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Revista Ideele N°298. Junio-Julio 2021¿Y si en realidad fuéramos parte de otros seres vivientes mucho más grandes que nosotros como la Tierra o incluso el propio universo? Los seres humanos podríamos ser una especie de células de organismo mayores y, obviamente, no nos hemos dado cuenta. Esta pandemia podría ser una purga de este ser mayor para limpiarse de una especie de microbios que podríamos ser nosotros. Semejante posibilidad no podemos descartarla. Es poco probable que nuestras células sean conscientes de que son parte de un ser humano.
Nuestra consciencia y libertad contradecirían esa alternativa, pero si pensamos fuera de la caja no es imposible. Quizá aquellas sean una simple ilusión que hemos creado.
Lo que propongo no es nuevo. En la década de los setenta un químico, James Lovelock, formuló la denominada hipótesis Gaia, según la que la Tierra tiene un comportamiento parecido al de un ser vivo: se autorregula para mantener condiciones favorables para la vida. Esta hipótesis postula que la vida, afectando al entorno, fomenta y mantiene condiciones adecuadas para sí misma. La atmósfera y la parte superficial de la Tierra se comportan de manera coherente donde la vida, su componente característico, se encarga de autorregular sus condiciones esenciales tales como la temperatura, composición química y salinidad de los océanos. Gaia se comportaría como un sistema que se autorregula y tiende al equilibrio. La teoría es de James Lovelock en 1969, aunque recién la publicó 10 años después. La bióloga Lynn Margulis se encargó de difundirla. El escritor William Golding, fue quien le sugirió el nombre de “Gaia”, diosa griega de la Tierra llamada también Gea o Gaya.[1]
La Tierra es para Lovelock un ser vivo e inteligente, y no en sentido figurado, sino real; es un ente que tiene todas las características que lo definen como tal.
- Se formó a partir de un meteorito que aumentó de tamaño por la caída de otros en su superficie y dejará de existir cuando el Sol se consuma. Nació, creció y morirá.
- Un ser vivo se reproduce y trata de expandirse. De los animales y las plantas se sirve la Tierra para lograrlo. Somos los genes donde tiene resumida su esencia. El ser humano es el último de los experimentos de la Tierra para conseguir su objetivo. Se reproduce y expande.
- Como nuestras células nosotros ignoramos que somos parte de un ente superior, la Tierra (alguien podría identificarla con Dios), que nos ha creado para expandirse por el universo. Es inteligente.
- La Tierra ha creado a los seres vivos a su imagen y semejanza. Respira como nosotros y lo hace a través de sus volcanes. Nuestras venas serían sus ríos y nuestro esqueleto sus montañas y estructura geológica. Nos ha hecho a su imagen y semejanza, como dice la Biblia.
- Nuestra alma son los átomos de los que está formado nuestro cuerpo. La Tierra nació del núcleo de una estrella impregnada de la esencia de la vida, se ha reencarnado muchas veces en célula, pez, dinosaurio y al final en ser humano, y así seguirá hasta el final de los tiempos. Tiene también un alma inmortal. [2]
Borges decía: “Demócrito pensó que en el infinito se dan mundos iguales, en los que hombres iguales cumplen sin una variación destinos iguales; Pascal (en quien también pudieron influir las antiguas palabras de Anaxágoras de que todo está en cada cosa) incluyó a esos mundos parejos unos dentro de otros, de suerte que no hay átomo en el espacio que no encierre universos ni universo que no sea también un átomo. Es lógico pensar (aunque no lo dijo) que se vio multiplicado en ellos sin fin.”[3] En otra parte, el mismo autor señala: “(En los fragmentos psicológicos de Novalis y en aquel tomo de la autobiografía de Machen que se llama The London Adventure, hay una hipótesis afín: la de que el mundo externo –las formas, las temperaturas, la luna– es un lenguaje que hemos olvidado los hombres, o que deletreamos apenas… También la declara De Quincey (Writings, 1896, volumen I, Pág. 129): Hasta los sonidos irracionales del globo deben ser otras tantas álgebras y lenguajes que de algún modo tienen sus llaves correspondientes, su severa gramática y su sintaxis, y así las mínimas cosas del universo pueden ser espejos secretos de los mayores.”[4]
Es posible que el comportamiento de la humanidad, que parece negarse a ver el daño que está haciendo a su hábitat, pueda ser considerado como un cáncer para la Tierra y las pestes y pandemias la forma en que intenta curarse.
[1] https://en.calameo.com/books/000968116353bb9b5e94c
[2] https://elpais.com/diario/1997/05/09/opinion/863128812_850215.html
[3] Borges, Jorge Luis. Otras inquisiciones. Pascal. Alianza. Madrid, 1985. Pág. 100
[4] Borges, Jorge Luis. Otras inquisiciones. El espejo de los enigmas. Alianza. Madrid, 1985. Págs. 120-121.
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