Una nación sin ciudadanos

Foto: Andina.

A propósito de La Hora azul, de Alonso Cueto

La semana pasada fue mi primera sesión del curso Historia de la república en la PUCP y en un esfuerzo por definir nuestra realidad política, que no puede separarse de la socioeconómica, volvió a surgir el imaginario de la herencia colonial y, con él, el de los insalvables abismos culturales. Más allá de parecerme que esta narrativa de nosotros mismos no ha superado todavía la visión presentada por Julio Cotler en su emblemático “Clase, Estado y Nación en el Perú”, de 1978, lo que más me llamó la atención es su similitud con las categorías con las que Alonso Cueto construye una ficción de nuestra sociedad en “La Hora Azul”.

Creo que lo he visto y leído casi todo acerca de la comentada novela: su primera versión cinematográfica con Magaly Solier, un tanto infiel al texto; la segunda versión, sin Magaly Solier, pero bastante más cercana a la historia original y, finalmente, la novela. Me pregunto si Cueto nos muestra, en sus entrelíneas, a los mismos dos “perúes” de los que suelo hablar en clase y que expresan lo mucho que los mundos andino e hispano se mantuvieron separados incluso después de la proclamación de la Independencia, pero me pregunto todavía más si acaso nos presenta a San Juan de Lurigancho como una suerte de nexo entre ambos.

Creo, más bien, que San Juan es el escenario adonde se proyecta la gran contradicción sociocultural que es el eje contextual que sostiene toda la obra, y que se plasma en la historia de Mirian y Miguel. Ella, la madre, víctima del abuso sexual de un general destacado a la zona de emergencia; él, el hijo, posiblemente el resultado de la referida violación y probablemente hermano de Adrián Ormache, destacado abogado de un prestigioso bufete sanisidrino e hijo del sanguinario general. Esta es la trama que relaciona a dos mundos construidos perfecta y armoniosamente separados por el narrador.

¿Es la aventura entre Mirian y Adrián un lazo entre aquellos dos espacios? ¿Es el acercamiento paternalista de Adrián a Miguel la reconciliación entre las “limas” chola y blanca? (así se presentan en la novela). Me parece lo contrario, en la novela el divorcio es tautológico y la guerra interna no hace más que agravarlo, lo que, a contracorriente, es positivamente cierto. Sin embargo, existe una esfera más allá de la guerra interna, además de muchas más conexiones sociales en el Perú, mucho más complejas de lo que el narrador nos presenta (y que tiene todo el derecho de presentarnos pues se trata de su universo narrativo).

Por ello pensé que deberíamos comenzar a visualizar un poco más esas conexiones, como lo hacen De Soto o Arellano, solo para mencionar a los más paradigmáticos autores que ponen énfasis no solo en la manera como los peruanos emergentes se integran en la sociedad, sino en el modo como construyen una nueva sociedad y, espontáneamente, crean las bases de la nación peruana sobre la cual tanto discutieron conservadores y marxistas durante el siglo XX.

“¿Es la aventura entre Mirian y Adrián un lazo entre aquellos dos espacios? ¿Es el acercamiento paternalista de Adrián a Miguel la reconciliación entre las “limas” chola y blanca?”

¿Dónde queda, pues, el mestizaje? Es un tema sin duda interesante. Cuando comenzamo la vida republicana, se reconocían como mestizos aproximadamente el 23% de los peruanos, que entonces apenas eran en total algo más de dos millones de habitantes. Sucede que el problema ha sido de énfasis; recuerdo a “Tintín” de la Puente, hace años en una sesión en Estudios Generales, persistir en la idea de que el Perú era la mezcla de lo español y lo andino, más los aportes africano y asiático; en ese discurso el mestizaje es lo medular, es la esencia, es la nación pero luego al mestizaje se le sacó de la ecuación. Vinieron los tiempos de la lucha de clases y que, en el caso peruano, como señalase Pedro Planas refiriéndose a la República Aristocrática, se condimentaba además con lo cultural, lo étnico y lo lingüístico. Por eso, según el desaparecido constitucionalista e historiador, la República Aristocrática nos pareció peor de lo que realmente fue, cuando en realidad todas las repúblicas que una vez nacieron liberales pasaron por un periodo elitista, es decir, censitario.

Pero como siempre en el Perú matizar es un verbo maldito, entonces o somos un país mestizo o no lo somos, aunque la transición demográfica lo mestizó, quiéralo o no. Las migraciones hicieron el resto, a pesar de que en alguna sesión parlamentaria al amanecer del siglo XX hayamos discutido la posibilidad de reamurallar Lima para “librarnos de los cholos”.

¿Es que podemos negar la transición demográfica que decuplicó a los peruanos en un siglo? ¿Es que podemos negar la inversión de nuestro perfil demográfico? ¿Podemos negar que no nos gobierna más la oligarquía, aunque quienes actualmente lo hacen nos recuerden sus peores vicios? ¿Podemos negar a Velasco y el fin del latifundio y con él, el de la herencia colonial? ¿Y qué pasa si le añadimos a la ecuación la variante globalización y vemos cómo los peruanos emergentes “puentean” olímpicamente -negociando a través de sus iphones con sus socios de Asia u otras latitudes- a quienes, bajo una mirada setentera, se proclaman sus interlocutores académicos?

“¿Hay racismo en el Perú? Claro que lo hay. ¿Está el Perú partido como lo partieron los españoles hace casi 500 años? Evidentemente no. Lo estuvo, pero la fisura se fue con el siglo XX”.

Hemos hablado bastante del Perú postransición demográfica pero nunca hemos querido narrar al Perú posherencia colonial. No somos más el Perú de Mariátegui, Valcárcel o Haya; somos más bien el país de la mototaxi. Cómo olvidar al maestro Ruggiero Romano, alguna vez en Lima, cuando muy horondo nos contaba, promocionando sus célebres Consideraciones, que la nación italiana era el fetuchini.

¿Hay racismo en el Perú? Claro que lo hay. ¿Está el Perú partido como lo partieron los españoles hace casi 500 años? Evidentemente no. Lo estuvo, pero la fisura se fue con el siglo XX. Entonces que comience la tarea, finalmente La Hora Azul está ambientada en los noventas, han pasado 25 años, ahora encontremos los nexos, las entramadas interconexiones de un país socioeconómicamente complejísimo al que los maestros de hoy tenemos la suerte de asistir en cada aula de clases, donde se preparan juntos los jóvenes de las cuatro limas: Este, Sur, Centro y Norte, y, por supuesto, los provincianos.

Hoy estamos más cerca, más juntos, somos más nación y por ello mismo no debemos olvidar nuestra faceta multicultural, nuestras comunidades lingüísticas, como tampoco podemos negar que hay un enorme y poderoso Perú en el medio que además se ha conectado densamente con el mundo. Es hora de verlo y redefinirlo con ojos del siglo XXI, es tiempo de ver que la mayoría compartimos muchas cosas, solo que nos siguen diciendo que somos inexorablemente distintos.

El acento se gradúa de barrio en barrio, de región en región, pero finalmente se trata del mismo acento; lo que falta es la conciencia de sí porque nos falta el proyecto, la utopía, la razón de estar juntos, como diría el maestro Hugo Neira; por eso somos nación, jovencísima y grande, pero nos faltan los ciudadanos. Atención clase política -y de yapa la económica- ¿van a tomar las riendas finalmente?

Sobre el autor o autora

Daniel Parodi
Historiador. Docente en la Universidad de Lima y la PUCP.

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