Los corruptores

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El problema de la corrupción ha querido ser visto entre los peruanos desde un solo lado, olvidando el otro que es tal vez más importante. Todos nos quejamos de lo corrupta que es la policía, pero no tenemos remordimiento de pagarle a uno de sus miembros, lamentamos la corrupción del Poder Judicial, pero pagamos cuando es ‘necesario’. Tal proceder se repite frente a la mayor parte de organismos públicos, si es que no usamos las influencias que también son otra forma de corrupción.

Sin pretender restar responsabilidad a quien acepta un soborno, considero que es más grave el proceder del que lo paga, por la sencilla razón de que el primero con frecuencia suele necesitarlo (no pretendo justificarlo) teniendo en cuenta los sueldos que se pagan en el sector público. Entonces, la pregunta es si la sanción al que paga una coima no debería ser mayor. Me dirán que con mucha frecuencia no hay alternativa y que el personal de los organismos públicos suele insinuarse, pero la verdad es que si no le ponemos coto al corruptor a la vez que le incrementamos el sueldo al posible corrompido, difícilmente vamos a poder solucionar el problema.

Las penas para quienes pagan sobornos deberían ser extremadamente duras de tal manera que sea un verdadero riesgo asumir esas conductas. Lamentablemente, pocos consideran moral y legalmente punible pagar coimas, pero en el fondo es por allí por donde tendríamos que empezar. Y el pago de ‘incentivos’ se da a todos los niveles en nuestro país. Desde el que se ofrece al congresista para que presente y consiga pasar una nueva ley, pasando por el pago al personal de un ministerio para que acelere el trámite de un expediente, hasta la propina al policía para evitar una multa, son actos que nuestra sociedad no condena, pero por supuesto está dispuesta a crucificar a quienes los reciben si logran atraparlos.

Si de verdad queremos erradicar la corrupción tenemos que empezar por no pagar coimas, ni sobornos nosotros mismos, pero si queremos que el proceso se acelere tenemos que empezar a organizar operativos para hacer caer a los corruptores que con frecuencia son personas poderosas que están dispuestas a hacer sentir todo el poder del dinero. Esto último es especialmente válido en los últimos tiempos en que el sector privado ha ganado en poder y protagonismo al haberse reducido el de los gobiernos.

Cuando hablamos de cohecho es difícil saber cuál actúa primero el corruptor o el corrompido. Me inclino a pensar que es el primero, aunque no siempre. Es como el huevo y la gallina, pero en el fondo el problema es que la corrupción ha echado raíces en nuestra cultura. Frente a determinadas instituciones (Policía, Poder Judicial, etc.) se tiende a pesar en la necesidad de pagar coimas, de lo que muchos intermediarios se aprovechan afirmando que es ‘necesario pagar para el Juez o el Mayor’ o quien fuera, lo que con frecuencia no es cierto. Otro caso frecuente es que el abogado que pierde el litigio afirme sin ninguna prueba que la otra parte le pagó al Juez y así vamos a encontrar muchos ejemplos de cómo la corrupción es tenida por cierta entre nosotros y convivimos naturalmente con ella sin mayores preocupaciones.

Mencioné de pasada el uso de las influencias como forma de corrupción. Por desgracia esta es una de las formas más comunes entre nosotros. Desde la recomendación al pariente para determinado puesto hasta la publicación en el diario para evitar la promulgación de una norma. Considero que algo hemos avanzado en el primer caso y la mayor parte de empresas y organismos selecciona a su personal por sus meritos, pero en lo segundo creo que ha sido a la inversa. El incremento del poder de las grandes empresas a partir de la reducción de Estado ha sido exponencial y hoy no le temen a nadie. Pueden pedir la cabeza de un ministro y a veces hasta del Presidente.

Como ya indiqué, la capacidad corruptora del Poder económico es enorme en medio de una cultura que valora el dinero sobre todo lo demás. Se siente omnipotente al estar en capacidad de pagar lo que sea necesario a partir de la conocida frase que dice que ‘todas las personas tienen precio’. Ojalá que haya muchas excepciones.alonso

Sobre el autor o autora

Alonso Núñez del Prado Simons
Magíster en Derecho de la Integración y en Derecho Constitucional. Master of Business Administration (MBA), graduado en Lingüística y Literatura, Filosofía. Fundador y director ejecutivo del Observatorio de Cumplimiento de Planes de Gobierno. Profesor universitario, árbitro de la Cámara de Comercio y conferencista. Presidente y director de varias entidades del sistema asegurador.

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