La parábola neoliberal del buen pescador peruano

Foto: Andina

¿Regalar pescado o enseñar a pescar?

En el Perú, donde casi todo es un mal chiste o un refrán al revés, la ley de la selva se extiende naturalmente a la ley del mar, donde el pez grande se come al pequeño y así en una cadena interminable de supervivencia. En el humano, donde debería primar cierto carácter evolutivo civilizado, domina en realidad una aspiración mercantilista bastante carnívora. Veamos…

El tipo A defiende la idea de que el Estado solo debe velar por la seguridad de la inversión privada en el país. El tipo B cree que el Estado debe tener un mayor protagonismo en la lucha contra la desigualdad e inequidad social. El tipo A asegura que el Estado es un pésimo administrador y que en vez de regalar pescado a los pobres debería enseñarles a pescar para que estos lo hagan por sí mismos y salgan adelante. El tipo B, cuyos ingresos no superan el mínimo vital, acepta que el Estado es muy mal empresario, y cree que eso de aprender a pescar en vez de recibir el pescado está muy bien.

Tiempo después, el tipo B ha aprendido algunas cosas sobre pesca, pero no por parte del Estado ni por iniciativa del tipo A, que tiene muchos amigos empresarios, sino por su cuenta, en la calle, en la vida real. Porque el Estado solo le ha enseñado a pulir anzuelos y los inversionistas no quieren en realidad que sea un buen pescador, solo lo contratan para que le saque lustre a las cañas de pescar de los tipos A.

Pero con todo eso, un día el tipo B se puso a pescar tranquilamente al borde de una gran laguna. De repente se encuentra con el tipo A y lo saluda amablemente. El tipo A le devuelve una sonrisa incómoda, nerviosa, y se le acerca cautamente. El tipo A lo felicita por intentar pescar, le da una palmada en el hombro, pero le asegura que no puede realizar esa actividad hasta sacar una licencia oficial, y le indica el lugar donde puede sacar dicha licencia, de lo contrario –le asegura- está cometiendo un delito.

El tipo B, sonriente, junta algo de plata, lleva unos cursos, rinde exámenes y logra obtener su licencia de pescar en el cualquier lugar autorizado para tipos B, y regresa a la laguna.

En esta oportunidad, el tipo A, un poco molesto, le muestra un título de propiedad. Lamentablemente esa laguna inmensa tiene dueños: son cinco tipos A,… los demás no pueden entrar a pescar.

El tipo B se retira a otro valle, a un río, e intenta lanzar su anzuelo. En eso, unas autoridades que pasaban por allí le dicen que no puede pescar con esa caña de pescar, que está prohibida y no permitida en esa zona. Le exigen que cambie de caña. El tipo B, invierte tiempo y dinero y consigue otra caña, por fin podrá pescar por su cuenta.

El tipo B regresa al río, con caña, hilo y anzuelo permitidos. Y hace un buen lance inicial. Un gran pez ha picado. El tipo B está feliz, pero en ello… regresan las autoridades del lugar y le dicen que los peces de ese tamaño están vedados (para él), que solo puede atrapar peces más pequeños en una poza lejana.

Al llegar el tipo B a la zona indicada se encuentra con cientos de tipos B como él pescando alrededor de una pequeña poza de algunos metros de diámetro, donde nadan peces pequeños y escuálidos. Y de repente se le viene a la mente esa inmensa laguna, del tamaño de dos pueblos enteros, solo para cinco pescadores tipo A. Y se pregunta si eso es justo… pero no hay tiempo para ello, al fin y al cabo ya sabe pescar y tendrá su turno en esa pequeña poza, y algún día picará aunque sea un pez pequeñito para la comida del día.

De casualidad, y de camino a casa, vuelve a cruzar por la gran laguna, y ve como los tipos A pescan cientos o miles de peces con unas redes inmensas, en coparticipación con tipos A extranjeros que se llevan el 60% del producto a su país. Eso lo indigna, pero le da una idea. Una noche, sin luna ni estrellas, solo cono una lámpara, regresa a laguna e intenta echar su propia red -hecha artesanalmente- para llevar una buena pesca a casa. Pero es descubierto por unos guardianes y termina en la cárcel.

Los tipos A, a la luz de los hechos, reflexionan: “Es bueno no regalarles el pescado y enseñarles a pescar por sí mismos. Deben ser “aspiracionales”.Claro, eso sí, jamás deben hacerlo en nuestros dominios, nunca sin nuestra autorización, nunca con nuestros métodos ni con nuestros instrumentos. Por lo demás todo está bien”.

Cuando el poder económico predica una solución aparentemente sencilla, cuyo eje principal es el tan manoseado “emprendedurismo”, hay que dudar un poco.

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