Escrito por
Revista Ideele N°271. Julio 2017En el Perú existe una larga tradición de investigar a los gobernantes al culminar sus mandatos. Prueba de ello son las facultades constitucionales de “examinar” las acciones de gobierno en los primeros años de la República y el “juicio de residencia”, figura colonial que se recuperó por un corto periodo en el siglo XIX. Así como fue con Fujimori, Toledo y García, hoy Humala está bajo investigación desde diferentes frentes. La diferencia es que, entre los mencionados, Humala parece ser el más solitario. No tiene defensores públicos, ni partido ni aliados, y en esas condiciones afronta dos investigaciones bastante serias, por corrupción y violación de derechos humanos, que podrían terminar por derrumbar su figura política, ya suficientemente alicaída.
En este contexto, muchas de las personas que alguna vez creímos en él nos preguntamos qué ocurrió con el Humala que conocimos. Al interior del Partido Nacionalista, en el que milité por cerca de diez años, se desarrollaron discursos y explicaciones para negar las acusaciones que pesaban sobre el entonces candidato presidencial. Hoy todo está puesto en duda.
La sombra de la corrupción
El motivo principal por el que decidí militar en el Partido Nacionalista en el mes de diciembre de 2005, fue por el discurso crítico del neoliberalismo que tenía Humala. Lo expresaba sin eufemismos ni reservas, se enfrentaba al sentido común hegemónico y a los poderes fácticos. Se enfrentaba, de igual manera, a los gobiernos de turno. Muchos jóvenes creímos y participamos de la construcción de la “Gran Transformación”, un programa progresista de gobierno. Y, al margen de las posiciones ideológicas, nos agradó la forma en que denunciaba la corrupción. Por ello, una de las frases más potentes para nosotros era “Honestidad, para hacer la diferencia”.
Luego de la excesiva centralidad que tuvo la investigación fiscal en los supuestos aportes venezolanos al Partido Nacionalista, el caso se replanteó a la luz de los avances del caso “Lava Jato”. Ahora todo apunta a Brasil. Llegó entonces la declaración de Jorge Simoes Barata afirmando que había entregado US$ 3 millones a la pareja Humala-Heredia en campaña. Barata fue muy preciso en señalar que el dinero era de Odebrecht pero no había sido solicitado por Humala, sino por el expresidente brasileño Lula Da Silva, como un aporte del Partido de los Trabajadores (PT). Es decir, se trataría de un aporte de partido a partido, con la particularidad de que los fondos no habrían provenido del propio PT sino de una de las empresas privadas más grandes del Brasil, con intereses económicos en el Perú. Adicionalmente, Barata señaló que no se pagaron coimas por el Gasoducto del Sur, que es la gran obra que está en la mira de la Fiscalía para cerrar el círculo entre el aporte y el compromiso futuro indebido. Las declaraciones de Marcelo Odebrecht han sido prácticamente idénticas. ¿Dicen la verdad?
Aquí se abren algunas preguntas: si recibir un aporte de campaña, así provenga del extranjero, no es delito en nuestra legislación electoral, ¿prosperará esta investigación en la Fiscalía? ¿Por qué Humala y Heredia lo han negado de manera categórica? ¿Por qué, si hubieran recibido ese dinero, no lo declararon? Negar los aportes da pie a la sospecha de que conocían su origen ilícito, lo cual abona en la hipótesis fiscal del lavado de activos. Si bien no son los únicos políticos investigados por su relación con las empresas brasileñas (ni el nacionalismo el único partido bajo investigación por lavado de activos), sí parecen ser los que tienen puestos los reflectores, tanto de la prensa como de la Fiscalía. Mientras tanto, otras obras colosales con abundantes indicios de corrupción parecen no preocuparle a nuestro sistema de justicia.
El caso Madre Mía
Quienes acompañamos a Humala como militantes del Partido Nacionalista estábamos convencidos de que las acusaciones sobre el caso Madre Mía eran falsas. Habíamos sido testigos de un bombardeo de calumnias, veíamos mucha tergiversación y guerra sucia en los medios de comunicación y les dejamos de creer. Además, sospechábamos que había una estrategia en marcha para impedir que Humala gane la presidencia, y nos convencimos de que así era cuando escuchamos a García afirmar frente a un grupo de empresarios que “en el Perú el presidente tiene un poder: no puede hacer presidente al que él quisiera pero sí puede evitar que sea presidente quien él no quiere” (24/03/2009).
Las votaciones en las elecciones del 2006 eran otro argumento que utilizaba la militancia. En la segunda vuelta, Humala obtuvo el 81% de votos válidos en el centro poblado de Madre Mía. Para contrastar, mirábamos cómo le había ido a García en Cayara, distrito ayacuchano en el que se cometieron violaciones a los derechos humanos en 1988, y los resultados eran totalmente distintos: el candidato del APRA había obtenido apenas el 9,18%.
La edición de Caretas del 18 de mayo de 2017 lleva en la portada la foto de Ávila con el texto “Infierno en Madre Mía. Natividad Ávila integró columna senderista”. En la nota periodística de Enrique Chávez, “El sendero de Natividad”, se presentan fotografías que prueban la militancia senderista de la supuesta víctima de Humala y se mencionan algunas contradicciones en este complejo proceso. Entra estas, el hecho de que la ficha individual de denuncia que llenó para la Comisión de la Verdad uno de los hijos de Natividad, responsabilizara a un capitán “Carlos Esparza”.
Sin embargo, hay un mensaje preocupante en este reportaje, pues que Ávila haya sido integrante de Sendero Luminoso no es atenuante en caso de que se hubieran violado sus derechos humanos fundamentales. A lo mucho, esta información puede evidenciar la contradicción del discurso fujimorista (y de algunos sectores de la derecha peruana), ya que parte de la justificación de los crímenes del gobierno de Alberto Fujimori durante la guerra antisubversiva ha sido siempre negar los derechos humanos de los terroristas. Feroces defensores de los militares procesados o sentenciados por violación de derechos humanos, hoy acusan a Humala de asesino. Lo que omiten es que, si lo fuera, habría sido bajo el mando de Alberto Fujimori como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas. Aún en medio de estas contradicciones, la situación es bastante complicada para Humala, pues las acusaciones de violación de derechos humanos y de compra de testigos no son hechos menores, deben ser investigados a profundidad.

“¿Qué podemos decir de Humala? ¿Tendrá una segunda oportunidad? Su destino político depende mucho de las investigaciones que afronta. Si saliera bien librado de estas (difícil, pero no imposible), tendrá que afrontar las consecuencias de sus propios errores”
¿Todos tienen segunda oportunidad?
Nuestra historia republicana registra numerosos casos de gobernantes desastrosos que unos años después vuelven al poder con el apoyo del pueblo. Veamos sólo la historia reciente: el caso paradigmático es el de Alan García, que dejó al país quebrado, con un récord histórico de hiperinflación, sin reservas internacionales y aislado de la economía mundial, y en medio de sendos escándalos de corrupción. No obstante, tras la caída de la dictadura fujimontesinista, estuvo muy cerca de ganar la presidencia frente a Alejandro Toledo. Entre el olvido de muchos, el desconocimiento de otros y una bondadosa segunda oportunidad, García fue elegido nuevamente presidente ganándole a un Ollanta Humala que había sido demonizado por sus supuestos vínculos con el chavismo.
Alejandro Toledo, luego de alcanzar niveles de popularidad que llegaron a un dígito, parecía ser un cadáver político. Por eso, fue sorprendente que tan solo cinco años después (García tuvo que esperar dieciséis años para volver a gobernar) haya iniciado un nuevo proceso electoral liderando las encuestas. Si Toledo no logró mantener ese respaldo fue por sus propios errores, pues el pueblo parecía dispuesto a darle una segunda oportunidad.
¿Qué podemos decir de Humala? ¿Tendrá una segunda oportunidad? Su destino político depende mucho de las investigaciones que afronta. Si saliera bien librado de estas (difícil, pero no imposible), tendrá que afrontar las consecuencias de sus propios errores. Por un lado, sus acciones de gobierno: el incorrecto manejo de ciertos conflictos sociales, empezando por Conga, que marcó el inicio del su separación con la izquierda; el abandono de las reformas estructurales que ofreció en campaña, muchas de las cuales sí formaban parte de la “Hoja de Ruta”; la deficiente comunicación de aquellas medidas positivas o que significaban un cierto avance; la facilidad con la que cedió ante presiones de los medios de comunicación y los grupos de poder; su terquedad para implementar medidas impopulares, contrarias al programa, como la llamada “Ley Pulpín”. Por otro lado, sus acciones políticas: el total abandono del partido y su distanciamiento con la militancia; su desconexión con las organizaciones sociales; su ausencia de visión para generar a partir de su respaldo inicial una correlación de fuerzas favorable a un programa de cambio. Adicionalmente, el excesivo protagonismo de Nadine Heredia -quien también afronta una serie de acusaciones- le restó autoridad, ganándose el apelativo (machista, a mi juicio, pero efectivo políticamente) de “cosito”.
Hoy se ve a Humala como el expresidente más solitario, sin defensores, sin aliados, sin partido, sin control sobre la situación. La política peruana y el sentir de las mayorías suele ser muy impredecible, y parece ser que aquí todos tienen una segunda oportunidad. La pregunta es si Humala tendrá la capacidad de tomarla si se le presenta. Claro, si es que sobrevive a las acusaciones actuales en su contra… Y a las que vendrán.
Deja el primer comentario sobre "El futuro de Humala"