Frente Amplio: La izquierda que no aprende

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Tengo 50 años y desde los 20 me considero una persona de izquierda. Nunca me gustaron “El capital” de Marx ni “Qué hacer” de Lenin, pero si los “Siete ensayos de la realidad peruana” de Mariátegui, revistas como “El zorro de abajo” o la “Teología de la Liberación” de Gustavo Gutiérrez. Ahora viéndolo en perspectiva, nunca me gustaron los dogmatismos de izquierda (tampoco los de derecha) ni las ideologías que intentaban explicarlo todo, como la que abrazó Sendero Luminoso para arrasar con todo lo que no cupiera dentro de esa demencial “Cuarta espada de la revolución mundial”.

¿Qué por qué me considero de izquierda entonces? Porque desde hace 30 años vivo en un país y en una América Latina muy injustos, desiguales, con miseria, con hambre, con explotación y discriminación; literalmente atravesados por guerras internas que se ensañaron con los más pobres y excluidos. Así que decidí tirar siempre a favor de los más débiles: los trabajadores primero y las víctimas de graves violaciones de derechos humanos después. Y como desde mi primer curso de filosofía en EEGGLL no quise ser sólo un animal sino un “animal político”, la política ha sido una preocupación central en mi vida. Así que el joven que fui, a fines de la década de los ochentas, decidió inscribirse como “no-partidarizado” en el frente de “Izquierda Unida”. Aún conservo mi carnet -con una foto con el cabello que una vez tuve- de ese intento fallido –pero noble- de conformar un gran frente de izquierda.

¿Y por qué nunca milité en un partido de izquierda? Porque desde que los conocí y tomé contacto con ellos a través de conocidos y amigos, nunca me agradaron básicamente por dos razones. Primero, por las estúpidas disputas ideológicas entre pro-rusos, pro-chinos, pro-cubanos, troskos (los que quedaban en mi época), pro-mariateguistas, pro-línea correcta, etc. etc. etc. Nunca entendí ni me interesaron esos enfrentamientos estériles entre minúsculos partidos de izquierda que se disputaban escasos metros cuadrados de poder: el control de un comedor universitario o de un centro federado.

Por otro lado, el sectarismo entre estos pequeños partidos o grupos de izquierda fue algo que siempre detesté: los de la “línea dura” que no podían juntarse con los “entreguistas reformadores” o “pequeño burgueses” o los de la “línea correcta” que no podían juntarse con otras facciones que consideraban con una lectura equivocada o superficial del país (“las causas son más profundas y estructurales compañero”). De esta manera, llegué a ser testigo de las últimas fracturas de los partidos de izquierda, ya de por sí pequeños. Por esos años preferí dedicarme a algo más útil y concreto: hacer “proyección social” en un barrio pobre del Callao, con un puñado de amigos y amigas que preferían –como yo- hacer algo –aunque sea poco- por los más necesitados.

La izquierda desapareció como referente político en los noventas y los escasos buenos dirigentes de izquierda que insistieron en hacer política, tuvieron que buscar otros partidos o agrupaciones que los acogieran para poder ocupar un cargo público. Fue el caso de Henry Pease, Javier Diez Canseco, Gloria Helfer, entre otros (seguramente habría sido también el caso de Pedro Huilca sino no lo hubiesen asesinado). Como ya no había izquierda que criticar y con la que asustar mediáticamente, la prensa fujimorista nos puso el mote de “caviares” (que luego se extendería a algunos liberales auténticos o, en general, a gente decente). Y los votantes tuvimos que conformarnos en votar por las opciones progresistas o el “mal menor”.

En esa línea, lamento profundamente haber escuchado que al interior del FA y su respectiva bancada parlamentaria, se hable ahora de tres facciones: los seguidores de Vero, de Marco Arana y de Marissa Glave. 

Hasta que por fin, 25 años después, en las última elecciones presidenciales del 2016, apareció tímidamente un nuevo ensayo de unidad de la izquierda llamado Frente Amplio (FA), con una candidata joven y cusqueña, a la que tirios y troyanos (me incluyo) vimos como un intento bienintencionado pero con escasas posibilidades de éxito. Me alegro mucho haberme equivocado. La joven candidata Verónica Mendoza demostró no sólo capacidad de aprendizaje durante la campaña electoral, sino resilencia ante los ataques políticos y mediáticos y sagacidad para utilizar el quechua como una forma de llegar a la gente del sur andino.

Pasadas las elecciones, en las que la candidata de izquierda quedó en un honroso tercer lugar y por poco no pasó a segunda vuelta, el acumulado político del FA que quedó fue apreciable: una bancada parlamentaria de 20 congresistas, un posicionamiento político de oposición y un frente de izquierda por construir. Los que nos consideramos de izquierda, hemos visto en el FA una segunda oportunidad de contar en el país con un referente político de una izquierda democrática y para la cual, el respeto de los derechos humanos sea un norte fundamental.

Sin embargo, desalienta ver que -poco tiempo después del más importante resultado electoral de la izquierda peruana en 25 años-, las pugnas y sectarismos al interior del FA vuelvan a aparecer, como si padeciera de una tendencia atávica e incontenible hacia la división. Amigos que respeto consideran que esas pugnas son amplificadas por la prensa concentrada que representa el diario El Comercio. Si bien esa prensa concentrada está al acecho de cualquier devaneo o error del FA, las pugnas sectarias existen, son reales y no han sido inventadas por El Comercio. Diarios como La República o medios informáticos como La Mula también han dado cuenta de las tensiones al interior del partido Tierra y Libertad (TyL) y de éste con el FA.

Comprendo que toda agrupación política democrática haya tendencias y pugnas internas. Ese no es el problema. El problema es que esas pugnas degeneren en sectarismo, se hagan públicas y no se procesen sin la que sangre llegue al río. En esa línea, lamento profundamente haber escuchado que al interior del FA y su respectiva bancada parlamentaria, se hable ahora de tres facciones: los seguidores de Vero, de Marco Arana y de Marissa Glave. Es decepcionante que la izquierda no haya aprendido de los errores del pasado: el sectarismo y las pugnas liquidaron a Izquierda Unida, con el agravante que hoy en día ya ni siquiera son supuestas diferencias ideológicas sino tan sólo apetitos personales: ¿quién debe ser el candidato(a) del FA el 2021? Por favor, no es casual que TyL esgrima ahora que “no hay candidaturas naturales”.

Soy un convencido que Verónica Mendoza se ha ganado el derecho de volver a tentar la presidencia el 2021. Es mujer, joven, lista y bilingüe en un país multicultural. Lo hizo bien el 2016 en medio de precariedades e improvisaciones y creo que lo puede hacer mucho mejor el 2021, con un apoyo más planificado y articulado. Pero, como se solía decir desde mis épocas estudiantiles, “que las bases decidan”. Tengo el mayor respeto por los otros dirigentes del FA, pero creo que deberían concentrarse en hacer bien su primera tarea parlamentaria antes de aspirar a candidaturas presidenciales.

El FA y su reciente candidata presidencial tienen así tres grandes desafíos de madurez y crecimiento. Demostrar que la izquierda es capaz de superarse, de dejar en el pasado sus demonios de sectarismo y pugnas internas y actuar como bloque; para ello, no debe ser una suma de partidos minúsculos sino un solo gran partido o frente. Segundo, hacer un deslinde claro y sin ambages con el autoritarismo de izquierda que ha campeado en AL en la última década de la mano de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Son autócratas que han pisoteado derechos civiles y políticos en contra de los que no pensaban como ellos (si fuese venezolano jamás votaría por Leopoldo López, pero eso no me impide ver claramente que en la actualidad es un preso político, una persona encarcelada por sus ideas). La democracia y los derechos humanos son indivisibles. La izquierda peruana no puede seguir con la lógica de la guerra fría y solidarizarse o simpatizar con cualquier autócrata que esgrima un discurso antimperialista contra los Estados Unidos. Tercero, la izquierda peruana tiene que ser contundente en condenar los graves actos de corrupción que gobiernos de izquierda han perpetrado en AL en los últimos años, como es el caso del PT en Brasil o el kishnerismo en Argentina.

Condenar sin titubeos el autoritarismo y la corrupción de izquierda, no impide condenar también –con la misma fuerza- el autoritarismo y la corrupción de gobiernos o dictaduras de derecha (como fue el caso de Fujimori). Muy por el contrario, ese posicionamiento claro de la izquierda peruana le daría una gran autoridad moral y política: la autoridad de la democracia y los derechos humanos. Hace años –siendo estudiante- vi la película cubana “Memorias del subdesarrollo”; confieso que fue densa y por momentos aburrida, pero aún recuerdo uno de sus mensajes: los pueblos que no aprenden de los errores del pasado, están condenados a repetirlos.david

Sobre el autor o autora

David Lovatón
Abogado. Profesor principal PUCP. Consultor DPLF. Exdirector de IDL.

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