En defensa de los políticos

(Foto: Andina)

Me invita mi queridísimo amigo Gerardo a escribir un artículo para nuestra revista Ideele sobre la situación política del país. Le respondo que lo que puedo decir es muy parecido a lo que muchos ya están planteando y que prefiero no indagar más, porque nuestra realidad política (la actual, tanto en relación al gobierno como a la oposición y la que se puede venir a partir del 2016) me causa un profundo desasosiego. Gerardo me conmina a expresar mi estado de ánimo.

No soy de los que les gusta el striptease mediático, tan de moda. Pero su propuesta me llevó a levantarme el ánimo, pensando en algunos nombres de buenos políticos. Y para hacérmela fácil decidí pergeñar unas cuantas líneas sobre algunos ya muertos, siguiendo como único criterio el que, por una u otra razón, se me vinieran a la mente, lo que obviamente es arbitrario y bastante subjetivo.

Valentín Paniagua. Llegó a ser presidente de la República del Perú en el año 2000 por el azar en la historia. Hecho inesperado sí, pero no estábamos ante un improvisado. Se trataba de una persona dedicada a la política desde su juventud, militante de la Democracia Cristiana y sobre todo Acción Popular. Antes de llegar a la presidencia, había hecho una intensa vida partidaria, para luego desempeñar cargos como el de ministro de Justicia o diputado.

Hay quienes dicen que fue un buen presidente porque solo gobernó nueve meses y su única función era asegurar elecciones libres y justas. Sin duda una opinión mezquina, encaminada a empañar un gobierno de transición ejemplar. Justamente su gran mérito fue que en un periodo muy corto tuvo que desmontar una parte esencial del – palabra de la época – andamiaje construido durante más de una década por una poderosa dictadura corrupta, criminal y que había copado las instituciones, incluida el sistema electoral (ese régimen nefasto que actualmente hay quienes nos piden perdonar, para facilitar que sus representantes – dirigidos por su primera dama – regresen a gobernarnos). Y simultáneamente tenía que levantarse una nueva estructura que neutralizara los peligros que todavía representaba dicha dictadura, la que seguía controlando, por ejemplo, gran parte de los medios de comunicación.

Encima emprendió acciones y reformas muy importantes. Creó y le dio todo su apoyo a un sistema anticorrupción que impidió el acostumbrado borrón y cuenta nueva frente a la corrupción de la década de los 90. Se inició la reforma del sector defensa y de las Fuerzas Armadas, así como la del interior y la PNP. También creó la CVR, sabiendo que el gobierno de su propio partido (1980 -1985) sería uno de los evaluados y criticados; también continuó con la liberación de los injustamente encarcelados por acusaciones falsas de terrorismo, una causa justa y muy humana, pero poco rendidora políticamente.

Interpretó correctamente que no debía conformar un gobierno partidario – por más que era una persona de partido – sino plural. Nunca se creyó el salvador del país, por más que en cierta forma lo fue, y no se le pasó ni un minuto por la cabeza tratar de quedarse en el poder, como ocurrió con otros personajes de nuestra historia a cargo de este tipo de transiciones. Algo importantísimo: nunca nadie lo ha podido acusar de beneficiarse del poder o de hacer algo mínimamente incorrecto. Lamentablemente, cuando después del gobierno de Toledo, postuló a la presidencia, la gran mayoría de peruanos ingratamente no votó por él. ¿Qué hubiera pasado si ganaba las elecciones? Otra hubiera sido nuestra historia.

Paniagua me lleva a Fernando Belaúnde Terry, dos veces presidente del Perú. A pesar de ser hijo de una familia apasionadamente acciopopulista, y haber tenido una historia familiar marcada por la suerte o mala suerte de Belaúnde, yo nunca lo fui, pero siempre he guardado mucho respeto por el grupo de correligionarios que veía permanentemente en mi casa hablando del monotema de la política. Dos nombres muy representativos de esos días que siempre consideré de lo mejor son el de Ricardo Monteagudo (presidente en una época de la Cámara de Senadores, quien llegó a estar preso en El Potao por oponerse activamente a la confiscación de la prensa por Velasco) y Javier Arias Estela, patólogo, buen ministro de Relaciones Exteriores.

De Belaúnde lo que más rescato es su pasión por el Perú. EL Perú como doctrina, el Perú profundo, son frases que pueden ser criticadas por diversas razones, pero expresan el deseo de tener al país como norte y un deseo de una visión de conjunto. También siempre lo destacó por su comunicación directa con la población en base solo a la palabra, sin tener que recurrir al disfraz y al espectáculo, como ocurre ahora. Y claro su honestidad marca una total diferencia con los presidentes posteriores y gran parte de los anteriores.

Sin embargo, es objetivo decir que sus dos gobiernos fueron bastante deficientes, por decir lo menos. También es sumamente criticable la actitud que asumió frente a la violencia política, lo que generó que en su segundo gobierno hubiera un patrón recurrente de graves violaciones de derechos humanos (solo en el primer año, luego de ordenar el ingreso de los militares a Ayacucho, hubo más de 700 desaparecidos). La razón fundamental de ello fue que consideró que se trataba de un problema militar, desentendiéndose por completo de lo que sucedía, lo cual obviamente no lo exonera de responsabilidad sino todo lo contario.

Ramírez del Villar, del Partido Popular Cristiano. Me viene su nombre, debido a que el IDL ocupa hoy su casa de Pardo y Aliaga, la que se hizo famosa por una escena en la que se le ve bajo arresto domiciliario, gritando contra la dictadura de Fujimori y Montesinos, que acababa de dar el golpe de estado del 5 de abril de 1992, disolviendo el Congreso del que él era su presidente. La gran mayoría de quienes integramos el IDL siempre lo consideramos una persona de ideas muy conservadores, pero no dudamos en poner a la entrada de la casa una placa de homenaje, reconociéndole su compromiso con el país y con la democracia.

Javier Diez Canseco. Como ejemplo de buen político de la izquierda, habría sido más fácil y más consensual escoger a Alfonso Barrantes, quien – como se recuerda – ganó en 1983 las elecciones a la alcaldía de Lima, e hizo una muy buena gestión. También honesto como pocos. Sin duda otro político para recordar.

Pero prefiero detenerme en Javier Diez Canseco, por más que con él también siempre tuve profundas discrepancias en cuanto a posiciones políticas, pero Diez Canseco, al igual que los anteriores políticos, siempre defendió convicciones y no intereses, como generalmente ocurre ahora.

En él también fue admirable su vocación por hacer política comprándose las causas más difíciles: la defensa de los derechos humanos en los primeros años de violencia política, la lucha contra la corrupción y el cuestionamiento de un modelo económico defendido hoy por casi todos los sectores. Y lo hacía directa y abiertamente, sin recurrir al podría o al supuestamente. Su desclazamiento (autoexclusión de la clase alta) es meritorio porque le costó caro en todos los sentidos.

En él también fue admirable su vocación por hacer política comprándose las causas más difíciles: la defensa de los derechos humanos en los primeros años de violencia política, la lucha contra la corrupción y el cuestionamiento de un modelo económico

En él también fue admirable su vocación por hacer política comprándose las causas más difíciles: la defensa de los derechos humanos en los primeros años de violencia política, la lucha contra la corrupción y el cuestionamiento de un modelo económico.

Al final de su vida, sus enemigos históricos (fujimoristas y apristas), sumados a los oficialistas que no le perdonaron que, luego de haber hecho todos los esfuerzos posibles por seguir empujando el carro (tal vez hasta se podría decir que fueron hasta demasiados), lo golpearon en el lugar donde sabían que le dolería más: su honestidad. Sin embargo, fueron pocos los que lo creyeron, y póstumamente la injusticia cometida fue develándose en innumerable pronunciamientos del Sistema de Justicia y de los propios congresistas. De hecho la principal crítica que se le puede hacer es no haber entendido que tenía los conocimientos, la capacidad y el liderazgo para ser uno de los renovadores de la izquierda. Paradójicamente, ese rol lo comienza a cumplir después de su muerte, ya que, convertido en símbolo de lo mejor de la izquierda, su nombre está ayudando a quienes en su nombre quieren salvar y reconstruir la izquierda en el Perú.

Pienso en el Apra, por ser uno de los pocos partidos que ha tenido el país. Confieso que me es difícil encontrar nombres rescatables, tal vez por una percepción teñida por lo que es ahora. Salva la situación el rostro de Andrés Townsend. Su nombre viene acompañado de la pregunta de siempre: ¿cómo sería hoy el Apra si él hubiera ganado la feroz pugna con Armando Villanueva? Ahora, pensándolo bien, este último político también puede ser considerado como una persona con luces y sombras. Ambos, defensores de convicciones y honestos.

Pero obviamente el nombre que brilla en mi memoria es el de Víctor Raúl Haya de la Torre. Dudo en incluirlo. Lo descarto cundo pienso en sus alianzas con personajes nefastos (Odría, por ejemplo) realizadas por conveniencia al margen de principios básicos. O en la guerra sucia que lanzó contra Presidentes democráticos como Bustamante y Belaunde, quienes de no haber sido víctimas del boicot permanente del APRA, hubieran hecho gobiernos mucho mejores y no habrían sido derrocados.

Sin embargo, a su favor irrumpen sus esfuerzos – en algunos aspectos geniales – por tener una interpretación del Perú y de América Latina. También su honestidad. Pero sobre todo, el total y absoluto contraste con lo que hoy es el líder máximo del APRA: Alan García.

Asocio inmediatamente el nombre de José Carlos Mariátegui, pero al que considero más un ensayista que un político con pretensiones de ejercer el poder, a pesar de su relación con la fundación del Partido Comunista. Pero más allá de toda consideración o discrepancia, nadie puede negar que él dignifica y eleva de nivel de la política.

Hay un nombre que no se si debo incluir. No por su trayectoria sino por el vínculo familiar: José María de la Jara y Ureta, mi padre. ¿Por qué no? Una persona dedicada toda su vida a la política. Mis primeros recuerdos de su compromiso con la política lo pintan de cuerpo entero. Está la vez en que lo votaron del trabajo por atacar a Prado en innumerables artículos escritos en la típica máquina mecánica de color negro, generalmente publicados en Caretas. O cuando regresó sin una sola uña de los pies debido a un mal que cogió en la Selva en uno de sus viajes con Belaunde. O cuando enseñaba la piedra que casi le costó la vida, lanzada por los apristas en un enfrentamiento durante un mitin.

Su oposición a Velasco durante las 24 horas del día, desde el mismo 3 de octubre de 1968, le costaron una deportación – vivida franciscanamente – que duró más de 5 años, desde la que siguió luchando por la restauración por la democracia. Le tocó ser ministro del Interior justo cuando Sendero Luminoso declaró el inicio de su lucha armada. Algunos los responsabilizan de haber permitido el avance del terrorismo por oponerse al ingreso de los militares a Ayacucho desde el comienzo; pero él siempre creyó que fue lo contario, que mucho mejor hubiera sido continuar con la acción de la policía aunque bajo estado de excepción. Él se basaba en lo que había vivido en su exilio en Argentina, durante los 70, donde fue testigo que, una vez que se desató una espiral de violencia, la situación se volvió incontrolable.

Se le recuerda por no haber estado dispuesto a entornillarse en el cargo de Ministro, pero eso ha hecho que se olvide que él era un hombre de partido y – creo – un buen estratega político. Velasco le agarró una ojeriza especial, porque mi padre no dejaba de refregarle el cheque con el que se demostraba que el militar golpista lejos de haber expropiado los bienes de la Brea y Pariñas, como le había hecho creer al país, en realidad había pagado por lo bajo una gran cantidad de dinero, incluso mayor a la que le correspondía. También fue uno de los que creyó acertadamente que participar en una Constituyente convocada por un presidente que, finalmente, también era un dictador, los perjudicaría; abstención que ayudó mucho a que al poco tiempo AP ganara las elecciones.

Jamás lo vi hacer un cálculo para un beneficio personal, sea político o económico. Tenia una lealtad para con Belaunde y su partido imposible de imaginar el día de hoy. Muchas críticas se le pueden hacer, pero se las dejo a los detractores que hasta hoy mantiene.

Me doy cuenta que no he mencionado a políticas mujeres .La ausencia de nombres es porque lamentablemente todavía no hemos tenido una presidente, y porque la participación de ellas en la política es relativamente nueva y todavía insuficiente. Sin embargo, evoco a Marie Elena Moyano, con quien el IDL tuvo un vínculo. Siempre nos pareció de un coraje admirable y con una gran claridad sobre lo perjudicial que era SL para el Perú y especialmente para los sectores populares. Si no hubiese sido salvajemente asesinada habría continuado en la política y estamos seguros que habría ganado elecciones. ¿Cómo lo habría hecho como congresista o alcaldesa? Ella habría contestado que excelentemente, por que era una persona también famosa por su soberbia, pero estamos seguros que no habría tocado un sol, y que se habría dedicado a luchar consecuentemente contra la pobreza y la desigualdad.

También se me viene el nombre de Hilda Urízar, una de las dos mujeres que por primera vez fueron parte de un Consejo de Ministros. Ella fue Ministra de Salud durante el primer Gobierno de García, y tengo un buen recuerdo de su desempeño.

Políticos 2015
Sería absolutamente injusto decir que actualmente no hay políticos capaces y honestos. Claro que los hay, pero son objetivamente la minoría. Aunque debe quedar claro, que eso no quiere decir que mejor sean los no políticos, los que a veces se hacen llamar técnicos o independientes (nomenclatura que, por cierto, muchas veces sirve para justificar oportunistamente la colaboración con indeseables). Ellos generalmente hablan de los políticos con total desprecio, cuando la distinción con ellos es bastante relativa, y en ambos ámbitos hay de todo.

Como sería muy complicado y hasta injusto escoger algunos nombres actuales de buenos políticos, prefiero referirme – usando una expresión que podría haber salido de una de las canciones más cursis de Juan Gabriel – al Político Desconocido.

Me refiero a los miles de peruanos y peruanas que en todos los sectores sociales, en todas las partes del país, den todas las actividades laborales o profesionales, de todas las edades podrían ser excelentes políticos, no solo por su honestidad sino por su capacidad de hacer obras en sentido amplio. Estoy seguro que si en una encuesta se hiciera una pregunta sobre el punto, la gran mayoría contestaría que está de acuerdo con la afirmación, y que podría mencionar inmediatamente muchísimos nombres como ejemplos de personas que deberían ser nuestros gobernadores, y que lo más posible es que estuvieran dispuestos a aceptar si se les convocara.

Lo que pasa es que los actuales canales de participación solo permiten que…, la inexistencia de partidos hace que…, la contaminación de lo público desanima a que…, el copamiento de los cargos impide que…, la financiación de los partidos lleva a que…, y así podríamos seguir enumerando la recatafila de razones que dese hace años sirven para explicar por qué quienes nos gobiernan generalmente representan lo peor del país y de la sociedad. Difícil que las reformas institucionales que se necesiten al respecto vengan de las propias instituciones de quienes las controlan o se benefician de la situación. La esperanza esta ahora en movimientos ciudadanos y sociales, convocatorias a través de las redes sociales, campañas y propuestas producto de los que descubren los grupos de periodismo de investigación y las instituciones de la sociedad civil.

Sobre el autor o autora

Ernesto de la Jara
Abogado. Fundador y exdirector del Instituto de Defensa Legal y de la Revista Ideele. Actualmente se desenvuelve como abogado independiente, profesor en la PUCP y especialista en temas sobre el sistema de justicia.

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