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Revista Ideele N°296. Febrero 2021Descubrir que 487 personas -entre ellas el expresidente Martín Vizcarra, la ministra de Salud Pilar Mazzetti y la de relaciones exteriores Elizabeth Astete-, se vacunaron por lo bajo, a escondidas, es un golpe personal a todos y cada uno de los peruanos. Nos hace sentir lo opuesto a “tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz”, “viva el Perú carajo” o “hermosas tierras”.
No son más de 500 personas las señaladas -aunque todo hace pensar que hubo unos cientos más que hicieron lo mismo-, mientras que en total nuestra población es de 30 millones. Pero nos golpea de manera muy fuerte, porque esta actitud bochornosa se conecta a una parte de nuestra identidad nacional que inmediatamente (re)conocemos como esencial a lo que somos. Es esa parte del “hermanito”, de la viveza, de la “criollada”, de “me gano alguito”, del “tarjetazo”, “me meto en la cola”, o del “clientelismo” o “compadrazgo”, para decirlo en términos más serios.
Una parte que por momentos celebramos y nos sentimos orgullosos de tenerla, porque creemos que ese “recurseo”, sin límites y sin escrúpulos, es nuestro toque distintivo, parte de nuestras habilidades y virtudes, que nos da una ventaja comparativa frente a quienes no la saben hacer como nosotros.
Hoy son casi 500 personas las que con razón concentran nuestra iras y exigencias de castigo, pero es clave no desperdiciar la oportunidad de reflexionar que no son casos aislados o de aparición espontanea. Son personas que han actuado conforme a un tipo actitud-mentalidad que forma parte, en gran medida, de nuestro escudo nacional, en la que muchas veces se incurre en el país, y que muchas veces hasta celebramos como una ventaja comparativa de “Jaimito, el vivo” que derrota a los otros tontos.
Pero en otros momentos, como ahora, comprendemos que ese tipo de actitud, es la parte peor de nosotros, la causa de muchos de nuestros males y de la que tarde o temprano todos somos víctima. Surge entonces el sentimiento de vergüenza, de exigencia de castigo y necesidad de extirparla. Pero lo cierto es que vamos de un extremo a otro, y en ocasiones -tal vez muchas- si se presenta la oportunidad, nos convertimos en parte de los que son capaces de ponerse la vacuna clandestinamente.
El acto sinvergüenza de la vacuna es, ante todo, un golpe anímico en nuestra autoestima, en nuestro ego. Y duele mucho porque nos hace tomar conciencia de que en nuestro país somos capaces de un acto enorme de indiferencia y egoísmo frente a más de cien mil muertos -y de seguro la lista se seguir incrementando- muchos fallecidos asfixiados por la falta de oxigeno y camas UCI. En lugar de conmovernos y actuar correctamente, muchos buscan el atajo.
También podemos leer los mismos hechos desde la perspectiva de lo que para muchos significa ser autoridad en el Perú. Más que un mínimo de vocación de servicio y del sentido del deber (por más que, generalmente, esté presente el gusto por el poder mismo y todo lo que significa), en nuestro caso el acceso al poder se asocia, fundamentalmente, a la búsqueda de la oportunidad de aprovecharse, de dar el golpe, de beneficiarse, de tener privilegios y favorecer al entorno.
De ahí tanto presidente preso o con orden de captura, acusado de todo tipo de delitos. Además de ex ministros, alcaldes, gobernadores regionales, congresistas, funcionarios y empresarios en la misma situación. Y de ahí, también, la desconfianza y el repudio del ciudadano común y corriente frente al político y la política. O de la autoridad como mal ejemplo, que hace que la gente siga la lógica de que “si los poderosos se burlan de la ley, por qué, nosotros, que tenemos poco o nada vamos a respetarla”. Otra de las realidades muy sedimentadas y generalizadas en el país.
La ausencia de sanción social y el reino de la impunidad frente a quien abuse de su situación de poder, son también realidades que contribuyen a que, si se presenta la oportunidad, sean muchos los que en el país estén dispuestos a “pasar la raya”. Finalmente, es muy difícil que se te señale con el dedo o acabes en la cárcel con una condena, por más que incurras en incorrecciones o delitos gravísimos.
Solo basta ver todo lo que ha sucedido con los últimos fenómenos de Lava Jato y Lava Juez para corroborar que en el país todavía impera el reino de la impunidad social y penal. Más que criticar y condenar a los involucrados, haciéndoles sentir rechazo y repudio cada vez que se pueda, mucha gente ha preferido criticar y hasta sentar en el banquillo de los acusados a periodistas, fiscales y jueces que, en condiciones precarias y adversas, han tratado de investigarlos, acusarlos y sancionarlos.
Es más, varios de los involucrados, o siguen en sus puestos, o son ahora candidatos con posibilidades de obtener una amplia votación en estas elecciones.
Existe una gran confianza en que la mentira, la lógica de “al ladrón”, tarde o temprano hará que los hechos se vayan olvidando y queden en nada. Solo así se explica que hayan sido tantos, y de diversos niveles, los que aceptaron vacunarse de forma clandestina -aun sabiendo la gravedad de la falta-delito-, sin ningún temor a ser descubiertos. Y además que, descubiertos con los manos en el fango, muchos hayan recurrido a la mentira.
Hoy son casi 500 personas las que con razón concentran nuestra iras y exigencias de castigo, pero es clave no desperdiciar la oportunidad de reflexionar que no son casos aislados o de aparición espontanea. Son personas que han actuado conforme a un tipo actitud-mentalidad que forma parte, en gran medida, de nuestro escudo nacional, en la que muchas veces se incurre en el país, y que muchas veces hasta celebramos como una ventaja comparativa de “Jaimito, el vivo” que derrota a los otros tontos.
Para iniciar verdaderamente un cambio es indispensable asumir esta interpretación, ¿en qué medida estamos dispuestos a hacerlo?
Tanta letra para dar vuelta en lo mismo y también refuerza esa actitud del vivo que sabe escribir.