El héroe caminante: “El largo camino de Castilla” de González Viaña

Escrito por Revista Ideele N°295. Diciembre 2020

“González Viaña s un escritor enorme”- dice José Manuel Camacho, catedrático de Sevilla, uno de los más importantes estudiosos europeos sobre literatura hispanoamericana. A su parecer, “El largo camino de Castilla” más que una novela  del héroe, es un retrato asombroso del Perú desde su pasado prehispánico hasta hoy.

El largo camino de Castilla presenta una estructura tripartita, que lejos de acomodarse a un esquema tradicional, se escora decididamente hacia una forma circular, con una evidente vocación mítica. La primera parte (16 capítulos) y la tercera (2 capítulos), están centradas en el presente narrativo, en el momento de la muerte y las posteriores exequias del héroe nacional, mientras que la segunda parte o parte central consta de 45 capítulos y en ella se cuenta la biografía guerrera e ideológica del Mariscal, su conversión y transformación radical que lo lleva de ser un soldado realista a convertirse en uno de los referentes icónicos de la independencia.

 Esta evidente asimetría entre lo que sería el envoltorio de la historia -partes una y tres- y el núcleo central de la misma, no es casual y fortuita, sino que obedece a un proyecto, perfectamente ejecutado, en el que González Viaña va a reconstruir el periplo físico, psicológico y humano de Castilla, las mil y una aventuras que van modulando su carácter y su visión del mundo, en un viaje interminable que lo lleva desde Sao Paulo a Lima, atravesando selvas, ríos, cordilleras, valles y desiertos.

Ese viaje justifica la metamorfosis del héroe, que pasa de ser realista a ultranza a convertirse en prócer de la independencia peruana. De ahí la importancia que adquiere esta segunda parte de la novela, que reconstruye los elementos más importantes que están en la etopeya del personaje.

González Viaña opta por focalizar la historia de Ramón Castilla desde el final de su vida, cuando encuentra la muerte a lomos de su caballo, conocido como el Colorado, en la localidad de Tarapacá, el 30 de mayo de 1867.

 No es casual que sea su caballo, ganado en una suerte de naipes en casa del escritor Ricardo Palma, quien primero toma conciencia de su muerte, puesto que en toda la novela hay una conexión extraordinaria entre el héroe, en cualquiera de sus niveles de formación, y el caballo, que lo lleva de un lado a otro de la historia, generándose una simbiosis perfecta, casi física, como un nuevo centauro que permite todo tipo de conexiones dentro de la estética del realismo mágico. Así, por ejemplo, es el caballo quien anuncia la muerte del Mariscal (pág. 81) y lo hace saliendo de una bruma espesa, que por momentos recuerda a la muerte trágica de Miguel Páramo en su intento fallido de llegar hasta la localidad de Contla.

El caballo piensa, el desierto habla

Y al igual que el caballo imaginado por Rulfo, también el Colorado sufre por el fallecimiento de su dueño, se conmueve, siente sobre su conciencia el peso muerto del jinete, conoce los pensamientos más recónditos del guerrero y participa de sus decisiones y secretos. El héroe andino, en el ámbito alucinado de la novela, sigue a lomos de su caballo más allá de la muerte, atemorizando a sus enemigos interiores y exteriores, como siglos antes lo hiciera, en el imaginario medieval castellano, la figura épica del Cid Campeador, como ha señalado, con gran acierto, el poeta y crítico José Antonio Mazzotti en la presentación de la novela.

 Así, el jinete sigue cabalgando sobre su caballo más allá de la muerte y cuando deciden amortajarlo por medio de un “yatiri”, una especie de chamán andino, éste siente cómo el Mariscal aún no ha descendido del todo por los niveles de la muerte hasta el final último, sino que sigue teniendo vida dentro de la muerte y se comunica con el yatiri por medio de pulsiones internas que permiten contarle a su intermediario -y en consecuencia a los lectores- los momentos fundacionales y trascendentales de su vida, como si estuviera “dormido en medio de la muerte”.

Si sorprendente resulta este recurso, no lo es menos que las voces del más allá, del cielo, del cosmos, de la Naturaleza indómita o del desierto, como en este caso, se encarguen de explicar el trauma de la conquista y colonización del Nuevo Mundo, en una línea convergente con lo que Miguel León Portilla llamó la “visión de los vencidos”:

“Los míos vivían muy felices, y yo los ayudé a encontrar los ríos subterráneos para cultivar la tierra y les enseñé a edificar sus ciudades encumbradas y sus altas pirámides, y allí se subían los sacerdotes para honrarme y mirar las estrellas y calcular según el movimiento de los cielos cuál sería el tiempo más adecuado para la siembra y cuál el momento de partir en busca de más tierras y otros señoríos.

              Pero llegaron los extraños y los abajaron. De los barcos, emergían para invadir mis tierras. Capturaron a jóvenes y viejos, a doncellas y abuelas, y a todos los hicieron esclavos. Lo mandaron a trabajar de sirvientes y a morir en las minas. A la mayoría la mataron por puro gusto o por el gusto de saber que en la muerte irían a servir al otro dios que ellos habían traído”.

            El punto de partida de este núcleo central de la obra lo constituye la derrota sin paliativos en la batalla por la independencia de Chile, llevada a cabo en Chacabuco, el 12 de febrero de 1817. Ramón Castilla forma entonces parte de las fuerzas realistas que sucumben ante el poderío militar del general José de San Martín, con más de quinientas bajas y un campo de batalla sembrado de soldados y caballos muertos. Sin embargo, el futuro presidente del Perú será rescatado entre los cadáveres y desterrado a Buenos Aires, a donde pasará un año completo, y en donde vivirá una de las experiencias amorosas más intensas de su vida, junto con la joven Isabel Pueyrredón, excelente pianista que hará todo lo posible por retenerlo a su lado, aunque nada ni nadie podrá quebrar la lealtad que Castilla siente por el rey de España.

            Después de muchos contratiempos, Ramón Castilla y su inseparable compañero Fernando Cacho llegarán a Río de Janeiro, a través de Montevideo, y es en este enclave donde el embajador español brindará toda su ayuda diplomática para que puedan regresar a Lima, atravesando una distancia de unos cinco mil kilómetros por lo más abrupto de la geografía sudamericana, cruzando parte de la Amazonía en lo que se presenta como una realidad colosal y casi desconocida, de la que hay mapas que dibujan una “región infernal”, y que testimonian el fracaso reincidente de sus conquistadores y colonizadores. De hecho, en la narración de González Viaña hay una veta dramática y sorprendente que conecta con lo que Beatriz Pastor denominó el “discurso del fracaso”, en el que los grandes objetivos de la conquista y colonización del Nuevo Mundo fueron sustituidos por la pura supervivencia.

Sobre el eje histórico de la novela, González Viaña va ensartando un verdadero enjambre de motivos que conectarían con la literatura fantástica, el surrealismo, el realismo mágico, lo sobrenatural y, por supuesto, con la conciencia mítica tan importante en una obra que trata de explorar las zonas más recónditas de la población autóctona americana. En este sentido, resulta fundamental el encuentro que ambos personajes tienen con un bandeirante, un pirata de tierra, como le gusta llamarse a Ewan McWeight, quien se dedica a la persecución, caza, venta y exterminio de la población indígena; un personaje con evidentes trazas mágicorrealistas, que aparece y desaparece siempre de forma misteriosa e inexplicable, que parece burlar continuamente a la muerte y cuya crueldad vendría a reforzar la idea del mal que subyace a la conquista y colonización del territorio americano por parte de occidente, y más allá, funciona como un símbolo de la propia maldad que anida en la condición humana.

“Durante una hora, no se pudo distinguir si los aullidos provenían de la joven o de los tipos que, uno a uno, montaban sobre ella. Los mercaderes toleraban de vez en cuando ese tipo de diversiones y los mercados eran atractivos para muchos por tal razón.

              Por fin, Dios salió por la boca de ese cuerpo, y un hombre que tenía facha de ser o de haber sido sacerdote levantó una pistola, se abrió paso a balazos y comenzó a gritar que Dios no permite tener cosas con un cadáver (…).

              Dice- tradujo Fernando- que Dios prohíbe tocar sexualmente a los animales y a los cadáveres de seres humanos. ¿Pero son seres humanos los negros?- le ha preguntado ese hombre de chaleco rojo, y él responde que eso no se sabe. A veces pienso que sí, añade, porque a ninguno de ustedes se le ocurriría devorar a un negro, ¿o sí?… Pero no, no pueden ser humanos porque después de muertos no pueden ir al cielo ni al purgatorio y ni siquiera al infierno toda vez que la gente sin dios está excluida de esos lugares al igual que los animales. ¿Pero tienen alma? ¿Sí o no? La tienen… La tienen como los perros, los carneros o los caballos, pero ella no puede ascender a los cielos, y se queda vagando por los precipicios, las cimas de las montañas o las copas de los árboles.

              -El hombre dice que hay un cementerio para los negros por razones de salubridad, pero que no se permiten allí ceremonias ni rituales de velorios ni de entierros” (págs. 167-168).

En una de las comunidades misioneras, los bandeirantes se apropian de una escuela, matan a su preceptor, chantajean a los padres de los niños ofreciéndoles la vida de estos a cambio de todo lo que tengan de valor, y el saldo, como no podía ser de otra manera es una masacre insoportable contra los escolares y “la mitad del pueblo convertido en otro huerto de cabezas cortadas” (pág. 324). El sometimiento de los inocentes vuelve a perpetrarse, esta vez, en el interior de una iglesia, con el argumento mercantil de que ciertas razas sólo existen para servir a sus amos:

“-¡Ustedes no pueden hacer eso! ¡Esta es una misión, y todo este territorio es una república de Dios!

– ¡Ah, sí! Una república donde se enseña a los indios a ser libres y a levantarse contra el rey, su legítimo amo y señor. Una república donde nadie puede ser dueño de la tierra. Una república que nos hace perder mano de obra (…). Los que no son blancos nacen destinados a ser sirvientes” (pag. 344). .  

Como ocurre en otras obras de Eduardo González Viaña, su prosa está trufada de multitud de elementos religiosos, de procedencia muy variada. En El largo camino de Castilla hay un enjambre de motivos literarios con una evidente filiación bíblica, lo que confiere un marco religioso a este viaje por el corazón de la Amazonía que puede ser interpretado como una peregrinación o un camino de purificación interior. Así, encontramos referencias, alusiones o recreaciones literarias como las del Diluvio uniersal (págs. 114-115), el Monte Calvario (pág. 178), el árbol ardiente (en lugar de la zarza, pág. 261), el sacrificio de los inocentes (págs. 169, 300-301, 323, etc.), la resurrección del padre misionero Santiago Aguilar y Aguilar, convertido en un nuevo Lázaro (pág. 340), las curaciones milagrosas (pág. 351), los personajes matusalénicos (págs. 374 y 398), la nueva identidad del bandeirante Ewan McWeight, que se hace llamar Caín (pág. 221), y que va a ser crucificado en medio de la selva por un superviviente de los awás (pág. 360).

Destacan también los sermones incendiarios donde se apela a la conciencia de los creyentes y feligreses con imágenes terribles procedentes del Apocalipsis, donde no faltan el dragón y las bestias, las plagas mortíferas, los siete sellos o la nueva Jerusalén que baja del cielo, todo en clave política, alertando de los peligros que entrañan las fuerzas independentistas (pág. 369). Sin embargo, hay un momento clave en la conversión de Ramón Castilla, que se produce en el interior de la catedral del Cuzco, teniendo como huésped de honor al virrey La Serna. En medio de una arenga incendiaria contra los revolucionarios, el sacerdote responsable de la homilía recrea en clave española la conversión de Saulo:

“Queridos hermanos, Pablo de Tarso tenía como misión perseguir a los cristianos de Damasco. Había hecho grandes estragos entre los creyentes. Su caballo y sus tropas parecían invencibles. Bastaba con que aparecieran en algún lugar para que los cristianos huyeran de inmediato o se expusieran a ser aniquilados (…). Algo similar ha ocurrido entre nosotros. Las fuerzas de los cristianos fueron expulsadas de Lima por mandato de un hereje que se atreve a usar en su apellido el nombre de un santo cristiano [José de San Martín].

Si en el caso de la conversión de Saulo es fundamental el concurso del caballo para convertirse en San Pablo, también en la interpretación que hace González Viaña de esta particular “revelación” revolucionaria es fundamental su jamelgo, que ha caído muerto por agotamiento en su viaje imposible hacia Lima; es en ese momento en que la muerte está colonizando al equino, cuando Ramón Castilla sienta las bases de su conversión a través de una sentida confesión:

“El caballo volvió a mirarlo. Más bien dirigió la cabeza hacia él, pero no pudo mirarlo porque ya tenía los ojos cerrados.

              – No entiendo la muerte. Nadie puede entenderla. No cabe en el corazón.

              Entonces fue él quien miró al caballo.

              – Tengo que confesarte que seguiré siendo militar… pero trabajaré para que la gente no muera.

              Le abrió su corazón.

              – Voy a integrarme en el ejército del rey, pero tengo dudas. Cada día siento que soy menos español, o que no lo soy del todo y que esta guerra no es mía. Tal vez debería estar con los patriotas, pero he jurado lealtad al rey.

               (…) El caballo yacía tendido. Sus ojos estaban cerrados. Quizás Ramón ya estaba hablando con el alma de su caballo” (págs. 416-417).

González Viaña construye a su personaje con todas las incertidumbres del compromiso ético, social y patriótico, hasta convertirlo en una figura clave de la historia republicana del Perú. El largo camino de Castilla es una novela tan hermosa como necesaria, con una fuerte pulsión poética, que llega hasta los lectores para paliar en parte el inexplicable vacío literario que ha acompañado la suerte desigual de este incansable caminante, cuya necesaria etopeya ha quedado recreada de forma ejemplar en esta desbordante obra de ficción, a caballo siempre entre la nueva novela histórica y el realismo más alucinado. 

Sobre el autor o autora

José Manuel Camacho Delgado
Catedrático de Literatura Hispanoamericana (Universidad de Sevilla). Ha escrito 10 libros y un centenar de publicaciones sobre la dictadura, la memoria histórica, la narcoliteratura o la narrativa de frontera.

Deja el primer comentario sobre "El héroe caminante: “El largo camino de Castilla” de González Viaña"

Deje un comentario

Su correo electrónico no será publicado.


*