Cuando por primera vez visité los Estados Unidos hace ya casi treinta y cinco años, especialmente en Washington y Nuevo York se me hizo patente el paralelo entre el Imperio Americano de nuestros días y el Romano de la Edad Antigua. Las sólidas estructuras institucionales y jurídicas y también algunos edificios románicos. Me preguntaba ya desde entonces ¿cuáles fueron las causas de la caída del Imperio Romano? ¿Las invasiones bárbaras? ¿La corrupción interna? Sin duda las dos. ¿Se puede hacer un paralelo con lo que pasa en estos días en Norteamérica?
Hace ya algunos años en un intermedio en la clase de Teoría del Estado, mientras hacía la Maestría de Derecho Constitucional en la Pontificia Universidad Católica del Perú, conversando con el profesor Hugo Neira, le comentaba de esa percepción que tuve desde mi primera visita al país del norte. Me sorprendió que me respondiera diciendo que no era sólo mía, sino que en las universidades americanas se discutía sobre la etapa del imperio en que se encontraban, preguntándose si ya estaban en decadencia. En realidad, el Imperio Estadounidense es relativamente joven y podría decirse que su origen data de la Segunda Guerra Mundial, hace sesenta años, aunque alguien podría sostener que desde la primera, lo que nos llevaría a pensar en que tiene casi un siglo, salvo que lo consideremos como una continuación y segunda etapa del Imperio Británico. Al final, Estados Unidos es casi un trasplante europeo. Allá no hubo integración con las culturas aborígenes; a cambio más bien acogieron muchos inmigrantes, pero nacen del grupo de puritanos que inmigró originalmente desde la Inglaterra isabelina. Poco después arribaron grupos de origen no británico a diferentes zonas del territorio original.
Las hegemonías en la historia del Mundo Occidental han tenido diversa duración, pero los períodos han ido acortándose. Así tenemos que de los cinco siglos del Imperio Romano, pasamos a los casi dos (siglos VIII y IX) del Carolingio. El Imperio Español con Carlos V y Felipe II duró menos de un siglo y la preeminencia francesa siempre encontró rivales, originalmente en los españoles y después en los ingleses, y el Imperio de Napoleón I fue efímero. Posteriormente, se desarrolló el Imperio Británico que duró también casi un siglo o un poco más, si lo extendemos hasta la Segundo Guerra. ¿Cuánto durará este nuevo imperio que pareciera haber triunfado sobre su rival, la Unión Soviética, después de la caída del Muro de Berlín?
En un viaje a la China en 1984, recuerdo nítidamente una conversación con un joven neoyorquino que acababa de terminar su MBA en la Universidad de Columbia, y viajaba conmigo como parte de un grupo de turistas en un tour de tres semanas por diversas ciudades de ese país. Cuando yo le dije que los Estados Unidos, como cualquier otro imperio en la historia, tendría su decadencia y su final, me contestó que eso no ocurriría por la sencilla razón de que era una democracia. Quedé tan sorprendido por el argumento que demoré en responder unos segundos. No creo que un sistema pueda garantizar que cambien los procesos históricos, pero hace unos días, cuando conté la anécdota en una reunión, alguien me dijo que el americano no dejaba de tener razón. Me imagino entonces –respondí– que la Grecia de Pericles debió subsistir porque era una democracia, diferente ciertamente, y que quizá un romano cuando un extranjero le dijo que todos las hegemonías terminan (a esas alturas ya había acabado Egipto, Mesopotamia, entre otros) hubiera respondido que eso no pasaría porque era una república y si hubiera sido un tiempo después porque era un imperio. De repente, algún habitante del imperio carolingio hubiera sostenido que nunca acabaría porque era un imperio cristiano, Carlos V porque en el suyo nunca se ponía el sol o más recientemente un inglés porque era una monarquía constitucional. Sin embargo, todos concluyeron de una u otra manera y estoy convencido que lo mismo pasara con los Estados Unidos, mas tomará tiempo. Quizá varias generaciones ¿Cuándo comenzó la decadencia de Roma? Difícil responder, pero fueron muchos años antes de su final. En su notable libro Lecciones de la historia, Will y Ariel Durant decían: “En un punto están todos de acuerdo: las civilizaciones comienzan, florecen declinan y desaparecen… o subsisten como charcos dejados por que lo fue antes una corriente dadora de vida.”
Todo lo antes expuesto se me ha venido a la memoria a raíz de la elección de Donald Trump de quien podemos decir que más que conservador es retrógrada, ya que no busca mantener el statu quo, sino recuperar un pasado relativamente reciente. A estas alturas, tan cerca de los hechos, es muy difícil tomar distancia para aventurar una opinión, pero me temo que los problemas del imperio más reciente empezaron o mejor dicho emergieron con el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 y volvieron a aparecer, esta vez económicamente, con la crisis del 2008. La reciente elección podría ser un nuevo hito sobre todo si el Presidente electo hace lo que ofreció durante su campaña, ya que encerraría a los Estados Unidos en sus fronteras y eso sólo acelerará la decadencia que, como en casi todos los casos, empieza con los problemas internos. Los resultados electorales mostraron algo que empieza a ser común en muchos de los países de Occidente: la ruptura entre la clase política y la sociedad civil. La capacidad de manipulación del poder económico nunca ha calculado los efectos de largo plazo de la angurria por hacer más utilidades cosificando a los seres humanos. Formatear a la gente para que compre y compre cosas que no necesita no es el camino a la felicidad. La receta de la ‘economización de la vida’ empieza a mostrar sus limitaciones. No todo es lograr la creación de riqueza. Hay en el hombre mucho más.
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