Las elecciones presidenciales 2018 en México: ¿un proceso plebiscitario?

Foto: Global Media

Escrito por Revista Ideele N°279. Julio 2018

En 2018, México vive uno de los procesos electorales más complejos de su historia. Lo que está en juego no es solamente la alternancia de un programa político o de una coalición partidista en el poder, sino la posibilidad de transformar el modelo de desarrollo social y económico que ha estado vigente en los últimos 30 años. Para tener una mejor idea de lo que esto significa es necesario entender las dos dimensiones que definen el contexto en el que se desarrolla este proceso electoral.

Para empezar, la primera dimensión refiere al clima internacional generado en los últimos diez años. Ha surgido una multiplicidad de nuevas plataformas tecnológicas para difundir, compartir y socializar contenidos informativos y de entretenimiento, al tiempo que se han consolidado las redes sociodigitales como nuevos espacios de creación, intercambio y comunicación –incluso en países en desarrollo, como los de América Latina. Frente a la velocidad, el alcance y la interactividad en la comunicación, las clases políticas tradicionales han tenido poca imaginación ante los resultados más negativos de un modelo capitalista global, tales como el crecimiento veloz de la concentración del ingreso, de los procesos de desigualdad, de la precarización de los mercados laborales y de la incertidumbre sobre el futuro. No es casual que la actual crisis de confianza y credibilidad de las democracias no solo alcance a sus partidos y clases políticas tradicionales, sino también a sus instituciones. México, desde luego, no escapa a esta tendencia.

La segunda dimensión, más local, amplifica los retos planteados por la primera debido al agravamiento de problemas como la pobreza, el crimen organizado, las violencias y, sobre todo, la corrupción. En 30 años de políticas públicas de corte neoliberal, México se ha vuelto una economía más diversificada, más abierta y más competitiva, pero los porcentajes de pobreza se han mantenido estables en alrededor de 44% de la población. El incremento de la desigualdad del ingreso es notable, pues en 1982 el ingreso del 10% más rico era 22 veces superior al 10% más pobre y ahora es más de 30.5 veces. La falta de oportunidades de empleo y desarrollo en muchas regiones, por una parte, ha empujado a la migración, sobre todo a Estados Unidos, y por la otra, ha atraído a las personas a la delincuencia. Situación que se agrava ante el proceso de desmantelamiento del Estado, que ha perdido capacidades de control territorial a tal extremo que en muchas regiones se han debido desarticular los cuerpos policíacos municipales y estatales al comprobarse que laboraban para el crimen organizado. Todo esto ayuda a explicar la enorme violencia que en 11 años ha dejado más de 234 mil muertos y más de 32 mil desaparecidos. Y si lo anterior fuera poco, la corrupción de la clase política se ha vuelto cada vez más escandalosa (en el índice de Transparencia Internacional, México ocupa el lugar 132 de 180), documentándose en reportajes premiados internacionalmente, desde propiedades indebidamente obtenidas hasta el desvío descarado de más de 400 millones de dólares destinados a programas de pobreza hacia empresas fantasma, sin ninguna consecuencia jurídica. No es casual que México haya terminado por ser el país más peligroso para el ejercicio del periodismo con cerca de 110 comunicadores asesinados entre 2000 y 2017. Este es el contexto de la actual competencia electoral.

Las encuestas más respetadas señalan que la gran mayoría de la población sería favorable a un cambio y que el partido que mayor rechazo suscita es el gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI). Esto ha servido para articular las campañas. La del candidato oficial (Partido Revolucionario Institucional-Partido Verde-Partido Nueva Alianza), José Antonio Meade, ha enfatizado que este no es militante del PRI y han tratado de esconder los logos de este partido para posicionarlo como un candidato técnico, con educación en el extranjero, y personalmente honesto. Hasta ahora se ha mantenido en el tercer lugar con un promedio de 20% de intención de voto, que refleja la base histórica del PRI, y no mucho más. Por su parte, la campaña de la alianza entre los partidos de centro-derecha, el Partido Acción Nacional, y de centro-izquierda, el Partido de la Revolución Democrática (más un tercero difícil de clasificar, Movimiento Ciudadano), Ricardo Anaya, ha buscado capitalizar la idea del cambio, enfatizando que con él se trataría de “un cambio inteligente”, pues está preparado y es joven. Su campaña comenzó a despegar, pero muy rápidamente apareció la Procuraduría General de la República con una investigación en la que se le involucra con una adquisición y venta indebida de terrenos por cerca de 2.7 millones de dólares. El caso no está cerrado y aunque Anaya acusa al gobierno federal de una guerra sucia, lo cierto es que ha bajado en las preferencias electorales de 32% a 26% entre febrero y abril. Hay además dos candidatos independientes en la contienda: Margarita Zavala (5% de preferencias), esposa del expresidente Felipe Calderón, que decidió salirse del PAN para postularse y el exgobernador del estado de Nuevo León, Jaime Rodríguez (alias “El Bronco”, con 3% de preferencias), de quien el Tribunal Electoral pasó por alto las evidentes faltas en su registro al alegar que hubo violaciones procedimentales a sus derechos. En todos estos casos, los candidatos plantean solo cambios en algunos programas y políticas públicas, o el castigo a los corruptos, pero en ningún caso cambios estructurales de rumbo económico.

Es por ello que el verdadero candidato a vencer es, nuevamente, Andrés Manuel López Obrador (contiende por tercera ocasión), quien sí ha enfatizado un cambio de modelo de desarrollo, la devolución de facultades al Estado y el incremento del gasto social. Si bien, los demás lo tildan de populista, lo cierto es que no solo se ha mantenido en el primer lugar de las preferencias, sino que ha crecido alcanzando en abril 51% de las intenciones de voto. Hasta ahora, parece ser quien mejor encarna la idea del cambio y, a diferencia de las ocasiones anteriores, la campaña de miedo (comparar su proyecto al del chavismo en Venezuela) no parece estar permeando.

Este domingo 22 de abril será el primero de tres debates y, seguramente, todos buscarán mostrar a López Obrador como un populista peligroso, lo cual será un error y solo harán evidente que esta elección es en realidad un plebiscito: a favor o en contra del status quo. Lo que está en juego es la continuidad de un modelo económico que no ha dado los frutos esperados y la permanencia de una clase política muy cuestionada. Si esta quiere mantenerse deberá mostrar muy rápido mayores compromisos con el cambio ante un electorado al que ya no es fácil convencer.

(REVISTA IDEELE EDICIÓN N° 279, JULIO DEL 2018)

Sobre el autor o autora

Manuel Alejandro Guerrero
Profesor de la Universidad Iberoamericana de México.

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