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Revista Ideele N°297. Abril 2021Hace tantos años que los peruanos repetimos lo mismo después de elecciones que ya parece un disco rayado y no una reflexión válida, porque además la olvidamos pocos meses después. Si miramos el pasado, nos encontramos que, por lo menos desde el final de la Guerra del Pacífico en el siglo XIX, algunos intelectuales –primero González Prada y luego Mariátegui, Belaunde y Haya– gritaban a todos los vientos que teníamos un problema, en ese entonces, con nuestra población indígena. Así como avanzó la migración a las ciudades y el mestizaje, ya no eran ellos, sino la clase baja que nunca mereció la atención de los gobiernos y que tuvieron que arreglarse solos y, para subsistir, crearon la informalidad, que hoy estudian los economistas y demás científicos sociales.
Entre golpes de estados y gobiernos elegidos (por hombres –y no por mujeres hasta 1955– que supieran leer y escribir) llegamos hasta principios de los sesenta en que Belaunde fue elegido enarbolando la necesidad de una gran reforma que fracasó entre otras razones por la obstrucción concertada por el Apra unida con quien había sido su mayor enemigo, el odriísmo.
El fracaso belaundista resultó en el golpe de Velasco y el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada. ¿Alguien se preguntó por qué? Lamentablemente, se cree que eso nació del resentimiento social de Velasco y pocos se percataron que en la historia las revoluciones no son el resultado del capricho de un general, sino que tienen causas más profundas que, en el caso peruano, fueron el resultado de la acumulación de la explotación y abusos de un sistema feudal en pleno siglo XX. Mas el gobierno de Velasco también fracasó, enseñándonos que las revoluciones no se pueden hacer desde arriba y las reformas agraria, educativa y otras no tuvieron el resultado esperado y causaron mayor miseria. Después de que Morales Bermúdez convocara a la Asamblea constituyente, luego a elecciones y, finalmente, asumiera nuevamente Belaunde, empezaron las acciones de Sendero luminoso que, contra la interpretación miope, respondían al nuevo fracaso reformador. En pocas palabras, somos responsables de nuestras propias miserias, en especial la clase dirigente, que nunca ha mirado más allá de sus narices, ni ha tratado de construir un país viable.
El resultado de la primera vuelta de las elecciones recientes ha sido influido por la pandemia. ¿Qué duda cabe? Mas es también consecuencia de nuestra incapacidad para responder a situaciones que se están repitiendo desde hace varios procesos electorales, por lo menos desde el 2006, quizá con la excepción del 2016 en que la mayor votación se concentró en dos partidos de derecha, probablemente, como resultado del gobierno de Humala, quien tampoco hizo las reformas que ofreció para ser elegido. En el fondo, tenemos una gran cantidad de peruanos descontentos y a los que no se les puede vender las cifras de la reducción de pobreza, por la sencilla razón de que pueden ver con sus propios ojos las grandes desigualdades.
También en Chile, un país con un proceso económico más adelantado que el nuestro, el problema ha terminado por emerger. Si queremos que los resultados electorales no se repitan y el Perú salga adelante, tenemos que hacer importantes reformas y las clases más altas hacer concesiones que, aunque no nos demos cuenta sólo nos beneficiarán en el largo plazo. Eso implica reducir las utilidades en aras de una mayor igualdad. Programas sociales que no repartan pescado, sino que enseñen a pescar, salvo los casos de pobreza extrema en que el Estado tiene que estar presente buscando siempre caminos que ‘enseñen a pescar’ si bien requieran pasar por ‘repartir pescado’ al comienzo.
Como tantas veces se ha repetido, los dos ejes principales son salud y educación. En estos tenemos que poner nuestro esfuerzo y el sector privado no solo poner su granito de arena, sino apoyar e incluso liderar.
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