No conocemos el caso de ningún director latinoamericano que haya ganado tantos premios en un mismo festival, y menos si se trata del Festival de Cannes. El cineasta colombiano César Acevedo lo ha logrado. Este año su película La tierra y la sombra ha ganado tres premios de la Semana de la Crítica, además de la Cámara de Oro, el SACD de la Sociedad de Autores, Le Petit Rails D’or que es el premio del público y el France 4 Visionary Award que es el premio Revelación. En el Festival de Lima acaba de recibir el premio a la mejor fotografía.
Empiezas a escribir tu guion muy joven, desde que saliste del colegio.
Sí, a los 19 años empecé a escribirlo y a los 20 lo terminé. De allí he estado reescribiéndolo y corrigiéndolo. Entré a la Universidad del Valle, en Cali, a los 16 años a estudiar periodismo. El guion fue mi trabajo de grado y la primera tesis laureada en 30 años.
La inspiración para realizar La tierra y la sombra parte de un hecho triste: la muerte de tu madre.
La historia nació a raíz de ello. Yo vivía con ella y me quedé solo, y traté de recuperar a través del cine a las personas que me interesan. Para mí la película es un duelo para despedirme de una persona que amaba mucho. La hice para conocerme, asumir que soy una persona triste en muchos sentidos y en mi visión del mundo. También para sanar mis heridas y hacer un duelo. Al finalizar la película logré despedirme de mi mamá y dejarla en esa sombra a la que aludo en el título.
La película es conmovedora. Siendo minimalista, no es para nada fría.
Quería apuntar más a los sentimientos que a los acontecimientos, pero no quería que se volviera melodramática. Ya era muy cruel y triste la situación para dramatizar más. En los personajes hay una parquedad gestual combinada con ternura. Ese tratamiento minimalista tiende a la desdramatización. No quería hacer un melodrama sino contar la historia de otra manera.
Logras combinar el cine de autor con la universalidad de los sentimientos. Algo que no muchas veces se alcanza.
La gente se conecta. La película los hace pensar en ellos, en sus familias, en sus tierras. Habla de un dolor muy profundo, pero también de sacar fuerzas de ese dolor.
Todo gira en torno a una familia que se va a tener que enfrentar a la muerte y al desplazamiento.
Traté de crear un microcosmos que era esa familia, y lo hice para hablar de cosas más grandes. Habla de lo difícil que es mantener los lazos que los seres que más amamos. Es una familia rota: las imágenes, el espacio y el tiempo tenían que ayudar a exteriorizar los sentimientos que los consumían. Tardé siete años en terminar el guion.
Hay también una mirada poética de esa realidad.
Me interesa la mirada poética. Lo que hago es tomar la realidad y construirla de esa manera, pero sin dejar de destacar que esas tierras están siendo arrasadas por el “progreso”.
Justamente, estamos ante una película que puede conjugar lo político y lo poético sin que choquen o se contrapongan. ¿Esa era tu intención?
Sí. Yo creo que en nuestros países hay que ser muy políticos. Pero no hacerlo de una manera panfletaria, utilizando consignas, sino a través de un diálogo. Que no se explicite que los de los ingenios azucareros son los malos y los trabajadores son los buenos, salir de los estereotipos. Me interesaba también ver cuáles eran los orígenes de la violencia que vivimos y que es de dos tipos: una violencia armada provocada por los grupos en conflicto y una simbólica, permanente, que viene del Estado y de las empresas cañeras. Yo quería que la gente lo recordara.
Tú tomas una posición. No les das voz a los empresarios de la caña. Lo que aparece es el daño que han causado.
Para mí era más importante hablar de los trabajadores, desde su dolor. Mostrar lo que está en riesgo por el desarraigo, cuando se pierde la memoria y la identidad. Era importante mostrar la ausencia del Estado, que en el campo es peor que en las ciudades. No hay servicios médicos, por ejemplo. Los trabajadores no tienen a quién exigirle sus derechos. Es un poder que lo domina todo, pero que no está representado en nadie.
¿El proceso de violencia no ha servido para que el Estado se dé cuenta de la necesidad de estar presente en las zonas más abandonadas?
No, porque vivimos en una economía neoliberal, hay tratados de comercio de todo tipo y todo se regala. La guerra ha sido un elemento de distracción en el que se ha escudado el Estado para no preocuparse de los grandes problemas como la educación, la salud, el bienestar de la gente.
Eso ocurre en todos nuestros países: el Estado está más preocupado en proteger la inversión privada y lo que se deriva de ella.
Si, protege más las industrias mineras, agrícolas. Por eso ha habido tantos paros campesinos últimamente y también desplazamientos hacia las ciudades porque los campos no son rentables. Es más barato traer los productos de afuera que comprárselos a los campesinos, porque los fletes del transporte los encarecen. Es una historia de abandono.
Se nota que conoces la problemática de la región. En la película se ven las quemas de la caña, el polvo que se levanta y otros detalles.
La tierra y la sombre nació de una idea autobiográfica. Mis orígenes están anclados a esta región. La caña de azúcar forma parte del paisaje emocional de mi vida. Yo me crié en la ciudad pero mi familia estaba regada por esos pueblos. Todos los fines de semana viajábamos hacia allá, con mi papá en el automóvil. El paisaje estaba separado por dos ventanas en el tiempo y en el espacio. Él mes decía que antes había cultivos de tal o cual cosa, pero yo solo veía caña.

Yo creo que en nuestros países hay que ser muy políticos. Pero no hacerlo de una manera panfletaria, utilizando consignas, sino a través de un diálogo. Que no se explicite que los de los ingenios azucareros son los malos y los trabajadores son los buenos, salir de los estereotipos
¿Tu familia perdió sus tierras?
Sí, cuando a mi abuelo lo matan por el conflicto político entre conservadores y liberales. Creo que él era conservador. Después de eso perdimos la tierra. Mi papá no pudo estudiar.
¿Has realizado una investigación exhaustiva del proceso de cultivo de la caña?
Trabajé en unos documentales sobre el tema, y después hice una investigación de un año, y para ello hacía viajes esporádicos en moto. Me perdía horas por esos laberintos de caña. Sentía esa sensación de vacío y opresión que había en el lugar. Cuando estás ahí, en algunos momentos solo escuchas tus pasos. Hablé con la gente y me di cuenta de que a ellos la resignación les parece algo natural. No ven por qué luchar.
En el caso peruano, la reforma agraria restringió el latifundio. Pero ahora las empresas agroexportadoras son las nuevas latifundistas. ¿Sucede lo mismo en esa región?
Hay cinco ingenios, propiedad de cinco empresas que son dueñas de casi todas las tierras. Te demoras tres o cuatro horas para atravesar de lado a lado esa región y solo ves caña de azúcar. Es una idea muy paradójica de progreso porque responde a intereses de un grupo de personas muy pequeño. Devastaron nuestros campos para producir un monocultivo que destruye la tierra, no solo por la quema sino por la cantidad de pesticidas que se utilizan. Los ingenios destruyen las fuentes hídricas porque necesitan mucha agua, mientras que la gente no tiene agua. Es una región con escasez de agua.
Has dicho que tu padre ha sido una sombra en tu vida. En la película el padre es una sombra que regresa. ¿Hay una analogía en ello?
Sí, mi padre se fue cuando yo era un niño. En este caso, era traer de vuelta al padre. Lo que hice fue reconstruir muchos recuerdos de mi vida. Yo recuerdo haber vivido situaciones similares a las del niño cuando el abuelo le enseña al niño cómo cantan los pájaros, o cuando le enseña a volar cometa. También he vivido esa cercanía que se produce entre las personas frente al dolor.
¿Hubo una presencia fuerte de tus abuelos en tu vida, como sucede en la película?
No, a mi abuelo paterno lo mataron, a mi abuela paterna no la conocí. Mi abuela materna aún está viva pero hay una distancia muy grande. La única relación cercana la tuve con mi mamá.
Al final uno desea que la abuela se vaya con ellos, y no se quede como símbolo de esa resistencia. Pero claro, eso malograría la película.
Si ella se fuera se estaría diciendo que toda su vida y su lucha no tuvo ningún sentido. Yo no quería que pareciera como que la vida la derrotó completamente.
La enfermedad que sufre el hijo es ocupacional, pero no se menciona cuál es.
Hay enfermedades respiratorias porque es un trabajo que no solo los expone al polvo, sino que la caña quemada está llena de cenizas. Es un trabajo en el que se puede ganar de siete a ocho dólares por una jornada de 12 horas. La Organización Mundial del Trabajo ha calificado el corte de la caña como uno de los trabajos más duros que existen en esfuerzo físico y en riesgos: Los trabajadores con el tiempo se destruyen el hombro y la columna.
¿No se utiliza una tecnología más moderna que controle o mejore la situación?
Las quemas se han ido controlando un poco, pero igual se siguen empleando. Hay un problema social inmenso en esa región que yo quería tocar en la película. Están llegando máquinas que traen los ingenios y cada una de éstas reemplaza a 250 trabajadores. Desafortunadamente no pude grabar las máquinas porque los ingenios no me dieron permiso para hacerlo.
Te queríamos preguntar sobre el conflicto armado colombiano. ¿El conflicto sigue estando muy divorciado de la gente? ¿Lo ven como algo lejano que está pasando en una parte de la montaña?
Ahorita hay mucha expectativa con los diálogos. Lo que pasa es que somos un país muy violento e insensible por todo lo que hemos vivido, y la violencia está muy presente en lo que somos, partiendo desde el lenguaje.
¿Te parece bien que se llegue a un acuerdo?
Sí, igual hay que ver lo que esto implica. Es un tema muy político y hace poco hubo un proceso de desmovilización de los paramilitares, pero lo único que se hizo fue perdonarlos y limpiarlos, darles su plata, y las víctimas no fueron reparadas. Es un tema muy complejo que no se arregla en un ratito.
Eso fue con Uribe.
Está Uribe y su gente que solo le interese que la guerra sea perpetua porque viven de eso y del odio. En el proceso de paz Uribe perdió mucho terreno porque él es guerrerista, es paramilitar, es asesino.
¿Pero crees que con el diálogo se abre un proceso de perdón? Claro que con un grado de impunidad.
Sí, en todos los procesos de paz en el mundo sucede. Los victimarios no se van a someter a eso si los van a condenar. Hay que hacer concesiones. Yo apoyo y espero que se logre un acuerdo. La mayor inversión del Estado es la guerra, y el gobierno se ha escudado en la guerrilla y en los grupos armados para no responder a sus obligaciones. Somos un país con una inequidad social impresionante: cada vez los pobres son más pobres y los ricos son poquiticos. No tenemos una buena salud pública y la educación es súper mediocre.
Retomemos la conversación sobre cine. ¿Qué directores te gustan?
Tarkovsky y Bresson. Pero, en general, me gustan las películas que apuntan al corazón.
¿Crees que sea fácil para un espectador común y corriente ver tu película?
Ha estado en cartelera en Colombia y ha sido muy bello. Yo siempre aposté por hacer una película que hablara al corazón de la gente. Muchos creían que nadie iba a ir, pero yo he visto salas llenas de adolescentes y de gente mayor también. Todos salen con un nudo en la garganta.
¿Cómo adquiriste las habilidades técnicas que no te da una facultad de periodismo?
En la universidad me volví cinéfilo. Hay un énfasis fuerte en lo audiovisual y de ahí han salido muchos de los directores más importantes de Colombia. Yo empecé especializándome en luces, después hice dirección de fotografía. La imagen es muy importante para mí, sobre todo es importante en esta mirada poética.

Lo que pasa es que somos un país muy violento e insensible por todo lo que hemos vivido, y la violencia está muy presente en lo que somos, partiendo desde el lenguaje.
Tu opción fue no trabajar con actores profesionales. Solo la que hace de la esposa es actriz profesional.
Hilda Ruiz y Haimer Leal, la abuela y el abuelo, son ambos de extracción campesina, gente de la región. Al principio quería trabajar con actores profesionales pero no dio resultado, porque para mí era muy importante que tuvieran las huellas del trabajo en la piel. Haimer era el conserje del teatro donde nos habíamos instalado para trabajar y vi algo interesante en su voz y en su respiración. Le daba al personaje el tono que yo quería. Hilda había hecho teatro, pero no tenía ninguna experiencia en cine que es un lenguaje diferente.
Trabajar con niños es muy difícil, y lograr que actúen bien, más aún. Tú lo lograste.
El niño tenía en ese momento ocho años. Se llama José Felipe, es muy sensible. Vive en esa zona. Lo más importante es que sabía escuchar, porque hay muchos niños que no escuchan y no tienen paciencia. Yo buscaba conexiones entre su vida y lo que quería lograr en la escena.
¿Cómo hiciste que llore?
Grabé la escena en la que iba a despedirse del papá al final del rodaje. Entonces lo llamé aparte y le dije que entre y se despida de esas personas a las que había llegado a querer porque la película ya se había acabado.
¿Lo manipulaste?
Sí, claro, claro. Él entró a la escena y lo hizo muy bien. Creo que solo la repetimos cinco veces, cosa rara porque yo repetía las escenas como veinte veces.
¿Cómo conseguiste el financiamiento para hacer la película?
Fue producida por Burning Blue, una productora de Bogotá. Ya han hecho como diez películas, entre ellas: El vuelco del cangrejo, La sirga, Los hongos, Refugiado, Asilo. Es el quinto año consecutivo que tienen una producción en Cannes. Yo ya tenía el apoyo del fondo estatal colombiano y con eso pude buscar la coproducción.
Eres el primer director colombiano que ha ganado La Cámara de Oro en Cannes, además de seis premios más. Es insólito.
Eso nunca ha pasado. Yo sabía que la película tenía algo que emociona bastante, pero no la hice pensando en ganar.
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