La dama en el trono

Escrito por Revista Ideele N°299. Agosto-Setiembre 2021

En el Perú, las mujeres transexuales son una de las comunidades más afectadas por la discriminación y violencia de género. Se estima que 1 de cada 5 mujeres trans tienen VIH y viven en promedio 35 años. En esta situación, surge Dania Calderón: una mujer transexual que fue desahuciada por creer que tenía VIH y se inoculó aceite de avión para ser aceptada. Sin embargo, logró terminar una carrera como enfermera técnica y -a pesar de no ser reconocida como mujer- logró conseguir un trabajo formal en la universidad más antigua de América. Ahora, Dania quiere ser la primera mujer transexual en ganar un juicio a su favor en el Perú y lograr que en su DNI se la reconozca como mujer.

“Soy una mujer normal. Que piensa y razona. ¿Por qué me dicen que estoy enferma?”, hace una pausa y suspira. Tiene las cejas delineadas de marrón y los ojos acuosos por la impresión. Hablar de ella misma puede llegar a romper por momentos la calma que desprende de forma natural. Ella suspira un poco cansada. Tal vez el único momento en el que nada la perturba es cuando trabaja.

Ahora está sentada y muy concentrada en los recibos de papel celeste que tiene desplegados como naipes sobre su escritorio. Lleva puesto un saco de peluche blanco que ciñe con delicadeza su torso, su cintura y las caderas voluptuosas. Se acomoda los lentes color plata con la punta de los dedos y su cabello ondeado y oscuro cae como seda sobre su mejilla.

Acaba de verme, me sonríe con alegría. Vuelve a acomodarse en su silla, como una dama en el trono. “Aquí en mi trabajo vienen muchas personas, me saludan y trato de ser yo misma”.

Dania Calderón es una mujer llamativa. Lápiz labial, aretes, curvas y piernas voluminosas. Tiene el trabajo que soñó toda su vida: uno administrativo. Pero por momentos se pregunta si todos podrán estimarla tanto como lo hacen sus jefes y compañeros de trabajo. “A veces me preguntan ¿tienes hijos?, ¿cuántos hijos tienes? Y yo me pregunto ¿qué pasaría si les digo que no tengo hijos porque soy una mujer transexual?”

“Me voy a morir”, pensaba Dania una y otra vez mientras la silicona se esparcía bajo su piel sin anestesia.  Litro y medio en cada pierna. Gluteos y caderas. Dolor intenso. “Muchas han muerto en el proceso”, recuerda. Entonces tenía 23 años y había logrado juntar los 400 dólares que cambiarían su vida para siempre.

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Ser una fémina. Es lo que decidió Dania a los 19 años. Para lograrlo tuvo que alejarse de su familia y de la vergüenza que sentían al verla intentar ser una mujer. Cabello largo, relleno de espuma bajo el pantalón y maquillaje en el rostro. “Cuando tomé la decisión de ser quien soy perdí mis amigos y familia. Todo lo perdí. Me quedé sola con mis amigas”.

Ser una fémina. La llevó a darse cuenta de que podía sentirse libre siendo Dania Calderón. Podía caminar por las calles sin miedo a que la reconocieran.  Aunque intentar ser una fémina hacía que se burlaran, le lanzaran objetos y hombres desconocidos la acosaran todo el tiempo a ella y sus amigas.

Ser una fémina. Resultó ser mucho más difícil que ser un varón. No tenía un DNI con un nombre que la identificara, tuvo que dejar su carrera de enfermería porque no era aceptada. También la despidieron del trabajo que tenía desde los 16 años por ser una mujer transexual. Estas fueron pérdidas que después lamentaría durante muchos años. “Pero me sentía que no era yo. Me preguntaba ¿toda la vida voy a vestirme como no soy? Y la vida es tan corta”.

Sin embargo, lo más difícil de ser una fémina fue poder conseguir un trabajo para mantenerse. Sus amigas se dedicaban al trabajo sexual. Cuando salió de casa, ella guardaba las esperanzas de poder dedicarse a cualquier otra cosa, aunque la realidad era muy distinta. “Era horrible. Toqué puertas de los hostales para tender camas y trabajar de lo que sea y que me paguen lo que sea y me decían que no por el hecho de ser transexual. Era terrible”.

Según un informe de la Red Trans Perú, el 64% de las mujeres trans se dedica a la prostitución en Lima. Esto genera que vivan con miedo y expuestas a contraer enfermedades de transmisión sexual. La población trans es el grupo más afectado por el VIH/sida con casi un 30% de prevalencia, según un estudio de la universidad Cayetano Heredia. Mariela Noles, trabajadora de la Gerencia de la mujer e igualdad en temas LGTBI de la Municipalidad de Lima, es sincera al decir que “El estado las ha desatendido por mucho tiempo y es una constante”. Sin embargo, la municipalidad de Lima ha comenzado a trabajar con población trans desde hace solo 1 año por un cambio en su reglamento interno. ¿Algo ha cambiado hasta ahora?

Dania Calderón- fuera de la Reniec- luego de recibir su DNI con sus nombres cambiados a femenino.

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En el cuarto piso de una de las facultades de la universidad San Marcos, tras amplias puertas de vidrio. La recepción es un espacio iluminado donde hay dos cómodos sillones rojizos para las visitas y un escritorio elegante con superficie de vidrio. Allí podemos encontrar a la primera mujer trans que trabaja en la universidad más antigua de América. Ella es Dania Calderón.

Andreas Mühlbach, jefe de administración en el Centro de Excelencia, es un ciudadano alemán que radica en Perú desde hace 16 años. Es el actual jefe de Dania y cuando habla sobre ella se le ilumina el rostro y sonríe. Solo tiene palabras de reconocimiento. “Dania es una persona muy responsable, trabajadora, cordial, muy cumplida. Que ella sea trans no tiene por qué hacer una diferencia. El derecho de trabajo es universal al igual que la salud”.

Al otro lado de la recepción, Wilson trabaja en el área contable. Igual que Andreas, solo tiene comentarios positivos sobre el trabajo de Dania. Cuando habla de ella, asiente con la cabeza. “Dania ayuda en logística, finanzas y secretariado. En los años que nos vamos conociendo tengo buena referencia de ella. Es una buena persona por dentro y por fuera”. 

Mientras la mayoría de los compañeros de Dania, profesionales todos, repiten de diferentes formas el excelente trabajo que realiza; ella sonríe y los escucha. A sus 41 años ha logrado superar un problema trascendental para toda mujer trans en el Perú: tener un trabajo formal.

“Mi madre sabía que era trans y no estaba de acuerdo”. Aquella última navidad que pasó con su familia ella ya tenía el cabello largo. Su tío la había llevado a comprar ropa. “Y yo vi un jean bonito a la cadera. Yo dije ¡este, tío!”. Su tío movía la cabeza de lado a lado cuando se lo probó. Y las vendedoras la animaban. “¡Te queda bonito!, ¡lindo!”, le decían mientras ella giraba en el espejo viendo su reflejo. Su tío se lo compró sin dar explicaciones. Pero a los pocos días el lindo jean desapareció.

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Ser una mujer transexual. Cuerpos voluptuosos, zapatos de tacón, ropa ceñida, maquillaje, belleza. Las personas las miran caminar por las calles como seres extraños. Se burlan de sus cuerpos exuberantes porque intentan ser mujeres en una sociedad que no las reconoce. “Es muy difícil tomar una decisión así. Dejar todo por ser quien tú eres”, dice Dania cuando recuerda cómo salió del closet.

“Mi madre sabía que era trans y no estaba de acuerdo”. Aquella última navidad que pasó con su familia ella ya tenía el cabello largo. Su tío la había llevado a comprar ropa. “Y yo vi un jean bonito a la cadera. Yo dije ¡este, tío!”. Su tío movía la cabeza de lado a lado cuando se lo probó. Y las vendedoras la animaban. “¡Te queda bonito!, ¡lindo!”, le decían mientras ella giraba en el espejo viendo su reflejo. Su tío se lo compró sin dar explicaciones. Pero a los pocos días el lindo jean desapareció.

“Después me enteré que mi mamá había sido”. Dania dice que su madre nunca la echó de su casa. Pero siempre encontraba la forma de hacerle entender que con el cabello largo, el maquillaje y la ropa ceñida era mejor que se vaya. “Sabía que yo no estaba en lo correcto y que estaba haciendo cosas malas para mi familia”.

Ser una mujer transexual. Tener senos, caderas y curvas. Aceptar que no te identificas con tu nombre y el sexo que señala tu DNI. Y que todos te ridiculicen por usar el cabello largo, maquillaje en el rostro y ropa ceñida al cuerpo. Si decides ser quien eres, si decides ser femenina, debes dejarlo todo y no recibirás mas que burlas y maltrato.  Pero lo más indignante es que perderás el derecho humano a tener un trabajo y tu única opción será la prostitución.

Dania Calderón junto a sus compañeras marchando en el Día Internacional de la Mujer.

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Con solo 19 años, sin dinero ni familia, Dania encontró apoyo en sus amigas trans. Ellas vivían en una vieja casona en un barrio peligroso llamado Huascarán. En distrito del Rímac.

Allí vivieron juntas entre familias de delincuentes que robaban todos los días. “Y sus madres sabían”. Sin embargo, ese fue un espacio donde por primera vez en su vida se sintió aceptada. Ellos las invitaban a tomar y Dania, que era la más tímida de su grupo, siempre estaba con su amiga. “Y mi amiga me decía. Sí, Dania, hay que ir, hay que ir”.

Así fue cuando vivió en aquella vieja casona del Rímac. Sin dinero y sin que alguien quisiera darle trabajo. Con sus amigas y la prostitución. Bebía licor por las noches con delincuentes. Fue entonces cuando pensó que ella era igual a ellos por ser una mujer transexual. “Me hacía amiga de los delincuentes para que no me hicieran daño. Éramos marginales”.

Todas sus amigas trans se prostituían cada noche. La otra opción era poner una peluquería juntas, pero el dinero no alcanzaba. A los 19 años, Dania pensó que el trabajo sexual sería su única opción para vivir. “Y con el tiempo tal vez viajaría a otro país a hacer dinero, como lo hacían muchas otras trans de la época”.

Peligro es el segundo nombre de las trans

“La sociedad como te ve te trata, si te ve mal te maltrata. Yo comencé a reafirmar mi identidad haciéndome algunas intervenciones”. Dania tiene el cuerpo contorneado. Piernas voluptuosas, pecho voluminoso, labios gruesos, nariz respingada. “Los primeros años usábamos rellenos”. Las muchachas juntaban sus monedas para comprar una plancha de espuma gruesa que luego acoplaban sobre sus caderas. Dania recuerda con gracia cuando los vendedores les gritaban: ¡están cargando su cuerpo!

“Sí, es mi cuerpo. Es mi pierna, es mi cadera”, respondían sus amigas trans. “Nuestros cuerpos”, repite Dania y recuerda que entonces tenía vergüenza de ir a comprar el relleno sola. “Éramos como artistas. Nos juntábamos y veíamos quién los hacía más bonitos. A quién se lo veía más natural”.

Pero para Dania ya no bastaba el lápiz labial, el delineador de ojos ni el relleno de espuma. Ella se preguntaba si algún día podría tener senos y caderas bajo su piel. Y veía los cuerpos esculpidos de otras mujeres trans de la época. “Jamás en la vida tendré dinero para una prótesis”, pensaba. Y fue entonces cuando decidió inocularse aceite de avión en las piernas. 

Según un estudio de la Universidad Cayetano Heredia, los procesos de feminización del cuerpo, como inyectarse silicona, son importantes para la identidad trans. Casi siempre se realizan por referencia de un amigo y sin supervisión médica. “Se encuentran por fuera del sistema de salud, lo que refleja un alto grado de exclusión”.

“Me voy a morir”, pensaba Dania una y otra vez mientras la silicona se esparcía bajo su piel sin anestesia.  Litro y medio en cada pierna. Gluteos y caderas. Dolor intenso. “Muchas han muerto en el proceso”, recuerda. Entonces tenía 23 años y había logrado juntar los 400 dólares que cambiarían su vida para siempre.

“El boom de la silicona líquida era lo máximo”, pero al día siguiente sentía que se iba a desmayar. “Tenías que echarte boca abajo sobre una tabla durante un mes para que la silicona no suba al pecho. Amarraban ligas en tus tobillos hasta hacerte sangrar para que la silicona no baje a los pies”.  Pero luego de un mes, Dania sentía que despertaba en un sueño. “Ya tengo mi cuerpo”. Se tocaba la piel y no lo podía creer. “Parecía una modelo”. 

Han pasado 18 años desde que decidió vivir con silicona en las piernas. Ya no se siente fabulosa. A sus 41 años, Dania siente las piernas pesadas e hinchadas. “Es tóxico. Nocivo para la salud”. Aparecen manchas negras y duras por sus muslos. Su cuerpo rechaza la silicona. Toma pastillas para bajar la hinchazón y el dolor. “Las jovencitas ya no se colocan siliconas. Con las hormonas suficiente. Silicona por nada del mundo. Antes por la ignorancia y la presión social también”.

Lo que quería era haber nacido con ese cuerpo femenino y ser tratada con respeto. “Fácil es juzgar. Pero no te pones en mi lugar. La sociedad nos oprime y nos exige vernos femeninas. Si nos ve masculinas somos maltratadas”. Y Dania ya no quería más maltrato ni sentir peligro. “Pero el peligro es el segundo nombre de las trans”.

Según la Primera Encuesta Virtual LGTBI, el 62.7% de esta población asegura haber sufrido algún tipo de violencia y/o discriminación. En el caso de las mujeres trans, sentirse seguras en las calles, no ser castigadas por feminizar sus cuerpos, poder denunciar ser víctima de violencia es casi imposible, ya que se estima que el 69% de sus maltratadores son los propios policías o serenazgos, según el Informe Anual del Observatorio de derechos LGTB del año 2016.

Dania Calderón (segunda a la izquierda) junto a su familia materna.

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Mariela Noles es trabajadora de la Gerencia de la mujer e igualdad en temas LGTBI de la Municipalidad de Lima. Parece cuidar cada palabra que dice. Sabe que la situación que viven las mujeres trans en Lima es crítica y que las autoridades debieron velar por sus derechos desde hace muchos años atrás. “Por qué no trabajamos con población trans antes es una excusa. Hay elementos políticos. Este es un tema de derechos humanos y el derecho de todos. Nosotros trabajamos ahora estos temas porque lo dice el reglamento”.

Sentir miedo. Temblar de miedo porque un cliente les ofrezca más dinero para no usar protección. Que tenga sida y las contagie. Eso es lo que viven las mujeres trans aún hoy en día. “Me da pavor, me da mucho miedo solo de recordarlo”. La voz de Dania se entrecorta al hablar de lo que tuvo que hacer para sobrevivir.  Pero si algo es peor que sentir miedo es tener hambre. “Cuando no tienes qué comer es cuando el pudor se va a un costado”.

En la vieja casona del Rimac, Dania siguió viviendo con sus tres amigas trans. Un día una señora les ofreció pintar muñequitos blancos para llaveros por unos cuantos soles. ¿Unos soles más para comer? ¡Por supuesto que aceptaban el trabajo! “Ella nos daba las pinturas, los pinceles y pintábamos ahí las cuatro. Entonces con eso sobrevivíamos”.

Pero pintando muñequitos blancos, Dania duró solo 5 meses, porque luego cayó enferma. La fiebre no la dejaba levantarse de la cama. El dolor en el cuerpo la hacía sentir que las fuerzas la abandonaban. Sus amigas la veían adormecerse cada vez más. Parecía un pajarito a punto de morir.  “Todo el mundo pensaba que yo tenía VIH. Estaba en cama, no podía levantarme”. Fue entonces cuando una de sus amigas decidió ir a buscar a su madre.

El profesor entra al aula y se sienta en su pupitre. Silencio absoluto. La clase ha comenzado y van a tomar la asistencia. De pronto una de las chicas se pone de pie. Sus amigos no saben qué ha ocurrido. Ella pide la palabra y comienza. “Hola con todos. Soy una mujer transexual. Espero que prime el respeto ante todo. Soy transexual. Mi nombre legal es Daniel Eduardo, pero mi nombre social es Dania. En el registro está así”.

Una tregua para la dama en pie de guerra

“Me cayó de sorpresa que mi hijo quería ser trans”.

Liliana hace una pausa, se acomoda los lentes con la punta de los dedos y traga saliva. Entonces recuerda cuando Dania, de diecisiete años, fue mostrándose cada vez más femenina. Cejas depiladas, cabello abundante, ropa ceñida al cuerpo. “Cuando me enteré yo pensaba que había hecho algo malo, que había cometido algún error. Me echaba la culpa”.

La madre de Dania tiene el cabello rizado, la piel clara y el rostro puntiagudo. No tiene arrugas y utiliza grandes lentes oscuros. A simple vista se parece mucho a su hija.

¿Le dijo a Dania que se fuera de casa por ser transexual?

“Sí. Yo sí le dije eso”. Liliana suspira. “Temía por mis hijos chiquitos. Influyó mucho la religión y el qué dirán”.  

Pero desde que Dania se fue de casa, no pudo vivir tranquila. Sabía que había personas extrañas que insultaban y golpeaban a su hija sin razón alguna. Además escuchó diferentes histórias sobre los maltratos que las mujeres trans recibían en la calle. “He visto niños que sus padres no los entienden y han cometido suicidio. Hay transfobia: tanta gente que las mata porque no las quiere ver así”.

El día que se enteró que su hija estaba muy enferma, Liliana García se armó de valor y decidió dejar de hacerle caso a su familia y a la gente extraña. “Mi hija no ha hecho nada malo. Solo ha nacido. Ya no pienso que Dios va a castigarme”.

Dania volvió a su casa y fue recuperándose. Los químicos de la pintura para los muñequitos blancos le provocaron una severa alergia. Sus hermanos pequeños estaban muy felices por tenerla cerca y su madre, en ese mismo momento, estaba viviendo la elección más difícil de su vida.

“Mi hija o mi esposo”, pensaba.

 “Mi hija o mi familia”.

Y su esposo no estaba de acuerdo con que Dania viviera en su casa. Prefería solo estar con ella y su pequeña hija.

“O tu hija o yo”, le dijo él.

“¿Cómo voy a estar con un hombre que no me quiere con todos mis hijos juntos?”, se preguntó a sí misma.

Sus hijos pequeños se alegraban porque su hermana estuviera en casa. Dania los había cuidado desde que nacieron. No veían diferencia en su personalidad. “Solo era mi hermana viviendo su verdad”, dice uno de ellos.

“Me quede con ella”. Una actitud orgullosa. “Ya no está lejos de sus hermanos y estamos juntos hasta el día de hoy”.

De vuelta en casa, Dania no volvió a pasar hambre ni miseria. “La vida no es fácil, la calle es dura. Pero eso me enseñó a ser una mujer más independiente”. La hermana menor de Dania era una adolescente que terminaba la secundaria y su otro hermano tenía solo 7 años. “Mi mamá me pidió que retorne para que los cuide. Yo le dije que iba a regresar como yo soy y lo hice con todos los cambios”.   

La madre de Dania se separó de su esposo para siempre. “Me dolió mucho, pero más me da el cariño de mi hija y poder ayudarla”. Con el apoyo constante de su familia, Dania cuidó de sus hermanos menores y decidió terminar su carrera de enfermería.

Cuando recuerda lo difícil que fue vivir fuera de casa, admite que la hizo una mujer más fuerte. Pero es sincera al aceptar que volver con su familia fue lo mejor. Al poco tiempo que regresó, sus tres amigas trans de la casona del Rímac fallecieron.

“Me considero una sobreviviente de mi generación. La gran mayoría ya no está aquí para contar lo que ocurre”. A una la mataron en una calle de San Juan de Miraflores de un balazo en el cuello. Y las otras dos murieron de sida. Todo por el trabajo sexual.

Según el último boletín epidemiológico del Ministerio de Salud, 1 de cada 5 mujeres trans tiene VIH. Desprotegidas, sin un trabajo formal y un seguro de salud que las respalde su esperanza de vida es de solo 35 años a lo sumo.

Soy una fémina, todas somos féminas

Las risas de los chicos suelen escucharse como un persistente ronroneo en los salones del instituto. Los libros y lapiceros abarrotan las carpetas que llevan talladas garabatos ilegibles con tinta azul. Los rostros hermosos de los alumnos están iluminados por la belleza de la juventud. Han pasado un par de semanas desde el inicio de clases y ellos se hacen amigos con rapidez. Chicos y chicas.

El profesor entra al aula y se sienta en su pupitre. Silencio absoluto. La clase ha comenzado y van a tomar la asistencia. De pronto una de las chicas se pone de pie. Sus amigos no saben qué ha ocurrido. Ella pide la palabra y comienza. “Hola con todos. Soy una mujer transexual. Espero que prime el respeto ante todo. Soy transexual. Mi nombre legal es Daniel Eduardo, pero mi nombre social es Dania. En el registro está así”.

El profesor es un hombre mayor y es el jefe de todos los profesores del instituto. Se sorprende al igual que todos en el aula.

“Ah ok”, dice él. “¿Cómo deseas que te llamemos?”

“Dania. Mi nombre es Dania Calderón”.

El profesor asiente con la mirada. Apunta su nombre en el registro y continúa la clase. Los chicos siguen siendo amigos, salen juntos al paradero y no dejan de hablarse.

Dania Calderón junto a sus compañeras en un foro de líderes trans para un proyecto de investigación.

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En casa, la madre de Dania ha decidido participar en la transición de su hija junto a sus hermanos. Se ha enterado que Dania inyectó siliconas sus piernas. Ella es enfermera de profesión y le da tristeza pensar en las consecuencias que tendrá más adelante el cuerpo de su hija. “Si yo hubiera sabido, no voy a permitir que le hagan esas cosas a mi hija. Pero lo bueno es que cuando padre o madre está al lado de su hija la hace entrar en razón”.

Con el pasar de los meses, Liliana ya no sentía vergüenza de su hija. Le pedía que la acompañe a su trabajo, que apoye a su hermana en sus estudios y que lleve a su hijo menor al colegio. Cuando Dania terminó su carrera técnica y logró juntar dinero, no dudó en apoyarla para que pusiera prótesis en sus senos. “Yo trabajo en un hospital y trabajo con cirujanos. He tratado que tenga los mejores especialistas”.

Dania se sentía muy bien. Sus senos se veían lindos bajo su piel y el cambio lo notaba cada día. “En el buss me decían: tome asiento, señorita”. Incluso un día, en el hospital, una amiga de su mamá la vio y dijo: “Me faltan dos cupitos para terminar mi turno. ¿No quieres hacerte el papanicolao?”

La madre de Dania solo sonreía. Se sentía feliz de ver bien a su hija desarrollarse. Había logrado terminar la carrera de Enfermería Técnica. Sin embargo, las limitaciones por no tener un DNI con su nombre femenino siempre estuvieron presentes. “Siendo enfermera técnica solo podía acceder a voluntariados. No podía tener oportunidades porque mi nombre legal me delataba”.

A Dania le hubiera gustado trabajar en un hospital del Ministerio de Salud para atender personas. Pero, por ser transexual, solo la llamaban para trabajos esporádicos relacionados a la comunidad LGTBI con sueldos por abajo del mínimo. “Solo nos llaman para trabajos con personas que tienen VIH, que no está mal. Pero yo quería más”. 

Entonces Dania decidió comenzar el largo proceso para cambiar el nombre de su DNI. “Me pidieron un certificado psicológico. Antes ponían disforia de género: una enfermedad. Pero la transexualidad no es una enfermedad”. Dania toma aliento. Recordar el suplicio que fue conseguir su nombre la indigna. “¿Qué tiene que ver? Es mi vida, ¿no? Yo decido como llamarme”.  

Dania se exalta cuando habla de su documento de identidad. Fue un proceso complicado y costoso. Sin embargo, con la fuerza que la caracteriza, presentó todos los documentos que pidieron y tuvo que pasar 3 años para que al fin lograra tener un DNI con su nombre femenino. “Yo he conocido chicas que dicen ¿cómo hago para sacar uno falso? porque no quieren ser maltratada. ¡Eso no es justo!”

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Un trabajo digno, un documento que la identifique, un cuerpo femenino. ¿Tan difícil es ser una fémina en el Perú? Dania y su familia celebraron cuando le entregaron su DNI con su nombre: Dania Elizabeth Calderón García. “Me cambió la vida. Fue como un renacer”. Tenía 40 años, pero sentía que cumplía 18. “¡Y con mi título de enfermera!”

Un día un amigo gay la llamó para invitarla a trabajar como promotora de salud. “Me entusiasmó mucho porque tenía que ver con mi carrera de enfermería”. Dania invitaba a otras trans y gays a hacerse la prueba de despistaje de VIH. Solo le pagaban 400 soles y no le daban la posibilidad de ascender. “Sin embargo, esta era mi oportunidad y no la desaproveché. Al contrario. Trabajé al 100%, al 200%”.  

La fortaleza de Dania no pasaba desapercibida. Sus jefes reconocían sus cualidades y la recomendaban de una institución a otra. “Hasta que luego me llamaron del Centro de Excelencia de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos para apoyar en un proyecto de investigación por tiempo limitado”.

Dania atrajo la atención de sus jefes como un imán por lo buena trabajadora que era. Le propusieron acceder a una entrevista para quedarse con ella.  “Yo le dije a mi jefe. Yo no le voy a hacer quedar mal”. Con 41 años Dania al fin tuvo, por primera vez, la oportunidad de trabajar en una universidad del estado. “Me sentí honrrada cuando mi jefe me llamó al lado administrativo. Me dijo: Dania, tú te vas a encargar de la caja chica. Era un cargo de confianza”.

Dania es una fémina que vive alcanzando sueños y rompiendo esquemas a cada paso que da. Luego de un largo juicio por cambiar su sexo, Dania logró que un juez le diera una sentencia a favor. “Soy la segunda trans en cambiar el sexo de mi DNI. Yo soy la segunda pero no la última. Esto abre la puerta de las otras chicas en proceso”.

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Los hermanos de Dania son jóvenes. Tienen 18 y 25 años. Ella los ayudó a crecer y hoy los dos están estudiando en la universidad. “Dani me ha criado desde chiquita. A mí y a mi hermano Marcelo también”. Betsy, la mayor, piensa que tener una hermana transexual le ha abierto la mente en muchos sentidos. “He crecido con mi hermana. Cuando transicionó, no vi cambio en su personalidad ni nada diferente”.

Betsy es la adoración de Dania. Es como su hija porque ella la cuidó desde que nació. “Me da orgullo que esté cumpliendo metas personales. Que se esté convirtiendo en un referente para todas las mujeres trans en el Perú”. Tal vez son este tipo de palabras las que la animan a seguir luchando por sus derechos. Por un futuro mejor para las mujeres transexuales.

En la actualidad, Dania pertenece a un colectivo de mujeres trans llamado “Féminas Perú”. Dictan talleres de feminismo, salud y derechos humanos a otras chicas transgénero. “Me dicen madre de cariño y respeto por experiencias que hemos pasado. Ellas son muy jóvenes y necesitan nuestra orientación”.

Dania es una fémina que vive alcanzando sueños y rompiendo esquemas a cada paso que da. Luego de un largo juicio por cambiar su sexo, Dania logró que un juez le diera una sentencia a favor. “Soy la segunda trans en cambiar el sexo de mi DNI. Yo soy la segunda pero no la última. Esto abre la puerta de las otras chicas en proceso”.

No cantará victoria ni dejará de cuidar sus espaldas hasta que tenga en sus manos el DNI con la F que la identifique como una fémina. Ser legalmente una mujer y estar tranquila no es fácil. “Yo puedo salir de aquí y, si saben que soy trans, alguien puede ir detrás de mí y me mata”.

La violencia que las mujeres trans sufren no es registrada de forma oficial. Al no tener un DNI que las identifique se ignora el tipo de delito. En el caso de muertes violentas, estas podrían relacionarse con crímenes de odio. Pero no son registradas porque la población trans no existe en los registros oficiales, según el Informe Anual del observatorio de derechos 2017.

“Si alguien trata de maltratarme. Voy con mi DNI y lo denuncio por intento de feminicidio o acoso”. Dania Calderón quiere sentirse segura. “Es increíble estar peleando por un derecho humano”.

Ser una mujer transexual y poder acceder a un trabajo. Sentirse segura y tener salud. Son derechos que Dania ha logrado alcanzar. Pero ella siempre quiere más y nunca deja de soñar. “Yo pienso en las chicas que vienen y no quisiera que pasen por todo lo que yo he pasado. Quisiera que lo que yo he podido conseguir a los 40 años, ellas lo puedan conseguir a los 18. Que tengan el derecho de decir yo soy una mujer legalmente y aquí está mi DNI”.

Dania Calderón tiene algo que decirle al mundo: “¡Soy una fémina!, ¡Todas somos féminas!”

Leer aquí el desenlace de esta historia. La segunda parte de la crónica.

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1 Comentario sobre "La dama en el trono"

  1. Vale defender al ser humano vulnerable.

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