Escrito por
Revista Ideele N°272. Agosto 2017Es un hecho que el Frente Amplio ha muerto. Es un hecho no desde la reciente fragmentación de la bancada sino desde que esta agrupación no pudo, no supo y/o no quiso reestructurarse para dar cabida a quienes se reentusiasmaron con la política a partir del liderazgo de Verónika Mendoza. Ya sé qué están pensando. Pero en vez de apresurarse a condenar a Marco Arana, el viejo divisionismo de izquierda o, peor, la mezquindad del peruano, hay que hacer un balance serio del proceso político. Aunque, claro, antes de ello hay que poner el proceso en perspectiva.
El gran número y el pequeño número
Comencemos por lo que todos saben (o no). Fujimori, Toledo, García y Humala fueron candidatos de izquierda (o de centroizquierda) que viraron hacia la derecha ni bien llegaron a la presidencia. Se dice que esto refleja la falta de moral de la clase política peruana, pero lo mismo ha pasado con Zapatero en España, con Obama en EEUU y, más recientemente, con Tsipras en Grecia. Por supuesto, siempre se puede insistir con lo anterior aduciendo la falta de moral en el mundo contemporáneo. Pero hace falta cambiar la perspectiva moralista. Pues, sin ser falsa, la indignación con lo inmoral y la traición vela un horror a escala planetaria: a saber, que el estado es una estructura que convierte a todo candidato de izquierda en un gobernante neoliberal.
¿Cómo podría un candidato que pregona “la gran transformación” resistir ser él mismo grandemente transformado por la maquinaria estatal? No hay una receta fácil, pero se podría comenzar asegurándose el apoyo del pueblo organizado. El apoyo electoral, de la masa, del gran número, es volátil. Sencillamente se evapora cuando los medios de comunicación calientan el ambiente estigmatizando al líder progresista de incompetente, antidemocrático o totalitario. Piénsese en el caso de Villarán, que en meses pasó de ser la lideresa angelical de la nueva izquierda democrática a “Lady Vaga” o a la pituca indolente con el pueblo. Solo el apoyo del pueblo organizado, del pequeño número, de colectivos que han hecho un trabajo político que excede a las elecciones, puede sostener al líder progresista cuando el poder saca su artillería pesada. Con esto no quiero decir que el líder deba hacer alianzas estratégicas con el pueblo organizado. Quiero decir más bien que el líder debe emerger desde estos grupos, como ocurrió, por ejemplo, con Evo Morales. Pero sobre todo quiero apuntalar que todo gran cambio en la historia ha sido obra del pequeño número.
Volvamos al Frente Amplio desde esta perspectiva. La base del FA ha sido Tierra y Libertad. Es este partido el que tiene vínculos estrechos con los ronderos y ha ayudado a forjar una cierta política ecologista en provincias. Y en tanto que emana del pequeño número, TyL ha sido un sólido principio para una política de emancipación. No obstante, este partido ha sido incapaz de expandir su visón a escala nacional. Su importancia en Lima ha sido, por ejemplo, nula. Y fue para vencer este escollo que estableció alianzas con diversos partidos y se formó el FA. El FA ha sido el nombre de un anudamiento entre el ecologismo de las rondas, la expansión de derechos (humanos, de la mujer, LGTB, etc.) promovida por ONGs y colectivos de la capital y el intento de forjar un modelo económico alternativo al neoliberalismo.
Ahora bien, meses antes de la elección del 2016, la intención pragmática de TyL fue superar la valla electoral y hacerse presente en el Congreso. Se intuía que Verónika Mendoza sería una buena candidata que podría ayudar a conseguir este cometido. Y que, con la visibilidad de ciertos congresistas, TyL y el FA podrían afianzar su visión a nivel nacional. Pero no estaba en el “horizonte de posibilidad” que Mendoza acabara peleando un lugar en la segunda vuelta y que se convierta, ante los ojos del electorado, y sobre todo del joven electorado, en la candidata “natural” de la izquierda. La reacción de Marco Arana y de TyL fue la de impedir que se constituya este nuevo foco de poder en el FA, el cual creció con el apoyo de la masa electoral y la adhesión de la inteligentsia capitalina de TyL y de ciertos viejos actores de “izquierda”.
La pregunta obligada es aquí: ¿estuvo bien que TyL quisiese impedir el surgimiento del nuevo foco de poder? Antes de responder lo que se cree evidente, hay que examinar algunas de las razones que se entrelazaron para decidir aquello. La primera es la voluntad de poder de individuos y grupos, la cual no es buena ni mala, simplemente es. Solo cierto cristianismo la condena de plano en el hombre o en la mujer. Lo único condenable es que una voluntad personalista o particularista anule o merme el creciente poderío de la nueva fuerza política. Lo cual nos lleva de vuelta a la pregunta: ¿hubo una voluntad personalista/particularista de Marco Arana y de TyL que ha impedido el buen desarrollo del FA? Seguramente, pero eso no es todo.

“[…] Pero deberían preocuparse también –a partir de las experiencias de Humala y de Villarán- sobre la alta probabilidad de ganar las elecciones y no poder gobernar”
La segunda razón es que TyL es un movimiento que se ha construido en base a un lento trabajo de base, mientras el grupo que es hoy Nuevo Perú tiene como punto de mira llegar a ser gobierno. El problema con esto último ya lo sabemos: Verónika Mendoza puede muy fácilmente convertirse en Ollanta Humala. No estoy haciendo un análisis de la persona de la lideresa. Tengo el mejor concepto de ella. Estoy haciendo un análisis sistémico, estructural. Mendoza y su grupo carecen de vínculos fuertes con el pueblo organizado, con el pequeño número. Si llegan al poder como el grupo hegemónico del FA, este será fagocitado por el Estado neoliberal. Agrupaciones mucho más fuertes que Nuevo Perú (como Syriza) han sucumbido al poder fáctico.
A los votantes progresistas les preocupa mucho que la izquierda llegue dividida a las elecciones del 2021 y que no pueda ganar ni un curul en el congreso. Es una preocupación válida. Pero deberían preocuparse también –a partir de las experiencias de Humala y de Villarán- sobre la alta probabilidad de ganar las elecciones y no poder gobernar.
La tercera razón por la cual TyL reaccionó en contra del nuevo foco de poder es que muchos de sus dirigentes resintieron la intrusión de una “élite” política capitalina. Se dio la vieja pugna entre la sierra y la costa, entre Lima y provincias, pero, más importante aún, se dio el saludable rechazo a los viejos representantes de izquierda. Según Alain Badiou, la frescura de la comuna de Paris y de Mayo 68 radica en que el pueblo se deshizo de políticos profesionales como Adolph Thiers o los dirigentes del Partido Comunista Francés. Sin duda todo movimiento político necesita de políticos de experiencia en asuntos de estado, pero si estos políticos lideran el movimiento se corre el riesgo de encasillarlo dentro de la lógica estatal. La frescura del nuevo movimiento de izquierda –es decir, su valor acontecimiental- se acaba cuando pasa a ser representado por viejos personajes como Susana Villarán o Yehude Simon. Y no porque sean viejos o estén desgastados, sino porque son la encarnación del representante del pueblo que, ni bien llega al poder, se deja “reformatear” la cabeza por la derecha.
Pero por otro lado…
Marco Arana y TyL tenían, entonces, buenas razones para crear restricciones al nuevo liderazgo de Verónika Mendoza. Pero esto no significa que los de TyL sean los buenos y los de Nuevo Perú los malos. Es cierto que TyL supera al Nuevo Perú en el lento y paciente trabajo con el pequeño número. Y también lo es que Nuevo Perú se guía demasiado por una lógica electoral y que el apoyo a Mendoza es del gran número mediático, evaporable. Pero, por otro lado, TyL pudo haber tomado el entusiasmo generado por Verónika Mendoza para formar nuevos cuadros e involucrar a colectivos importantes en su proceso político. En efecto, poner ciertas restricciones al nuevo liderazgo no quiere decir ponerlas todas. El FA pudo haberse reestructurado para convertir el gran número de Mendoza en un pequeño número importante.
En el congreso interno del FA, Nuevo Perú intentó convertirlo en un partido. Los pocos dirigentes de TyL que asistieron hicieron bien en resistir esa moción. El problema es que si bien por un lado Nuevo Perú está tomado por la lógica electorera, por el otro TyL permanece anclado en la lógica del (pequeño) partido y es incapaz de ampliar su visión a nivel nacional o capturar el zeitgeist que anima a los jóvenes.
Según Alain Badiou, Mayo 68 es un acontecimiento mundial porque delinea un más allá de la forma-partido. Mayo 68 es tres cosas a la vez: la huelga obrera más grande en la historia de Francia, una revuelta estudiantil que se replica en varias partes del mundo y la aparición de temas culturales en la política (como, por ejemplo, el feminismo). Pero lo más importante es lo que anuda estas tres cosas: el deseo de hacer política por fuera del partido comunista. En este sentido, como dice Badiou, todos somos hijos de Mayo 68.[1] “Los indignados”, las “revoluciones” árabes, los diferentes grupos “Ocuppy”, “Nuitdebout”, el MAS de Bolivia -todos estos encarnan la indagación en una forma política que supere los límites de la forma partido. Dejando de lado al MAS (urge estudiar este proceso político a fondo), hasta el momento dicha indagación no ha dado resultados contundentes. Ni mayo del 68 ni los otros grupos que lo suceden han conseguido hasta ahora afectar lo que ocurre a nivel del Estado. Y la apuesta de la época actual es crear un tipo de organización que supere la forma partido pero también el espontaneísmo de las masas.
“Pero, claro, la perspectiva electoral debe ser puesta en su justa dimensión. Debe ser un medio para ayudar a un proceso de años, décadas. No una carrera desesperada por cruzar la meta”
Volviendo al Perú, el espontaneísmo se advierte, por ejemplo, en los pulpines o la marcha contra la violencia contra la mujer. Ambos procesos políticos se caracterizaron por un liderazgo bastante horizontal, unas consignas potentes e inventivas (“Ni una menos”, “No al cholito barato”), adhesiones masivas y un gran entusiasmo democrático. Hay que ensalzar los alcances de estos procesos, pero también sus límites: se pueden conseguir ciertas victorias puntuales, pero no trazar en el tiempo un programa a seguir. En cualquier caso, TyL no es esa forma política que pueda conectarse con aquellas fuerzas y agrupaciones horizontales y “anárquicas”. Todo lo contrario, no puedo imaginar nada más ajeno a la experimentación política contemporánea que la decisión de nombrar militantes del FA a quienes tenían inscripción enTyL, y activistas a quienes la tenían simplemente en el FA.
A TyL le falta visión estratégica y manejo táctico. Esto se ve también en su acercamiento a las elecciones. Se tuvo la visión de organizar una primarias limpias en las que ganó Verónika Mendoza. Pero cuando ella probó su valor como candidata, se le impidió seguirlo siendo negándosele un sueldo. Como ya se ha dicho, había buenas razones para impedir que surja este nuevo foco de poder. Pero el error de TyL ha sido no presentar una tercera vía a la dicotomía “Partido chico que trabaja con el pequeño número consistente” versus “Coalición electoral que busca al gran número volátil”.
No tengo un gran amor por las elecciones, pero estas son un hecho, son parte de la lucha por el poder. No es poca cosa que un partido tenga congresistas y visibilidad nacional. Pero, claro, la perspectiva electoral debe ser puesta en su justa dimensión. Debe ser un medio para ayudar a un proceso de años, décadas. No una carrera desesperada por cruzar la meta. Y en este sentido, TyL debió reestructurarse para acoger a Mendoza y sus colaboradores sin caer en la trampa de sacrificarlo todo a la lógica de la elecciones. Se pudo, por ejemplo, haber aceptado alterar la composición del Consejo Ejecutivo Nacional, se pudo haberle pagado el sueldo a la candidata y se pudo haber permitido la entrada de nuevos militantes al FA sin tener que inscribirse en TyL, pero a la vez estableciendo mecanismos para impedir que este ingreso no conduzca al partido electoral con los viejos líderes. En resumen, se pudo haber hecho crecer el FA sin por ello ampliar lo que es ahora Nuevo Perú. O en todo caso, se pudo intentar mejor. Se me dirá que lo que propongo era difícil, inviable y como tal destinado al fracaso. Les creo, pero se pudo fracasar mejor.
La necesidad de morir
No hay soluciones fáciles para la izquierda peruana. TyL es un partido que no puede, no sabe o no quiere reestructurarse para capturar el espíritu de los tiempos y afianzarse a nivel nacional. Y Nuevo Perú cree que la política de emancipación consiste ganar las elecciones. Queda claro que ambos grupos están fijados en vetustas formas de hacer política. Quieren pelear sus batallas con arcabuces. Y puesto que estos grupos fueron los pilares del FA, no es raro sino lógico que haya muerto. No hay que llorar demasiado por lo que tenía que morir. Por lo que nunca pudo realmente vivir.
Algunos líderes del extinto FA sugieren que hay que desdramatizar la ruptura, que las fuerzas que hoy se han separado se reagruparán para las elecciones del 2021. Es posible, incluso probable. Pero si el FA reemerge con los mismos pilares, volverá a derrumbarse. No hay que lamentarse por la muerte del FA. Hay que lamentarse de que Tierra y Libertad y Nuevo Perú no hayan muerto. Pues si se quiere que la izquierda viva realmente, estos tipos de organización tienen el deber de morir. Para evocar a Nietzsche, solo donde hay verdaderas tumbas, hay verdaderas resurrecciones.
[1]Ver los ensayos sobre la Comuna de Paris y de Mayo del 68 de Alain Badiou reunidos por Verso en el año 2010 bajo el título TheCommunistHypothesis.
Deja el primer comentario sobre "La muerte del Frente Amplio"