La desigualdad en el centro de la crisis

Miniature people standing on a pile of coins.

Escrito por Revista Ideele N°296. Febrero 2021

La indignación ante lo intolerable indica buena salud. Es necesaria, para saber cuándo llega el momento de realizar cambios. Pero no es suficiente. Que unos se vacunen apenas llegaron las dosis al país y otros debamos esperar una incierta oportunidad; o que unos tengan acceso al escaso oxígeno existente y otros no; o que algunas empresas simplemente se zurren en cualquier vestigio de estado de derecho que pueda quedarnos y no pagar impuestos porque no les da la gana -contando además con la conformidad del Tribunal Constitucional-, mientras otros podemos ser permanentes víctimas de las iras santas de la SUNAT; nos dice claramente que las consecuencias de la desigualdad, nuevamente puesta en el centro del debate mundial, rebasa totalmente la idea de suponerla como la simple y creciente distancia entre los “que tienen” y los “que no tienen”.

Hay, entre nosotros, una larga e intensa historia tras de ello.  Para el caso, pongamos un hito. El 11 de marzo de 2014, Michelle Bachelet asumía por segunda vez la presidencia de Chile. En su discurso ante el Congreso de su país, afirmó “voy a ser la Presidenta de todos los chilenos y de todas las chilenas: de quienes me dieron su apoyo, de quienes no votaron por mí y de quienes no fueron a votar”.

¿Qué propuso? Iniciar un camino que conduzca hacia la nación desarrollada y justa, moderna y tolerante, próspera e inclusiva, “que todos nos merecemos”. El objetivo fue que todo chileno y chilena “sienta que su vida ha cambiado para mejor, que Chile no es sólo un listado de indicadores o estadísticas, sino una mejor patria para vivir, una mejor sociedad para toda su gente”.

Fue entonces que definió al “enemigo” y cómo encararlo: “¡Chile tiene un solo gran adversario, y eso se llama desigualdad! Y sólo juntos podremos enfrentarla”.

¿Qué hacer? En primer lugar, planteó la necesidad de hacer una gran reforma tributaria, bajo el principio de quién tiene más, contribuya más al bienestar de todos y todas. Luego, la educación pública debía ser el medio para darles oportunidades a todas las personas. El tercer pilar fue una reforma constitucional, que formulara “una patria libre, sin enclaves autoritarios, donde la mayoría no sea vetada por una minoría”.

Los resultados alcanzados luego de un gran ciclo de crecimiento, muchos recursos disponibles y voluntad manifiesta no fueron muy impactantes respecto a los escenarios previos. No hubo casi transformación en las estructuras productivas ni muchas alternativas a los modelos extractivos o neo-extractivistas, como tampoco innovaciones tributarias muy progresivas o políticas de reforma agraria; en otras palabras, procesos que llevaran a un cambio profundo en la relación entre las clases, los sexos y los grupos étnicos. A fin de cuentas, si bien es cierto que hubo menos pobreza y disminuyó la desigualdad de ingresos, las élites se tornaron aún más ricas.

¿Cómo hacerlo? “en un marco de diálogo con todas las fuerzas políticas y sociales. Pero un diálogo que tenga un objetivo claro, que es avanzar en el cumplimiento del programa”.

En suma, se trató del mayor esfuerzo hecho hasta entonces por la democracia chilena, para modificar la estructura política, económica y social desde que la dictadura militar instalara el sistema político entonces vigente. En todo caso, no dejó de sorprender que Bachelet, cuyo primer gobierno se había caracterizado por su conservadurismo economicista y tecnocrático, con algunos toques redistributivos, se hubiese propuesto reformas tan amplias y profundas[1].

Todo ello tuvo su explicación en los entornos sociales que se habían formado en Chile. Tal vez, las protestas sociales del 2019 hayan desplazado de la memoria las que empezaron a sucederse desde por lo menos 2006, cuando los estudiantes secundarios escenificaron prolongadas movilizaciones que tuvieron como virtud instalar en el debate político la demanda por derechos, entre ellas dejar que la educación sea el negocio en que se había convertido y pasara a ser esencialmente gratuita.

Agregado a ello, apareció en el horizonte político chileno el criterio de educación de calidad, es decir, apuntar no sólo al acceso sino también a la infraestructura, la capacitación de los profesores, los contenidos de los planes de estudios, etc.

A los estudiantes, se agregaron luego las demandas del pueblo mapuche, el cual empezó a exigir la devolución de sus tierras ancestrales, al amparo del Convenio 169 de OIT. También reclamaron la implementación de mecanismos para la consulta previa y participación ciudadana de los pueblos indígenas, en la formulación de las políticas públicas que les concernían.

Esto fue tomando cuerpo en la medida que las desigualdades empezaron a hacerse más evidentes cada vez y el “sueño prometido” de la derecha chilena tomo forma de una pesadilla para la gran mayoría de los ciudadanos. La desigualdad en Chile, como en cualquier país latinoamericano, tiene muchísimas caras dando como resultado una escala de situaciones que va desde las que encontramos en los países más pobres hasta las que solo vemos en los deciles de población más ricos de los países desarrollados.

Para el caso, recordemos que un antecedente notable a los esfuerzos de Bachelet para cerrar las enormes brechas que habían surgido con el neoliberalismo, fue Lula. Su país, Brasil, siempre fue señalado como el más desigual en el continente más desigual del mundo. Y, en ese sentido, su receta fue algo que una década más tarde repetiría, de alguna forma, Bachelet.

En su “Carta al pueblo brasileño” (2002)[2], Lula indicaba lo que debía hacerse para intervenir en el desolador escenario que había heredado: “… la reforma fiscal, que no grave a la producción. Reforma agraria que asegure la paz en el campo. Reducir nuestra escasez de energía y nuestro déficit habitacional. Reforma de la seguridad social, reforma laboral y programas prioritarios contra el hambre y la inseguridad ciudadana”. Advirtiendo luego que “sería necesaria una transición lúcida y juiciosa entre lo que tenemos hoy y lo que reclama la sociedad. Lo que se haya deshecho o dejado en ocho años no se compensará en ocho días”.

Entonces, en Latinoamérica hubo –y hay- no sólo una amplia reflexión sino también extendidas prácticas para superar las brechas de desigualdades que, entre otras cosas, han permitido avanzar pese a las dificultades. De este modo, desde mediados del siglo XX hemos tenido rápidos y profundos cambios que, en su conjunto, modificaron en forma sustancial las vidas cotidianas de quienes habitamos esta región. En efecto, las sociedades latinoamericanas experimentaron intensos procesos de urbanización y dejaron de ser predominantemente rurales: en 1950, 4 de cada 10 latinoamericanos vivían en ciudades; en la actualidad, son 8 de cada 10. La esperanza de vida al nacer pasó de 51 años en 1950 a casi 75 años en la actualidad, y los latinoamericanos se enferman y mueren de otras enfermedades que hace décadas atrás. En 2015 la tasa de fecundidad era de 2,1 hijos por mujer, y en 1950, de 5,8, casi 3 veces más[3].

En ello, el rol del Estado fue determinante, no tanto por la presunta novedad que podían tener sus medidas –pues, como hemos visto, hubo pocas innovaciones en las políticas públicas–, sino por su mayor inversión y aumento de los beneficiarios, así como retomar la senda de la protección del trabajo, en el caso de los regímenes progresistas, que había sido debilitada en el neoliberalismo.

Aun así, los resultados alcanzados luego de un gran ciclo de crecimiento, muchos recursos disponibles y voluntad manifiesta no fueron muy impactantes respecto a los escenarios previos. Para Kessler y Benza, esto se debió porque, en general, “los gobiernos no modificaron las bases estructurales de las desigualdades persistentes”. No hubo casi transformación en las estructuras productivas ni muchas alternativas a los modelos extractivos o neo-extractivistas, como tampoco innovaciones tributarias muy progresivas o políticas de reforma agraria; en otras palabras, procesos que llevaran a un cambio profundo en la relación entre las clases, los sexos y los grupos étnicos. A fin de cuentas, si bien es cierto que hubo menos pobreza y disminuyó la desigualdad de ingresos, las élites se tornaron aún más ricas[4].

La consecuencia de esta situación es que Latinoamérica presenta actualmente una situación más frágil que en el pasado y, en términos generales, esto es el resultado de una combinación de alta desigualdad social en ingresos y patrimonios, con diferenciales crónicos en las tasas y oportunidades de desarrollo entre las regiones existentes dentro de los países[5].

Ahora bien, gran parte de esta experiencia es comentada y reflexionada –una vez más- por las contribuciones que acaban de compilar dos grandes estudiosos de las desigualdades, Olivier Blanchard y Dani Rodrik[6]. Afirman que actualmente nadie está en la posición de negar que la desigualdad es un problema de primer orden, que requiere una atención política significativa, en tanto restringe el crecimiento económico al reducir las oportunidades de los sectores medios y bajos, así como alentar rentas monopólicas para los muy ricos.

En ese sentido, actualmente es difícil encontrar a alguien que pueda proponer la continuidad de mercados laborales desregulados o recortes a los programas sociales como medios de disminuir la desigualdad, a diferencia de lo que acontecía hace una década, donde la unanimidad se daba en la necesidad de reducir las intervenciones gubernamentales, los incentivos laborales y desmontar los mercados laborales “rígidos”. 

Asimismo, pocos discutirían que las políticas deberían centrarse en algo más que la reducción de la pobreza. En ese sentido, una compensación de equidad versus eficiencia (es decir, una compensación entre igualdad de ingresos y desempeño económico) es algo que no ya es tomado en cuenta en las discusiones, porque el supuesto implícito es que la desigualdad está restringiendo el crecimiento económico al reducir las oportunidades económicas para las clases media y baja y fomentando (o reflejando) rentas monopólicas para los muy ricos.

También se pone en discusión el financiamiento de los servicios sociales, tales como la educación y la salud. Así, sobre el principio del aumento de la presión tributaria se debate si la progresividad debe darse desde el lado de los ingresos o de los gastos. En esa línea, hay quienes consideran que el gasto público debiera financiarse con impuestos indirectos, que son fáciles de recaudar, pero otros sugieren que la desigualdad debe corregirse desde arriba, mediante el aumento de impuestos sobre el patrimonio y la renta más progresivos. En todo ello, no hay duda que se necesita un Estado que desempeñe un papel directo más contundente para cerrar las brechas existentes.

Pero, hay más. Las preocupaciones sobre cómo impactan las desigualdades más allá de las diferencias de ingresos, se dirigen también y de modo preferente hacia la política. Actualmente, no hay dudas que éstas corroen la democracia al incrementar la polarización y sesgando las preferencias de los votantes que son atendidos por los políticos,

Sin embargo, los problemas, incluso cuando van acompañados de sufrimiento y sensación de injusticia importantes, no conducen directamente a demandas de cambio, porque tales presiones exigen condiciones. Una de ellas, la más obvia, es la legitimidad, es decir, que los ciudadanos crean que los políticos son capaces y están interesados ​​en responder a sus preocupaciones sociales y económicas. Al respecto, las evidencias parecen mostrar que desde los últimos años del siglo XX y principios del XXI, han sido los políticos de derecha los que han tenido mayor éxito en referir a la desigualdad como el centro de gran parte de los problemas que aquejan a los ciudadanos y, en esa línea, formulan mensajes en el que las “élites” y el uso del poder político por parte del “establishment” han frustrado los intereses del “pueblo”.

En fin, como reflexionaba Lenú, la enternecedora protagonista de la saga “Dos amigas” de Elena Ferrante, “había algo de malvado en la desigualdad. Actuaba en profundidad, cavaba más allá del dinero”. Veía que hacerse de más bienes no podía ocultar los orígenes de su amiga, Lila, ni de ella: “me había dado cuenta… [y] no lo había aprendido en aquellas calles, sino en la puerta del colegio, al observar a la chica que iba a buscar a Nino. Ella era superior a nosotras, así, sin proponérselo. Y eso resultaba insoportable”. 


[1] Luis Eduardo Escobar: Michelle Bachelet en busca de la transformación de Chile. En NUSO 252, julio-agosto 2014. https://nuso.org/articulo/michelle-bachelet-en-busca-de-la-transformacion-de-chile/

[2] https://www1.folha.uol.com.br/folha/brasil/ult96u33908.shtml

[3] Gabriel Kessler y Gabriela Benza. La ¿nueva? estructura social de América Latina: Cambios y persistencias después de la ola de gobiernos progresistas. Siglo XXI Editores Argentina. Buenos Aires, 2020  (p. 107).

[4] Idem.

[5] Ver http://aif.bancomundial.org/theme/conflictos-y-fragilidad. También, Kenneth Pomeranz: The Great Divergence: China, Europe, and the Making of the Modern World Economy. Princeton University Press, 2000. JSTOR, www.jstor.org/stable/j.ctt7sv80. Paul Collier: El desafío global de los conflictos locales. The International Bank for Reconstruction and Development/The World Bank, Alfaomega colombiana. Bogotá, 2004; The Bottom Billion. Why the Poorest Countries are Failing and what can be Done About It. Oxford University Press. New York, 2007; El club de la miseria. Qué falla en los países más pobres del mundo. Turner. Madrid, 2008; Guerra en el club de la miseria. La democracia en lugares peligrosos. Turner. Madrid, 2009.  Daron Acemoglu y James Robinson: Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza. Ariel. Buenos Aires, 2012; Jeffrey G. Williamson: Latin American Inequality: Colonial Origins, Commodity Booms, or a Missed 20th Century Leveling? NBER Working Paper 20915
Issued in January 2015, en https://www.nber.org/papers/w20915; Branko Milanovic: Desigualdad mundial. Un nuevo enfoque para la era de la globalización. FCE. Ciudad de México, 2018.

[6] Olivier Blanchard y Dani Rodrik (Ed.): Combating Inequality: Rethinking Goverment´s Role. MIT Press; 2021.

Sobre el autor o autora

Eduardo Toche
Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo - DESCO. Coordinador del Grupo de Trabajo de CLACSO “Neoliberalismo, desarrollo y políticas públicas”, Perú

Deja el primer comentario sobre "La desigualdad en el centro de la crisis"

Deje un comentario

Su correo electrónico no será publicado.


*