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Revista Ideele N°271. Julio 2017Hace pocos días, Alfredo Thorne renunció al Ministerio de Economía y Finanzas (MEF); otra baja más de un gobierno que sin haber cumplido aún un año, ya está nítidamente marcado con una impresión de precariedad. Thorne se ha marchado sin pena ni gloria, sin poder exhibir mayores logros. Y en verdad, más allá de la imagen de técnico de “lujo” y de mártir político en la que se va envuelto, su trabajo al frente del MEF poco deja de positivo.
Y es que desde el arranque de su gestión, Thorne dio muestras de no ser el hombre adecuado para un cargo complicado. ¿Sus pecados? Escaso conocimiento de cómo funciona la economía peruana; nula experiencia en gestión pública; un profundo prejuicio ideológico contra el estado; apuesta ciega por la gran inversión privada como única opción para la reactivación; carencia de manejo político. Todas estas deficiencias le fueron pasando factura y forman parte del pesado legado que ahora deja.
No hubo recuperación económica hasta ahora. Mal acostumbrada durante los años del auge de las materias primas, la economía peruana lleva años de resaca sin reaccionar. Con el fin del auge los motores del crecimiento se han apagado y ello se ha agravado con una política económica que da palos de ciego sin encontrar respuesta. Para peor, el Niño Costero vino este verano a sumarse negativamente a un escenario que ya estaba cuesta arriba.
Sumemos a ello los escándalos de corrupción, abierta y de guantes blancos, de Odebrecht, Lavajato, Panama Papers, etc.; todas expresiones de la podredumbre en la que se mueve la clase política. La marejada de denuncias ha envuelto en incertidumbre y controversias el puñado de megaproyectos en los que el Gobierno ha puesto sus fichas para reactivar la economía. En suma, el panorama tras la partida de Thorne es más que preocupante: la economía estancada, el empleo que retrocede, los ingresos fiscales en picada, la inversión pública contraída y la inversión privada que no reacciona.
El premier Fernando Zavala, enrocado temporalmente en el MEF, tendrá ahora que sacarle las papas del fuego al Gobierno. Pero habrá que ver si su “pasantía” tiene la solidez y credibilidad suficiente para actuar en firme, pues la temporalidad de su cargo, “solo por unos meses”, le puede a quitar peso a las decisiones políticas que adopte. Pero la época de divagaciones y devaneos ya pasó. El recreo se acabó.
Zavala ha planteado tres ejes para su gestión: reactivar la inversión pública y privada, relanzar el crecimiento y generar empleo. Más sencilla y concreta no puede ser su agenda, y está bien en principio, pero cumplirla no será fácil. Hay varias bombas de tiempo que, si no se desactivan, le van a pasar una factura considerable al gobierno.
¿Qué puede hacer Zavala? Por lo pronto hay algunas medidas que deberían estar, ojalá, entre las primeras que su gestión asuma.
Sincerar las proyecciones macroeconómicas
El gran optimismo del gobierno sobre las metas macroeconómicas se ha estrellado contra la realidad de una desaceleración que se viene arrastrando desde el 2014. Estamos muy lejos del 5% de crecimiento del producto (PBI) que en su momento se prometió. Hoy los resultados se reajustan a la baja: este 2017 ya no será el año de la recuperación, pues con suerte estaríamos rondando el 2% de crecimiento. Mal resultado, que en la práctica significa crecimiento cero.
Las perspectivas para el 2018 no son mucho mejores, pero hay que sincerar las cifras. Un gobierno debe inspirar confianza y ello exige informar con madurez y responsabilidad, y no con proyecciones macroeconómicas que son absolutamente irreales, según ha sido señalado repetidamente por entes como el Consejo Fiscal.
Estas proyecciones desfasadas de crecimiento se trasladan a expectativas desfasadas sobre consumo, inversión, recaudación, etc., alimentando la desconfianza de los agentes económicos. Pintar el panorama de rosado no es lo que va a generar confianza. Hay que ser francos con la ciudadanía y presentar la situación macroeconómica tal cual es, con claridad y responsabilidad.

“Para desarrollarse el Perú necesita una real reforma que incremente la recaudación con equidad, donde quienes más ganan sean quienes efectivamente más paguen”
Re (balancear) las metas cuentas fiscales
Thorne se puso él mismo la soga al cuello al plantearse unas metas de cierre del déficit fiscal absurdamente rígidas. Todos coincidimos en que el estado debe balancear sus ingresos y sus gastos. Pero el ajuste hacia el equilibrio fiscal debe ser gradual para no afectar el funcionamiento del Estado. Desgraciadamente, eso fue justamente lo que no hizo Thorne: su obsesión por reducir el déficit fiscal cortando presupuesto sin anestesia, se convirtió en un problema en sí mismo. El brutal ajustón del gasto público en el último trimestre del 2016, tan excesivo como injustificado, tuvo un elevado costo económico y social, contribuyendo a desacelerar la economía.
Zavala debe plantear metas más razonables de cierre del déficit. Las reservas fiscales pueden perfectamente financiar la brecha entre el ingreso y el gasto público un par de años sin que el cielo se caiga. Hoy, antes que recortar lo que se tiene que hacer es incrementar el gasto público para revitalizar la demanda y la actividad, pero ello no será posible mientras continuemos amarrados de manos por metas de reducción del déficit fiscal que resultan imprácticas.
Recuperar los ingresos con una real reforma tributaria
Desde el 2014 la política tributaria está al garete. Los últimos años de Humala estuvieron marcados por la perversa creencia de que para reactivar la inversión privada había que rebajar impuestos. Los resultados de ese desatino eran previsibles: no se reactivó la inversión y los ingresos fiscales se derrumbaron, alimentando el déficit fiscal.
La política tributaria de Kuczynski hasta ahora sido una mezcla de luces y sombras, sin rumbo definido. Se dieron medidas positivas, como revertir la rebaja del impuesto a la renta. Pero también se han dado medidas mal pensadas, diseñadas e implementadas, que han afectado la recaudación.
En particular es criticable el nuevo régimen tributario para las pequeñas y microempresas (¡otro más!) que ofrece la rebaja de impuestos como la receta para la formalización. Pero con este nuevo régimen no está aumentando ni la formalización ni la recaudación. Lo único que está aumentando es la elusión tributaria, pues más y más empresas formales se fraccionan o subdimensionan para artificialmente acogerse a este nuevo régimen, convertido en una nueva oportunidad para los pepe el vivo.
La fantasía de Thorne de más recaudación con menores impuestos, nunca fue más que eso, una fantasía, que ahora tiene que ser reemplazada por una política realista y sensata. El tema urge, porque la presión tributaria ya se encuentran en niveles insostenibles: para mayo del 2017 la recaudación anualizada había caído a apenas 13% del PBI, completamente inadecuado para financiar un estado mínimamente funcional (ver gráfico).
Para desarrollarse el Perú necesita una real reforma que incremente la recaudación con equidad, donde quienes más ganan sean quienes efectivamente más paguen. Ello requiere que el Gobierno dé una pelea políticamente ingrata pero indispensable, porque una real reforma tributaria le pisaría los callos a más de un sector privilegiado. Ahí están, por ejemplo, las enormes exoneraciones tributarias que equivalen cada año a no menos del 2% del PBI. Entremezcladas con exoneraciones razonables (a medicamentos o medicinas) figuran una sarta de exoneraciones y beneficios tributarios que no se explican ni justifican (entre otras, la exoneración del IGV a casinos y tragamonedas o la famosa exoneración del IGV a la selva, que poco o nada ha contribuido al desarrollo de esa región). Nadie, hasta ahora ha querido asumir ese tema por su sensibilidad política. Nadie ha querido comprarse el pleito. ¿Querrá Zavala? Ojalá.

“Es evidente que no será con esta gestión que despegaremos y nos convertiremos en un país desarrollado. Pero ello no quiere decir que no haya mucho que podría mejorarse y apuntalarse de cara al futuro”
Plantear una visión posible de crecimiento y desarrollo
Cuando Kuczyznki asumió la presidencia, en julio del 2016, planteó al país un listado impresionante de propuestas y metas en lo económico y social, de cara al bicentenario: crecimiento anual superior al 5% del PBI, eliminar la pobreza extrema, duplicar la formalización, crear 3 millones de empleos, etc., etc., etc.
Esa lista de promesas es ya parte del pasado. No ha pasado ni siquiera un año de gobierno y ya es evidente que muchas de dichas metas son irreales, en tanto que otras, aunque sí son factibles, van a demandar una iniciativa y esfuerzos considerable del Gobierno y la sociedad civil, lo que hasta ahora no se ve.
En su doble función como premier y ministro de Economía, Zavala tiene una tarea fundamental: replantear el plan de gobierno al 2021, sincerando y reajustando los ejes de acción. Más allá de las promesas y las buenas intenciones, está claro que el gobierno, con sus ministros y tecnócratas “de lujo”, tiene severas limitaciones y deficiencias. Es evidente que no será con esta gestión que despegaremos y nos convertiremos en un país desarrollado. Pero ello no quiere decir que no haya mucho que podría mejorarse y apuntalarse de cara al futuro.
El 2016-2021 no tiene por qué ser otro quinquenio perdido. El gobierno podría ofrecer al país una visión de desarrollo sincerada, sin triunfalismos. Es difícil pero posible construir de aquí al 2021 las bases para un Perú que crezca y se desarrolle con equidad e inclusión, apuntalar una sociedad que vaya más allá de la cultura chicha y la combi que atropella por todo lado. Es posible crecer con orden, con organización, sin que la economía sea una tierra de nadie donde la corrupción y el abuso campeen. Podemos ser algo más que un país donde se expende leche que no es leche, donde las regulaciones son ignoradas, donde los jóvenes son explotados en condiciones de semiesclavitud, donde la violencia y la inseguridad son el miedo nuestro de cada día.
En ese sentido, la transparencia en la gestión pública es hoy más que nunca una obligación. Zavala está más que advertido por el fiasco de Chinchero. La forma chapucera y controversial en que el Gobierno manejó la concesión, pizarrita y lección de matemáticas presidencial incluida, le ha costado dos ministros y buena parte de su crédito político. Al país le ha costado incertidumbre y ha alimentado una enorme desconfianza frente a un gobierno donde abundan los personajes controversiales, demasiado cercanos y amistosos con los grupos de poder económico.
Esta es la hora de corregir y replantear. El gobierno de Kuczynski tiene aún cuatro años largos por delante y mucho puede hacerse en ese tiempo para bien del país. Pero ello no ocurrirá por inercia. Es indispensable ser pragmáticos, reconocer y rectificar errores. Es hora de cancelar apuestas fallidas y apuntar por las reformas en serio, porque al Gobierno el tiempo de recreo se le acabó.
(REVISTA IDEELE N° 271, JULIO DEL 2017)
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