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Foto: RPP. Revista Ideele N°297. Abril 2021Evocar a Felipe Pinglo es sumergirnos en lo más íntimo y profundo de lo que significa la música criolla. Su figura marca un antes y un después en el proceso evolutivo del criollismo urbano. Su obra musical, declarada Patrimonio Cultural de la Nación, no sólo es importante por la armonía de sus versos, sino por la renovación del vals, al que insufló personalidad propia a partir de temas como el amor y el desamor, y sobre todo, una honda preocupación social.
En estas líneas, a través de la ciudad y sus actores, la cuestión social de su obra, y la trascendencia de la consolidación del vals, señalaré los aspectos más destacados de su vida que nos permitan entender por qué sus composiciones continúan marcando el repertorio de lo criollo. Finalmente, quisiera subrayar su figura con una mirada hacia el próximo Bicentenario patrio, de modo que podamos desmitificar los imaginarios que hemos construido a su alrededor, y así descubrir el lado humano de su obra, cuyo prolongado mensaje en el tiempo, se torna vital en el Perú de hoy.
La ciudad y sus actores
“Felipe Pinglo le enseñó a los limeños a querer su música” (José María Arguedas).
Julio Felipe Federico Pinglo Alva nació el 18 de julio de 1899 en una casa de la Calle del Prado en los Barrios Altos (hoy cuadra catorce del jirón Junín). Hijo de Felipe Pinglo Meneses (normalista), su madre María Florinda Alva falleció a los pocos días del parto debido a una serie de complicaciones, por lo cual las hermanas de su padre se encargaron de criarlo, percatándose entonces que ya desde la temprana niñez demostraba su afición por la lectura y la música. En cuanto a sus estudios, ingresó al concluir la primaria al Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, y contrajo un temprano matrimonio en 1919 con Hermelinda Rivera, con quien tuvo dos hijos: Carmen y Felipe.
Gran parte de su vida transcurre en Barrios Altos y un corto periodo en el barrio obrero de La Victoria, a través de los cuales fue testigo del proceso modernizador que vive la ciudad de Lima, especialmente durante el Oncenio de Leguía (1919-1930). Un proceso que generó cambios en la ciudad, de riqueza y esplendor, pero también en la pobreza y el descontento de los sectores menos favorecidos, siendo en ese sentido, testigo de la emergencia de las clases obreras como nuevos actores sociales, grupos que habitaban zonas populares o suburbios de una urbe en crecimiento. Es interesante este aspecto, porque hablar del origen del vals es justamente referirse a los espacios de las clases populares, pues es allí donde se gesta. Que toda la sociedad lo haya asumido como una identidad común, correspondía al futuro, gracias al consumo y la difusión de esta música.
Porque Pinglo a través de la letra de sus canciones va creando un vínculo fuerte con el espacio urbano. De vuelta al Barrio, una de sus más nostálgicas composiciones es prueba de ello; una composición dedicada a los Barrios Altos, luego de un periodo de ausencia: “De nuevo al retornar al barrio que dejé, la guardia vieja de hoy son los muchachos de ayer…”. Un espacio limeño caracterizado perennemente por la convivencia de diversas clases sociales, y que ha brindado un gran aporte en cuando a la identidad de Lima y a lo que significa ser limeño. Un barrio que ha sido y es cuna de compositores y cantores (Alberto Condemarín, Manuel Covarrubias, Samuel Joya y el legendario Alejandro Ayarza “Karamanduka”).
Lo social en su obra
“Cubierto de harapos, la faz macilenta, el pobre mendigo limosnea un pan; implorando siempre la bondad ajena, a todos les pide una caridad” (Vals Mendicidad).
Felipe Pinglo no tenía formación académica en cuanto a la música, pero eso no quitaba que fuera un gran entendido en la materia. La primera etapa de su obra se caracteriza por canciones con un lenguaje idílico, romántico y modernista, entre las que pueden mencionarse Celos, Claro de Luna, Horas de Amor, Aldeana, Emilia, Oh mujer, Ramito de flores, Sueños de opio. El segundo periodo lo ubicamos a partir de 1930, denotando el tránsito de un romanticismo a las problemáticas sociales de su tiempo. Las letras no pierden su sentido poético, pero se convierten en el medio para transmitir mensajes cargados de denuncia y crítica social; no sólo quiere llamar la atención, sino empatizar con aquellos personajes marginales.
Es una etapa que viene acompañada de los efectos de la Gran Depresión de 1929, la caída y muerte de Leguía en prisión, su separación matrimonial –que lo aleja de Barrios Altos- y finalmente, una enfermedad que lo va debilitando cada vez más. Es en esta época cuando aparecen El Plebeyo, El Canillita, Pobre obrerita, La oración del labriego, Jacobo el leñador, y Mendicidad; todos ellos personajes recién gestados por una nueva sociedad, aquéllos otros que pululan en las ciudades y el campo. Partiendo de lo idílico, se encamina hacia un estilo más reflexivo, de preocupación por estos otros que pueden estar excluidos. El vals se torna entonces más original: recoge las problemáticas reales de la clase obrera, del hombre del campo, de la orfandad, y así se recrea y adquiere novedosos giros. Como diría el historiador Daniel Parodi: “Su versatilidad lo convierte en agudo observador de la realidad de su tiempo, la que describe, según el caso, con ternura, pasión, alegría o tristeza”[1]. De allí que sea Felipe un personaje querible para todos, porque escribe desde el lado más humano, dando vida a personajes que podrían pasar desapercibidos, o que, en todo caso, el discurso oficial invisibiliza y reprime, entendiéndose de ese modo que, durante el gobierno de Óscar R. Benavides, varios de sus temas fueran prohibidos por considerarse de contenido subversivo.
En ese sentido, quisiera detenerme en dos temas que retratan adecuadamente lo antedicho: El Plebeyo y El canillita. El primero es una brillante síntesis de la canción popular en el espacio urbano, el drama de amor que trasmite la historia de Luis Enrique, para denunciar las diferencias sociales de aquel momento. Al final, se plantea una pregunta a manera de reclamo: ¡Señor!, ¿por qué los seres no son de igual valor? Una pregunta que no espera respuesta divina, sino simplemente pregonar la igualdad en el amor.
El segundo tema aborda una preocupación por la niñez: Si muchos de nosotros auscultar pudiéramos la verdad cruel y triste de este diario luchar, viviendo en un instante con el dolor humano, compráramos los diarios para otorgarle el pan. El uso del verbo ‘auscultar’ es muy relevante, porque significa “escuchar el interior”; es decir, lo íntimo, lo más profundo, como si tratara de decirnos que, si escucháramos lo más entrañable de ese pequeño ser, tal vez tendríamos empatía con el drama que vive.
Habiendo perfilado dos de sus creaciones, sería conveniente considerar un aspecto estrictamente musical: Pinglo hace uso de los tonos musicales para que esta correspondencia entre letra y música sea más realista, generando en el oyente aquellos sentimientos que desea trasmitir, sean de ternura, injusticia, reclamo, solidaridad. Es decir, “más allá de estas innovaciones melódicas y armónicas, será la correspondencia sensible entre música y letra la constante que describirá las más logradas piezas (…), evidente en el uso de cambios entre las tonalidades mayor y menor para establecer distintas atmósferas dentro de una canción”[2].
La consolidación del vals
“Pinglo revoluciona la música criolla con letras y melodías bellísimas, con un fraseo distinto al de la Guardia Vieja, y así es como nace a partir de 1917 –cuando compone su primer vals Amelia- el indestructible estilo Pinglo” (Alicia Maguiña).
Efectivamente, Felipe Pinglo es crucial en la consolidación del vals, una figura puente, entre lo que fue la Guardia Vieja -denominada a esa etapa en que hay un anonimato con la autoría de las letras y que concluye en 1920- y la nueva generación de compositores posteriores.
Los calificativos que se le han otorgado son interminables, y podríamos apenas mencionar ‘El Bardo Inmortal’, ‘El Maestro’, ‘El Bordón de oro’; todos bien merecidos, y que también manifiestan esa necesidad de un colectivo por tener referentes que lo validen o de construir una heroicidad dentro de la música criolla. Y justamente Pinglo goza de todos esos componentes. Un hijo del pueblo (de origen humilde), pero dotado de un inusitado talento y una gran sensibilidad para musicalizar las problemáticas de su tiempo; una vida corta de apenas 37 años, pero intensa, marcada desde su nacimiento hasta la muerte por la tragedia; y una prolífica producción musical que perfila al vals y lo sacuden de todo elemento foráneo, para brindarle un estilo limeño y peruano.
Pinglo advertía con preocupación la influencia de ritmos extranjeros como el tango, el vals platense, la ranchera, y otros, pero si bien encontramos adaptaciones al castellano de ritmos norteamericanos -como el One Step o el Fox Trot-, estos no constituyen lo central en su obra. En una carta que escribe a su amigo, el pintor Víctor Echegaray, lo señala claramente: Tú sabes cómo lucho por sacar adelante la canción criolla, pero tengo la esperanza de que el esfuerzo mío y de otros, que no somos muchos, sirva para que nuestro folklore se coloque en el lugar que le corresponde, y sea conocido tanto aquí como en el extranjero, pero, con carta de ciudadanía peruana bien definida, y así algún día dé contribución plena al progreso nacional. Asimismo, en la única entrevista que brindó tres semanas antes de su muerte -acaecida el 13 de mayo de 1936-, advirtió al semanario Cascabel acerca de las dificultades que enfrenta un compositor para que su música se imprima.
Finalmente, Pinglo es una figura que se proyecta en el tiempo. Ahora que nos hallamos camino al Bicentenario, resulta vital poner en valor su significado en la construcción de una identidad. El vals es precisamente una música popular que ha contribuido a la afirmación de lo que significa ser peruano, y figuras como Felipe Pinglo son cruciales porque generan arraigo con un espacio, pertenencia a un colectivo y empatía con el otro.
[1] Las cuatro voces de Felipe Pinglo. En diario La República 28 de octubre de 2011, p.12.
[2] R. Sarmiento, Felipe Pinglo y la canción Criolla, p.56
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