Amable, a pesar del cansancio y de una indigestión que le produjo la mezcla de sabores peruanos, el escritor cubano más importante de las últimas décadas responde a las primeras interrogantes de una enorme lista que se quedó en el tintero. A pesar de su creciente fama, los humos no se le han subido. Reitera que se queda en Cuba por su madre, su patio, sus perros y su mata de aguacate.
Viajas mucho. En los últimos años te has hecho muy conocido.
Cada vez son más las invitaciones que tengo que rechazar porque se cruzan o porque no puedo. No debería haber venido, pero no conocía Lima y me convencieron. Hemos dejado en Cuba un trabajo tremendo.
¿Te refieres a la serie que estás haciendo?
Sí, hemos terminado los guiones corriendo. La semana que viene empiezan las lecturas con los actores y debemos estar presentes mi esposa y yo. Ella es la guionista principal. Es el primer capítulo de cuatro que duran una hora y media.
¿La producción de series es reciente en Cuba? Porque lo que existe es un fuerte consumo de telenovelas.
Claro, cuyo origen es la radionovela que se inventó en Cuba. Esta serie es una producción española-alemana, con un director español y con una mayoría de actores cubanos.
¿Además de la televisión estatal tienen posibilidad de ver otro tipo de producciones?
Hay cinco canales oficiales de alcance nacional que son del Estado, y hay canales provinciales. Se difunden productos cubanos e internacionales. Por ejemplo, en horario estelar se ven las telenovelas brasileñas. Se transmiten películas de todas partes del mundo. Vemos fútbol en vivo. Yo veo en directo los partidos españoles. Todo es pirateado, por supuesto. Hay personas que tienen antenas y acceso a las programaciones de los canales del sur de La Florida. A eso se le llama el cable en lenguaje cubano.
Acá también.
No, olvídense de su cable. La persona que tiene la antena saca un cable que tiene ramificaciones y vende ese servicio. La persona que recibe la señal organiza la programación. Decide de acuerdo a sus gustos y también sus clientes le van diciendo qué quieren ver.
¿Escribir te ayudó a sobrepasar la crisis de los años 90 en Cuba?
Soy una persona muy responsable con el trabajo y muy trabajadora. Siempre estoy haciendo algo. Durante los años 80 fundamentalmente hice periodismo; tanto, que decidí dejarlo porque no tenía tiempo para escribir literatura que era mi interés fundamental. A partir del año 90 fui a trabajar a una revista cultural. Tuve más tiempo y comencé a escribir la primera novela de la serie de Mario Conde. Esos años coincidieron con el principio de la crisis. El hecho de estar escribiendo me ayudó a atravesar ese periodo tan complicado y difícil de la vida cubana. Entre el 90 y el 95 escribí tres novelas, un libro de cuentos, un ensayo sobre la obra de Alejo Carpentier de 600 páginas. También preparé antologías de cuentos y escribí guiones para el cine. El ritmo de trabajo no ha disminuido desde entonces. Yo necesito escribir para vivir.
¿Y cómo haces para que el tiempo te alcance?
En los últimos años esto se me ha complicado un poco por el trabajo promocional de los libros. Cada vez más la presencia física del autor es importante para promocionarlos, y cada vez hay más ferias que se organizan en distintas partes del mundo. Como tengo traducciones en 20 idiomas, a veces me invitan a 20 países. Se convierte en un problema escoger dónde ir.
¿No tienes ninguna limitación para promocionar tus libros?
Realmente no. Todos mis libros se han publicado en Cuba. Yo viajo hace muchos años, y con mi esposa hace 15. Escribo con la mayor libertad y honestidad posible. Creo que las cosas que están dichas en mis libros es lo que yo necesitaba decir en cada uno de ellos.
Has dicho que descubriste un método que te permite hacer investigación histórica y después convertirla en ficción.
No creo que sea un método propiamente dicho. Cuando escribo sobre un tema que necesita investigación histórica trato de comenzar a escribir la novela, encontrar su atmósfera y su ambiente, y a partir de eso comienzo a hacer las investigaciones. Es lo que he hecho con la que estoy comenzando. Escribí 60 páginas, dejé algunos vacíos y ahora estoy haciendo la investigación. Estuve en España, trabajé en la Biblioteca Nacional, compré muchos libros que estoy leyendo y anotando. Con toda esa información la empezaré de nuevo. Esas 60 páginas son la certeza de que tengo una historia que puedo contar.
Leer es muy importante para un escritor. Nuevamente, ¿de dónde sacas el tiempo para hacerlo?
Hace 15 años que llevo haciendo investigación histórica para mis novelas. Escribí La novela de mi vida, que se publicó el 2001, después La Neblina del ayer, El hombre que amaba a los perros, Herejes. Eso me deja mucho menos tiempo para leer. Y luego, cuando estoy escribiendo, necesito de una literatura que me comunique el ambiente, la atmósfera, el estilo, la sensación. Me queda un espacio de tiempo muy reducido para poder leer nueva literatura y eso me da una cierta angustia con respecto a mis contemporáneos. Hay libros que por alguna razón no los leí porque a lo mejor en Cuba nadie tenía un ejemplar. Empecé a leer Opus Nigrum de Marguerite Yourcenar y tuve que dejarlo porque tenía que leer otra cosa.
Has dicho que sueles releer algunos libros como Conversación en La Catedral. ¿A qué otros libros les tienes gratitud?
Hay una gran cantidad de libros que están en ese grupo de obras a las que regreso y que siempre me han ayudado a escribir. Son muchos. Les voy a decir algunos, pero la lista es larga. Conversación en La Catedral la leo siempre que voy a empezar a escribir una novela, Asesinato en el Comité Central y El pianista de Manuel Vásquez Montalbán. Leo la tetralogía de El Conejo de John Updike, algo de Salinger. Recientemente releí Cien años de soledad y El Siglo de las luces de Carpentier. El largo adiós, de Raymond Chandler, lo estoy releyendo por décima vez porque tiene que ver con la novela que estoy escribiendo.

Al momento de escribir las últimas novelas hay en cierta forma un acto de parricidio, pero también, en mi caso, un acto de apropiación. Están ahí y tienes que pelearte con ellos para tratar de sacarles ventaja en un combate que es muy arduo
Has mencionado a algunos escritores latinoamericanos entre tus imprescindibles. Hay escritores que consideran que tiene que haber un parricidio para poder crear algo nuevo.
Sí, pero en una dimensión estilística, conceptual. Los escritores latinoamericanos que he mencionado trataban de escribir novelas totales como Conversación en La Catedral, El siglo de las luces, Pedro Páramo, Rayuela. Por lo general, tenían un carácter menos citadino y las incertidumbres de la vida moderna todavía no se vivían como las hemos vivido en los últimos 25 años. Al momento de escribir las últimas novelas hay en cierta forma un acto de parricidio, pero también, en mi caso, un acto de apropiación. A mí la definición que más me gusta es la de Hemingway: “Hay que pelearse con los muertos”. Eso significa que no lo has matado. Están ahí y tienes que pelearte con ellos para tratar de sacarles ventaja en un combate que es muy arduo.
¿Esas incertidumbres de la vida moderna se relacionan con la irrupción de lo digital?
Primero, la caída del Muro de Berlín. Desde ese momento el mundo es otro por razones históricas. Segundo, la tecnología digital transformó la relación del hombre con prácticamente todas las actividades de su vida cotidiana, e incluso su vida personal. Por ejemplo, aquellos amigos que son íntimos a través de Facebook y no se han visto nunca.
¿Das a leer las primeras versiones de tus novelas a otras personas?
Sí, son personas en las que confío mucho. Siempre quiero que esas opiniones sean muy críticas. Me hacen un favor si me dice: “Me gusta, pero…” “Tal personaje no funciona, aquí el ritmo cae, es aburrido, ten cuidado con estos adjetivos que estás usando demasiado”. Eso me va ayudando a pulir el texto. No me apuro. La última versión de la novela es esa en la que siento que ya no puedo hacer nada por mejorarla. Esa versión llega después de la aventura que hacen mis excelentes editores de Tusquets, en España, que al final encuentran cosas que se le habían pasado a todo el mundo.
Decías que en tus novelas policiales no hay tantos muertos porque en la sociedad cubana no hay altos grados de violencia.
Afortunadamente los niveles de violencia en Cuba no son altos. Hay una violencia cotidiana que generalmente es verbal. Se parece a España en ese sentido. Mucha gente que llega dice que los cubanos siempre están peleando entre ellos. Pero es una manera de hablar. También podemos estar discutiendo realmente e irnos a los puños. Pero la gente no anda con pistolas o cuchillos. No hay crimen organizado hasta donde yo sé.
¿Se ve pobreza de la dura?
Hay zonas de las ciudades del interior y de La Habana donde las personas viven en condiciones mucho más precarias que las visibles. Son zonas invisibles y son personas invisibles. Hay un documental hecho por un joven realizador, Alejandro Ramírez, que se llama Canción de barrio, hecho a partir de una gira que hizo Silvio Rodríguez por los barrios de La Habana. Te das cuenta de que viven de manera muy precaria. Ahí puede haber expresiones de violencia más fuertes.
Has optado por el género novelístico y no por el cuento.
Las historias que se me ocurren son tan complicadas que necesitan el espacio de la novela. El último libro de cuentos que he escrito me ha sorprendido porque ha tenido una muy buena aceptación de los críticos y de los lectores. Me ha dado ganas nuevamente de escribir cuentos, pero son ganas abstractas porque se me ocurren historias enormes.
Sobre las libertades artísticas, ¿no ha habido en el cine cubano más libertad para ejercer la crítica? Por ejemplo, casi desde el comienzo, las películas de Tomás Gutiérrez fueron muy críticas. En cambio, Iván, el personaje de “El hombre que amaba a los perros”, es “castigado” por dejar de escribir elogios a la Revolución.
En los años 70 eso pasó para todos: para los dramaturgos, los pintores, los escritores, los cineastas. En los años 70 Cuba era el infierno. Es diferente ver una parte de la realidad cubana que ver “la realidad cubana”. Se acaba de publicar en Cuba un libro que se llama El año 71, Anatomía de una crisis, en el que el autor analiza los conflictos que explotaron ese año y que llevaron a la marginación de tantos intelectuales y artistas como Padilla, Lezama Lima, Piñera, por razones ideológicas, religiosas, de filiación sexual. Lo que le pasó a Iván le pudo haber pasado a un director de cine. A partir de los años 90 comienza a cambiar la relación porque, con la crisis, la industria cultural cubana pierde la posibilidad de tener un monopolio de la producción cultural y se diversifica. Los escritores que antes no podían publicar fuera de Cuba, tienen la posibilidad de hacerlo. Aparece el mundo digital, y con menos recursos los creadores de productos audiovisuales comienzan a hacer sus obras.
¿Así la posibilidad de criticar algunos aspectos de la sociedad se materializa?
No creo que sea una visión crítica. Creo que es la visión de una realidad desde un punto de visto mucho más cercano. Algunos jóvenes lo han hecho. También Fernando Pérez, que es el director cubano más importante. En sus últimas películas ha tenido una visión muy ácida de la realidad cubana
¿Fresa y Chocolate fue el punto de ruptura?
Sí, en la visibilidad de ese proceso. Porque vino apoyado por uno de los grandes directores del siglo XX, Tomás Gutiérrez Alea, y porque la película funcionó muy bien en los circuitos comerciales y en los especializados.
Has dicho que siempre te estás buscando problemas. ¿Le molestan al gobierno algunas de tus opiniones?
No grandes problemas. Vivo en Cuba con bastante tranquilidad, viajo cada vez que quiero, mis libros se publican. Pero cada vez con más frecuencia recibo ataques desde dentro de Cuba. Ahora hay un proceso muy complicado de lucha por pequeños poderes, porque se está produciendo un proceso de cambio que empezó antes de que se hablara de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba. Lo comenzó Raúl Castro con determinadas aperturas económicas y sociales que se han ido produciendo. La sociedad cubana se ha ido distendiendo. De ser muy homogénea y cerrada se ha ido abriendo. Los estratos sociales se han ido diferenciando: hay gente que tiene mucho más dinero, gente que tiene menos. En la economía y en la sociedad hay un nuevo contexto.

Hay zonas de las ciudades del interior y de La Habana donde las personas viven en condiciones mucho más precarias que las visibles. Son zonas invisibles y son personas invisibles
¿Dirigentes del partido que se han quedado congelados en el tiempo?
Hay un grupo de personas que insisten en que los métodos para hablar de la realidad, para reflexionar, para debatir, sigan siendo los de hace 30 años. Como dentro y fuera de Cuba yo tengo un mismo discurso, eso ha provocado que en los últimos dos años se me acuse de muchas cosas. Esa actitud me ha reafirmado en la certeza de que estoy haciendo lo que debo hacer, porque si no tuviera esas respuestas significaría que estaría diciendo cualquier cosa complaciente. Ha habido respuestas airadas a comentarios que he hecho sobre el hecho de que los jóvenes cubanos estén migrando, y que se esté perdiendo un capital humano que es valiosísimo. Les molesta que yo diga que mi generación es frustrada. No me alcanzan los dedos de las manos para contar cuántos colegas y amigos terminaron o en el exilio o alcoholizados.
¿Cuál es la herencia estalinista que queda en la sociedad cubana?
Fundamentalmente está en la economía socialista que la fundó Stalin. No fue Lenin, quien antes de morir trató de establecer una nueva política económica en la Unión Soviética. Es una herencia que adoptamos y que ahora empieza a hacer algunas concesiones. Hay una pequeña propiedad privada que está en sectores no productivos, pero no en la agricultura. Todavía existe una estructura estatal de la economía. Se decidió que por fin el Estado iba a vender automóviles a las personas que quisieran comprarlos. Pero un automóvil nuevo – un Peugeot cero kilómetros del año anterior – cuesta más de un cuarto de millón de dólares. En un país en el que un médico gana 60, 70 dólares al mes, se vende un automóvil chino de ínfima categoría en 30 mil dólares.
El riesgo de ese cambio es que Cuba se pueda convertir en un “tigre asiático”, o en una pequeña China en la que se mantiene el partido único con una economía capitalista.
Riesgos hay muchos, pero hay que asumirlos creativamente, porque lo que no es posible que Cuba, con un clima y una tierra buenas, importe el 80 por ciento de los alimentos que se consumen en el país. Eso quiere decir que hay una estructura económica que no funciona, que no tiene capacidad de producción y de eficiencia. Y no lo digo yo, sino Raúl Castro, en su último discurso en la Asamblea Nacional. La esencia sería salvar lo bueno que ha funcionado y desechar lo malo.
¿Hay herencia en Cuba? ¿Tu casa en Mantilla la heredaste de tus padres?
Sí, se pueden heredar las casas, los automóviles, los terrenos.
¿Quedarte en Cuba fue una elección personal?
Yo sentí que para poder seguir escribiendo como lo estaba haciendo, debía estar inmerso en la realidad cubana. Necesito oír a la gente hablar en cubano. También porque tengo un gran sentido de pertenencia a esa realidad. Y porque tengo a mi familia, mi madre, mi casa, mis perros, mi patio, mi mata de aguacate.
¿Al igual que Trotsky, tú también amas a los perros?
Por supuesto que sí. Mis dos perros murieron de viejitos. Con los viajes es difícil tenerlos como a mí me gusta, conviviendo conmigo. Quisiera volver a tener uno.
Leer en Cuba ¿Cuánto se lee en Cuba? Cuanto se puede. ¿Hay subsidio para los libros? Sí hay, pero se publican pocos en cantidad de títulos y pocos ejemplares. No se importan libros. Por lo tanto, el lector cubano tiene una relación con los libros que se ha viciado por unas condiciones económicas que no le permiten satisfacer sus necesidades de consumo. Eso ha significado que se han perdido lectores. Quieren leer un tipo de literatura que no encuentran. Si venden en Cuba un libro publicado en España y que cueste como 20 euros, imagínense, ése es el salario mensual de una persona.¿Los cubanos tienen acceso a tus libros? Aunque mis libros se publican en Cuba, la cantidad de ejemplares es insuficiente para la demanda que existe. Tengo más lectores que posibilidad de ejemplares a publicar. Eso crea una relación muy extraña con los lectores. La gente a veces ha leído la mitad de uno y te preguntan dónde lo pueden conseguir. Ésa es una de las preguntas más dolorosas que me pueden hacer en Cuba, porque la respuesta es una: “Los puedes conseguir en La Casa del Libro de Madrid”.¿Pero habrá bibliotecas populares o casas de préstamo de libros? En el Perú, compras un libro y lo lee tu esposa, a lo mejor tu padre y ya. En Cuba el libro tiene una vida mucho más larga. Lo leen 20 o 25 personas. Yo mismo soy una biblioteca ambulante. Cada vez que regreso de un viaje, tengo 10 amigos que me preguntan qué libro traje. Primero lo leo yo, después lo lee mi esposa y después empieza la cola. A mi madre siempre le regalo dos ejemplares de cada edición de mis libros. Ella tiene 87 años; es una vieja muy habladora, pero también muy lectora. Le digo que uno no se lo preste a nadie, y el otro es para que lo preste. Los lectores pueden ser editores, escritores, recogedores de basura, porque el nivel educacional es muy alto. Yo tengo un amigo que trabaja organizando el recojo de los desperdicios en la ciudad y que es un lector insoportable. Él viene y yo le digo: “Coge los que quieras”.¿Y los devuelve? El muy cabrón me los devuelve, y por eso no puedo pelearme con él. |
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