proyecto era un sucedáneo de la “república práctica” del civilismo del decenio de 1870. Una propuesta que contaba, al parecer, con las más propicias condiciones para despegar: recursos materiales, el apoyo de la crema y nata de “república de las letras” y, a la cabeza, al más importante de todos ellos: José de la Riva Agüero, “bisnieto de un presidente y nieto de uno de los fundadores del Partido Civil” como nos recuerda Carmen McEvoy. En el Perú de 1915, sin embargo, –con la “cuestión social” al tope y ya con claras evidencias del advenimiento de una masificación de la política—muy pronto se hicieron patentes los límites su propuesta. En esas circunstancias, un año después de su célebre ¡queremos patria!, Belaúnde se dirigía a su amigo Riva Agüero en los siguientes términos: creímos ser “los quijotes que se estrellan noblemente contra molinos de viento” y terminamos siendo “los sanchos fracasados expuestos a la risa universal”[16]. En los años subsiguientes, ellos y sus amigos “novecentistas” verían, desde el exilio, cómo el Perú caía en manos de la “demagogia” de Leguía, del “aprocomunismo” de Haya de la Torre y del rebrote militarista de Sánchez Cerro. Desengañados de la política, no les quedó sino volver al refugio académico, ahuyentados por una indómita realidad que, un siglo después, seguiría siendo tan irreductible y desafiante como en aquellos tiempos “aurorales”.


[1] Francisco Sagasti, “El republicanismo morado” http://franciscosagasti.com/site/wp-content/uploads/2019/06/A-El-Republicanismo-Morado.pdf

[2] Carmen McEvoy en el segundo puesto, detrás de Mario Vargas Llosa entre “las personas con más influencia en la cultura y la intelectualidad” y Alberto Vergara en primer puesto en dos campos: análisis político y Ciencias Sociales.

[3] C. McEvoy, La utopía republicana, Lima: PUCP, Fondo Editorial, 1992. 

[4] Gastón Souroujon, “El renacer de una tradición. Los distintos caminos del republicanismo contemporáneo” en Foro Interno, 2014, 14, 93-119 y Sergio Ortiz Leroux, “República y republicanismo: una aproximación a sus itinerarios de vuelo”, Argumentos (Méx.) vol.20 no.53 México ene./abr. 2007

[5] C. McEvoy, “Introducción. La política y los políticos tradicionales: la política peruana en la Historia o la Historia de la Anti-política” en La Utopía Republicana, Lima, PUCP, Fondo Editorial, 1997, pp. 1-22.

[6] Carmen McEvoy, Perú: reflexiones sobre lo cotidiano y la historia, Lima: PEISA, 2019.

[7] Diario El Comercio, “La república amenazada” (Patria, valores y crisis: una charla sobre la coyuntura entre Carmen Mc Evoy y Alberto Vergara) en El Comercio, 21-7-2018.

[8] A. Vergara, Ciudadanos sin República ¿Cómo sobrevivir en la jungla política peruana?, Lima: Editorial Planeta, 2013, p. 20.

[9] A. Vergara, “Piedras de toque en el zapato”, 1-11-2010 en https://vergarapaniagua.com/2010/11/01/piedras-de-toque-en-el-zapato/

[10] A. Vergara, “Qué se puede hacer con el Perú” en Revista Poder, 2-11-2014.

[11] A. Vergara, “¿La utopía tecnocrática? (Elogio y crítica de un libro importante)” en Poder, 1-1- 2004 https://vergarapaniagua.com/2014/01/01/la-utopia-tecnocratica-elogio-y-critica-de-un-libro-importante. Perspectivas críticas de distinta orientación  pueden encontrarse en: Camilo Ferreira, “¿Quiénes son los hortelanos y los republicanos en el Perú?” https://www.lampadia.com/analisis/politica/quienes-son-los-hortelanos-y-los-republicanos-en-el-peru/ Otra crítica de los planteamientos de Vergara es Daniel Luna y Mijail Mitrovic, “Usos de la república: notas sobre Alberto Vergara” en  https://tramacritica.pe/perspectivas/2020/08/23/usos-de-la-republica/

[12] Diario El Comercio, “La república amenazada”, 21-7-2018. Las citas que prosiguen vienen de esta fuente.

[13] A. Vergara, “Columnista invitado: Manuel González Prada” en El Comercio, 9-8-2020

[14] A. Vergara, “El diablo viste (González) Prada: un acercamiento a su moderna intransigencia” (de próxima publicación).

[15] Paulo Drinot, La seducción de la clase obrera, Lima: IEP, 2016.

[16] Osmar González, Sanchos fracasados: los arielistas y el pensamiento político peruano, Lima: Ediciones PREAL, 1996.

Sobre el autor o autora

José Luis Rénique
Estudió Historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Se desempeñó como investigador en el Instituto de Estudios Peruanos (1978-1980) y en el Centro Peruano de Estudios Sociales (1986-1988). Ejerce la docencia en los Estados Unidos desde 1989. Es actualmente profesor principal en la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

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