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Revista Ideele N°295. Diciembre 2020Este año se cumplieron 50 años de la aparición de la primera revista del movimiento Hora Zero, que constituye el inicio de la última vanguardia de la poesía peruana. Ahí apareció el polémico manifiesto “Palabras urgentes”, firmado por Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruiz, texto que sin duda incendió la pradera y abrió el debate en una época en la que este se daba sobre el papel y no en el gaseoso mundo de las redes sociales. Para conmemorar el aniversario de la publicación de esta revista emblemática, la Balanza Editorial publicó “Hora Zero, materiales para una nueva época”, nada menos que la edición facsimilar de la revista.
En el paquete viene además “Materiales urgentes”, un recuento de las reseñas y entrevistas que mereció la aparición del movimiento comandado por Pimentel y Ramírez Ruiz. “El año poético 1970 se ha iniciado con la lanza al ristre…”, anunciaba la revista Así el surgimiento de Hora Zero. Alfonso La Torre, “Alat”, se ocupó también de Hora Zero en su columna en Expreso, donde se refirió a los novísimos poetas del setenta como una generación cuyo propósito era “transformar la realidad” y los comparó con Los nuevos, sus antecesores inmediatos
Recordemos a Los nuevos, es decir, los poetas que aparecieron en la antología de Leonidas Cevallos de 1967 (Cisneros, Martos, Lauer, Hinostroza, etc.) y a quienes Hora Zero se refería en su manifiesto: “Los nuevos (tuertos entre los ciegos) que hoy forman parte de los viejos…”. La Torre reparaba muy bien en aquella suerte de “demolición edípica” que parecía caracterizar a esta nueva camada de escritores.
Los poetas de la década del setenta lograron despercudir la escena literaria, que por esos años parecía dormirse en sus laureles tras el infértil debate entre puros y sociales. Si algo trajo la aparición de Hora Zero, además de sus manifiestos, comunicados, filiales, debates, cismas y del “poema integral” como ideal estético, fue sacarse la corbata. Es decir, trajeron una nueva actitud a la poesía peruana. Retornaron al poeta entregado a la revolución personal y colectiva. Hoy en día cualquiera puede sacar un manifiesto, pero repetir lo de Hora Zero parece poco probable. No son tiempos de vanguardias poéticas.
Pocos días más tarde apareció la entrevista de César Lévano en Caretas. Tres páginas con fotos en un parque, espacio más que propicio para seguir echando leña al fuego de la polémica: “Lo que ha distinguido a nuestros poetas en el mutuo reparto de flores. Cada uno le toca su elogio y a cada cual le llega su premio”, declaraba Pimentel. Y Ramírez Ruiz decía: “Parece que muchos no pensaron que iban a venir quienes les juzgaran”. En la entrevista ya se puede ir vislumbrando esa nueva visión horazeriana de la poesía como un factor determinante en la transformación social: “el poema va ayudando a crear un hombre nuevo. Cuando esté dada la revolución, tal poesía va a estar en plena vigencia”, afirmó Juan Ramírez Ruiz a tono con sus colegas.
Sin embargo, Hora Zero no era el único grupo. Los poetas de la revista Estación Reunida también eran jóvenes y tenían algo que decir en medio de la polémica. El semanario Oiga decidió sacar varias notas por la aparición de Hora Zero, incluyendo declaraciones de Tulio Mora, Elqui Burgos y José Rosas Ribeyro, sanmarquinos y editores de Estación Reunida, y de Patrick Rosas, a quien describen como un pintoresco poeta que bailaba con su propio pañuelo. Por si fuera poco, a la semana, Oiga volvió a abordar el tema con una nota firmada por Winston Orillo en la que daban declaraciones Abelardo Sánchez, Oscar Málaga, José Watanabe y Alberto Pita.

Sánchez destacaba la importancia de los grupos: “Todos, de alguna manera, pertenecemos a un grupo”, mientras que Watanabe admitía: “Por naturaleza me gusta andar solo, o con uno o dos amigos con quienes ocasionalmente hablo de poesía”. Tal vez Óscar Málaga haya sido el más radical: “Creo que hay gente joven que escribe poesía y ese es el problema. Porque lo que debe haber es gente que haga poesía joven”. Por su parte, Rosas Ribeyro se preguntaba: “¿para qué los grupos?” y Elqui Burgos y Tulio Mora señalaban la inminente unificación entre los poetas de Estación Reunida y los de Hora Zero, cosa que sería desmentida por el grupo de Pimentel y Ramírez Ruiz en un comunicado publicado en la misma revista.
Pero los poetas del setenta no solo tenían en común aparecer en Oiga: frecuentaban los mismos bares. Se veían o compartían mesas en el Palermo, el chifa-bar Wony, el café Versalles o el Negro Negro. Tal vez por eso Rosas Ribeyro, en alguna ponencia colgada en Internet, prefiere no hablar de grupos poéticos de los setenta −Estación Reunida nunca fue un grupo, en realidad− sino de un solo movimiento, es decir, de una gran “familia del sesentaiocho”, como él mismo la llama, en donde “hay parientes que se odian, que no se pueden ver ni en pintura”. Es otras palabras, una sola vanguardia que habría incluido a poetas que nunca formaron parte de Hora Zero.
Lo cierto es que los poetas de la década del setenta lograron despercudir la escena literaria, que por esos años parecía dormirse en sus laureles tras el infértil debate entre puros y sociales. Si algo trajo la aparición de Hora Zero, además de sus manifiestos, comunicados, filiales, debates, cismas y del “poema integral” como ideal estético, fue sacarse la corbata. Es decir, trajeron una nueva actitud a la poesía peruana. Retornaron al poeta entregado a la revolución personal y colectiva. Hoy en día cualquiera puede sacar un manifiesto, pero repetir lo de Hora Zero parece poco probable. No son tiempos de vanguardias poéticas.
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