Pablo Paz Verástegui: “La islamofobia en Europa sólo existe para con los musulmanes pobres”

(Fuente: Telesur)

Pablo Paz Verástegui es un sociólogo y antropólogo peruano egresado de las universidades de Padua y Montpellier, con maestrías en mediación intermediterránea (Univ. De Venecia) y Ciencias de las Organizaciones e Instituciones (Univ. De Montpellier). Tras culminar sus estudios trabajó dos años como coordinador de proyectos en Mauritania y otros tantos en el Perú, como docente de ciencias políticas y sociología en la PUCP, UNMSM, URP y URM. Vive en Alemania desde hace tres años, donde ha trabajado en proyectos vinculados a los inmigrantes, los indigentes y los refugiados. Actualmente se desempeña como pedagogo social en uno de los 15 centros de acogida para solicitantes de asilo que existen en Hamburgo. Habla inglés, francés, italiano, alemán y árabe con fluidez. Esta es una entrevista que será publicada en dos partes en las ediciones de marzo y abril de la Revista IDEELE.

1. ¿Cómo ha afectado la política interna alemana los sucesos de Año Nuevo en Colonia?Hablar de los sucesos de año nuevo en Colonia implica hablar del impacto de la opinión pública en el ámbito en el que trabajo y de la enorme influencia que ejercen los medios de comunicación. En el 2014 el tema de los refugiados tenía poquísima atención mediática en Alemania, a pesar de que ya se veían los problemas de organización en el sistema de acogida que sufrimos en el 2015. Se discutía acerca de lo mucho que le “roban” los refugiados al Estado alemán, acusándolos de ser migrantes económicos disfrazados (“Wirtschaftsflüchtlinge”) que sólo vienen a aprovecharse del Estado del bienestar y que no corren peligro en sus países de orígen, metiendo a todos los solicitantes de asilo en un mismo saco. Otras veces se reportaban casos de violencia o crímenes puntuales.

Hasta que de repente se volvió viral en las redes la foto del niño sirio Alan Kurdi, que falleció ahogado intentando llegar por mar con su familia a Grecia. Esa foto marcó un antes y un después. Es como si la opinión pública alemana hubiera tomado recién conciencia que entre los refugiados sirios también había familias que sufrían y niños que morían – aunque nada de eso fuera nuevo. Entonces apareció una ola inesperada de voluntarios, de gente que se organizaba para acoger a los refugiados, traerles comida, ropa, brindarles atención médica. El voluntariado ayudó a cubrir algunas de las necesidades que las desbordadas autoridades alemanas no podían cubrir, por falta de personal y problemas de organización. El estereotipo de refugiado que difundieron los medios de comunicación fue entonces el de la pobre familia siria traumatizada con niños pequeños. El discurso xenófobo de los “ciudadanos preocupados” de PEGIDA siguó vigente como un ruido de fondo, sobre todo en el Este de Alemania, pero fue en ese entonces duramente criticado. Nunca antes había visto algo así: la sociedad alemana mostró su lado más humano.

Incluso un diario sensacionalista como “Bild”, experto en sembrar miedo sobre los refugiados, sacó un fascículo de bienvenida a los refugiados en árabe, con informaciones básicas acerca del funcionamiento de la sociedad alemana, frases y palabras útiles en alemán e instrucciones para orientarse en los centros de acogida. El entusiasmo duró un par de meses, después de los cuales la prensa volvió a presentar el asunto como un problema cuya única solución era el cierre de fronteras: “los centros de acogida están saturados”, “los vecinos tienen miedo”, “hay peleas en los centros de acogida todos los días”, “colocan a 800 refugiados en un pueblo de 100 personas”, cuya idea de fondo era “es imposible que los refugiados se integren así”, “son demasiados”, “no lo vamos a lograr” (en respuesta a la afirmación de la canciller Merkel).

Los sucesos de año nuevo en Colonia marcaron también un antes y un después, para mal. En primer lugar, las informaciones nunca fueron claras: un par de videos grabados con un Smartphone, declaraciones de un agente de seguridad, primero se habló de mil personas en una plaza y de un grupo de 50 acosadores, la mayoría magrebíes. Después se habló de 600 denuncias de mujeres y de mil acosadores, todos refugiados. Por ahí alguien dijo mil mujeres violadas, cuando la gran mayoría de denuncias son por acoso sexual y no por violación. Ahora se dice que de los detenidos, sólo tres son refugiados.

Ese ruido no hizo más que alimentar los miedos que PEGIDA venía queriendo difundir desde hacía meses, a través de la asociación mental “hombre musulmán = violador potencial”. Incluso medios serios como “der Spiegel” alertaban acerca de las terribles consecuencias de la cultura machista árabo-musulmana para la libertad de la mujer en Europa. Se hacía hincapié sobre la necesidad de imponer reglas claras, de tener cero tolerancia hacia el agresor.

Esto último me parece correcto: quien no respeta la ley debe ser sancionado, recluido de ser necesario, deportado según la gravedad del caso (aunque la ley alemana excluye la deportación a países en guerra). Nadie tiene derecho a estar por encima de la ley y los extranjeros tenemos que respetar las leyes del país que nos acoge, sin excepción. Lo que me parece insoportable son dos cosas: por un lado el encasillamiento por parte de la opinión pública de un extranjero en función de su cultura y de su religión y, por el otro, el etiquetamiento sin matices que se hace de la totalidad de los refugiados, como si se tratara de un grupo homogéneo. Estos estereotipos culturales están circulando en los medios de comunicación sin que haya una corriente crítica que los cuestione.

2. ¿Cuáles consideras que son los estereotipos culturales que contribuyen a la polarización política en torno a los refugiados?
Por un lado, para una parte de la opinión pública es como si la cultura y la religión determinaran indefectiblemente el comportamiento del extranjero y eso fuera algo imposible de cambiar. Se tiene una percepción de la cultura como algo estático, hermético, atemporal. Se cree que todas las culturas mediterráneas – y esto abarca al medio oriente- poseen las mismas virtudes y defectos, catalogando a sus miembros con el término “Südländer”. Un descendiente de turcos de tercera generación tendría un comportamiento igual de predecible que el de un refugiado sirio de Damasco que llegó este año. No hay nada más que aclarar: los dos son musulmanes, son hombres, vienen de una cultura machista “del sur” y esto, en opinión de algunos, hace imposible que se puedan integrar a la sociedad alemana. Se habla de compatibilidad entre dos culturas y sus valores, como si la sociedad se mantuviera unida sólo a través de valores y no de cosas más concretas como el mercado.

Por otro lado, la muerte de Alan Kurdi y los sucesos de Colonia nos dan una idea de lo influenciable que puede ser la opinión pública en Alemania para juzgar a todo un colectivo, con virtudes o defectos absolutos. Cuando ocurrió lo primero, se impuso el esterotipo de la familia necesitada, con hijos, traumatizada, huyendo de Daesh. Cuando ocurrió lo segundo, el del hombre solo, que abandona a su familia, musulmán, machista, violador.

La percepción sobre los refugiados se polariza: o son todos buenos y se les debe defender a toda costa de cualquier ataque (“no pueden haber sido los refugiados, es un complot”) o son todos malos y causantes de todos los males del país (“los refugiados nos engañan, han venido aquí a aprovecharse de nuestra hospitalidad y buenas intenciones”) . No existen matices de gris.

A quienes piensan así les recordaría una cosa: los refugiados son también individuos. Entre los refugiados hay gente de distintos orígenes, culturas, religiones. Entre los sirios e irakíes hay también kurdos, yazidíes, cristianos ortodoxos, ateos, homosexuales, gente de una tendencia política y de otra, gente capacitada, gente sin secundaria completa, analfabetos. Esto más o menos lo sabemos.

Lo que a muchos les cuesta entender es que entre los refugiados también hay gente que respeta las reglas y gente que no, gente que aprende rápido y gente que no, gente agresiva y gente pacífica, gente con buenas intenciones y gente con malas intenciones, gente que se aprovecha del sistema y gente que no, así como gente que se adapta más rápido que otra a los cambios. De más está decir que en todo grupo humano existen idiotas y no me parece justo que todo un colectivo sufra los estereotipos producto de las acciones de algunos de ellos.

Una cosa es decir que los refugiados deberían colaborar para prevenir agresiones como las de año nuevo en Colonia, que es necesario que haya cursos de integración o hasta de educación sexual porque provienen de sociedades machistas donde las relaciónes de género funcionan de otra manera –algo que es innegable-, o que se les deba explicar las reglas y que se deba hacer cumplir la ley. Habrá refugiados a los que estas cosas les parecerán obvias, otros que aprenderán algo nuevo, y por último algunos que no querrán aceptarlas, teniendo que asumir las consecuencias de sus decisiones. El trato cotidiano con refugiados me da a entender que estos últimos existen, pero constituyen una minoría.

Otra cosa muy distinta es suponer que por su cultura o religión los refugiados del medio oriente son “incompatibles con la sociedad occidental”, como si estuvieramos hablando de la última versión de Windows. Afirmar algo así equivale a negarles la individualidad. Asumir que su cultura o religión impiden que tengan individualidad es la otra cara del mismo discurso.

Provengo de un país sudamericano con la segunda tasa más alta de feminicidios de la región, una estadística de la cual, personalmente, no me enorgullezco. Eso no significa que todos los hombres peruanos sean agresores o violadores potenciales, ni que todos ellos tengan una mentalidad machista sin excepción o que, de tenerla, no la puedan cambiar a lo largo de su vida y aprender a relacionarse o a pensar de otra forma. Si la no pertenencia al islam – o la pertenencia a la cultura occidental y al cristianismo- garantizara por sí sola el pleno respeto a las libertades y a la integridad de las mujeres, la tasa de feminicidios en el Perú sería cero.

3. ¿Qué opinas sobre la última entrevista hecha a Sartori, quien acaba de decir en una reciente entrevista que los valores del islam son incompatibles con Occidente?
Sartori se escandaliza de lo bajo que ha caído Europa al ver cómo el gobierno italiano cubre las estatuas romanas para no escandalizar a la delegación del gobierno iraní durante su visita a Roma en enero de este año. Lo afirma como si el gobierno italiano hiciera concesiones a todos los musulmanes dentro de su territorio a través de un equivocado multiculturalismo que significa, para él, la humillación de la civilización occidental y la abdicación de sus valores frente al islam. Se podrían criticar una infinidad de cosas sobre ese comentario, pero creo que una mirada crítica de la realidad política italiana lo desmiente de arranque.

Sartori está hablando del mismo país en el que Calderoli y otros políticos de la Lega Nord -partido regionalista, separatista y de extrema derecha- llevaban a pasear cerdos en el 2007 en Boloña en un terreno donado para la construcción de una mezquita. Políticos como el secretario de la Lega Nord Matteo Salvini ponen en duda de que quienes intentan llegar a las costas italianas sean verdaderos refugiados, afirmando sin cifras en la mano que se trataría en su mayoría de “inmigrantes disfrazados” provenientes de países seguros y con documentación falsa. La Lega Nord es particularmente fuerte en el norte de Italia y ya ha obtenido antes, mediante alianzas, un relativo peso en el gobierno italiano influenciando leyes sobre inmigración y políticas de integración, en particular la ley “Bossi-Fini” durante el gobierno de Silvio Berlusconi.

Salvini rinde abiertamente homenaje a las ideas de la periodista y escritora Oriana Fallaci sobre el islam, quien creía que todo musulmán es fundamentalista y que los inmigrantes musulmanes conspiran para islamizar Europa y convertirla en “Eurabia”, introduciendo la sharia en el ordenamiento jurídico una vez convertidos en masa crítica. Esta lectura paranoica acerca del islam en Europa ha pasado a convertirse en sentido común para una parte de la población italiana, en buena medida gracias a los medios de comunicación.

La islamofobia es moneda corriente en Italia, la xenofobia, el racismo y la discriminación también. Para hacer frente a estos problemas, se decidió crear entre 2011 y 2014 un ministerio de la integración cuya última ministra, Cécile Kyenge, oculista y política italiana de orígen congolés, se propuso introducir una ley de ius solis, es decir del reconocimiento de la ciudadanía italiana a los hijos de inmigrantes nacidos en Italia. La ex-ministra Kyenge fue objeto de innumerables amenazas e insultos racistas provenientes de la Lega Nord, de Forza Nuova (neo-fascistas) pero también de PdL (partido de Silvio Berlusconi) y sus militantes. Se le llamó desde orangután y “musulmana de mierda”, hasta “incitadora de racismo anti-italiano”, provocando un verdadero circo mediático. Fue acusada además varias veces de ignorante por el mismo Giovanni Sartori. Si tan solo la idea de otorgar la nacionalidad italiana a los hijos de los inmigrantes – o de tener una ministra de orígen africano- provoca tanto rechazo entre varios líderes políticos italianos, ¿de qué multiculturalismo de Estado está hablando Sartori entonces?

El incidente de las estatuas cubiertas que menciona Sartori tiene mucho más que ver con los negocios que con el multiculturalismo. El gobierno iraní, por más república islámica que sea, es ahora un exportador importante de petróleo y por tanto un potencial socio comercial, todo lo cual echa por tierra los sagrados valores occidentales al haber dinero de por medio. En esta última visita a Italia de la delegación iraní se firmaron acuerdos comerciales por 17 mil millones de euros entre ambos países.

No nos engañemos: lo que molesta no es el islam en sí, sino la pobreza, o más precisamente la llegada de extranjeros pobres. Molesta tener al musulmán de vecino, de colega en el trabajo, como competencia laboral, así aprenda el idioma del país y respete la ley. No molesta tener a un jeque árabe que va de compras con sus cuatro mujeres en niqab por Florencia. Cuando los musulmanes son migrantes, se envía cerdos a orinar en sus mezquitas; cuando son ricos y potenciales socios comerciales, se cubre las estatuas de desnudos con cuatro planchas de triplay, no vaya a ser que la delegación iraní se asuste y no nos dé un precio preferencial.

Por último, esos mismos valores occidentales -tan sagrados y amenazados por el multiculturalismo según Sartori- desaparecen a la hora de que los gobiernos occidentales apoyan, venden armas y capacitan a los servicios de inteligencia de los Gaddafis, Assads, Mubaraks, Husseins, Al-Sissis, y un largo etcétera, cuando hay intereses comerciales de por medio que deben ser defendidos. Este es más bien el tipo de régimen al que estaban acostumbrados la mayoría de refugiados y no las “teocracias que se fundan en la voluntad de Alá” que Sartori cree que abundan en el mundo islámico.

El gobierno italiano de Silvio Berlusconi tenía excelentes relaciones con la Libia de Muamar Gaddafi. Fue Italia quien presionó a la Unión Europea en el 2004 para ponerle fin al embargo y venderle armas a Libia con la intención de facilitar su labor de control de la inmigración clandestina. Ambos países firmaron acuerdos migratorios que preveían deportaciones de migrantes indocumentados a centros de retención en ese país en condiciones inhumanas, algo previsto por la ley “Bossi-Fini” impulsada por la Lega Nord. Además Italia se convirtió en uno de sus principales exportadores de armas. Desde que empezó la guerra civil en Libia, el arsenal de Gaddafi ha ido a parar en manos de infinidad de milicias, también yihadistas. Fue este arsenal el que permitió la toma del norte de Malí por parte de milicias afines a al-Qaeda.

La democracia, la voluntad popular y los derechos humanos pasan a un segundo plano a la hora de hacer política y negocios. Los habitantes de los países árabes son muy conscientes de esta doble moral occidental.

No nos engañemos: lo que molesta no es el islam en sí, sino la pobreza, o más precisamente la llegada de extranjeros pobres. No molesta tener a un jeque árabe que va de compras con sus cuatro mujeres. (Foto: Ria Novosti).

4. ¿Está haciendo lo suficiente Alemania para integrar a estos refugiados, o ves trabas deliberadas de carácter político o burocrático?
Hay quien compara esta oleada de refugiados con los “Gastarbeiter” turcos de la post-guerra, su bajo nivel de instrucción y su difícil inserción fuera de ciertos nichos de mercado, como la construcción o el trabajo agrícola. Creo que ambos casos no son comparables: el sistema de acogida que tiene ahora Alemania no existía en aquella época, las posibilidades de aprender alemán e insertarse como profesional con apoyo estatal tampoco. La migración hacia Alemania federal no es algo nuevo: se ha aprendido lecciones del pasado y aquí se está haciendo una apuesta a futuro con los recién llegados.

Las personas a las que se les concede el estatus de refugiado están obligadas por ley a aprender el alemán hasta el nivel B1 (intermedio). Además se les da facilidades para seguir una formación profesional, convalidar su título de estudios o seguir un curso de alemán técnico hasta el nivel C1 (avanzado) para poder ejercer su profesión. Quienes no han terminado la secundaria, además del curso de alemán, pueden escoger carreras técnicas enfocadas en las habilidades adquiridas anteriormente.

El sistema de acogida y la “Willkommenskultur” (cultura de bienvenida) son factores de atracción importantes de refugiados hacia Alemania. La inmensa mayoría de refugiados sirios se encuentra repartida en países fronterizos (Jordania, Turquía, Líbano) esperando poder volver a su país. En estos países no se les permite trabajar legalmente, lo que significa que son explotados al trabajar en negro o se ven obligados a mendigar. Muchas familias viven en la calle, o en campos de refugiados donde las donaciones de alimentos escasean cada vez más. Los gobiernos de estos países no tienen ninguna política de inserción a largo plazo y esperan que los refugiados regresen lo antes posible a sus países.

Las negociaciones actuales entre la canciller Merkel y el presidente turco Erdogan abordan, junto al cierre de fronteras, una mejora parcial de las condiciones de vida de los refugiados en Turquía, con el financiamiento alemán de políticas de acogida a largo plazo para refugiados en suelo turco. A cambio, Turquía entraría a formar parte a corto plazo de la Unión Europea. Una vez más se está apoyando a un régimen con credenciales democráticas dudosas, que reprime la oposición interna, para salvaguardar los intereses europeos.

La información circula muy rápido entre los refugiados. Cuando la canciller Merkel dijo “wir schaffen das” (lo vamos a lograr) y las imágenes de la calurosa acogida a los refugiados en la estación de Múnich dieron la vuelta al mundo, muchos pensaron que el peligroso viaje hacia Alemania era mejor a la incertidumbre y el hambre en algún país colindante. La posibilidad de trabajar legalmente, de empezar una nueva vida y de aspirar a obtener un estatus similar al que se tenía en el país de origen hace de Alemania un país atractivo para los refugiados. Angela Merkel se convirtió así en una heroína entre los árabes, y esa es la imagen de ella con la que se quedaron – si bien hoy la canciller busca reforzar una vez más la vigilancia de las fronteras exteriores de la Unión Europea a través de Frontex, con el apoyo de Turquía y hasta de la OTAN.

Esta imagen de Merkel es paradójica. Un refugiado sirio o uno perteneciente a alguna minoría religiosa o étnica de Irak tiene probabilidades altísimas de obtener asilo en Alemania y el gobierno alemán lo acoge en buenas condiciones por razones humanitarias, al mismo tiempo que se esfuerza en ponerle obstáculos y cerrar fronteras en el sur de Europa para impedirle llegar a suelo alemán. Sin embargo, por más fronteras que se cierren en la Unión Europea, los factores de atracción (buenas perspectivas de vida en Alemania, obtención de estatus de refugiado) y de expulsión (guerra en Siria, Irak y Afganistán, pésimas condiciones de acogida en países aledaños) de los refugiados hacia Alemania permanecen intactos, la presión migratoria también.

Entrevistado por la revista “der Spiegel”, el economista Herbert Brücker considera que Alemania necesitaría unos 500 mil migrantes al año para mantener constante la oferta de mano de obra hasta el 2050, debido al envejecimiento de buena parte de la población y a la baja tasa de natalidad. La gastronomía, el sector agrícola y el cuidado de ancianos a domicilio son sectores que en los últimos cinco años han tenido un crecimiento inesperado gracias a la llegada de migrantes. Para Brücker, la llegada de refugiados es un costo a corto plazo para la seguridad social (debido a las altas tasas de desempleo de los recién llegados y a los costes de su inserción laboral) pero será una ganancia a largo plazo para los empleadores alemanes. El economista considera que el principal problema no es la capacidad del mercado laboral de absorber a los refugiados, sino la inversión en infraestructura y en el sector inmobiliario. En otras palabras, no es la economía la que podría colapsar, sino el sistema de acogida.

Hoy se está alojando a grandes números de refugiados en viviendas-container a las afueras de las ciudades, en terrenos cedidos por los gobiernos locales. Algo similar ocurrió en Francia con las viviendas construidas en los años setenta en las periferias urbanas para acoger a las familias de los migrantes magrebíes, política que contribuyó al actual problema de las banlieues. Especialistas como el sociólogo urbano Jürgen Friedrichs advierten que este tipo de alojamientos provisorios podrían convertirse en permanentes si no van acompañados de una política de construcción de viviendas sociales a mediano plazo, que permita la repartición de los refugiados en distintas zonas de la ciudad. La ghettización no le hace ningún favor a la integración y más bien suele ir acompañada de estigmas y altas tasas de desempleo.

Por otro lado, considero que pretender mantener cifras elevadas de inmigración cada año, como sugiere Brücker, es algo poco factible por cuestiones políticas y de percepción en la sociedad alemana. El sentimiento de invasión es muy fuerte entre algunas personas en Alemania, por más que no encuentre respaldo estadístico. El Este de Alemania está repleto de viviendas vacías y baratas y sin embargo una ciudad como Dresden (en Sajonia), con apenas 6% de población extranjera en diciembre de 2015, es el bastión del movimiento PEGIDA.

5. ¿Cómo se puede definir una integración exitosa de los refugiados? ¿Cuándo se puede decir que un migrante está plenamente integrado en una sociedad?
Creo que un primer elemento que permite la integración del extranjero al país de acogida es el trabajo, y eso pasa por el aprendizaje del idioma y sobre todo del manejo de términos técnicos en la propia área de competencia. Un segundo elemento a tener en cuenta es el de conocer las leyes y reglas del país, lo que aquí es aceptable y lo que no, y manejar los códigos que se manejan aquí. Un ejemplo de ello puede ser algo tan banal como saludar dando la mano. Aquí se percibe como ofensivo el que una mujer no dé la mano al saludar. Algunas personas musulmanas, sobre todo del medio rural, no acostumbran dar la mano a personas del sexo opuesto por considerarlo ofensivo y eso puede llevar a malentendidos. Un tercer elemento podría ser también la posibilidad de relacionarse con gente del lugar, no sólo a nivel profesional o académico sino también amical. Creo que cuando esos tres elementos se juntan, podemos hablar de una integración lograda. Alemania está apostando por un modelo de integración basado en el respeto de la ley y de las costumbres locales, más cercano a la experiencia estadounidense que al multiculturalismo británico.

El otro día leía en la revista “die Zeit” que se están llevando a cabo en Ingolstadt (en el sur de Alemania) cursos de educación sexual para jóvenes refugiados, para hombres y mujeres por separado, con la ayuda de mediadores culturales. El objetivo es explicarles cómo se relacionan hombres y mujeres aquí. De más está decir que muchos refugiados provienen de países donde la sexualidad es muy reprimida y la homosexualidad no es tolerada en público, pero donde también existe un mito de la mujer liberada como mujer fácil.

La información que se les brinda a los participantes de estos cursos va desde lo que está permitido y lo que no, hasta leer señales corporales para saber si la otra persona muestra interés o no, o cómo invitar a una persona del sexo opuesto a tomar un café (muchos se sorprendían al saber que esta posibilidad existe aquí). Se transmite la idea de que gozar de esta “nueva” libertad implica también respetar la libertad de la otra persona a elegir cómo y con quién relacionarse. El educador sexual contaba que la mayoría de participantes hombres eran bastante tímidos y en realidad no tenían ni idea de cómo relacionarse con las alemanas. Sin embargo, contaba también que a sus cursos venían alrededor de un 10% de hombres muy machistas y potenciales agresores, que cargaban con una serie de frustraciones al no cumplir con el rol que su familia esperaba de ellos. Una vez más, ese porcentaje existe pero no tiene por qué ser tomado como representativo del total.

En Hamburgo como en otras ciudades alemanas existen asociaciones locales de diversa índole que ofrecen actividades a los refugiados para que estos se relacionen con los vecinos, practiquen el alemán, etc. Estas asociaciones están conformadas por voluntarios alemanes que ofrecen a los refugiados visitas al museo, los acompañan a hacer trámites, organizan torneos deportivos, cursos de origami, de informática, de alfabetización en alemán, talleres de teatro, o que los invitan una vez por semana a tomar café. El objetivo principal es conocerse. El problema es que muchas de estas actividades suelen estar dirigidas a familias con hijos, a niños o a mujeres, pero rara vez a hombres jóvenes solos, por más que estos constituyan un grupo importante entre los refugiados. Asumo que esto se debe en parte al miedo.

Ninguna integración se consigue a través del miedo y el desconocimiento mutuos. El miedo lleva sólo a que ambas partes se cierren y desarrollen prejuicios sobre el otro, optando por el comunitarismo. Usualmente se asume que quien llega debe integrarse a la sociedad de acogida, pero esa es una verdad a medias: la integración supone un esfuerzo para ambas partes. La integración consiste también en aceptar que se tiene como vecino, compañero de trabajo o de estudios a alguien que viene de otro país, y que este tiene que acatar las reglas pero al mismo tiempo no tiene por qué negar su identidad para formar parte de la sociedad alemana.

Se trata también de inculcar reglas de convivencia y de transmitirlas buscando valores comunes: por ejemplo al explicar por qué el respeto es percibido de otra manera aquí y se debería dar la mano a personas del sexo opuesto, sobre todo en el ámbito laboral. Hay personas que captan esta regla enseguida, sobre todo los jóvenes, sin que eso les plantee un dilema moral y que manejan ambos códigos según el círculo cultural en el que se encuentren.

La integración supone también una negociación entre el inmigrante y sus prácticas religiosas y la sociedad que lo acoge, entre lo que está permitido y lo que no, entre lo que es tolerable y lo que no, dentro del respeto a la libertad religiosa. Como el debate sobre el velo en espacios públicos o sobre la carne de cerdo en las escuelas, por ejemplo, y esto supone también conflictos que son necesarios y a los que cada sociedad puede dar respuestas distintas. Temas como la libertad de elegir el propio credo son particularmente espinosos entre los musulmanes y tienen que estar claros desde el principio, ser abordados en la escuela.

La presencia del inmigrante también incomoda porque cuestiona a la sociedad de acogida acerca de su identidad y sus valores. El riesgo de negar esa discusión y de rechazar al interlocutor por “incompatible” por un miedo infundado a que una minoría introduzca cambios radicales (más o menos lo que temía Oriana Fallaci, lo que denuncia Giovanni Sartori o lo que describe Houellebecq en su novela “Sumisión) es que se mantenga a los inmigrantes y sobre todo a sus descendientes como ciudadanos de segunda clase, marginalizándolos. No solo ninguna integración es posible en esos términos, sino que eso genera décadas después problemas de identidad entre algunos descendientes de inmigrantes nacidos en Europa, en particular musulmanes, que no se sienten ni de aquí ni de allá y que son objeto de discriminación en el país en el que nacieron y han vivido toda su vida. El objetivo a largo plazo de la integración debería ser aceptar que se puede ser alemán, musulmán y tener orígen sirio sin que eso suponga una contradicción. No es una cuestión de papeles sino de percepciones, de percibirse o ser percibido como ciudadano y no como “alemán de pasaporte”, y el rol de la escuela en ese proceso es fundamental.

Una parte de la población alemana también pasó por un proceso de integración reciente, de la cual hoy un porcentaje se siente amenazado por la llegada de inmigrantes. Me refiero a la población de la ex-República Democrática Alemana tras la reunificación en 1990 (hoy convertida en cinco estados federales en el Este de Alemania). Los alemanes de la ex-RDA estaban acostumbrados a una economía planificada, a la estabilidad laboral y a una disparidad menor entre los sueldos según el nivel de instrucción. El contacto con extranjeros en la RDA – provenientes del bloque comunista en aquella época- era muy distinto al que existía en la república federal alemana con los “Gastarbeiter”. La reunificación implicó también choques culturales para muchos de ellos a pesar de ser alemanes y hablar alemán. Entraron de golpe en la sociedad de consumo que se rige por otros valores y donde muchas de sus calificaciones adquiridas en la ex-RDA no fueron reconocidas o no les permitieron adquirir el estatus que tenían antes. También se debieron enfrentar a prejuicios y redefinir su identidad. Este proceso, conocido por todo inmigrante, debieron experimentarlo sin salir de su lugar de origen.

En ese sentido es comprensible que una parte de la población alemana del Este se sienta particularmente amenazada por la llegada de extranjeros y que considere injusto tener que competir con ellos por puestos de trabajo o que estos también se beneficen de las ayudas sociales. Es curioso que en los lugares con menor presencia de musulmanes, como Dresden, surjan y cobren más fuerza los movimientos islamófobos. Los atentados a los centros de acogida para refugiados ocurren sobre todo en el Este de Alemania; allí también tienen más fuerza PEGIDA y los movimientos neo-nazis. Tampoco es justo generalizar en este caso. Algo que sí me llama la atención del Este de Alemania es la polarización política de los jóvenes: a diferencia de otras ciudades, hay grupos muy radicales tanto de derecha como de izquierda (los segundos están a favor de la acogida de los refugiados). Muchos de estos jóvenes no vivieron la reunificación en carne propia pero sí sufren mayores tasas de desempleo que en la parte Oeste del país.

Dentro de estos procesos de integración (de inmigrantes, de refugiados, de alemanes del este tras la reunificación) no está dicho que los recién llegados vayan a ser mejor aceptados por quienes llegaron antes. Hay quienes llegaron en los años noventa a Alemania como refugiados -por ejemplo tras la desintegración de Yugoslavia- y que hoy son muy críticos frente a la llegada de sirios, afganos e iraquíes o de musulmanes en general. Los mismos descendientes de “Gastarbeiter” turcos pueden sentirse en competencia desleal también.

6. Para concluir, ¿Qué te parece la reacción que ha tenido la prensa peruana y latinoamericana sobre lo que sucede en Europa? ¿Consideras que tenemos una comprensión real del tema, que somos capaces de generar un aporte a la discusión? ¿O somos una mera caja de resonancia de opiniones y/o preconceptos generados por los medios Occidentales?
He leído algunos artículos muy bien informados escritos en el Perú, pero al leer los comentarios de muchos lectores en los diarios de mayor tiraje me da la impresión de que hay un desconocimiento bastante grande acerca del tema. Se confunde árabe con musulmán, musulmán con yihadista, se adopta una lectura desde el “choque de civilizaciones” asumiendo que Europa debe defender “sus raíces cristianas” – un discurso que en realidad aquí sólo defiende la extrema derecha-. Se cree que los sirios o iraquíes son los únicos responsables por la guerra de la que están huyendo y que los refugiados son una especie de caballo de troya del islam, el yihadismo y la misoginia en occidente, deseando que esto no llegue al Perú.

Me pregunto qué habría pasado si el Perú hubiera decidido acoger una cantidad de refugiados sirios, como planteó la cancillería peruana en septiembre del 2015. A veces nos olvidamos que los peruanos también huimos de un conflicto armado, de la violencia terrorista y de una situación de crisis muy aguda, que también migramos a Europa, que tres millones de peruanos viven hoy en el extranjero (muchos más si contamos a quienes están en situación irregular) y pasaron por experiencias similares a las que experimentan ahora los refugiados en las sociedades que los acogen. Nos olvidamos que también tenemos problemas con el machismo y con una mentalidad conservadora, a pesar de que las nuevas generaciones están cambiando las cosas. No somos tan distintos.

Sobre el autor o autora

Anthony Medina Rivas Plata
Licenciado en Ciencia Política, Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Erasmus Mundus Master of Arts in Public Policy, Erasmus University Rotterdam / University of York. Investigador Asociado del Instituto de Estudios Políticos Andinos (Lima). Director de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Católica de Santa María (Arequipa); y coordinador para el Perú de la International Association for Political Science Students (Holanda).

Deja el primer comentario sobre "Pablo Paz Verástegui: “La islamofobia en Europa sólo existe para con los musulmanes pobres”"

Deje un comentario

Su correo electrónico no será publicado.


*