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Imagen: DW Revista Ideele N°295. Febrero 2021Cinco días duró el último impeachment contra Donald Trump, esta vez acusado de incitar a la insurrección el pasado 6 de enero, cuando una turba enardecida de fanáticos asaltó el Capitolio irrumpiendo el proceso de certificación de Joe Biden como presidente electo de los Estados Unidos. Se trató del primer asalto a dicho Congreso desde la guerra con el Reino Unido, y en el mundo entero fue visto como un intento de golpe de Estado o un autogolpe, al más puro estilo de Alberto Fujimori en 1992.
La absolución, sin embargo, ya estaba cantada incluso el 13 de enero, cuando la Cámara de Representantes votó a favor de un segundo juicio político contra Trump (en febrero pasado, el Congreso lo procesó por coaccionar a Ucrania para que invente acusaciones contra el candidato demócrata Biden). Para alcanzar los votos, al menos 17 senadores republicanos tenían que votar a favor de inculparlo por instigar a la insurrección, ya que la turba que llegó al Capitolio lo hizo tras acudir a un mitin en las inmediaciones de la Casa Blanca, donde el presidente llamó a sus seguidores a que “luchen como el infierno”, alegando que las elecciones de 2020 habían sido fraudulentas.
Para entender lo que está ocurriendo en la democracia más vieja del mundo debemos saber que se trata de un país dividido y radicalizado. El año pasado, en plena pandemia, aparecieron milicias armadas nacionalistas, neofascistas y de extrema derecha como los Proud Boys (a quienes Trump se dirigió en un debate televisivo diciendo: “Stand back and stand by”, dejando en claro que era su líder) frente a otros movimientos de protesta como el Antifa, que protagonizaron violentos disturbios en todo el país tras el asesinato de George Floyd. A estos grupos hay que sumarles a los negacionistas y conspiranoicos, que no creen en el virus y suelen ser incondicionales al expresidente.
Ocurre entonces que el asalto al Capitolio, que partió de la manifestación convocada por Trump, era un día esperado por cierto tipo de militante. Toda persona que conozca la mitología QAnon −aquella hilarante teoría de la conspiración− sabe de la “Tormenta”: una suerte del Día del Juicio Final en el que Trump y sus aliados en el ejército declararán la ley marcial y enviarán a sus enemigos a Guantánamo. La convocatoria a Washington, tras fracasar por todas las vías legales e ilegales para anular las elecciones de noviembre, solo podía augurar el inicio de esta gran “Tormenta”.
Cinco personas murieron en el asalto al Capitolio, una de ellas de un disparo proveniente de un policía vestido de civil. Uno de los miembros de la seguridad del Congreso falleció horas más tarde, producto de las heridas tras enfrentarse a los manifestantes. Otros dos policías que custodiaban el recinto se han quitado la vida estas últimas semanas, según fuentes oficiales. En sus alegatos, los demócratas mostraron horas de vídeos inéditos en donde se logra apreciar mejor la violencia con la que ingresaron los fanáticos, mientras que los abogados de Trump alegaban que las palabras usadas por el expresidente el 6 de enero, durante su mitin, solo debían tomarse de forma retórica y se ampararon en la primera enmienda: la de la libertad de expresión.
Para entender lo que está ocurriendo en la democracia más vieja del mundo debemos saber que se trata de un país dividido y radicalizado. El año pasado, en plena pandemia, aparecieron milicias armadas nacionalistas, neofascistas y de extrema derecha como los Proud Boys (a quienes Trump se dirigió en un debate televisivo diciendo: “Stand back and stand by”, dejando en claro que era su líder) frente a otros movimientos de protesta como el Antifa, que protagonizaron violentos disturbios en todo el país tras el asesinato de George Floyd. A estos grupos hay que sumarles a los negacionistas y conspiranoicos, que no creen en el virus y suelen ser incondicionales al expresidente.
Al final, solo siete senadores republicanos se alejaron de su partido y votaron a favor de inculpar a Trump. La razón es política: muchos de ellos tienen intenciones de lanzarse a la presidencia o a la reelección, y la bolsa de simpatizantes del expresidente representa nada menos que 70 millones de votos. Sin embargo, el magnate −ahora refugiado en su mansión en Palm Beach, vetado de Twitter− proclama que esta es su primera victoria, el comienzo de su “movimiento patriótico”. Es un hecho, Trump volverá a ser candidato y fundará su canal de noticias. Así es como la democracia se destruye a sí misma.
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