La caída de Trump

Escrito por Imagen: Diario ABC Revista Ideele N°296. Febrero 2021

La derrota de Trump en las elecciones que no ha querido aceptar hasta el final y que lo llevaron a promover el vandalismo y el asalto al Capitolio, me recordaron el incendio al Reichstag (Parlamento alemán) ocurrido en febrero de 1933, poco después de que Hitler asumiera como canciller. Se culpó a un obrero holandés, quien confesó luego de ser torturado y al final terminó ejecutado. El incendio fue usado por Hitler para lograr que el presidente Hindenburg promulgara un decreto de urgencia limitando las libertades civiles, lo que le permitió perseguir a los comunistas a quienes acusó de ser los responsables. Llegó incluso a detener a diputados que estaban premunidos de inmunidad parlamentaria y con sus rivales detenidos y sus escaños vacíos, Hitler, logró una mayoría y consolidó su poder.

Hay historiadores que afirman que la contra acusación del partido comunista era cierta y que, en realidad, el incendio fue perpetrado por los propios nazis para acrecentar su poder. Si fuera cierto, ¿no podría serlo que algo similar pretendió Trump al incentivar el asalto al Capitolio? Felizmente, fracasó y la democracia estadounidense logró sobrevivir al ataque más artero que ha sufrido en su historia. No creo que sea descabellado sostener que Trump (una mezcla de los peores momentos de Nerón y Calígula) intentó quedarse usando ese camino.

No puedo demostrarlo, aunque creo que le tiempo me dará la razón, pero considero que a los Estados Unidos le hubiera venido bien que el ‘impeachment’ (destitución) ex-post de Trump hubiera tenido éxito y se dejará sentado que conductas como ésta terminan con el presidente no solo destituido, sino en la cárcel. Creo que se habrían hecho un gran favor a sí mismos y al resto de la humanidad.  

El sistema imperante en el mundo –porque no es sólo en los Estados Unidos– ha derivado en un enorme poder del sector empresarial privado (en especial, corporaciones internacionales) que mangonea a los gobiernos de manera evidente y escandalosa. Las cosas no pueden continuar por ese camino si no queremos tener una hecatombe de dimensiones inimaginables que termine con la civilización occidental.

No obstante, lo ocurrido con Trump, no debe llevarnos a desatar nuestras iras contra él, porque las cosas no ocurren porque sí o porque una persona proceda de manera absurda. Corresponde preguntarnos ¿cómo fue posible que este mitómano y megalómano (entre otros adjetivos no muy gratos) llegara a ser presidente del país más poderoso de la tierra? Y allí empiezan las incomodidades, porque a estas alturas resulta evidente la desconexión de la clase política con la población o con buena parte de ella en los Estados Unidos y desde hace mucho tiempo. Lo mismo podemos decir de muchas de las democracias occidentales que es evidente que no están funcionando. Hay una crisis generalizada del sistema y se hacen indispensables importantes cambios.

No hace mucho vi un vídeo en que Alexandria Ocasio-Cortez[1], la joven diputada por Nueva York de origen puertorriqueño, comentaba en su Cámara (de representantes) –con la ayuda de los presentes, que respondían a sus preguntas– sobre el lobing empresarial, el financiamiento de las campañas electorales y la escandalosa manipulación de la política por las grandes corporaciones. El título era ‘Fundamentalmente roto’ (Fundamentally broken) en referencia al sistema político norteamericano. Lamentable, pero es cierto que la corrupción legalizada campea a todas luces y eso puede llevar a la democracia estadounidense (que ya no la es) a la muerte. De la república de George Washington, Adams, Franklin, Hamilton, Jay, Jefferson y Madison, llamados los padres fundadores, no queda nada o muy poco.

El populismo, que el 2016 encabezó Trump, sacó partido del más absoluto descrédito de la clase política que se ha acostumbrado a vivir haciendo equilibrio entre los intereses corporativos que defienden y los votos que necesitan en las elecciones.

El sistema imperante en el mundo –porque no es sólo en los Estados Unidos– ha derivado en un enorme poder del sector empresarial privado (en especial, corporaciones internacionales) que mangonea a los gobiernos de manera evidente y escandalosa. Las cosas no pueden continuar por ese camino si no queremos tener una hecatombe de dimensiones inimaginables que termine con la civilización occidental.

Es indispensable poner manos a la obra y separar las decisiones políticas del poder económico persiguiendo y sancionando a los infractores; no puede continuar aceptándose el lobing y la ‘política de puertas de vaivén’ en que la circulación de personas del sector privado y público y viceversa se permita. Necesitamos forjar una burocracia sólida en la que los cambios como resultado de las elecciones sean sólo de los más altos cargos y los planes de largo plazo rijan a los gobiernos de tal manera que sólo se puedan cambiar en situaciones límite debidamente justificadas. Los planes de gobierno tienen que ser obligatorios de tal manera que el país sea previsible y atractivo para la inversión.

En resumen, necesitamos reconstruir el sistema si queremos que sobreviva. La mayor parte de la población se siente cada vez más estafada y eso tiene un límite. Mejor reaccionemos a tiempo y no esperemos a que el caldero explote. Deberíamos haber aprendido de la historia, pero a veces parece que preferimos cerrar los ojos.


[1] https://www.youtube.com/watch?v=SYmvBoXi0Q8 (13-02-2021)

Sobre el autor o autora

Alonso Núñez del Prado Simons
Magíster en Derecho de la Integración y en Derecho Constitucional. Master of Business Administration (MBA), graduado en Lingüística y Literatura, Filosofía. Fundador y director ejecutivo del Observatorio de Cumplimiento de Planes de Gobierno. Profesor universitario, árbitro de la Cámara de Comercio y conferencista. Presidente y director de varias entidades del sistema asegurador.

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