Héroes y víctimas: apuntes sobre un libro necesario

Escrito por Revista Ideele N°296. Febrero 2021

Han pasado más de 20 años desde la derrota definitiva de los grupos subversivos que protagonizaron la guerra interna en nuestro país, y el fantasma aún no termina de desaparecer. A pesar de eso, la reflexión sobre el conflicto armado y sus implicancias es muy escasa. La poca bibliografía que existe se limita al recuento y la profundización de los hechos ocurridos en ese periodo y, la más osada intenta explicar las motivaciones y el origen de la lucha armada. Sin embargo, no ha existido una reflexión mayor, un intento de balance serio.

En “Sobre héroes y víctimas”, el crítico cultural Juan Carlos Ubilluz logra poner sobre el tapete los temas quizá más espinosos y menos discutidos del conflicto armado interno. El objetivo concreto del libro es, según su mismo autor, “analizar la economía libidinal (los afectos que se sostienen sobre lo que genera el discurso) y los presupuestos filosóficos del giro ético a partir de las obras de José Carlos Agüero, Claudia Salazar y Lurgio Gavilán”.

Ubilluz Raygada reconoce tres posturas sobre el conflicto armado interno. Las dos primeras son propias de las partes enfrentadas. Por un lado, está el discurso militar, más popular entre la población; que plantea que por casi dos décadas el país soportó una arremetida terrorista y que fueron las Fuerzas Armadas las que nos libraron de ella. Por otro lado, se encuentra la de los grupos subversivos, que en estos días es minoritaria, y que sostiene que durante los ochenta y noventa se libró una guerra revolucionaria en la que fueron derrotados. Existe otra postura más que, en defensa a la vida, es crítica con las anteriormente mencionadas y denuncia la mala conducta humanitaria de los grupos subversivos y las fuerzas del orden: el giro ético.

“Sobre héroes y víctimas” es uno de los textos más importantes de los últimos años, porque trae a la luz un debate que por décadas ha estado suspendido en los sectores de izquierda. La luctuosa experiencia revolucionaria de fines del siglo pasado; y la consiguiente aceptación sin ambages del consenso demoliberal, ha hecho que el deseo de una trasformación revolucionaria de los sectores progresistas haya quedado atrás.  

La postura del giro ético se encuentra mayormente en la producción artística y cultural que versa sobre el conflicto armado interno peruano. Aunque, es importante agregar que constituye todo un fenómeno mundial. De manera muy sucinta, podemos decir que el giro ético pone atención exclusivamente a las vulneraciones de los derechos humanos de todo evento histórico y político. En otras palabras, se centra en las víctimas que cada proceso deja, y asume ante ellas una responsabilidad ética: de aquí se despliega un compromiso de reparación y de no-repetición (“¡Nunca más!”).  

Para Ubilluz, el antifaz del giro ético, asumido por la izquierda peruana, imposibilita la gesta de un proyecto político que busque la superación de las estructuras de dominación existentes. Y es que el balance que los sectores progresistas han hecho sobre el conflicto armado interno no ha pasado tan solo por el deslinde del accionar de los grupos subversivos de los ochenta y noventa, sino de cualquier proyecto político de emancipación.

Aquel deslinde se hace constante porque, si bien la política revolucionaria terminó el siglo pasado, la derecha la mantiene vigente en su discurso, ya que el despliegue de violencia contra cualquier posibilidad de cambio necesita de una amenaza poderosa que la justifique. De ahí el recurrente terruqueo.

Ubilluz, claramente, es crítico con el giro ético, pero lo es también con las otras dos posturas mencionadas. En su texto pretende rescatar del horror de la guerra interna el deseo emancipador que motivó a los jóvenes que militaron en los grupos subversivos. No para avalar o enaltecer la experiencia subversiva sino, por el contrario, para poner en discusión, nuevamente, el tema de la transformación revolucionaria. Su propuesta se construye con base en la crítica y en la superación de lo que hemos vivido.

Con esta mirada, analiza las obras -referidas al conflicto armado interno- de Agüero, Salazar y Gavilán, y señala en ellas algunas de las características que están dentro del giro ético. Como la visión es crítica, podemos hablar de problemas o paradojas que va a intentar resolver (o avanzar en ello) en las intervenciones que realiza luego de estudiar cada texto. En el caso de Agüero, reacciona sobre su postura en contra de la utopía y el heroísmo. En Salazar, propone pasar de un arte concentrado en la denuncia a uno con afirmación política.  Y enLurgio Gavilán, a partir de la permanencia del deseo comunista- no obstante, su capacidad camaleónica- sugiere algunos elementos para un socialismo del siglo XXI.

Los rendidos

José Carlos Agüero es un joven narrador peruano, ganador del Premio Nacional de Literatura 2018 e hijo de dos padres senderistas. En su obra autobiográfica “Los rendidos” expone sus reflexiones sobre el conflicto armado interno a partir del trágico desenlace de sus progenitores. Por un lado, Agüero humaniza a los senderistas y ayuda a quitarles el estigma de “monstruos desalmados”, con el que se les ha caracterizado desde el discurso oficial y, por otro lado, condena la violencia de la que ellos formaron parte.

Ubilluz sostiene que la propuesta de Agüero es un cristianismo sin trascendencia (que) va de la mano con una interiorización de la derrota del socialismo”. (p.54). Según la doctrina cristiana, Jesús luego de ser crucificado resucita a los tres días, se eleva al cielo y logra la redención de su pueblo. Agüero se queda en la muerte, no solo porque ese fue el destino de sus padres y de su proyecto revolucionario; sino porque abjura de una trasformación de estas características.

“Más específicamente, esta propuesta implica renunciar a todo aquello que hizo posible cierta prominencia del socialismo en el siglo XX. La opción revolucionaria está, para comenzar, desautorizada de plano. No hay, no puede haber, una razón válida para hacer la revolución. Cualquier injusticia que haya durante la «paz» injusta del capitalismo no se compara a las injusticias que brotarán durante la guerra” (p.54).

 Agüero rescata que sus padres fueron buenas personas, tan normales como cualquiera de sus lectores, sin ninguna perversión especial, aunque el proyecto al que se entregaron fue perverso, por la tragedia que ocasionó. Según Ubilluz, para Agüero no existe utopía “lo más valioso en el ser humano no es su heroísmo (lo que puede hacer) sino su condición de víctima (lo que se le hizo). Y por tanto la guerra no es más que una fábrica de cadáveres o de cuerpos mutilados”. (p.40).

Ubilluz, basándose en Jacques Ranciere, explica cómo, ante el declive de la creencia revolucionaria, se ha impuesto un nuevo consenso en el que la revolución, entendida como una transformación total en lo social político y económico no tiene cabida ya en la sociedad. El capitalismo y el régimen demoliberal se han impuesto y ya no existe el sujeto social que propugna esta transformación. El oprimido, que de acuerdo con la teoría de la lucha de clases se enfrentaba a una clase dominante y a la estructura política que favorecía a sus intereses, ahora debe de ser visto como una víctima de las fallas de este sistema que, más bien, debe de ser incorporado a este. Nunca mejor planteada la concepción establecida como política pública de “inclusión social”, una de las novísimas banderas de la izquierda. No existe ya una nueva sociedad en discusión, sino un modelo que debe de ser perfeccionado. Las diferencias entre derecha e izquierda actualmente residen en las características de este perfeccionamiento.

La sangre de la aurora

“La sangre de la aurora”, escrita por Claudia Salazar, narra la historia de tres mujeres de origen distinto, pero con un desenlace similar. Marcela, una militante de Sendero Luminoso; Modesta, una campesina, y Melanie, una fotoperiodista, son tres mujeres que terminan padeciendo uno de los horrores más profundos de la guerra: la violación.  

Si bien en un primer momento se muestra que dentro de las filas del grupo subversivo se da oportunidad a que las mujeres ejerzan el liderazgo, y de esa manera puedan emanciparse del yugo marital que les impone una sociedad machista; el partido, al que entregan su vida, termina reemplazando a esta opresión.

“La mujer es en el partido un movimiento, una fuerza, un fermento que precisa del liderazgo del gran timonel. Es él quien da finalmente el tempo y la dirección a la efervescencia de lo femenino. Se manifiesta así una paradoja: la demanda de igualdad de la mujer halla satisfacción en el partido siempre y cuando obedezca al gran patriarca”. (p.96).

Ubilluz acierta en matizar la visión que presenta Salazar, cuando menciona que en el contexto en que se desenvolvió la insurgencia de Sendero Luminoso, no solamente en la sociedad peruana la mujer estaba muy postergada laboralmente, sino también en la misma izquierda peruana. Recuerda que dos de los tres miembros del Comité Permanente Histórico eran mujeres.

“¿Había acaso, para la mujer de entonces, mejores perspectivas de ascenso profesional en otros partidos de izquierda, la sociedad burguesa y el Estado peruano? ¿Había, en los años ochenta, una mesa de directorio de alguna gran compañía peruana donde la mayoría de sus integrantes fuera de sexo femenino? Convengamos por lo pronto que la demanda de igualdad de la mujer prospera algo en Sendero Luminoso. Pero el desarrollo de la guerra popular pondrá fin a la prosperidad e igualará tristemente a todas las mujeres de la novela. Ya no importará si una mujer es de clase alta o baja, o si es de raza blanca o india. Tan solo importará que es mujer y que puede ser tomada como botín de guerra. El destino de las tres mujeres ilustra este punto”. (p.96).

De acuerdo con Ubilluz, los textos de Agüero y Salazar tienen mucho en común, ambos “se inscriben dentro de una tendencia estética mundial que apuesta por lo indeterminado como un antídoto contra las determinaciones conceptuales de las ideologías políticas” (p.117). Si en Agüero la revolución se tradujo en desastre y muerte en Salazar se tradujo en violación. “El conflicto armado se convierte en un desastre patriarcal contra la mujer”. (p.98).

Memorias de un soldado desconocido

Para Ubilluz, Lurgio Gavilán -el antropólogo que fue guerrillero en el Vraem, soldado del ejército y sacerdote- es quien se encuentra más lejos del giro ético.  A pesar de que la narrativa de Gavilán se encuentra impregnada del discurso de la preservación a la vida y el horror ante la violencia desatada en esos años, Ubilluz sostiene que en el fondo “es un camuflaje, consciente o inconsciente, para deslizar un argumento que rompe con el sentido común: a saber, que levantarse en armas contra el Estado burgués y su apariencia democrática fue, si no justo, necesario”. (p.153).

Ubilluz apunta que la crítica de Gavilán a Sendero es básicamente por la sobreexigencia a sus combatientes, que se expresaba tanto en las condiciones precarias en las que se desenvolvían, los castigos a los que eran sometidos cuando no cumplían con las directivas de la organización y por ser enviados como carne de cañón. No hay un rechazo de fondo con el proyecto revolucionario.

La creencia revolucionaria y el giro ético

Ubilluz, basándose en Jacques Ranciere, explica cómo, ante el declive de la creencia revolucionaria, se ha impuesto un nuevo consenso en el que la revolución, entendida como una transformación total en lo social político y económico no tiene cabida ya en la sociedad. El capitalismo y el régimen demoliberal se han impuesto y ya no existe el sujeto social que propugna esta transformación. El oprimido, que de acuerdo con la teoría de la lucha de clases se enfrentaba a una clase dominante y a la estructura política que favorecía a sus intereses, ahora debe de ser visto como una víctima de las fallas de este sistema que, más bien, debe de ser incorporado a este. Nunca mejor planteada la concepción establecida como política pública de “inclusión social”, una de las novísimas banderas de la izquierda. No existe ya una nueva sociedad en discusión, sino un modelo que debe de ser perfeccionado. Las diferencias entre derecha e izquierda actualmente residen en las características de este perfeccionamiento. Los de derechas plantearán un menor involucramiento del Estado y los de izquierda, uno mayor.

En este contexto, dentro de los cánones del giro ético, ya no hay espacio para héroes. La heroicidad dejó de ser valorada de manera positiva y la victima pasó a ser enaltecida. También el uso que se hace de los derechos humanos ha cambiado, otrora, los derechos humanos eran el arma de los disidentes cuando conformaban un pueblo político contra su Estado. Ahora se han convertido en el arma de los Estados imperiales para intervenir en el mundo a su antojo” (p.18). Ubilluz recuerda que la doctrina de los derechos humanos se construyó a partir de procesos revolucionarios (sangrientos, agregaría yo).

El autor señala que para Ranciere “el consenso es en realidad la imposición neoliberal y los derechos humanos son la cubierta del imperialismo” (ibíd). Él no discrepa de esta posición, pero aclara que para él los autores examinados “ (no) son los esbirros del imperialismo” (ibíd). Sí existe en ellos una aceptación del capitalismo global y sus coordenadas, aunque no sean sus apasionados defensores. Por el contrario, Agüero, Salazar y Gavilán son críticos del sistema, pero aceptan que en este la utopía es solo un lacerante recuerdo (cada uno de ellos en mayor o menor medida) que no ha dejado héroes sino víctimas.

Ubilluz establece cinco variaciones del giro ético respecto a la creencia revolucionaria. En el primero: “si en la creencia revolucionaria el ser humano es apreciado por su capacidad de ser in-mortal, en el giro ético lo es por la posibilidad de ser un mortal que sufre” (ibíd). La trascendencia del sujeto que es capaz de representar las demandas de todo un sector social, con ideales por los cuales es capaz de dar la vida, ya no tiene espacio dentro de la nueva iconografía, que está compuesta, más bien, por seres que han acumulado dolor y vejaciones de parte del sistema. Y es que aquella injusticia social, aquella fijación a mostrar los problemas estructurales del Perú profundo pierde su inflamabilidad emancipatoria por un arte político que solo se centra en revivir los horrores de una revolución fallida y repite amargamente “nunca más”.

Lo que en el texto se propone no es, pues, una reivindicación a la mística militante de los grupos subversivos de antaño, sino más bien un arte que deje de mirar hacia atrás y acompañe los procesos sociales vigentes, trazando horizontes políticos alternativos.

Segunda variación: “Mientras en esta [la creencia revolucionaria] se trataba de conseguir el Bien (la sociedad sin clases), en aquel [el giro ético] se trata de realizar un bien” (p.19). En 1992 el politólogo estadounidense Francis Fukuyama planteó su tesis del fin de la historia. En su momento, y mucho después fue duramente criticado, ¿cómo podía sostenerse que en adelante el mundo no iba a experimentar más cambios estructurales y que el régimen demoliberal se había convertido en un estadio inmutable de la civilización? Incluso ahora no es muy popular citarlo. Sin embargo, esto es lo que se asume desde el giro ético. Ya no existe una nueva sociedad por la cual pelear. Los jóvenes activistas no tienen que rendirle cuenta a la posteridad. De lo que se trata es de tener un comportamiento ético, dentro de un mundo que llegó a su puerto. Por eso, quienes en algún momento inflamaron sus pechos al entonar “La internacional comunista”, ahora están en programas de rendición de cuentas, en movimientos que luchan contra la corrupción, o que verifican que las fuerzas represoras no se excedan en el uso de la fuerza, que se respeten los derechos, y en sus versiones más radicales, defender el derecho a la protesta.

Tercera variación: “Si la creencia revolucionaria se basa en el gran relato de emancipación, el giro ético se basa en el siguiente gran relato moral: toda revolución termina inevitablemente en el desastre humanitario” (ibíd). Aquí existe una paradoja sin solución. Si hablamos de un proyecto de transformación general, como es el revolucionario, ¿podríamos pensar que puede estar exento de un desastre social, al menos en algún grado? Difícil imaginarlo, imposible justificarlo, en cualquiera de sus niveles en un mundo en el que el consenso es   la aceptación, sin atenuantes, de un Estado demoliberal.

Para la cuarta variante Ubilluz cita a Ranciere: “Si en esta el tiempo tenía como norte la revolución por venir, «en el giro ético, esta orientación está estrictamente invertida: la historia está dispuesta entonces en base a un acontecimiento radical, que ya no la corta por delante, sino por detrás de nosotros» (Rancière 2011: 159) En otras palabras, en la creencia revolucionaria se mira para adelante, mientras que en el giro ético se mira para atrás” (p.20). No hay nada más que ver hacia adelante porque, precisamente, hemos llegado al fin de la historia, no hay nada importante qué transformar, salvo hacer que se cumplan los preceptos establecidos en el régimen existente. “El futuro será nuestro” no existe más, el hombre ahora puede mirar hacia atrás, con la confianza plena de que no será convertido en estatua de sal.

La última variante puede, de alguna manera, sintetizar todo lo anterior: “Mientras que en la creencia revolucionaria la política suspendía la ética, en el giro ético la ética suspende la política” (p.21). La ética esteriliza cualquier acción revolucionaria, pues esta no juega al límite sino rebasa en todos los planos el sistema. El giro ético plantea la in-acción frente a las injusticias del sistema, pues la opción revolucionaria es rechazada de plano por traer violencia y, por ende, víctimas de esta. Queda, solamente, el compromiso ético con las víctimas del sistema y las víctimas de proyectos revolucionarios fracasados.

“Sobre héroes y víctimas” es uno de los textos más importantes de los últimos años, porque trae a la luz un debate que por décadas ha estado suspendido en los sectores de izquierda. La luctuosa experiencia revolucionaria de fines del siglo pasado; y la consiguiente aceptación sin ambages del consenso demoliberal ha hecho que el deseo de una trasformación revolucionaria de los sectores progresistas haya quedado atrás.  

Las reacciones al texto han sido bastante predecibles: lejos de discutirse con altura su contenido, las críticas se han centrado en algunas afirmaciones del autor realizadas en la presentación de su libro.  Se le acusa, por ejemplo, de poca empatía con las víctimas, a partir de un comentario suyo que decía que “hay que ser un poco menos sensible al dolor de la víctima”.

Aunque suene duro, Ubilluz tiene razón. Su mensaje se dirige a un receptor específico:  al individuo que ha adoptado el giro ético y que, por mirar el sufrimiento, pierde comprensión histórica social, pero sobre todo no puede ver más allá de la muerte. No le pide a la población indolencia ante las decenas de miles de peruanos que perdieron la vida en el conflicto armado y con el dolor de sus familiares, ni se posiciona en contra de la justicia y las reparaciones.

El crítico cultural reivindica a Nietzsche, quien otorga más valor a lo que un cuerpo puede hacer que a lo que sufre. Le parece más interesante concentrarse en la trascendencia del ser que en el dolor del cuerpo.  “Se le toma más valor a la vida que quiere expandirse”.

Ubilluz dice: en un proyecto político, ¿uno con qué se identifica? ¿Se identifica con el sufrimiento de las víctimas, y la acción debe impedir ese dolor o  se identifica con el proceso político en curso donde uno trata de cambiar el orden opresivo que existe?

Recuerdo que, en las múltiples marchas de los últimos años, en las que se movilizaron muchos jóvenes, me llamaba la atención la manera en que luego de estas jornadas, un sector (me animo a decir que era el hegemónico) se concentraba en denunciar la represión brutal de la Policía. No quiero despreciar la importancia de poner en evidencia la afectación hacia los manifestantes y la vulneración del derecho a la protesta. El problema es cuando eso pasa a ser lo principal y no el objetivo político. Luego la Policía se defiende mostrando actos de vandalismo; y la discusión se torna sobre quien se portó mejor, quien vulneró más leyes; ¿gana el que sufrió más? Cuando se debería asumir que es un momento de lucha intensa, y que ahí las variables son otras.

Víctimas

Otro tema que ocupa a Ubilluz es el concepto de víctima. En su texto reconoce dos momentos que el giro ético ha tenido en relación a la víctima del conflicto armado interno. En un primer momento, la atención de los seguidores del giro ético se encontraba en la víctima químicamente pura, es decir, en la persona que, aun mostrando pasividad durante el tiempo de la guerra, había sido violentada por los grupos subversivos o por las fuerzas del orden. Con el paso del tiempo, el mito de la comunidad andina atrapada entre dos fuegos fue superada, y se reconoció la existencia de “víctimas también victimarias”. En este segundo tiempo se humaniza a senderistas y militares al develar su rostro sufriente. El senderista pasa a ser comprendido como una víctima de problemas estructurales y del olvido estatal que decidió tomar acción (equivocada). Incluso, como el propio Agüero desliza al referirse a su madre, puede estar condenado a no separarse de las filas de su organización, aun cuando le traiga dolor, porque el dolor de los demás es lo que más le hace sufrir.

Si bien la segunda concepción de la víctima permite análisis más complejos sobre la violencia política de los ochenta y noventa, aún pinta escenarios que se encuentran lejos de la realidad. Como asegura Ubilluz, pensar el conflicto como un territorio exclusivamente de víctimas (esenciales) y de victimarios (contingentes) elimina por completo lo que fue el motor de esos tiempos: “los ronderos que vencieron el miedo para luchar contra Sendero, […] los militares que se adentraban en la selva en defensa de la nación, […] los jóvenes ayacuchanos que sintieron elevarse sobre su pobreza mientras flameaban las banderas rojas”.

Quiero decir que la narrativa que impone el giro ético no solo impide un futuro, sino que altera la esencia del pasado. El origen de su poder no se debe a que sea la guía de la mayoría de contenidos académicos, culturales y artísticos, sino a que le siga los pasos a la justicia (entiéndase operadores de justicia), ya que, al igual que esta, se erige sobre los bandos en contienda, señala los errores y crímenes de cada uno y busca reparación.

Aquello no quiere decir que la justicia (o el sistema de justicia) ejerza su poder alterando la realidad, sino que al ser esta, por naturaleza, ética, tiene como centro atender a la víctima. El giro ético se apoya, pues, en un poder incuestionable y va ganando así las disputas por la memoria.

Si no hay una voz lo suficientemente fuerte que reivindique lo heroico- revolucionario, el discurso del giro ético puede apropiarse y reescribir vidas. Recuerdo el caso de un estudiante universitario que fue desaparecido por la Policía Nacional. La sentencia contra los oficiales responsables confirma que fue, efectivamente, una víctima de desaparición forzada. Sin embargo, se ha pintado sobre él la imagen de la víctima químicamente pura, que solo tuvo la mala suerte de estar en la calle y el momento equivocado, lo que no se ajusta a la realidad. Esto no ha pasado con solo un caso, sino con muchos, algunos de ellos, incluso, considerados emblemáticos.  El giro ético también reescribe la historia.

El caso El Frontón, en cambio, muestra como sobre un mismo evento pueden coexistir el relato de la justicia y un relato político. Son víctimas, asesinadas aun rendidas (por un lado) y son también militantes que no temieron arriesgar su vida por una causa (por otro).

Con estos dos ejemplos, no hay intención de poner etiquetas o calificaciones, sino de recordar las dimensiones del ser y las motivaciones de este. 

¿También defensores?

En la presentación del libro, Rocío Silva Santiesteban, quien ha tenido una larga trayectoria en la defensa de los derechos humanos, mostró su disconformidad sobre el entendimiento que Ubilluz tenía sobre la víctima. Planteó que no existía una bifurcación entre una víctima y un defensor de la víctima ya que “las víctimas han salido de su papel de víctima para convertirse en defensores incluso de ellas mismas”. Puso como ejemplo el caso de Giorgina Gamboa, una mujer testimoniante de la CVR que quedó embarazada a los 16 años producto de la violación de 7 sinchis. Para Rocío Silva, el testimonio de Giorgina Gamboa y la demanda que hace por justicia -no por compasión- despierta un rol de defensora. “No son los blancos que defienden a los marrones, como es la propuesta. Sino, pienso yo, que es porque son los mismos marrones que salen del papel de víctima para tener un rol político en la historia”.

En otras palabras, Silva Santisteban rechaza que los activistas de derechos humanos -que serían los sectores progresistas que han adoptado el giro ético- vean en Giorgina Gamboa y en personas con casos similares, víctimas sin agencia. Su anotación, sin embargo, no se contradice con lo planteado por Ubilluz, quien propone un segundo tiempo, en el que incluso senderistas y militares son vistos como víctimas. Según expresa Rocío, la señora Gamboa pues, tomó acciones y se hizo cargo de la defensa de su propio rol de víctima. El centro es siempre el mismo. Cabe agregar que el rol político al que alude Rocío Silva se trata de uno que busca justicia y reparación, por lo que no habría contradicción con lo que sugiere el libro.

A pesar de ello, resulta interesante detenernos en los argumentos de Rocío Silva porque con estos puede plantear un caso más desafiante para lo propuesto por Ubilluz: el movimiento antifujimorista. Y es que los deudos de casos como La Cantuta han constituido, junto a otros actores, un movimiento que define la política cada cinco años, que deja de mirar exclusivamente los casos individuales para oponerse a todo un programa político. Aceptando dichas ideas, aún pueden reconocerse elementos del giro ético en el movimiento antifujimorista: no se trata de hacer el Bien sino de impedir el Mal y se avanza mirando hacia atrás. En otras palabras, se trata de la ética convertida en política.

¿Salvo el poder?

Uno de los aspectos más importantes de “Héroes y víctimas” es su componente prospectivo, ¿qué hacemos con la memoria? ¿en qué quedó el proyecto trasformador de la izquierda, luego del horror de la guerra interna?  El autor hace un significativo esfuerzo por trazar algunas líneas en las que pueda reinventarse la creencia revolucionaria.

No obstante, debo anotar dos aspectos que considero que Ubilluz no ahonda en su texto, pero que tienen singular importancia. El primero es el problema del poder y el segundo, el Estado liberal.

El autor señala una serie de experiencias que, si bien no son revolucionarias ni se han hecho del poder, podrían representar el germen de una sociedad postcapitalista. Ubilluz deja en suspenso la pregunta de si la alternativa es una nueva ola revolucionaria o una radicalización de la democracia. Para ello señala una serie de características- siguiendo a Castells- de movimientos sociales contemporáneos como los piqueteros, las revueltas árabes o “Ni una menos”:  se organizan en red, no tienen un centro identificable, son movimientos horizontales que rechazan los liderazgos y practican la democracia deliberativa, son locales y a la vez globales, no poseen una ideología precisa.

La primera observación sería, analizando cada uno de estos movimientos, ¿tienen algo que ver con una superación de capitalismo o algo parecido?, ¿no se trata, más bien, de una profundización de las libertades democráticas, insuficientemente desarrolladas en el capitalismo? Así mismo, ¿de qué manera estos movimientos cuestionan la acumulación y desarrollo del capital? En este punto quizás sea necesario mencionar de manera directa la propiedad privada. Si hablamos de una superación del capitalismo, ¿lo podemos hacer por fuera de una perspectiva revolucionaria? ¿Sólo con una radicalización de la democracia? Llama la atención que no se encuentre, dentro de sus experiencias citadas, el movimiento zapatista de Chiapas; que aun conteniendo algunas de las características citadas, tiene un modelo colectivo que desafía la hegemonía capitalista.  Pero aún en este caso podríamos discutir qué tan radical es dicho desafío.

Construir el poder desde fuera del poder central suena seductor, pero también excesivamente poético.

Todo esto tiene que ver, también, con la estructura del Estado liberal. Sería inimaginable una nueva sociedad, producto de una transformación revolucionaria, que mantenga la misma estructura política. Si hablamos de cambios de estas dimensiones, ¿podremos seguir pensando en un mismo sistema de organización política en el que cada cinco años haya la posibilidad de cambiarlo todo nuevamente? ¿Y en el que los poderes facticos van a seguir teniendo la misma libertad actual? ¿Cómo armonizamos las libertades democráticas con una reducción drástica de las libertades económicas, que debería contener un proyecto transformador? ¿Los marcos del estado liberal son propicios para cuajar un proyecto revolucionario? Ubilluz, en este texto, no tiene las respuestas, pero la lectura, sin duda, provocan estas inquietudes.

Así también, considero que el autor acierta en encontrar en el contexto del cambio climático un retorno de mirada al socialismo, aunque con un contenido cualitativamente distinto. Esboza un socialismo que sea una “simbiosis con el ecologismo, la feminización del partido y la descolonización de la revolución” (27-28). Sin embargo, aterrizando lo que podría ser un socialismo ecologista, donde la prioridad no solo no sea el crecimiento económico, tal cual lo conocemos hoy, sino con un nuevo modelo de desarrollo; ¿no necesitaría, más bien, un aparato estatal lo suficientemente fuerte no solo para enfrentarse a las fuerzas del capital, sino también para reprimirlas hasta su contención o caducidad? ¿quién podría sostener un aparato de esas características?  ¿Cómo conjugar la represión a las fuerzas del capital, con las libertades democráticas en todo sentido? (no lo plantea Ubilluz, pero creo que el proceso reemplazo de este modelo de desarrollo, no es todo lo sublime que la palabra ecologismo suele sugerir). Estoy pensando, por ejemplo, en la plena libertad de expresión ejercida por empresas con intereses económicos concretos.

En este punto el esfuerzo de imaginación debe ser grande para poder concebir un emprendimiento de esa magnitud, prescindiendo de una organización vertical, de revolucionarios profesionales como la leninista. En el caso que ese sea el consenso, claro. O a lo mejor llegamos a la conclusión que sigue siendo el instrumento más eficaz. 

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