Con Julio Guzmán fuera de la campaña, Verónika Mendoza está a 5 o 6 puntos porcentuales de Pedro Pablo Kuczynsky. Eso no es nada. Además, hay todavía un alto porcentaje de votantes que no la conoce (a diferencia de Kuczynski), y ya que ahora está empatada en el tercer lugar, definitivamente la conocerán y por tanto no solo es posible sino probable escalar posiciones. De manera que un par de frases bien dichas que apelen al sentido común, alguna alianza provechosa y un golpe de suerte podrían fácilmente llevarla a la segunda vuelta y, quién sabe, a ganar las elecciones.
Se abre una puerta, una oportunidad… pero no hay que apresurarse a entrar. Al inicio de esta elección, algunos viejos izquierdistas con los ojos en las encuestas pidieron entre gritos y lágrimas la unificación de la izquierda. Sin embargo, el Frente Amplio resistió la tentación de hacer alianzas que si bien sumaban votos, podían minar la credibilidad de un proyecto político que ha acompañado coherentemente a las luchas sociales del país. Gracias a decisiones como esta y a un giro inesperado de la fortuna, ahora Verónika Mendoza está donde está, y por eso mismo este es el momento de no apurarse y de seguir demostrando constancia y consistencia. Recuérdese que llegar al estado no asegura que uno pueda cambiar las estructuras de poder. Y recuérdese qué pasó con esos viejos políticos de izquierda que en el 2011 apoyaron a Humala queriendo evitar los purismos ideológicos a fin de llegar al estado bajo la consigna de hacer algo en vez de nada. Fueron expectorados en los primeros meses del gobierno “nacionalista” y tuvieron que ver por televisión cómo su candidato iba incumpliendo una por una sus promesas moderadas.
El error principal de la lógica electorera es creer que un proyecto político debe estar supeditado a las elecciones, las cuales son poco más que un concurso de agradar a la masa mediante imágenes y sound bites. Cuando uno entra en esta lógica, los errores abundan. Hay errores que se advierten de inmediato, como cuando una ex alcaldesa se alía con un ex ministro del interior. Hay otros que se hacen evidentes luego de 5 años: Toledo, García y Humala hicieron las alianzas necesarias para llegar al poder, pero nunca pudieron o quisieron ejercerlo y tanto ellos como sus partidos son hoy historia antigua. No obstante, si uno piensa que las elecciones son solo un momento dentro de un largo proceso, entonces se puede analizar la situación con la misma calma que se advierte en la voz de Verónika Mendoza.
Comencemos diciendo que las cosas no van mal para la campaña del Frente Amplio. Se han conseguido suficientes votos para evitar la pérdida de la inscripción y seguramente se ocuparán escaños en el próximo congreso. Esto ayudará a que las ideas del partido sigan teniendo cierta exposición mediática y se vaya haciendo visible una nueva posición de izquierda. Las cosas no van mal, pero tampoco van demasiado bien. El Frente Amplio ha crecido en la clase media urbana pero no ha hecho lo mismo en el ámbito rural ni en los sectores socioeconómicos más bajos. Verónika Mendoza se encuentra así en la engorrosa posición de ser una candidata de izquierda que no cuenta con el apoyo mayoritario de los más pobres.
Para algunos, esto se debe a que los medios de comunicación le juegan en contra. No les falta razón, pero a Ollanta Humala los medios también le eran adversos. Para otros, se debe a las debilidades de la candidata: algunos de sus simpatizantes creen que Verónika Mendoza debería ser más firme, más canchera, más conchuda para enfrentarse a los medios de comunicación. Rosa María Palacios (que no es para nada una simpatizante) recoge algo de este fastidio con la candidata cuando sostiene que esta “habla como ‘paper’ de ciencias sociales”. Tampoco aquí falta algo de razón, pero creo que los problemas de Verónika Mendoza son más profundos y que son los mismos de la izquierda peruana.
En lo que sigue, haré un análisis de las limitaciones del discurso político de Verónika Mendoza para finalmente abordar de otro modo el tema de su (falta de) carisma. A diferencia de lo que se cree, no es que por un lado está lo carismático y por el otro la argumentación de ideas. En buena medida lo carismático (incluso lo que se llama ser canchero o conchudo) es el efecto de una buena construcción política.
La eterna pregunta de Venezuela
Verónika Mendoza ha dicho una y otra vez que Venezuela no es una dictadura sino una democracia débil. A pesar de las violaciones a los derechos humanos, Venezuela sigue siendo para ella una democracia porque el chavismo ha obtenido su poder a través de varios procesos electorales. Además, el régimen chavista ha respetado mal que bien sus derrotas en las urnas, como cuando perdió el referéndum para cambiar la constitución (2007) o los últimos comicios para el congreso. Luego de subrayar estos hechos, Verónika Mendoza redirige la pregunta por Venezuela hacia el Perú: ¿por qué los medios de comunicación se preocupan tanto por las violaciones a los derechos humanos en Venezuela en vez de preocuparse por los derechos humanos acá?, ¿por qué no preguntarse si el Perú es realmente una democracia debido a todas las muertes en los conflictos sociales?
La respuesta me parece elegante pero a los medios no les basta y seguirán con la pregunta hasta que ella diga: “Venezuela es una dictadura sangrienta. Perú es un lindo país democrático”. Y si alguna vez ella profiere una estupidez como esta, le replicarán entonces: “Usted se ha demorado demasiado en responder lo evidente. Usted no es una verdadera demócrata”. En este sentido, hay que aplaudir a Verónika Mendoza por no haberse doblegado ante la maquinaria ideológica del sistema. Aunque también hay que admitir que a la candidata del Frente Amplio no se le nota demasiado cómoda con la pregunta. En mi opinión, esto no se debe solamente a que ella sabe estar sosteniendo un argumento que los medios de comunicación consideran una herejía democrática. Esto se debe además a que hay algo que no le cuaja al decir que Venezuela es después de todo una democracia.
En realidad, lo que le falta a Verónika Mendoza y a su equipo político es desarrollar un concepto de democracia distinto a aquel que manejan los medios. En uno de los mejores artículos que he leído sobre Venezuela, Rocío Silva Santisteban se reúne con varias organizaciones sindicales venezolanas perseguidas por el régimen chavista1. Para estas organizaciones, la izquierda internacional se equivoca en apoyar al chavismo ya que este ha perseguido sistemáticamente al movimiento sindical. Si bien los sindicatos cobran un gran impulso con el ascenso de Chávez al poder, finalmente este se distancia de aquellos para realizar no un gobierno de izquierda sino la militarización de la sociedad. Este sería un buen punto de partida para repensar el chavismo y la democracia. ¿Se puede realmente decir que un régimen es democrático cuando, a pesar de ganar las elecciones, se desconecta del movimiento y las organizaciones sociales igualitarios?
Según Jacques Rancière, la democracia no es ni una forma de gobierno ni la forma de elegir un gobierno2. La democracia no es ni la división de poderes ni la repartición de la riqueza ni la celebración de elecciones. La democracia se da cuando una parte de la sociedad que no formaba parte en las decisiones comunitarias exige participar de estas decisiones en nombre de la igualdad. En otras palabras, la democracia ocurre cuando la parte-sin-parte (digamos, los excluidos) se adjudica el derecho de hablar por toda la sociedad y exige una nueva repartición del bien común. O para ser aún más claro, la democracia ocurre cuando los que no son nada se autodenominan el pueblo y quieren serlo todo.
Volviendo a Venezuela, si el gobierno chavista gana las elecciones e incluso reparte algo de la riqueza en el país, esto no quiere decir que sea una democracia. Un gobierno democrático no es un gobierno que decide sobre lo que supuestamente desea el pueblo. Un gobierno democrático incluye al pueblo en la toma de decisión. Llegamos así a la conclusión de que ni Venezuela ni Perú son democracias fuertes. Cierto, esto ya está implícito en el discurso de Verónika Mendoza cuando afirma que el déficit democrático de Venezuela no es muy distinto del que tenemos nosotros. Pero lo que se gana con este trabajo en los conceptos políticos es poder operar a cierta distancia de una maquinaría ideológica que se sirve del nombre de democracia para justificar el poder económico. Siguiendo a Sheldon Wolin, llamaré democracia administrada a este sistema en que los medios de comunicación intentan formar un consenso alrededor de instituciones “democráticas” detrás de las cuales se despliega una voluntad antidemocrática3.
Con esto no pretendo haber resuelto el problema de Venezuela o de la democracia. Me limito a esbozar de manera incipiente un problema a trabajar. Pero es importante hacerlo ya para no caer en el juego de una democracia administrada que asume que ser elegido por una mayoría le da a un presidente el derecho a actuar según los intereses de diversos grupos económicos, como lo han hecho sucesivamente Humala, García, Toledo y Fujimori. A fin de cuentas, lo que está en juego para la izquierda es una idea clara de lo que significa una victoria del pueblo. Si se carece de esta idea, se cae demasiado fácilmente en el juego de la democracia administrada o en el oportunismo de aplaudir a un “gobierno de izquierda” simplemente porque tiene programas sociales, retórica de clase y banderas rojas.

Hay que aplaudir a Verónika Mendoza por no haberse doblegado ante la maquinaria ideológica del sistema. Aunque también hay que admitir que a la candidata del Frente Amplio no se le nota demasiado cómoda con la pregunta sobre Venezuela.
Así, el problema de Verónika Mendoza ante la pregunta por Venezuela es en el fondo una incomodidad difusa ante aquello que no se ha pensado lo suficiente. Lo que la gente llama canchero o conchudo es la seguridad para sostener ideas poco aceptadas. Y esto no tiene que ver tanto con la pendejada como con la seguridad que viene de trabajar un problema a fondo. La concha puede ayudar a Acuña a repetir que nunca ha plagiado a nadie, pero ya se ha visto que eso tiene patas cortas. Solo el trabajo sostenido le da a uno la seguridad para enfrentarse a ese sentido común ideológico que se regodea en proclamar que la tierra es y solo puede ser cuadrada.
El pueblo ausente
El Plan de Gobierno del Frente Amplio es el más progresista que hay en estas elecciones. En la Presentación se advierte al lector que este documento no es letra muerta sino “un proceso de creación vivo” que, para ponerse en práctica, “tendrá que potenciarse desde la acción gubernamental misma y con la movilización organizada de la sociedad”. No creo que pueda haber mejor definición de un gobierno democrático. Más que simplemente redistribuir la riqueza a la población en general, un gobierno del Frente Amplio buscaría actuar conjuntamente con “la movilización organizada”. En los términos de nuestra tradición política moderna, el partido busca forjar un estado que gobierna con el pueblo.
Aquí es importante diferenciar el pueblo de la población. Como lo recuerda Ernesto Laclau, la población es una categoría sociológica mientras que el pueblo es una categoría política4. En sentido estricto, el pueblo no existe, lo que existen son diferentes grupos de población. El pueblo es solo una construcción discursiva, o mejor, una ficción. Lo cual no impide que, en la modernidad al menos, toda acción política se realice en su nombre. Por más totalitario que sea un gobernante, este jamás admitirá estar actuando contra la voluntad popular. Digámoslo así: el pueblo es una ficción política que unifica las distintas demandas democráticas de la población en un Nosotros (el pueblo) contra un Ellos (los ricos). En la vieja tradición marxista, el proletariado era la encarnación del pueblo. Un gobierno comunista debía potenciar los esfuerzos existentes del proletariado (las fuerzas productivas) por dejar atrás el modo de producción capitalista (las relaciones de producción) a fin de permitir el despliegue de las asociaciones de trabajadores libres. En otras palabras, debía desencadenar las fuerzas productivas del pueblo (Nosotros) que estaban siendo reprimidas por los capitalistas (Ellos). A esto aludía la consigna “Todo el poder para los soviets”, pocas veces llevada a la práctica por la vocación estatista de tantos “gobiernos comunistas”.
Dicho esto, ¿cuál sería ese grupo social que para el Frente Amplio ocupa el lugar del proletariado?, ¿cuál es el rostro de su pueblo? Por la trayectoria de sus dirigentes, se podría decir que, para el Frente, las comunidades indígenas ocupan ese lugar: ellas serían las principales víctimas del modelo extractivista primario-exportador. De hecho, en su Plan de Gobierno este partido esboza cómo se protegerían a las comunidades de la actividad minera. Sin embargo las comunidades no están para el Frente Amplio en la misma posición que el proletariado para los partidos comunistas, o el campesinado para el gobierno revolucionario de Velasco. Una cosa es proteger y otra desencadenar: una cosa es regular y limitar la manera en que las comunidades son afectadas por la minería y otra muy distinta desarrollar la potencialidad de las comunidades inhibidas por el modelo extractivista. Para ser aún más claro, el proletariado comunista y el campesinado de Velasco estaban en una posición activa y heroica mientras que las comunidades indígenas están para el Frente Amplio en una posición pasiva y de víctima.
No estoy acusando al Frente Amplio de asumir una actitud paternalista frente a las comunidades. Simplemente señalo que no está privilegiando en su discurso la dimensión afirmativa de la política. En otras palabras, si no va Conga, si no va Espinar, qué es lo que finalmente va. ¿Cuál es el deseo de las comunidades que se emanciparía con un eventual gobierno del Frente Amplio? Pero más importante aún, ¿de qué manera este deseo refleja los deseos de las otras demandas democráticas en el Perú?, ¿de qué manera la lucha de las comunidades indígenas contra el extractivismo y el neoliberalismo es emblemático de las distintas luchas en el país?
Algunos dirán quizás que el grupo emblemático del Frente Amplio es más bien los pulpines. Después de todo, fueron las marchas contra la ideología del “cholo joven y barato” las que dieron a Verónika Mendoza mayor notoriedad. Y buena parte de los que la apoyan en estas elecciones son jóvenes urbanos de “la clase media ilustrada”. No dudo que esto sea así, pero el problema es el mismo. ¿Qué ha hecho el Frente Amplio para hacer que la lucha de los pulpines sea “la madre” de las luchas peruanas? En resumen, ¿qué ha hecho este partido para construir el pueblo?
Ahora bien, ¿por qué se tiene que recurrir a esa ficción?, ¿por qué es necesario apelar a una entidad insustancial? Porque, como lo sugiere Ernesto Laclau, la construcción del pueblo es el gesto básico de la política. Un gran triunfo de la derecha en los noventa fue hacer del empresario informal el representante del pueblo. En los escritos de Hernando de Soto, pero también en los discursos de Vargas Llosa y Fujimori, el empresario informal era emblemático del Nosotros popular contra el Ellos de la burocracia estatal. En los ochenta los Chapis podían cantar: “Ambulante soy, proletario soy”. Pero en la siguiente década esta fórmula devino caduca cuando la derecha redefinió al pueblo como el empresariado libre contra “el ogro filantrópico”. Y lo que le falta a la izquierda peruana en este nuevo siglo es un gesto propiamente político. Lo que le falta es arriesgarse a re-construir el pueblo.
Un gran error de la izquierda ha sido cambiar la política por la ética. En parte debido al miedo a ser acusada de totalitaria, la izquierda tiende a inhibirse de la operación “totalizante” de construir un pueblo desde la multiplicidad de grupos de población; y en cambio tiende a asumir una función normativa, reguladora: proteger a las comunidades indígenas, resguardar los derechos de las comunidades LGTB, luchar contra el racismo, etc. Cierto, el Frente Amplio no se limita a esta función: ya hemos visto que en su Plan de Gobierno apunta a un nuevo modelo económico así como a una nueva forma de gobernar. Pero digamos que la sombra de la ética inhibe algo de esa dimensión prometeica que la izquierda necesita a gritos.

Verónika no debe hacer caso de los análisis políticos regidos por una lógica electorera o de marketing político. Debe concentrase en hacer un esfuerzo más por unificar las luchas del país alrededor de una idea política.
De vuelta al carisma
Ahora sí podemos volver a la dimensión carismática de Verónika Mendoza. Ya hemos visto que se le critica que no es suficientemente canchera, que es demasiado acartonada, que habla como funcionaria de una ONG, que no conecta con la gente de carne hueso. Pero hay algo que no se ha dicho: Verónika Mendoza no parece una tradicional candidata de izquierda. Y no lo parece porque le falta ese plus de indignación y de violencia que derrochaban esos viejos líderes como Vladimir Lenin o Javier Diez Canseco. No hay en Verónika Mendoza ese tono de voz que transmite que uno no puede ni quiere tolerar la injusticia y que en cualquier momento puede llegar la gota que derrama el vaso. Con esto no quiero decir que los viejos líderes de izquierda fueran todos violentistas. Pero aunque fuesen pacifistas, tenían ese tono que sugería acciones fuera de la legalidad. Piénsese en Bernie Sanders, el candidato socialista de EEUU, quien jamás ha realizado un acto violento en su vida pero en su voz se hace palpable un odio visceral contra la injustica y una impaciencia con el hecho de que no haya sido corregida todavía.
Desde el otro lado del espectro político, se aprecia algo similar. Por un lado, Keiko Fujimori nos asegura que está realizando una purga democrática del fujimorismo a lo Marine Le Pen con el Front Populaire. Pero por el otro, algunos gestos de su rostro aunados a cierta firmeza en su voz nos sugieren que ella está dispuesta a exceder las reglas del juego democrático para resolver los problemas urgentes del país. Se podría decir incluso que ni la voz ni los gestos son necesarios porque Keiko tiene en su “activo político” el recuerdo de que su padre “supo violar la ley para hacer lo correcto”. Así, mientras Keiko juega la carta de la limpieza democrática para los medios de comunicación, el recuerdo de los actos antidemocráticos de su padre le susurra al votante cansado con la indecisión de al clase política para luchar contra (por ejemplo) la criminalidad, que ella sabrá mancharse las manos.
Volviendo a Verónika Mendoza, no hay en ella este impulso extralegal que se asocia al radicalismo de izquierda(o al de la derecha). Hay por el contrario un tono tranquilo y pedagógico que garantiza el apego a las reglas. Esto tiene que ver en parte con su carácter. Pero también está relacionado a la inhibición ética contra el gesto político fundamental. Recuérdese que construir un pueblo es delinear un Nosotros para oponerlo a un Ellos. Y esto de por sí trae consigo el tono de lucha.
Hay que decir, sin embargo, que el tono de la izquierda contemporánea tiende a ser menos confrontacional. Dejando de lado a Bernie Sanders (que es de otra generación), Pablo Iglesias y Marco Enrique Ominami son más cordiales, más sonrientes. Esto puede ser muy bueno. Si la vieja izquierda podía odiar los obstáculos a los deseos del pueblo, la nueva izquierda privilegiaría la solución. La vieja izquierda supo movilizar el odio de los campesinos contra los gamonales, pero le faltó una idea de clara de lo que había que hacer después. No está mal por tanto que la izquierda contemporánea tenga un estilo menos beligerante, que no elimine a rajatabla la posición del contrario, que no tenga enemigos sino adversarios, que se enfoque menos en bajar el cielo a la tierra que en soluciones prácticas igualitarias. Todo eso está muy bien. Se trata de movilizar no solo a los más oprimidos e indignados sino a la masa de inconforme con el sistema. Pero toda la “buena vibra” que pueda tener un Pablo Iglesias no evita que finalmente hable de la gente contra la casta ni que en su discurso inaugural en el Congreso de los Diputados haya denunciado en pie de lucha a la “oligarquía” y “el conformismo neoliberal”.
Entiéndase bien. No estoy diciendo que Verónika Mendoza deba dejar atrás su calma y sus sonrisas para ser más beligerante. Tampoco que deba esmerarse en desarrollar su buena vibra. Estoy diciendo que no debe hacer caso de los análisis políticos regidos por una lógica electorera o de marketing político y que debe concentrase en hacer un esfuerzo más por unificar las luchas del país alrededor de una idea política. Que debe concentrarse, es decir, en construir un pueblo. Y estoy diciendo que cuando finalmente lo haga, el fuego de la lucha se asomara en su voz, o en cualquier caso, sus detractores se encargaran de hacerlo parecer así. Friedrich Nietzsche decía que un gran hombre es como las aguas de una catarata: mientras más se acerca a su objetivo, más lento parece avanzar. Verónika Mendoza y los militantes del Frente Amplio deben tener muy presente esta máxima ahora que se les presenta una oportunidad seria de pasar a la segunda vuelta.
1Rocío Silva Santisteban, “Noticias del Orinico”. http://www.derechos.org.ve/2015/09/23/rocio-silva-santisteban-noticias-d… . 23 de septiembre 2015.
2Jacques Rancière, El desacuerdo. Nueva Visión. Buenos Aires, 1996.
3SheldonWolin, DemocracyIncorporated: ManagedDemocracy and theSpecter of InvertedTotalitarianism. Princeton UniversityPress. New Jersey, 2008.
4Ernesto Laclau, La razón populista. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 2005.
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