Convicciones y apuestas de las generaciones

Escrito por Foto: Pavel Egúsquiza Revista Ideele N°296. Febrero 2021

El título de la exposición fotográfica inaugurada en el LUM el 10 de diciembre del 2020, Generación bicentenario en marcha, es bien retador y polémico. Con ella se comenzó a construir memoria, con fotografías profesionales y de aficionados, una narrativa visual de las movilizaciones ocurridas en todo el territorio nacional entre el 9 y el 15 de noviembre de 2020, especialmente en las ciudades capitales de las regiones y por supuesto, sobre todo en Lima. Marchas, al parecer, sin una organización política, centralizada, sin demandas partidarias evidentes, sino más bien parecía una marcha de indignación, como las que describe Stéphane Hessel en su pequeño libro de 2010 Indignez-vousIndignaos!), como consecuencia de la inesperada destitución del presidente Martin Vizcarra y la instalación en palacio de gobierno del congresista Manuel Merino de Lama.

El LUM, inaugurado en diciembre del 2015, con la misión fundamental de preservar las memorias de las décadas de la violencia, 1980-2000, es la institución que recuerda, memorializa, con imágenes y textos, en muestras museográficas, permanente y temporales, casos emblemáticos de afectación de los derechos ciudadanos de personas, familias, comunidades, instituciones, civiles, militares y policiales. Sin insistir tanto en las autorías, sin culpabilizar, sino más bien mostrar los hechos de violaciones, con todas sus crudezas y dramatismos. Esto ha convertido, lógicamente, al LUM en un lugar de visita, peregrinaje, reclamos y demandas por las memorias que no aparecen y también por las que aparecen. Numerosas asociaciones, que se han multiplicado desde 1983, de afectados y afectadas nos visitan, con sus duelos interminables, para solicitar que las narrativas de memoria sean una búsqueda de la verdad, la justicia, la reparación, para asegurar así la no repetición de estos hechos.

Lo que sucedió el 14 de noviembre por la noche, luego de la muerte de Inti Sotelo Camargo (24 años) y Jack Brian Pintado Sánchez (22 años), sobrepasó todas las situaciones que conocíamos antes. Los pequeños memoriales en homenaje a estos dos jóvenes, a partir del domingo 15, se multiplicaron en todo Lima metropolitana, primero, luego en gran parte de las capitales de regiones en el país. Las demandas que circulaban en las redes sociales y las que recibimos en nuestros aplicativos digitales pedían, primero, conservar los memoriales, luego, reunir y exhibir las fotografías de los acontecimientos de esos cinco días, en los que la sociedad peruana literalmente no descansó. Finalmente, atendimos esa demanda y ahora el LUM exhibe y luego conservará en sus depósitos, miles de fotografías, de profesionales y aficionados (manifestantes), que nos permitieron organizar una exposición fotográfica magistral, de gran valor estético, político, social e histórico.

Los “centenarios” apostaban por un futuro que querían, imaginaban, pero que desconocían a ciencia cierta. A ellos, los “terruqueaban” como pro-indios, indigenistas, tahuantinsuyos, desestabilizadores de la república criolla, nacional, cristiana, occidental. Esto mismo parecería suceder con los “bicentenarios”, a quienes también descalifican, con estigmatizaciones del presente. No conocemos la trama invisible de la historia que nos llevará al futuro.

Pero justamente esta exposición, como en otras ocasiones, nos puso en el centro de la confrontación de opiniones, puntos de vista, posiciones políticas, rumores, rencores y también de los que apuestan por la convivencia pacífica por encima de todas las tragedias que afectan a nuestro país desde 1980. 50 años de luchas, visibles e invisibles, terroristas y violentas, por imponer posiciones en la lucha por el poder. Esta situación, en parte,  me llevó a preguntarme por lo sucedido, su originalidad,  los autores, las “tramas ocultas” de la historia, la violencia que surge de la violencia , para tratar de encontrarle, desde la historia, mi especialidad, un sentido y significado a los ocurrido.

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Noelia Chávez, la joven comunicadora de la PUCP, se adelantó a todos cuando denominó, bautizó, a las multitudes que se movilizaron como Generación Bicentenario. Jóvenes, como Jack Brian e Inti Sotelo, entre 20 y 25 años, son los que muy probablemente le pusieron vitalidad, pasión y temeridad, al situarse en las primeras filas de la confrontación, donde ellos dos murieron o muchos otros fueron gravemente lesionados. Me pregunté, entonces, y me pregunto hoy, por su singularidad y naturaleza: ¿Algo semejante ocurrió antes en nuestra historia, por ejemplo, en la celebración del Centenario de la Independencia de 1921, una efeméride similar a la que celebramos este año 2021?

 Fotografía publicada el 28 de julio de 1921 en Mundial. Aparecen, de pie, de izquierda a derecha: Jorge Basadre, Manuel Abastos, Ricardo Vegas García, Raúl Porras Barrenechea y Luis Alberto Sánchez. Sentados, de izquierda a derecha: Guillermo Luna Cartland, Carlos Moreyra y Paz Soldán y Jorge Guillermo Leguía. Fuente: Internet.

Se celebró el primer siglo de vida Independiente durante el gobierno de Augusto B. Leguía, durante el conocido Oncenio de 1919-1930, que se inició con un golpe y terminó con otro, el de L. M. Sánchez Cerro.  Los nombres de San Martín, Bolívar, Gamarra, O’Higgins, Torrico, muchos, casi todos militares, hombres, casi héroes. El rostro de Lima cambió con los nuevos nombres propios. Pero otra historia discurría en las regiones, las universidades, en las asociaciones pro-indígenas, las tertulias, de manera menos visible, pero quizá más duradera. Un pequeño grupo universitario se propuso, a partir de 1919, formar un “Conversatorio Universitario” en la Universidad de San Marcos para discutir temas, organizar charlas públicas y publicar sus artículos, ensayos.  La ocasión, el Centenario de la República, lo ameritaba. El tema central, el Perú como nación: ¿Qué era el Perú, quienes eran los peruanos, en que hemos avanzado en 100 años y que problemas urgentes se deben resolver para llegar a ser lo que imaginaban el país debía ser?

La revista Mundial, de entonces, publicó una foto de este grupo de El Conversatorio Universitario, por uno de sus animadores, el periodista Ricardo Vegas García (1897), lo llamó Generación del Centenario. En realidad, la bautizó. El animador era Raúl Porras Barrenechea (1897), y algunos de sus integrantes, Luis Alberto Sánchez (1900), Jorge Guillermo Leguía (1898) y Jorge Basadre (1903). Querían hablar de la independencia lograda en 1821, mencionando otros nombres, los próceres no tan visibles, y preguntándose qué había pasado con la población indígena, porqué no eran ciudadanos plenos aquellos descendientes de los constructores de ese fabuloso Tawantinsuyo, del que comenzaban a hablar tanto desde los descubrimientos de Max Uhle, Hiram Bingham y Julio C. Tello. Todos los los “centenarios”, entre los 17 y 24 años de edad, no habían publicado aun nada importante, algunos simplemente nada. Por eso pasaron inadvertidos, escuchándose entre ellos mismos, algunos invitados, y asistiendo a las tertulias de José Carlos Mariátegui (1894) y Víctor Raúl Haya de la Torre (1895) que recién llegaba de Trujillo. También jóvenes. En las que todos coincidían, mas bien los “centenarios” escuchaban, muchas respuestas a sus preguntas ¿Qué es el Perú? ¿Una nación? ¿y la cuestión del problema indígena? Pasaron desapercibidos y cuando se acercaron al socialismo o al aprismo, terminaron reprimidos y a veces encarcelados.

En realidad, cuando uno se acerca a ellos, con el concepto de generación de José Ortega y Gasset, encontramos que constituían un grupo de coetáneos, nacidos entre 1894 y 1905, aproximadamente, que tenían fuertes convicciones (cultivadas en la universidad, los libros y los cambios en el mundo) y apuestas pensando en el futuro, un nuevo país, donde todos puedan ejercer una ciudadanía como les corresponde por ser peruanos. Como que la “mano invisible” que organizaba el sentido de la historia, entonces, de la cual ellos mismos eran actores, sin saber que también eran agentes, no la conocían muy bien, más bien la intuían, apostaban por ella, pero sin sospechar los desenlaces, ni tener certeza de que lo que defendían era realmente el futuro. Conformaban un grupo minúsculo, la  Generación del  centenario, pero paralelamente habían multitudes en marcha, que también andaban un poco a ciegas, sin muchas certidumbres, pero que comulgaban con esas convicciones y apuestas.

La Generación Bicentenario

Casi cien años después, en noviembre del 2020, aparecen desorganizadas multitudes indignadas, con un motor nuclear, constituido por jóvenes, también entre los 18 y 25 años, como Inti y Brian, con convicciones y apuestas, que las expresan de otras maneras, en movilizaciones de indignación, donde se mezclan estudiantes universitarios, muchos jóvenes profesionales, que formaban parte de la generación millenial, que se ubicaron en las primeras líneas. Pero también personas mayores que se ubican en las periferias. Es aún muy prematuro intentar este análisis de la Generación Bicentenario, más difícil aun intentar de hacer una comparación con la Generación del Centenario, como aquí propongo. Sin embargo, provisionalmente, ya podemos señalar importantes diferencias, la de 1921 era un grupo pequeño, una elite de jóvenes estudiantes, futuros intelectuales, de clase media provincianas, pero anónimos, pero con convicciones y apuestas ya en ese momento.  La Generación Bicentenario parece algo diferente, porque el Perú actual y muy diferente al Perú de la Patria Nueva de Leguía, ya que mayoritariamente provienen de los niveles socioeconómicos menos afortunados, son jóvenes estudiantes, también hijos de inmigrantes, de Iquitos y Ayacucho, como Brian Pintado e Inti Sotelo, con presentes inciertos, pero con muchos sueños de futuro.

Foto: Sebastián Castañeda

¿Cómo conocer las convicciones y apuestas de la Generación Bicentenario, motor de las movilizaciones de noviembre pasado? Vuelvo a la Exposición Fotográfica Generación Bicentenario en marcha en el LUM. Se exhiben 60 fotografías profesionales, de fotógrafos y fotógrafas, de Lima y diversas regiones, de excelente calidad, que nos permiten ver rostros, ciudades, desplazamientos, gestos individuales, colectivos,  y también nos acercan a los textos escritos en las pancartas, banderolas, y a la omnipresente bandera nacional que aparece bella y ondeante en la fotografía emblemática de Sebastián Castañeda.

La bandera nacional era, de alguna manera, usada para expresar, como en las invasiones de terrenos, la legitimación de sus protestas, sus demandas ciudadanas, como peruanos y peruanas. Muchas de ellas expresaban una fuerte convicción en la necesidad de un nuevo país, nueva constitución, una educación para pensar, no para obedecer, una nueva representación en las instancias políticas, así como nuevas reglas que respeten la igualdad de género y las diversidades, sexuales, culturales y sociales. Todos estos mensajes son una apuesta por un nuevo país. Una protesta contra un presente incómodo, ajeno, de otros. Así como Basadre, en su libro de 1931, PERÚ: Problema y Posibilidad, expresó la idea de la promesa republicana. Incumplida, tengo la impresión que esta misma esperanza la encontramos en la fuerza de sus mensajes, en las pancartas y banderolas. En una en particular, exhibida en la Plaza de Armas de Puno, que dice “Inti es Sol, el Sol nunca se apaga”.

Lo entiendo como la esperanza de cambiar el país, lo que no remite de nuevo a la Generación del Centenario, que tenían convicciones y apuestas, que la clase política tradicional de entonces no las entendían, pero que los “centenarios” apostaban por un futuro que querían, imaginaban, pero que desconocían a ciencia cierta. A ellos, los “terruqueaban” como pro-indios, indigenistas, tahuantinsuyos, desestabilizadores de la república criolla, nacional, cristiana, occidental. Esto mismo parecería suceder con los “bicentenarios”, a quienes también descalifican, con estigmatizaciones del presente.  No conocemos la trama invisible de la historia que nos llevará al futuro. Cuando digo trama invisible, lo hago en el mismo sentido que la define Hanna Arendt en su libro La condición humana de 1958, ese plan oculto que le da sentido a las historias, que no llegamos a descifrar sino cuando ya son historia pasada y analizamos los resultados.  Finalmente, solo el futuro nos permitirá conocer ese plan invisible y saber si los “bicentenario” estaban en el buen camino, como sucedió con los “centenarios”, hace ya un siglo.

Sobre el autor o autora

Manuel Burga Díaz
Manuel Burga Díaz Doctor en Historia por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de París. Ha sido rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) y actualmente es vicerrector académico de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Entre sus principales publicaciones están La reforma silenciosa. Descentralización, desarrollo y universidad regional (2009); La historia y los historiadores en el Perú (2005); Nacimiento de una utopía (1988); Apogeo y crisis de la república aristocrática, 1985-1930 (con Flores Galindo, A., 1980); De la encomienda a la hacienda capitalista (1976).

3 Comentarios sobre "Convicciones y apuestas de las generaciones"

  1. Lúcido e inspirador artículo de Manuel Burga, historiador que aún tiene mucho que decir a propósito del bicentenario. Ha planteado el problema de la historia que es cómo develar “ese plan oculto” de nuestra historia. Me permitó añadir ese otro libro de Basadre: Sultanismo, Corrupción y dependencia en el Perú republicano.

  2. Oscar Vásquez García | 27 febrero 2021 en 16:56 | Responder

    Felicito al Dr. Manuel Burga Diaz por su brillante artículo, ya que muchos intelectuales temen comentar (por cuestiones políticas o de otra índole), sobre un acontecimiento histórico tan importante como la gran movilización o marcha realizada en su mayoría por jóvenes, la Generación del Bicentenario, que de alguna forma manifestaron el “basta ya” a tanta corrupción, abuso y mentira en nuestro país.
    Comparar o hablar de la Generación del Centenario, es muy complejo, pues el contexto era diferente, en su mayoría eran jóvenes universitarios que traían la voz del pueblo, como siempre olvidado por los gobernantes, y lo manifestaban en sus reuniones de manera que transmitían el sentir del pueblo, si bien éramos independientes hace 100 años, aún no se había quitado el yugo educativo español en las aulas universitarias, a través de cursos que era necesario quitar e incorporar cursos de la realidad peruana.
    Invito a mirar los ojos de los jóvenes de la foto que muestra el artículo donde aparece un adolescente Jorge Basadre de 19 años, Raúl Porras Barrenechea y otros, que con el tiempo se convirtieron en intelectuales, dignos representantes de nuestro país, políticos y funcionarios, observarán una mirada de valentía, seguridad y convicción, esa mirada estoy seguro, la han tenido Inti y Brian y muchos de nuestros jóvenes de la Generación del Bicentenario, que muy pronto serán representantes importantes en nuestro país, que se han hecho visibles, y que estoy seguro, tendrán un lugar digno en la historia y que será motivo de orgullo para los peruanos.

  3. Respeto el trabajo de Manuel Burga como historiador y la comparación que intenta entre la generación del centenario y la del bicentenario me parece sugerente. Quisiera formular dos acotaciones para situar a la segunda en el país de hoy, que se ha constituido desde la contemplación del fracaso, a lo largo de este segundo siglo, de una serie de esfuerzos por hacer de él más “posibilidad que problema”.
    Primero, hoy el país carece de elites. Ni siquiera las hay pequeñas. En varios sectores se encuentran gentes pensantes pero que no conforman una elite capaz de reflexionar grupalmente y compartir una mirada sobre el conjunto del país. (Para muestra, véase lo que son quienes rodean a los candidatos presidenciales y pregúntese cuáles de ellos tienen una elite de respaldo). Es que los mejores, salvo alguna que otra excepción, rehúyen ingresar a la escena pública, poblada por incapaces, sinvergüenzas y corruptos.
    Segundo, las encuestas leídas en serie histórica muestran un importante sector de población que, si pudiera, escogería irse del país. La desesperanza ha ganado, si no a la mayoría, a una gran parte de peruanos que han debido resignarse a subsistir en un país cada vez menos vivible. También las encuestas confirman que a algo así como tres de cada cuatro peruanos, decepcionados y escaldados, la política no les importa. Me temo, pues, que ese “sueño de futuro” que Burga lee en la generación del bicentenario se localiza más allá de las fronteras del país.

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