¿Cuán profundo es el hoyo político al que los peruanos nos arrojarnos en cada elección?

Escrito por Revista Ideele N°297. Abril 2021

Llevamos lustros diciendo que tenemos el peor gobierno y congreso de nuestra historia. Pero, cuando tenemos la oportunidad técnica de que nuestra voz se escuche y se traduzca en cambios, volvemos a votar sin interés, con desdén y logramos aquello que parecía imposible: hacerlo aún peor.

Ese desinterés no es gratuito. El hecho de que más del 30 % de votos al parlamento hayan estado en blanco o viciados, le ha permitido a los partidos que han pasado la valla, tener más congresistas que representarán intereses poco claros y posiciones más conservadoras.

Miedos comprensibles

Para muchos en Lima, los resultados no sólo han sido una sorpresa, sino que constituyen un paso hacia el abismo.

El miedo es comprensible, han pasado a segunda vuelta dos de los tres candidatos con las peores credenciales democráticas.

La propuesta de Pedro Castillo, redactada por el sentenciado por corrupción, Vladimir Cerrón, presidente de Perú Libre además de desfasada en términos polñiticos es, económica, técnica y democráticamente inviable.

En el caso de Keiko Fujimori, lo inviable a nivel ético es creer en ella. Usó como bandera de campaña la liberación de un ex presidente probadamente corrupto y sentenciado por delitos de lesa humanidad. Y en los últimos años, su bancada saboteó la gobernabilidad, la democracia y la educación con un único objetivo: la desestabilización del país.

El miedo, la ansiedad e incluso angustia son, por supuesto, comprensibles.

La sorpresa es relativa

Vivimos en la llamada “Era de información”. Al menos el 73 por ciento de hogares del Perú cuenta con un teléfono con acceso a internet y más de 13 millones de tienen al menos una red social. Sin embargo, estas redes, lejos de acercarnos, nos dividen y alejan cada vez más.

Usted lo ve en su casa, cuando sus familiares o amigos no despegan la mirada del teléfono e ignoran lo que pasa a su alrededor. Lo mismo ocurre a nivel nacional. Los limeños miramos lo que hacemos los limeños y así en cada región, provincia, distrito, barrio o micro núcleo.

No existe una visión colectiva. No existe un solo Perú. No existe una sola noción de país. No ha existido nunca. La herida de la conquista sigue abierta. Pero requerimos mantener las apariencias, las formas de eso que llamamos democracia. Un concepto que es una abstracción contradictoria y paradójica durante casi toda nuestra vida, excepto por unos minutos: cuando ejercemos nuestro derecho al voto.

Es por ello que, cuando escuchamos la opinión de los otros, de todos aquellos que viven más allá de nuestras burbujas, la mayoría de limeños se sorprenden.

“¿Cómo es posible que se opongan al progreso, al desarrollo? ¿No se dan cuenta que con un gobierno de izquierda se perderán miles de puestos de empleo? ¿Quieren convertir el Perú en Venezuela? Castillo es comunista, terrorista ¿quieres que te quiten tu casa?”

Frases como esas se repiten cada vez con más frecuencia e intensidad en redes sociales digitales y físicas.

Lo que miles de limeños no terminan de entender, es que ese “progreso y desarrollo” que hoy sienten amenazado, a muchísimos peruanos jamás les llegó. Tampoco temen perder un empleo que no tienen. Además, cientos de miles, sino millones de peruanos han migrado a Lima o a las capitales igual que los venezolanos al Perú. Algunos por el terrorismo, pero sobre todo por la pobreza. “El verdadero terrorismo es la pobreza que te mata” ha dicho el profesor Castillo sin alzar la voz, sin impostar, con una contundencia y sencillez que sólo nos deja pensando.

Es en ese contexto de hartazgo y ninguneo, que comenzó a levantar cabeza un candidato cuya principal fortaleza no se sostenía en lo que prometía, sino en lo que el era: provinciano, profesor de escuela, rondero y con un símbolo incomprensible en tiempos digitales, pero potente para los profesores que él lideraba: un lápiz.  Castillo no tenía que prometer mucho más para diferenciarse de sus 17 rivales políticos. Pero aún así lo hizo: fue más radical que Veronika o Lescano y se convirtió en la verdadera opción a la mismocracia que repitió Forsyth y ganó de lejos una carrera presidencial de enanos.

¿Cómo llegamos hasta esta encrucijada?

Keiko Fujimori pasa la segunda vuelta en esta carrera de micro candidatos porque es la que mejor hizo la tarea. Consiente de la gran resistencia que genera, enfocó sus bien diseñados mensajes en el núcleo duro del fujimorismo: mano dura. Reivindicó la figura de su padre y apostó por algunos cuadros nuevos. Algunos de ellos provenientes de su Escuela Naranja, una suerte de universidad en línea donde se reivindica lo mejor del fujimorismo. Ningún otro partido, trabajó tanto sus cuadros internos. Tal vez Julio Guzmán, pero la historia de su derrota electoral merece un análisis más extenso y complejo.

Fujimori fue ordenada y no se salió nunca del libreto. Ni siquiera cuando sus rivales de la derecha que contaban con el respaldo de los medios, amenazaron con desplazarla. Los debates electorales le permitieron a Keiko abrirse camino entre competidores que mostraron su peor rostro. En suma, mérito propio. Pero también el desmérito ajeno jugaron a su favor,

El caso de Pedro Castillo es algo más complejo. Existe un voto protesta histórico hacia la izquierda, el cual se concentra en la sierra, especialmente en la sierra sur, donde existe mayor pobreza y abandono del Estado. Esto ocurrió en el 2006 y el 2011 con Humala y en el 2016 con Veronika Mendoza.

Ese respaldo, sin embargo, nunca fue suficiente para ganar una elección. Se requirió un movimiento al centro para ganar parte del norte, pero sobretodo Lima, donde se encuentra el 30 % de la población electoral.

Estas elecciones, sin embargo, se realizan en un contexto distinto. El Perú es uno de los países más golpeados del mundo por la pandemia. No sólo por la cantidad violenta de muertes, sino porque muchas de ellas hubiesen podido evitarse con un Estado más presente a nivel de salud. Esta vez, la ausencia del Estado fue literalmente criminal. Cientos, miles de personas murieron por falta de camas UCI y de algo tan esencial como el oxígeno.

La posibilidad de vacunarse para la mayoría de ciudadanos de escasos recursos de Lima, pero sobretodo de las regiones del Perú, es tan remota que no pueden arriesgarse a morir de hambre.

En ese contexto, el voto de rechazo a un sistema ineficiente e indolente y a una clase política prácticamente deslegitimada en su conjunto era absolutamente predecible.

La pregunta era ¿quién sería capaz de capitalizarlo? Lo intentó Forsyth y su ataque a lo que él llamó “mismocracia”. Sin embargo, pese a su juventud y energía, era muy difícil que él representara esa opción: limeño, rodeado de buena parte de político tradicionales, con mensajes pensados solo en la ciudad.

A dos semanas del 18 de abril, la gran mayoría de analistas de Lima daban por descontado el primer puesto de Lescano. La duda era quien lo acompañaría.

Sin embargo, toda la narrativa mediática electoral de los grandes medios y de nuestras redes se centrada en la viabilidad técnica de las propuestas.

Durante semanas, por ejemplo, se analizó lo dicho por Verónika Mendoza sobre cambiar a miembros del Banco Central de Reserva. AFPs, tasas de interés de los bancos, medidas anticorrupción. Temas sin duda importantes, pero todos limeños o citadinos. 

¿Cuán relevantes eran esos temas, en los que insistían los medios, para los millones de peruanos que por la crisis no tienen que comer?

Es en ese contexto de hartazgo y ninguneo, que comenzó a levantar cabeza un candidato cuya principal fortaleza no se sostenía en lo que prometía, sino en lo que el era: provinciano, profesor de escuela, rondero y con un símbolo incomprensible en tiempos digitales, pero potente para los profesores que él lideraba: un lápiz. 

Castillo no tenía que prometer mucho más para diferenciarse de sus 17 rivales políticos. Pero aún así lo hizo: fue más radical que Veronika o Lescano y se convirtió en la verdadera opción a la mismocracia que repitió Forsyth y ganó de lejos una carrera presidencial de enanos.

Fue, además, el único que se zurró en el distanciamiento social e hizo una campaña presencial. Hubo un hecho que no tuvo gran impacto en medios nacionales, es decir, limeños, pero Castillo fue detenido y encarcelado por incumplir las normas de prevención durante un distanciamiento durante un mitin en la plaza de Armas de Mazuko, en Madre de Dios. Ese hecho fue aprovechado por su comando de campaña, en especial por Vladimir Cerrón, para victimizarlo y enfrentarlo al sistema con el éxito que vemos.

Castillo logró 2 millones 699 mil votos, eso representa el 15,58 por ciento de los votos emitidos y el 10,9 % de los votos hábiles. Muy lejos de Mendoza en el 2016 o de Humala en el 2011.

Sin embargo, el candidato del lápiz no sólo ha despertado un grito de protesta, sino que está trazando una línea muy clara entre la continuidad de un modelo que se cae a pedazos y una propuesta inviable en democracia.

El primer sondeo de Ipsos lo coloca en un cómodo y peligroso primer lugar porque esta posición podrían llevarlo a hacer lo que, como gobernante, está obligado a hacer: consensuar y dialogar. No sólo con partidos políticos, también con otras organizaciones, pero esa es la única ruta para gobernar en democracia. De lo contrario, lo único concreto es que perderá nuestro país.

Sobre el autor o autora

Jerónimo Centurión
Comunicador, realizador audiovisual y analista.

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