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Revista Ideele N°258. Marzo 2016José Luis Rénique. Incendiar la pradera. Un ensayo sobre la revolución en el Perú. Lima: La Siniestra Ensayos, 2015. 227 pp. ISBN: 978-612-46985-0-7
José Luis Rénique. Imaginar la nación. Viajes en busca del “verdadero Perú” (1881-1932). Lima: Congreso de la República, Instituto de Estudios Peruanos, Ministerio de Cultura, 2015. 514 pp. ISBN: 978-9972-51-526-2
¿Es posible sugerir continuidad entre Manuel Gonzáles Prada, tribuno peruano de fines del siglo XIX, y Abimael Guzmán, el dirigente máximo de Sendero Luminoso? El trabajo del historiador José Luis Rénique lleva a pensarlo, a partir de ese reiterado interés suyo en seguir cuidadosamente la pista del pensamiento radical en el Perú. Sus dos productos más recientes contribuyen decisivamente a ese propósito.
Incendiar… pasa revista, primero, al periodo que inicia González Prada luego de la derrota peruana en la guerra con Chile y da lugar al surgimiento de un movimiento obrero nutrido por el anarquismo. A partir de allí se desarrolla en profundidad en la escena peruana una reflexión sobre el país que desemboca, por un lado, en la constitución del Partido Aprista y, por otro, en el surgimiento del Partido Comunista; importante actor político durante varias décadas, el primero; círculo de cuadros, el segundo, en definitiva sometido a los dictados de la Tercera Internacional.
La siguiente etapa del radicalismo historiado en el libro se desenvuelve a comienzos de los años sesenta del siglo anterior y también ofrece dos vías. Una es la del foco guerrillero, patrocinado desde La Habana y encendido efímeramente en grupos que fueron aniquilados por las fuerzas armadas. La otra, liderada por el trotskista Hugo Blanco, organizó sindicatos campesinos que en Cusco dieron comienzo a la demolición del orden latifundista. A fines de esa misma década, el gobierno militar encabezado por el general Velasco Alvarado impuso un conjunto de transformaciones radicales –incluida una drástica reforma agraria– que eran aquellas que los grupos civiles no habían podido llevar a cabo. La respuesta a ese desafío reformista es la “nueva izquierda” que, como apunta Rénique, realizó entonces un tránsito “del guerrillerismo al campesinismo”.
La convocatoria a una asamblea constituyente, en 1978, llevó a esa izquierda al juego político institucional en pos de un lugar en aquello que Abimael Guzmán despreciaba como el “establo parlamentario”, expresión que se prestó de Lenin. Sumados, los diferentes grupos izquierdistas reclutaron el voto de casi 30% del voto válido: FOCEP 12.3%, PSR 6.6%, PCP 5.9%, UDP 4.5%. En las elecciones municipales de 1980 y 1983, la izquierda ganó importantes posiciones. Pero en el nivel de las elecciones presidenciales los grupos –en perpetua contienda de unos contra otros que impidió siempre la unidad– empezaron su declinación. En 1980 Abimael Guzmán toma la posta e “incendia la pradera” hasta 1992, cuando fue detenido y su movimiento entró en una espiral descendente hacia una relevancia cada vez menor.
El primer libro de Rénique permite seguir ese proceso a lo largo de un siglo, de manera tan sintética como precisa que pone de manifiesto, en la izquierda, su incapacidad de asimilar la experiencia como aprendizaje. El segundo libro se circunscribe a cinco décadas para examinar en ellas los “viajes” –en algunos casos literales y en otros figurados– que nueve intelectuales peruanos realizaron en busca de un Perú auténtico, a partir de su rechazo del limeño país oficial, de espaldas al primero.
González Prada (1844-1918) es, por cierto, el patriarca de esos exploradores, que constató “una nación desarticulada, sin clases ni intereses firmes” (p. 64). Su influyente trayectoria se dirigió progresivamente al abatimiento: “Cuando se vuelve a Lima, después de residir algún tiempo en una ciudad moderna, se sufre tal depresión y tal desaliento […] Vivo, muerto ¿no da lo mismo aquí?” (p. 73). En el campo de la producción literaria, Rénique ubica a Clorinda Matto de Turner (1852-1909) como la escritora que a partir de Aves sin nido convierte al indio en protagonista en una sociedad “con civilización a medias” (p. 127). Matto optó por irse del país en 1895 y murió en Buenos Aires. Enrique López Albújar (1872-1966) imaginó un “despertar” del “alma adormecida del indio” en los varios cuentos y novelas que escribió al tiempo de desempeñarse como juez en diversas provincias. En Matalaché el narrador incorporó al negro esclavo en el elenco de nuevos actores reconocidos en la vía literaria, ya que no en la política.
Ventura García Calderón (1886-1959), que en Europa nació, vivió la mayor parte de su vida y murió, encabeza el siguiente agrupamiento de “viajeros”. Pese a su exilio voluntario, para escribir novelas y cuentos escogió el mundo andino, que contrapuso a la “impotencia criolla” (p. 180), a la que caracterizó como hipócrita y frívola, predominante en Lima, “ciudad heredera de inquisidores” (p. 181). Distinta fue la relación con el Perú de José de la Riva-Agüero y Osma (1885-1944), un académico limeño que realizó un largo viaje por el interior del país, condensado en Paisajes peruanos, un libro prestigiado. También un miembro de las clases altas, él constató en el país la carencia de la “homogeneidad étnica”, de un “fecundo ideal colectivo” y de una “vida intelectual intensa y concentrada” (p. 204). Puede considerarse algo forzada la opción de Rénique de incluir en este mismo grupo a Abraham Valdelomar (1888-1919); escritor de éxito y atildado cultor de la vanidad –expresada en su petulante apotegma “El Perú es Lima, Lima es el jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo” –, no ahorró críticas para un medio citadino donde nada es “rematadamente bueno ni desoladoramente malo” (p. 269). Murió prematuramente sin haber intentado un “viaje” de búsqueda seria del país.

Una identidad nacional frágil o inexistente, un orden social profundamente discriminatorio y un ambiente mediocre, superficial y palabrero donde la crítica al poder escasea, son los hallazgos en los que concuerdan la mayoría de los ‘viajeros’ escogidos.
El último trío de Imaginar… está integrado por “viajeros” cuya reflexión estuvo estrechamente ligada a la política. Luis E. Valcárcel (1891-1987) se convirtió en padre de la antropología peruana luego de ver frustrada una corta carrera política; José Carlos Mariátegui (1894-1930), el autodidacta que desde sus inicios como cronista ha llegado a ser el pensador marxista adoptado por toda la izquierda nacional; Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), fundador y líder vitalicio del Partido Aprista. Rénique entreteje para cada uno el curso de la reflexión con el compromiso político que sólo en el caso de Haya produjo resultados considerables y con quien nuestro autor se muestra especialmente crítico.
Una identidad nacional frágil o inexistente, un orden social profundamente discriminatorio y un ambiente mediocre, superficial y palabrero donde la crítica al poder escasea, son los hallazgos en los que concuerdan la mayoría de los “viajeros” escogidos. Pese a que sus “viajes” cubrieron porciones limitadas del país real, tales constataciones, además de precisas, resultaron perdurables.
La búsqueda de Rénique puede ubicarse en la admisión formulada por el historiador español José Álvarez Junco: “lo que he buscado es comprender el presente, comprender el mundo en el que he vivido y el mundo en el que vivo actualmente. Para ello lo que he hecho ha sido mirar hacia atrás para interpretar el hoy a través de acontecimientos del pasado. A mí no me interesa el pasado en sí mismo, me interesa el presente. […] y lo que yo he intentado hacer es ajustar cuentas con mi pasado”.
Es difícil evitar que la pasión contamine esa búsqueda pero los buenos historiadores saben sortear la dificultad. Es el caso de José Luis Rénique, que con estos dos volúmenes acaso culmine un ciclo en el que ha seguido la pista del pensamiento radical y de los intelectuales peruanos que lo acunaron y de aquellos otros que buscaron una opción alternativa. Estrechamente vinculados a esa ruta se encuentran otras importantes contribuciones suyas como La batalla por Puno y La voluntad encarcelada. Con tales antecedentes, se echa de menos que Imaginar… no incluya un capítulo que proponga cuenta y balance de esos “viajes” en los que la frustración, el desencanto y el autoexilio aparecen con frecuencia. Entender más claramente aquello que los “viajeros” no encontraron puede iluminarnos en la comprensión de este país difícil. Pero los trabajos de Rénique han echado ya mucha luz en esa dirección.
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