Los niños y la memoria colectiva: un asunto pendiente

Foto: Onésimo Bottoni/Diario El Peruano

Escrito por Revista Ideele N°279. Julio 2018

El pasado es conflictivo. Para la memoria, el pasado no es pasado, es presente y, en ocasiones, futuro. Recordar es inherente al ser humano, rememorar interpela lo subjetivo reconstruyendo el pasado. Recordar significa traer la experiencia al presente y dotarla de sentido. Los sujetos buscan comprender toda experiencia del pasado, mediada por el conocimiento, la historia, los recuerdos, los relatos, las imágenes, los discursos y los sentimientos. La memoria es una representación subjetiva del pasado, es la construcción de significado de un pasado-presente y las expectativas que se tienen para el futuro.

Cuando se habla de memoria, realmente se debería hablar en plural, de memorias y temporalidades. En esa lucha por el pasado o en la disputa por la memoria, nos encontramos con las memorias de las experiencias pasadas que han sido traídas al presente, puestas en la esfera de lo público, y que están sujetas a reinterpretaciones, a la reconstrucción de su significado, en nuevos escenarios y contextos socio-políticos. La disputa por la memoria, entonces, se refiere a luchas semánticas, a una disputa de sentido.

El campo de la memoria, tanto en la teoría como en la práctica, ha ignorado frecuentemente las necesidades, perspectivas e intereses de los niños, niñas y adolescentes, y ha prestado muy poca atención a su posible rol en él. Esto se debe, en primer lugar, a la “minorización” a que la sociedad contemporánea los somete; que parte de la idea de la incapacidad jurídica, reforzando una concepción de la niñez basada en la ausencia de esas cualidades que representan a los adultos. De ahí que se presente al niño, niña o adolescente como una persona inocente e incompleta, que no es ella en sí misma, sino en lo que “llegará a convertirse”. Esto tiene una consecuencia directa: la falta de empoderamiento de los niños, niñas y adolescentes en general y de aquellos que son y han sido víctimas en particular. Y en tercer lugar, a su falta de representación en y por los entes políticos y las organizaciones de la sociedad civil. A pesar de la gran cantidad de crímenes cometidos contra los niños, no se les percibe como ciudadanos cuyos derechos les han sido vulnerados.

Los niños y la memoria

El deber de memoria tiene su origen en el reconocimiento y la dignidad de las víctimas, pero también implica la responsabilidad de la sociedad por su silencio e indolencia frente a las violaciones de derechos humanos que se cometieron. Este deber de memoria ampliamente reconocido, ha sido esquivo a la realidad de los niños, niñas y adolescentes. La transmisión de un pasado doloroso y traumático se les ha negado; en algunos casos con la justificación de protección, en otros, por simple invalidación como ciudadanos.

Como lo manifestó Halbwachs, los niños tienen mayor conciencia del medio social de lo que los adultos consideran. Ellos entran en contacto con un pasado, más o menos lejano, que se convierte en el marco de sus recuerdos personales. Es precisamente ese pasado que han vivido, en el que se basará su memoria posteriormente. El conocimiento histórico se contextualiza y está influenciado por las experiencias familiares.

Evidentemente, los niños, niñas y adolescentes son agentes de la memoria. Ellos desempeñan el rol de resignificar la memoria, tienen el potencial para reconstruir su visión de la violencia y las vulneraciones a sus derechos humanos, de construir una narrativa que les permita reafirmar su condición como sujetos de derechos, además de reconocer y repensar el pasado y, a partir de esto, crear categorías y mensajes propios acerca de lo que sucedió. Además, los niños, niñas y adolescentes pueden transitar más fácilmente desde la posición de víctimas a la de ciudadanos que los adultos.

Por lo tanto, la negación de los niños, niñas y adolescentes como sujetos de memoria podría producir consecuencias negativas, puesto que imposibilita la superación de la experiencia dolorosa, así como del trauma social que ha provocado la violencia.

El reconocimiento

El reconocimiento de las víctimas, y en este caso de los niños víctimas, es un imperativo categórico, un acto de justicia y manifiesta la vigencia de sus derechos. Ese reconocimiento, a través de la memoria, es esencial para la vida en democracia.

Bloquear la memoria, deslegitima a los niños, niñas y adolescentes como sujetos de derechos. Mientras que potenciarla, transformaría la discriminación histórica y el desequilibrio de poder al que son sujetos, en participación, empoderamiento, reconocimiento, oportunidad para tomar decisiones y en una plataforma para la acción. En este sentido, una memoria democrática supondría promover espacios intergeneracionales de reflexión y autoconciencia, que tendrían gran valor al posibilitar un diálogo que contribuiría a movilizar la memoria con el objetivo de contrarrestar el olvido (en este caso la anulación de sus historias). Aquí los niños y adolescentes como ciudadanos del presente y del futuro tendrán un papel primordial.

“La agencia le da sentido a las iniciativas de memoria. Solo a través de la participación los niños, niñas y adolescentes en estas podrán sentir que tienen significado y son valiosas para ellos”.

Los niños, niñas y adolescentes deberán convertirse en voceros de la memoria, en pensadores y actores políticos. Sin restarle importancia a la base teórica que la psicología evolutiva ha instaurado, la mente de los niños, niñas y adolescentes no se desarrolla como sus cuerpos, a través de un patrón universal ascendente de crecimiento que tiene su cumbre en la madurez adulta. A pesar de que estas teorías han tenido un impacto positivo en la vida de los niños, también han desestimado y malinterpretado sus capacidades.

La agencia

Aunque los niños, niñas y adolescentes representan un porcentaje significativo de la población de cualquier país, no participan, o lo hacen muy poco, en los procesos sociales y políticos de sus comunidades. Pese a ser sujetos de derechos, no son considerados como actores de la sociedad civil. Cuando ellos perciban que sus opiniones y perspectivas son tenidas en cuenta, que sus preocupaciones y necesidades son abordadas y cuando tengan la oportunidad de ejercer sus derechos, se posicionarán como agentes políticos en la sociedad.

La agencia le da sentido a las iniciativas de memoria. Solo a través de la participación los niños, niñas y adolescentes en estas podrán sentir que tienen significado y son valiosas para ellos. En estos casos la agencia, debe ser entendida como la posibilidad de dar la voz a los niños, niñas y adolescentes y transformar su identidad de víctimas a una de agentes activos y miembros de la comunidad política que asumen un rol como contribuyentes en proceso de reconstrucción de memoria colectiva.

Tradicionalmente, se ha representado a los niños, niñas y adolescentes víctimas de la violencia y la guerra como personas vulnerables y que se encuentran traumatizadas, en lugar de agentes que poseen memoria colectiva e histórica e identidad nacional. Asumir un compromiso político, proporcionará a los niños, niñas y adolescentes la práctica de compartir el poder, el desarrollo de habilidades y valores esenciales para la vida en democracia. La agencia en iniciativas de memoria les brindará la posibilidad de ser co-autores de la memoria colectiva, negociando las narrativas del pasado y así participar en el escenario del discurso nacional. 

La transformación del pasado como medida que contribuya a la no repetición de los hechos de violencia

En escenarios con una historia violenta reciente, como es el caso de varios países latinoamericanos, se deberá enfrentar el legado de las graves violaciones a los derechos humanos. Las reformas curriculares que le apuesten a nuevas narrativas históricas son fundamentales. La revisión y adecuación del currículo aportaría a que los niños y adolescentes, y la sociedad en general, tuvieran conciencia acerca de los principios de los derechos humanos, interrumpiendo los ciclos de violencia, transformando la cultura escolar tradicional en una cultura participativa basada en derechos.

De esta forma, el potencial transformador de la educación hace que los cambios en este sistema, que tengan como objetivo combatir la discriminación y la desigualdad que pudieron dar origen a la violencia y a la violación de los derechos humanos, se constituyan en uno de los tipos de reformas con mayores oportunidades para la promoción de los derechos de los niños y adolescentes y contribuir a la no repetición de la violencia. La educación, además de reafirmar los derechos humanos y sus principios, permite abordar las nuevas narrativas que los niños, niñas y adolescentes han construido a partir de la violencia y que requieren ser escuchadas y reconocidas para fomentar la convivencia y las relaciones pacíficas.

A manera de conclusión

Los niños, niñas y adolescentes son sujetos de derechos, y como tales, poseen el derecho a conocer lo que sucedió en el pasado, inclusive cuando este contiene episodios de violencia y graves abusos a los derechos humanos. Aún más, cuando ellos han experimentado la violencia de manera directa – o cuando son adultos que sufrieron la violencia siendo niños- reconstruir su visión de los hechos y una narrativa que les permita repensar el pasado, crear categorías y mensajes propios acerca de lo que sucedió, nombrar el dolor y potenciar sus recursos de afrontamiento, se configuran en elementos que podrían contribuir a su proceso de recuperación frente al pasado violento.

Sobre el autor o autora

Sinthya Rubio
Especialista colombiana en Derecho Internacional Humanitario.

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