La crisis está en las derechas

Escrito por Revista Ideele N°300. Octubre-Noviembre 2021

Las derechas peruanas están viviendo una crisis de época. Esta es la razón que explica no sólo su derrota en las últimas elecciones electorales, sino sobre todo, su incapacidad para ejercer una oposición dentro de los cauces democráticos, del orden institucional y del respeto a los grandes consensos internacionales. No nos engañemos, ver al Fujimorismo, a Renovación Popular y a Avanza País firmando comunicados conjuntos con VOX, la formación política de extrema derecha española, no es una acción menor, es la demostración de esa crisis.

En el mismo sentido, ver a quien durante décadas fue nuestro referente democrático, Mario Vargas Llosa, sumándose a las derechas internacionales en el discurso y a las nacionales en una cruzada con tintes colonialistas denunciando un fraude inexistente es la evidencia de que él, y por tanto la derecha que representó durante años, se encuentran en la encrucijada de esta crisis de época. Y cuando la crisis acecha hay caminos que tomar.

Lamentablemente, nuestras derechas peruanas parecen haber elegido el suyo con la rapidez de quien se ahoga y sin la reflexión de quien aspira a sobrevivir. Nuestras derechas, en el intento por sobrevivir a su crisis, han optado por replegarse hacia el extremo y, por tanto, hacia el abismo. Es en ese contexto en que hay que leer sus nuevos puntos en común, su actitud antidemocrática, su propaganda basada en fakenews, sus atentados contra la institucionalidad y su consecuente influencia en el envalentonamiento de movimientos postfascistas[1] como “La Resistencia”, “Los combatientes” y todas sus derivadas. La crisis de las derechas está en su pico más alto y nosotros padecemos su falta de brújula.

Batalla cultural es la que libran quienes afirman  que el enfoque de género es en realidad una ideología. Batalla cultural es la que libran quienes afirman que el cambio climático no es una realidad evidenciada con datos, sino un invento del progresismo. Batalla cultural es la que libran pese a todas las evidencias contrarias, quienes creen que las vacunas te instalan un chip. Sí, la batalla cultural contra la extrema derecha supone entrar en un terreno pantanoso donde ellos despliegan fakenews y nosotros la verdad, pero no por eso ganamos la batalla.

La internacional reaccionaria

Lo primero que hay que tener claro es que no vemos una derecha envalentonada por su capacidad de ir a la ofensiva y de liderar la iniciativa, sino lo contrario. Vemos a una derecha  obligada a escorarse hacia el extremo -hacia el abismo- pues no tienen otra alternativa que ser la reacción. Son ellos quienes están en crisis y por tanto obligados a ser la reacción a  los avances sociales y populares que se han consolidado en distintos lugares del mundo en los últimos años. Un galope accidentado en algunos casos y con luces y sombras en otros, pero que, en definitiva, evidencian la posibilidad de nuevos horizontes de futuro y proyectos de país. Y lo hacen de manera esperanzadora.

La extrema derecha y las derechas extremadas son la reacción a los mapuches escribiendo la nueva Constitución chilena, a la ciudadanía movilizada que en Latinoamérica ha protagonizado y sigue protagonizando la disputa con las élites en el poder, a los gobiernos populares que con sus luces y sombras no sólo han dado voz a quienes nunca la tuvieron sino que han sido gobiernos de reivindicación histórica, simbólica y política de los “nadie”. Son también la reacción a los movimientos sociales que están  liderando las hegemonías en la lucha contra la emergencia climática, a la fuerza de la cuarta ola del feminismo que pone sobre la mesa nuevas formas de estar y ser en el mundo político y económico, a la lucha antirracista y anticolonial desplegada tanto en uno como en otro lado del océano, etc.

Ante el jaque en que se vio el orden imperante, un jaque que ocurrió mucho antes de la pandemia pero que en la pandemia mostró sus límites más sangrantes, las derechas se quedaron sin proyecto político. No tenían nada que ofrecer, ninguna alternativa, pues su proyecto demostró ser incompatible con la vida. El neoliberalismo dejó de ser un rótulo utilizado en debates políticos de cierto academicismo y se volvió palpable y concreto en cada abuso del capital privado en la salud en un momento en que el mundo entero volvió a preguntarse por el rol de un agente garantista de derechos: el Estado. Y en medio de una de las peores crisis sanitarias -y sus consecuentes crisis económicas, políticas y culturales- los sentidos comunes empezaron a desplazarse. Palabras como “estado”, “derechos”, “salud pública”, “justicia social”, “oligopolio”, “monopolio”, etc. volvieron a ser disputadas. Y con ello el orden, que ya estaba en jaque, oyó un ‘jaque mate’. 

Pero los cambios no llegan de la noche a la mañana ni con una pandemia de por medio. Los poderes, además, tienen vías eficientes para sostener sus discursos, sus relatos y, en buena cuenta, sus proyectos. De ahí que se vieron obligados a asumir una posición de  reacción. La reacción contra este desplazamiento de sentidos comunes, contra las ventanas que se abrían para repensar miradas del mundo, orientaciones políticas y salidas a estas crisis. ¿Salir haciendo lo mismo o salir reconstruyendo un mundo distinto que incluya a las mayorías en lugar de seguir cosechando a grandes perdedores? es la pregunta sobre la mesa y aunque ellos parezcan hacer mucho ruido, la hegemonía sigue estando del lado contrario. Reacción y crisis. Las derechas peruanas -e internacionales- asumieron entonces el momento del repliegue. Un repliegue hacia el extremo donde no bastaba con resguardarse en clave nacional, sino por el contrario, tejer alianzas internacionales para sostener por fuera lo que han perdido dentro en las ánforas y en la batalla cultural.

Es importante señalar que no planteo que las extremas derechas han surgido de la pandemia. Nada más falso. Las formaciones de extrema derecha en sus diversas versiones han existido adormiladas desde la derrota del fascismo. Pese a los grandes consensos asumidos internacionalmente tras la segunda guerra mundial, ha habido siempre dispositivos de extrema derecha que discretamente ejercían oposición silenciosa o limitada. Una especie de exilio obligado a falta de un momento político que les permitiera volver a generar discursos de largo alcance. En ese tiempo, no ha faltado la teorización y aplicación sobre la oportunidad de su regreso. De ahí que cambiaran su propia estética y viraran su discurso político para enfocarse antes en disputar la batalla cultural internacional que en tomar el poder gubernamental. Y la estrategia no les funcionó mal. Hungría y Polonia son una evidencia. Le Pen en Francia, la AfD en Alemania, Amanecer Dorado en Grecia, Trump y Bolsonaro, también. Y con estos dos últimos, era solo cuestión de tiempo para que viéramos que el discurso volvía a contar con capacidad de masificarse pues encontró en Trump, sobre todo, a un potente portavoz que difundía el mensaje y les permitió encontrarse más allá de las fronteras.

Lo que podemos denominar como “la internacional reaccionaria” es el encuentro de estas extremas derechas que para erigirse como alternativa no cuentan con un proyecto de futuro, pero sí con un relato que sabe señalar a un adversario inventado: el comunismo internacional. Algo así como el “terruqueo” peruano donde el rótulo de “terruco” le cae encima a cualquiera que demande un mínimo de justicia social o respeto democrático, la extrema derecha coloca el rótulo de “comunista” a cualquiera que, por ejemplo, en el contexto de pandemia sugiriera que el Estado recuperara su rol de garante de la salud pública, que los grandes multimillonarios aportaran más para salir de la crisis, que no se despidiera trabajadores, etcétera. A falta de proyecto, un adversario. Y es esto lo que unifica la diversidad de extremas derechas -con sus características particulares- a lo largo y ancho del mundo.

Y esta es la clave. Que sea la internacional reaccionaria la líder de la ofensiva en el espectro de la derecha es la evidencia más clara de la crisis que viven las derechas. Que sean estas formaciones ultra, negacionistas de los sentidos y la ciencia, opositoras a la democracia como régimen, y con la intención de reescribir episodios como el de la conquista, saqueo y opresión contra América las que articulan el liderazgo de este sector político en el Perú y otros países, es la muestra de que las derechas han perdido del todo la brújula y han pasado del repliegue a la derrota.

La disputa en Perú

Si bien, como decíamos, las extremas derechas están liderando la ofensiva del espectro de derecha mundial no lo han tenido igual de sencillo en todos los países y esto nos interesa especialmente. Así como en España las derechas del Partido Popular y la de Ciudadanos no han dudado en dejarse arrastrar por la ultraderecha de VOX y hasta cogobernar con ellos para sostener a su electorado, en países como Alemania ha ocurrido todo lo contrario y hemos visto al partido de extrema derecha (AfD) ir perdiendo peso político en cada elección. Los partidos de derecha alemán no cedieron a esta táctica electoral y al hacerlo construyeron lo que llamamos “cordón sanitario” contra este extremismo y le cerraron poco a poco el peso también en las urnas. Sin duda, un ejemplo bastante más responsable que el español que es, lamentablemente, el que estamos viendo imponerse en Perú.

Por eso no es menor ver unidos a Mario Vargas Llosa, Keiko Fujimori, Hernando de Soto, López Aliaga y sus representantes en el Congreso de la República en la foto con VOX, sosteniendo la teoría de un fraude inexistente, llamando “comunista” a cualquiera que piense un poco diferente, negando la eficacia de las vacunas contra la Covid19 o, incluso, aceptando el discurso colonizador de quienes en España dicen orgullosos que nos civilizaron y que nuestros antepasados eran caníbales. En el caso de las derechas peruanas  el componente racista, clasista y colonizador es definitorio de lo que une a todas nuestras derechas: prefieren mil veces besar las manos de Felipe VI que dársela a Pedro Castillo.

Lo que podemos denominar como “la internacional reaccionaria” es el encuentro de estas extremas derechas que para erigirse como alternativa no cuentan con un proyecto de futuro, pero sí con un relato que sabe señalar a un adversario inventado: el comunismo internacional. Algo así como el “terruqueo” peruano donde el rótulo de “terruco” le cae encima a cualquiera que demande un mínimo de justicia social o respeto democrático, la extrema derecha coloca el rótulo de “comunista” a cualquiera que, por ejemplo, en el contexto de pandemia sugiriera que el Estado recuperara su rol de garante de la salud pública.

La táctica electoral que vimos desplegada no sólo desde la candidatura fujimorista, sino desde todos los poderes del país, en contra de la candidatura de Pedro Castillo no fue una táctica cuyo objetivo fuera únicamente el actual Presidente. Fue una evidencia sonora de la incapacidad de las derechas peruanas de asumir que en el Perú esos “otros” son ciudadanos con iguales derechos que las élites. La discriminación la vimos en el terruqueo y el comunisteo constante y también en el hecho de que desde la candidatura fujimorista se quisiera eliminar el voto de miles de ciudadanos peruanos sólo por su lugar de nacimiento o su lengua materna. Oír a Vargas Llosa señalando que “el pueblo menos instruido no debía decidir sobre el futuro de todos” era sólo la versión sin pudor de un pensamiento colonial que él siempre ha defendido pero que ahora pronuncia sin sutilezas. Su crisis los ha llevado a quitarse cualquier máscara de corrección política. Cada asonada golpista orquestada tanto desde las instituciones como el Congreso de la República, desde los principales espacios de poder mediático, o desde los poderes económicos y empresariales cuyos chats ahora conocemos, son solo la continuación de esta derrota que no aceptan por un factor clave: la ruptura del consenso democrático.

En el caso de las derechas peruanas la crisis lo ha copado todo. En 2016, el consenso democrático que tanto nos costó construir obligó a Keiko Fujimori a tener que transitar hacia el centro derecha para no espantar votos y cosechar algunos adicionales. Fue así que tuvimos la versión “Keiko de Harvard” dispuesta hasta a renegar de algunos hechos cometidos por su padre con la intención de entrar en ciertos márgenes democráticos que eran hegemónicos en el Perú. Todo esto ha cambiado. En 2021 vimos el contraste estridente entre aquella falsa, pero efectiva “Keiko de Harvard” y la ahora “Keiko de la demodura[2]”. No sólo resultaba incoherente que desde los poderes quisieran hacernos creer que la hija de la dictadura era en realidad la candidata de la democracia, sino que al intentarlo, despojaron la palabra “democracia” de todo sentido. Y cuando eso ocurre tenemos un significante en disputa y, por tanto, un consenso quebrado. Y no se trata de cualquier consenso, sino de uno que constituye nuestra interacción política y nuestro proyecto común como país.

La ruptura del consenso democrático se sostiene hasta la fecha con el negacionismo del proceso electoral por parte de las derechas en cada apelación que hacen al fraude inexistente. Apelaciones en el ala institucional con la conformación de esa Comisión de Investigación del falso fraude y en el ala de la movilización cuando vemos a los movimientos postfascistas en las calles desplegando violencia y fakenews reclamando por un fraude que nunca existió. El negacionismo frente al resultado electoral no sólo atenta contra la legitimidad del Gobierno de Castillo, sino que niega todo nuestro orden democrático, nuestro proceso de elección de representantes políticos y la institucionalidad.

Soluciones intuitivas

No quería acabar este texto sin señalar la que considero una oportunidad en el caso peruano: la disputa de la batalla cultural. Decíamos que las extremas derechas internacionales han encontrado en la disputa de la batalla cultural la mejor vía para instalar su proyecto “anti” y disputar los espacios de poder. Cuando hablamos de “batalla cultural” nos referimos a aquella batalla desde la cual se construyen hegemonías en los sentidos comunes que definen a las sociedades.  Batalla cultural es la que libran quienes afirman  que el enfoque de género es en realidad una ideología. Batalla cultural es la que libran quienes afirman que el cambio climático no es una realidad evidenciada con datos, sino un invento del progresismo. Batalla cultural es la que libran pese a todas las evidencias contrarias, quienes creen que las vacunas te instalan un chip. Sí, la batalla cultural contra la extrema derecha supone entrar en un terreno pantanoso donde ellos despliegan fakenews y nosotros la verdad, pero no por eso ganamos la batalla.

La oportunidad peruana está en que la batalla cultural desplegada por la extrema derecha y las derechas que en su crisis se han extremado táctica e ideológicamente, no cuenta con un apoyo popular masivo todavía. Dicho en otras palabras: la disputa está ocurriendo pero a diferencia de otros países, no son ellos quienes están ganando. Esta es, sin duda, una de las principales oportunidades para un Perú que necesita urgentemente de formaciones políticas que apuesten por proyectos serios, alternativas rigurosas, salidas a la crisis que incluyan a todos y todas, y la reconstrucción de los consensos quebrados durante y tras la última jornada electoral.

Dejo entonces, como apunte final una intuición. No estoy de acuerdo con cierta nostalgia válida pero poco eficiente por parte de referentes del escenario político peruano que van desde analistas liberales como Juan Carlos Tafur hasta otros tan reputados y valiosos como César Hildebrandt en el ala de centro izquierda: la nostalgia por el centro. Se ha apuntado desde diversos frentes que lo que urge en el Perú ante el escenario que vivimos es  recuperar una formación (o varias) de centro para salir de la encrucijada y recuperar los consensos rotos a la vez que reconstruir lo que la pandemia nos ha dejado. Sin embargo, esta es, a mi juicio, la mayor de las trampas del neoliberalismo que está en jaque mate por su propia responsabilidad. No es el centro ni la alternativa ni la solución porque no existe algo así como un centro de reconstrucción. El centro es siempre un importante bastión de mantención de procesos y políticas, no de cambio. La pandemia nos ha mostrado la urgencia de cambios estructurales y no de preservación o conservación de lo que nos trajo hasta aquí.

Por el contrario, lo que considero que urge en un Perú es una derecha. Una derecha democrática que en lugar de dejarse llevar por el tacticismo electoral, apueste por construir un nuevo proyecto de país desde sus propios valores. Una derecha que abandone el repliegue extremista y que apueste contundentemente por la democracia, la lucha contra la desigualdad y el respeto a la institucionalidad. Una derecha que haga una oposición responsable y madura contra un gobierno de izquierdas como el actual sin apelar a los discursos de odio, al fanatismo ciego, al negacionismo y sin servir de caldo de cultivo de los movimientos postfascistas que han ganado terreno en el país por cada discurso de las derechas en crisis.

En suma, lo que está en juego en el país es una reconstrucción de fondo para lo cual hacen falta propuestas y actores políticos de todos los espectros ideológicos amparados por un paraguas de consensos mínimos donde la democracia debería ser un eje fundamental. No, no necesitamos un centro conservador, necesitamos una derecha democrática. Y, lamentablemente, en Perú, no la tenemos. Es en este vacío que los monstruos han nacido y VOX ha oído el llamado. No perdamos de vista que no está en juego sólo la posibilidad de un Perú democrático, sino también la posibilidad de un Perú soberano, para lo cual hace falta una formación política que entienda el momento histórico, asuma su crisis y actúe en consecuencia planteando una alternativa democrática. Nos necesitamos todos para frenar a los monstruos.


[1] No entraré en un debate terminológico pues para ello merecería la pena un artículo enfocado únicamente en este fenómeno con algunos tintes nuevos y otros antiguos. Steven Forti acuña el término “extrema derecha 2.0” para referirse a estas nuevas versiones políticas a nivel internacional, sin embargo, encuentro el término limitado en tanto ni “La resistencia” ni “Los combatientes” ni “Los insurgentes” constituyen un partido político. Esto podrá ocurrir después, pero no de momento y ello me lleva a considerarlo ‘movimientos postfascistas’ antes que partidos de extrema derecha en sí mismos.

[2] “Mano dura no es dictadura. Es una democracia firme para tomar las decisiones necesarias para volver a rescatar al país. En una palabra lo que yo ofrezco es una ‘demodura’” (Keiko Fujimori 25.02.2021) Ver aquí

Sobre el autor o autora

Laura Arroyo
Comunicadora política y lingüista. Trabaja en la Secretaría de análisis político y discurso de Podemos en España. Actualmente vive en Madrid.

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