Año 20-20: peste sanitaria y peste política

Escrito por Revista Ideele N°295. Diciembre 2020

Terminamos un año paradójicamente conformado por la nota máxima aprobatoria (el 20-20) por partida doble,  habituados al ostracismo en nuestras casas, preparados para impedir el ingreso de cualquier intruso impertinente, por más cercano que sea.  La comunicación virtual ha pasado a ser nuestra principal manera de comunicarnos con el mundo exterior, tanto en lo personal como profesional. Y cuando nos aventurarnos a dejar nuestra cueva, nos encontramos con un mundo de enmascarillados, premunidos de pomos de alcohol, siempre guardando la distancia entre unos y otros, con temor al mínimo contacto físico. Ya estamos acostumbrados a ser sometidos a mediciones de temperatura cada vez que entramos a un lugar público, generalmente semivacíos por cuestiones de aforo.  

Las cifras sobre miles de muertos, contagiados, hospitalizados, en cama UCI y  recuperados  producto de la peste en el Perú y en el resto del mundo, son los indicadores principales que miramos a diario para saber cómo vamos. Si empeoran, podemos volver a la situación de cuarentena, tal como lo estuvimos de un día para otro durante tres meses y medio, a partir del 15 de marzo, uno de los confinamientos más largos del mundo. Nunca se sabrá cuántas muerte más se habrían producido de no haberse adoptado esta medida, a los pocos días de detectarse el primer contagiado (las autoridades responsables afirman que habrían sido muchísimas más), pero lo cierto es que  a través de ella no se consiguieron los resultados esperados, en cuanto a la detención de contagios y muertes, y en cambio sí generó una profunda crisis económica.  

Es cierto que el gobierno de Vizcarra hizo lo imposible por distribuir recursos públicos a todos los sectores (desde a los más pobres hasta a las empresas), pero aún así, llegó un momento que la cuarentena no pudo volver a ser prorrogada, debido a que la gente decidió salir a la calle debido a que si no trabajaba no comía, y las empresas tampoco resistían más.

Ya asumimos también que morir en tiempos de pandemia es una muerte peor. Se acabó el acompañamiento durante la agonía y los ritos de los velorios y entierros con la presencia de seres queridos. Cremaciones sin nadie o con muy poca gente es lo habitual.

Lo peor de todo es que la estabilidad del presidente Sagasti ( cuarto presidente en un periodo en el que solo debía haber uno)  no está asegurada , pese a sus esfuerzos por  llevarse bien con el Congreso, debido a que los mismos congresistas y organizaciones que impusieron la vacancia de Vizcarra, ahora ya reorganizados, y con “la calle” desmovilizada,  vienen presionando por la aprobación de determinadas medidas claramente dañinas para el país pero que les convienen desde el punto de vista político, económico o legal-penal. 

Y así como con el 20-20 vino inesperadamente el coronavirus, palabra que nunca ante habíamos si quiera escuchado, a finales de este año no se está yendo, como esperábamos, sino que sigue  matando  por todas partes, producto de primeras o segundas olas, o por el inicio de una nueva cepa, más hambrienta que la anterior.

A ello se suma los efectos devastadores en los diversos ámbitos de la vida como la situación económica, la educación, las prestaciones de salud en general,  el estado de ánimo , la seguridad, la corrupción , la cultura, deporte, etc. No hay ámbito de la vida que no haya sido trastocado. Todos venimos sufriendo esta situación sin precedente, pero  salta a la vista que la peor parte les toca a los  sectores denominados “vulnerables”,  sea por su precariedad económica, edad, género, ubicación geográfica,  identidad cultural, etc.

Se trata de un fenómeno mundial, pero cada país ha tenido su propia respuesta, desnudando fortalezas y debilidades a todo nivel, siendo visible que  en la gran mayoría de casos, incluso en las sociedades más desarrolladas,  lo que más se ha visto es precariedad . Y nada se diga sobre países como el nuestro, en los que la pobreza, la inequidad, el centralismo, la inexistencia de un sistema de salud, la corrupción endémica, el distanciamiento de las necesidades de la población por sectores como la clase política o los grupos empresariales, la informalidad generalizada, la falta de instituciones, la ignorancia, el atraso tecnológico, la poca observancia de la ley,  etc.  ha hecho todo mucho más difícil.

Mención aparte merece en nuestro caso – aunque también en algunos otros países-el hecho de que paralelamente a la peste sanitaria se fue desarrollando en el país una peste política. Es decir, cuando más se necesitaba que los diversos sectores políticos antepusieran las necesidades de la población, por tratarse de una situación literalmente de vida o muerte, hicieron todo lo contrario, haciendo prevalecer sus intereses partidarios e individuales, en la mayoría de los casos, además, oscuros e ilícitos. Este nefasto comportamiento político, con la excepción de solo algunos, será una parte esencial y vergonzosa de la reconstrucción histórica sobre la manera en que los peruanos enfrentamos la pandemia. 

Uno de los hechos mas reveladores de esta situación ocurrió cuando, en noviembre, el Congreso de la República asestó prácticamente un golpe de Estado, al vacar por una clara mayoría ( 105 votos de 130) al presidente en funciones, Martín Vizcarra, alegando su incapacidad moral permanente, a partir de acusaciones de colaboradores eficaces sobre  pagos ilegales recibidos cuando se desempeñó como gobernador regional de Moquegua, durante los años 2013-2014 . Vacancia que se concretó luego de un primer intento llevado a cabo por otras razones, tan solo dos meses antes.

Una medida así resultaba absurda debido a que sus constitucionalidad era sumamente discutible: más del 90 % de la población estaba en contra, faltaban cinco meses para que se realizaran unas elecciones ya convocadas y  nueve para el cambio de Gobierno, y ya el presidente había comenzado a ser investigado por la fiscalía . Sin embargo, se llevó a cabo de todas maneras porque la gran mayoría de los que la impulsaron estaban interesados en  tomar la presidencia para tener un total control del poder con el fin de aprobar normas que los beneficiarían directamente, o normas de carácter populistas que les pudiera significar un apoyo político futuro. O, también, para debilitar los sistemas especiales de fiscales y jueces anticorrupción, ya que la mayoría de los líderes de dichas organizaciones vienen siendo investigados por la corrupción vinculada a Lava Jato.

Tenían tanto que “ganar” con  este golpe de Estado, que poco les interesó que  esa ruptura del orden constitucional y cambio de autoridades retrasaría y paralizaría todas las medidas que debían adoptarse de manera urgente en relación a la pandemia y sus efectos .

Producto del golpe  asumió el Gobierno, el presidente del Congreso- Manuel Merino-    quien solo duró en el cargo cinco días ( del 10 al 15 de noviembre), ya que las protestas masivas de los jóvenes  lo obligaron a renunciar,  haciendo también que el Congreso golpista tuviera que elegir como nuevo presidente de la republica a Francisco Sagasti, representante de la bancada que se había opuesto a la referida vacancia, elegido previamente como nuevo presidente del Congreso, como parte de una nueva Junta Directiva, ya que la anterior, afín a los golpistas,  tuvo que renunciar.

 Fue así que en pocas semanas, y en plena pandemia,  el Perú  tuvo tres presidentes, algo de por sí grave, por la inestabilidad que a todo nivel generó, más si se venia de una disolución de Congreso por parte del Ejecutivo  (setiembre de 2019) , que había dado origen a la elección de un nuevo Congreso (enero de 20-20) , y, un poco antes, de la renuncia del Presidente PPK , a tan solo dos años de haber sido elegido ( 2016-2018).

Si bien estas protestas lograron que el país retomara el cauce democrático, el costo fue muy alto, ya que el uso desproporcionado e irracional de la fuerza, por parte de la policía, pero como parte de una estrategia política de respuesta, dejó dos jóvenes muertos (Inti Sotelo y Bryan Pintado), cientos de heridos y decenas de detenciones arbitrarias, hechos que han dado origen a pronunciamientos internacionales e investigaciones fiscales.

Lo peor de todo es que la estabilidad del presidente Sagasti ( cuarto presidente en un periodo en el que solo debía haber uno)  no está asegurada , pese a sus esfuerzos por  llevarse bien con el Congreso, debido a que los mismos congresistas y organizaciones que impusieron la vacancia de Vizcarra, ahora ya reorganizados, y con “la calle” desmovilizada,  vienen presionando por la aprobación de determinadas medidas claramente dañinas para el país pero que les convienen desde el punto de vista político, económico o legal-penal. La estrategia es ahora amenazar con la censura a los miembros   de la mesa directica del Congreso, elegidos por ellos mismos, pero cuando estaban contra la pared, lo cual podría conllevar a la caída del actual presidente, puesto que su acceso al cargo se debió a su calidad de presidente del Congreso.  Nuevamente, no se toma en cuenta para nada que estamos viviendo una época de pandemia, habiéndose iniciado, incluso, una segunda ola, y viviendo una crisis económica considerada como una de las más graves del mundo, en cuanto a la disminución del PBI.

Todo lo dicho  no se apone a que sea cierto que la humanidad – incluida la población del Perú- ha dado señales de una resiliencia universal, expresada en una capacidad de resistencia , sobrevivencia y de lucha heroicas, que es lo que ha sido determinante para que el coronavirus no arrastre con todo como pudiera haber sido. También cabe destacar comportamientos ejemplares de una serie de sectores de la población, comenzando por el personal vinculado al cuida de la salud (médicos y enfermeras).

Es verdad, igualmente, que el desarrollo tecnológico alcanzado por algunas empresas y Estados ha  permitido que se hayan inventado vacunas en tiempo record. Sin embargo, son muy pocos los países que han comenzado (Reino Unido y Estados Unidos ) o empezarán  a aplicarlas en corto tiempo.

En el caso de Perú, la población acaba de sufrir un nuevo golpe al haber sido informada, contra lo  que se venia diciendo  oficialmente, incluso por el propio presidente Vizcarra, que a la fecha no se tiene ningún contrato con algún laboratorio, que lo máximo que se había tenido fueron dos acuerdos preliminares sin completar y que solo durante el primer semestre del 2021 se sabrá cuándo y cuantas vacunas vendrán. El hecho de no estar ni siquiera al final de la cola de los países que  ya han comprado vacunas es una gravísima responsabilidad tanto del Gobierno destituido, el mismo que – como se ha dicho- mintió al respecto, como de los congresistas golpistas que metieron al país en una turbulencia política innecesaria, que lo desvió de lo que debía ser su principal preocupación: la atención de los problemas de la pandemia, incluida la adquisición de vacunas, sobre todo porque el Perú está a nivel mundial entre los países con más muertos en términos proporcionales por la Covid 19.

A finales del 20-20 la peste sanitaria y la peste política en el Perú sigue  siendo así muy grave y de pronóstico reservado. Y mirando al futuro, si bien son nada menos que 24 los candidatos que compiten para las elecciones presidenciales de abril del 2021, sin embargo, casi todos no generan ninguna expectativa, pues la mayoría o  están vinculados a  graves acusaciones o investigaciones, o son parte de los sectores políticos que vienen generando la ingobernabilidad del país. La esperanza está puesta en los movimientos ciudadanos que se expresan  de muy diversas formas,  y que han demostrado tener un gran poder de transformación.

Sobre el autor o autora

Ernesto de la Jara
Abogado. Fundador y exdirector del Instituto de Defensa Legal y de la Revista Ideele. Actualmente se desenvuelve como abogado independiente, profesor en la PUCP y especialista en temas sobre el sistema de justicia.

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