Escrito por
Revista Ideele N°297. Abril 2021En Huánuco[1], el 22 de febrero de 1812, estalló un levantamiento calificado en su época como “revolución”,[2] involucrando acciones violentas como saqueos, degollamientos, canibalismo y una serie de desmanes que se fueron desencadenando a medida que los rebeldes fueron llegando a la ciudad. Si bien fue corta, aproximadamente un mes, tuvo un importante impacto, siendo el uso de la violencia una forma para lograr objetivos: el primero, ser una vía rápida para que se cumplan sus exigencias, como la caída de las malas autoridades y la mejora de su situación económica; el segundo, demostrar —por lo menos simbólicamente— que se estaba logrando el triunfo al margen de lo material.
De esta manera, estas acciones no fueron irracionales o producto de los efectos del alcohol y la barbarie; en realidad, se trató de una práctica recurrente en otros levantamientos andinos, donde se mezcló la violencia con las danzas y festejos. Por tanto, lo que se observa en esta rebelión es la cultura política de los sectores populares en los Andes, la cual pasó a ser conocida por todos los estamentos sociales, por lo que cuando llegaron San Martín y Bolívar, buscaron evitar la activación de esta lógica impidiendo el liderazgo indígena y demostrando que antes de 1821, en el Perú, existió una actividad regional frente al gobierno español. En realidad, la independencia fue un proceso más largo de lo que estamos acostumbrados a creer.
Ahora bien, ingresando al contexto histórico del Virreinato del Perú, se debe señalar que desde el siglo XVIII, se aplicaron las reformas borbónicas, las cuales afectaron a todos los súbditos. Además, hacia 1808, se inició la crisis de la corona española -por la invasión de Napoleón- que generó “el espíritu juntista” en América y develó el descontento reinante. Huánuco, fue afectada por ambas circunstancias alentándose a la rebelión de 1812. De esta manera, tres factores la encauzaron: económicamente los chapetones, representados por autoridades como los subdelegados peninsulares Diego García de Huánuco y Alonso Mejorada de Panataguas, pasaron a controlar el tabaco, principal negocio de los criollos, y la venta de productos como la coca, perjudicando a los indios. A nivel político, estas autoridades fueron vistas como abusivas, ya que brindaban beneficios a los peninsulares, como la familia Llanos, por lo que el cabildo de criollos los rechazaba.
El último factor, fue el tomar conocimiento que el rey Fernando VII, no estaba en el trono, lo cual generó una serie de rumores, cuestionamientos y un imaginario político donde la población empezó a creer que un Inca iba a tomar el poder. Sin embargo, esto último no nos debe hacer pensar que la rebelión de Huánuco fue un movimiento que buscó restaurar el Tahuantinsuyo o un gobierno independiente. Teniendo en cuenta las declaraciones del cura Ignacio Villavicencio “la insurrección no ha sido contra el Estado ni la Monarquía, sino contra los chapetones que tiranizaban y robaban a los indios”, por lo que los poderes debían pasar a los criollos (CDIP, Tomo III, Vol. I, p. XXXVII). Es decir, este levantamiento fue contra las malas autoridades y no planteó la destrucción del poder monárquico, siendo la apelación a la figura del Inca una estrategia para convocar principalmente de manera simbólica a la población andina, utilizada por los diversos líderes como los curas, autoridades criollas, alcaldes indios y la población interesada en que se lleve a cabo.
Estas acciones no fueron irracionales o producto de los efectos del alcohol y la barbarie; en realidad, se trató de una práctica recurrente en otros levantamientos andinos, donde se mezcló la violencia con las danzas y festejos. Por tanto, lo que se observa en esta rebelión es la cultura política de los sectores populares en los Andes, la cual pasó a ser conocida por todos los estamentos sociales, por lo que cuando llegaron San Martín y Bolívar, buscaron evitar la activación de esta lógica impidiendo el liderazgo indígena y demostrando que antes de 1821, en el Perú, existió una actividad regional frente al gobierno español. En realidad, la independencia fue un proceso más largo de lo que estamos acostumbrados a creer.
De esta manera, desde el 20 de enero de 1812, comenzaron a circular pasquines contra los vecinos peninsulares, intensificándose en la época de carnavales, o sea, en febrero. Las autoridades tuvieron noticia de esto, como lo declaró el doctor Pedro Ángel Jadó, cura español de la Doctrina de Huariaca, quien escribió: “… ya el Subdelegado de Huánuco havia visto dos cartas de los indios Panataguas, escritas a un mozo de Huánuco en que le avisaron estar pronto a venir el dia señalado a la Ciudad… Ya también havia visto el Subdelegado uno o mas cartas de un Alcalde de Barrio de la ciudad en que le daba parte de varias juntas secretas de indios, señalando los lugares de ellas en la ciudad, y los modos de aprehender a los que congregaban.” (CDIP, Tomo III, Vol. 4, p. 198)
Como se lee, el subdelegado Diego García contaba con información del posible estallido de la rebelión, pero no le dio importancia. Teniendo en cuenta que los conflictos violentos eran una práctica constante por aquel entonces —no olvidemos las rebeliones dieciochescas, en especial la de Túpac Amaru II que estaban en el recuerdo junto a otros levantamientos posteriores—, resulta improbable que para el subdelegado la información proporcionada le halla parecido descabellada, por lo que esto puede solo ser explicado por un asunto de dejadez y negligencia, a la cual el cura Jadó calificó como un acto de “estupidez y miedo”.
Otro asunto que se desprende del documento es cómo la rebelión se gestó gracias a la existencia de “varias juntas secretas”, las cuales en el documento se asocian a la participación en ella de indios, aunque en realidad involucró a otros grupos sociales como los curas fray Ignacio Villavicencio y Duran Martel, la familia Rodríguez, Antonio Espinoza “el limeño”, entre otros. Estas reuniones se hicieron en tiendas y casas, espacios políticos desde donde se organizó la rebelión, forjándose el pronunciamiento del agustino Duran Martel, el 18 de febrero, quien redactó una misiva de convocatoria general, en los siguientes términos: “Amados hermanos nuestros; dense noticia a todos los pueblos con esta misma carta sin demora ni disculpa, para que todos estén aquí a las cuatro de la mañana a una misma hora bien animados con escopetas cargadas, ondas, flechas, sables, rejones, puñales, cuchillos, palos y piedras para acabar con los chapetones de un golpe…” (CDIP, Tomo III, Vol. 2. P. 63.)
Como se lee, desde días previos a la rebelión se estaba haciendo un llamado a la población para que se armen con lo que puedan y, a la vez, difundan la convocatoria. Era sábado, cuando los alzados ejecutaron sus amenazas, siendo enfrentados por un grupo de veinticinco hombres armados, por órdenes del subdelegado García. En los siguientes días llegaron más indios, acompañados en algunos casos por sus esposas e hijos, llegando a quince mil alzados aproximadamente procedentes de varios pueblos propios de la Intendencia de Tarma. Por fin, el 22 de febrero fue tomado el puente de Huayaupampa y Huánuco pasó al control de los indios. Los peninsulares huyeron, conscientes de las prácticas violentas que se suscitarían, conocedores de las costumbres propias de los levantamientos indígenas, el subdelegado García no fue la excepción, se fue junto a los oficiales que debían cuidar a la ciudad (CDIP, Tomo III, Vol. 1. p. 266).
Al día siguiente, varios capitanes, la mayoría alcaldes de indios, dirigieron las acciones, ingresando a la ciudad de manera violenta, a pesar de que los chapetones ya se habían retirado, de estos es necesario rescatar a José Contreras que fue catalogado como el principal indio organizador de la toma de Huánuco, importante de ser mencionado puesto que la historiografía tradicional asocia a esta rebelión solo con el criollo José Crespo y Castillo, cuando en realidad él no fue el principal organizador, curas y alcaldes indígenas estuvieron detrás de manera trascendental. El acceso a la ciudad de los rebeldes fue narrado así:
“Que querían registrar las casas de estos (los europeos), y que ningún valiente americano se entrometiese a impedirles amenasandonos con el exterminio… y hechos victimas de su furor, se arrojaron sobre la infeliz ciudad; después de haber empeñado su palabra estos pérfidos, que no harian más que registrar y retirarse: Despues de haber besado la mano a los sacerdotes que casi incados les pedían la guarda de sus propiedades, y después para la mayor seguridad obligaron a don Domingo Berrospi a que tomase sobre si el cargo de Jues, y que en reconocimiento le besaron la mano según su costumbre, olvidaron todo quanto habían prometido quando se hallaron dueños de la ciudad sin la menor resistencia de nuestra parte: savemos Señor excelentísimo como explicarnos. Como si fueran unos leones que buscan la presa o como unos condenados que asi mismos se despedazan, poseídos del furor y de la embriagues, cerrando los ojos a las presas sin ver ni la persuasión ni el clamor, empezaron el saqueo de los Mercaderes y de las casas con tan obstinada sequedad que las del Dr. Don Bartolome Bedoya Fiscal del Cusco, la del Subdelegado, y la de los vecinos del mayor vrio (sic) fueron reducidas al polvo. Solo verlas infunde tanto terror y espanto que se hace increíble.” (CDIP, Tomo III, Vol. 1, p. 282)
Leyendo la descripción, se resalta como a pesar de que los rebeldes prometieron solo “registrar y retirarse” a los criollos, representados por don Domingo Berrospi y a los sacerdotes, lo que ocurrió fue el saqueo a la ciudad, bebiendo alcohol, llenos de furor, destruyendo especialmente las casas de las autoridades como la del subdelegado García y la de otros, seguramente peninsulares, a los cuales los denominó el testigo como los vecinos de “mayor vrio”. Estas acciones se prologaron hasta el día lunes, para destruir los edificios utilizaron piedras y hachas, robaron varios objetos, gritaban y siguió la borrachera, agregó a la narración Berrospi (CDIP, Tomo III, Vol. 1, p. 266). Ni siquiera el templo y convento de San Francisco fue respetado porque pertenecían a loa “europeos” (CDIP, Tomo III, Vol. 1, pp. 282-283). Para los testigos de esa época estas acciones fueron calificadas como irracionales y propia de la naturaleza “idiota” de los indios, debido a su alcoholismo (CDIP, Tomo III, Vol. 2, pp. 480-483).
Sin embargo, los rebeldes actuaron de acuerdo a la cultura política andina, por lo que los saqueos, bailes, brindis, entre otras manifestaciones, formaron parte de una tradición procedente de otras rebeliones.[3] Por otro lado, la destrucción y robos de las casas de la elite de la ciudad tendría un carácter simbólico, por ello, a pesar de la retirada de sus opresores, se aplicaron acciones violentas, porque representó una especie de venganza, búsqueda de justicia y a la vez el poder imaginar una victoria para animar al sostenimiento de la rebelión y tener el apoyo de más reclutas, de allí que en las diversas declaraciones se señale que las casas de los “Europeos”, recibieron los ataques más violentos.[4] Esta propuesta la confirma la siguiente declaración del cura Jadó: “Al saqueo de las casas de los europeos siguieron muchas de criollos dirijiendo las roturas de las puertas los mismos mozos, y mosas de Huanuco que vengavan por mano de los yndios sus particulares agravios…” (CDIP, Tomo III, Vol. 4, pp. 199). Por tanto, no se cree que los alzados fueron simples saqueadores, ladrones, idiotas, bárbaros, alcohólicos, entre otros calificativos, ya que contaron con intereses propios que los llevaron a tomar el arriesgado camino de la insurgencia. Actuar así fue su forma de hacer política por lo que la misma lógica fue aplicada por los rebeldes en pueblos como Ambo, Llata, Chupan, entre otros.
Con el pase de los días, hacia el 16 de marzo de 1812, contando con el financiamiento y con los refuerzos procedentes de Huariaca, el intendente Gonzales Prada marchó sobre Ambo, para iniciar la contracampaña, llegando con quinientos hombres aproximadamente. Estando allí, observaron que los puentes de Huallaga y Huacar estaban destruidos y recibieron comunicaciones amenazantes de la Junta de Huánuco de que si marchaban a la ciudad serían atacados por cinco mil hombres. Sin embargo, el intendente hizo caso omiso de estos mensajes y ordenó la reconstrucción del puente de Huacar.
A pesar de lo difícil que fue realizarlo, ya que el cerro cercano al puente estaba dominado por los indios rebeldes, lo lograron. Este objetivo fue posible puesto que los rebeldes prácticamente se encontraban desarmados, contando con una escopeta y un cañón de maguey, siendo ahuyentados por la capacidad bélica superior con la que contaba el intendente, compuesta de aproximadamente seiscientos infantes armados de fusil, ciento cincuenta lanzas, cien hombres de caballería, con pistola y espadas, cuatro cañones de montaña y las correspondientes municiones. Bajo estas circunstancias, finalmente el 18 de marzo, los rebeldes acantonados en el cerro y teniendo un mayor número de participantes, fueron derrotados por las fuerzas del intendente, precisamente por su carencia de armas, huyendo la mayoría a la llanura de Ayancocha.
El enfrentamiento dejó un saldo de aproximadamente doscientos cincuenta bajas, con un mayor número de muertos y heridos del lado rebelde, ya que del realista murió solo uno y tuvieron cinco heridos, uno de bala y los demás por piedras. Luego de esto se les ofreció el perdón o indulto -a aquellos huanuqueños que deseaban volver a la causa del rey “porque no era guerra entre paisanos”-, pero pocos aceptaron debido a que no confiaban en que se respetaría. Tras este triunfo, el 21 de marzo ingresaron las fuerzas del Virrey a la ciudad de Huánuco, comandados por el intendente Gonzales Prada, siendo recibidos por el cabildo, el clero y los prelados. Nuevamente Berrospi, cargando una bandera blanca -como lo hizo con los insurrectos semanas antes-, les dio la bienvenida. Entonces, la rebelión fue derrotada atrapándose a los pocos días a los considerados como los más importantes líderes y participantes.
Aunque las condenas fueron variadas -indultos, cárcel, trabajos forzados, destierros, entre otros-, hubo sólo tres sentenciados a muerte: José Crespo y Castillo y José Rodríguez, líderes del bando criollo y Norberto Aro, al que los rebeldes llamaban “Tupamaro”, por el lado indígena. La violencia que demandó sus condenas encarnó una estrategia aleccionadora de parte del gobierno para evitar nuevos levantamientos que pudieran hacer peligrar el poder oficial, como años antes sucedió con Túpac Amaru II y su familia. De esta manera, antes de la llegada de las corrientes libertadoras de San Martín y Bolívar, en las regiones los peruanos estaban cuestionando a las autoridades españolas por lo que levantamientos como el de Huánuco nos demuestran las aspiraciones por lograr cambios, formando parte del proceso que terminó por alumbrar la Independencia del Perú que de ninguna manera fue “concedida”. En realidad, el camino de la lucha por la libertad involucró a todos aquellos americanos que imaginaron un mundo mejor sin el rey español.
[1] Para realizar este trabajo se utilizó las fuentes de la Colección Documental de la Independencia del Perú. Tomo III (CDIP).
[2] El concepto revolución en el sentido de sedición, en momentos en el que recién se estaba politizando dicho término gracias a la conmoción del nuevo lenguaje político post revolución francesa.
[3] Al respecto es muy interesante el estudio de Szeminski, donde se explica los hechos de violencia de la población indígena en las rebeliones.
[4] El antropólogo Geertz demuestra como las personas tienen proyecciones simbólicas a partir de sus propiedades. Además, si bien pudo haber delincuentes, la mayoría de los rebeldes eran pobladores dedicados al trabajo honrado, por lo que, hasta el robo de objetos, probablemente, también tuvo un sentido simbólico de justicia.
Deja el primer comentario sobre "La rebelión de Huánuco: un movimiento del proceso de la independencia peruana"