¿Quién es un muerto de hambre?: discriminación en el Perú de la crisis política

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Revista Ideele N°300. Octubre-Noviembre 2021

En plena efervescencia de la crisis política, y con un país altamente polarizado, la discriminación de clase, étnica y racial han sido fenómenos nada ajenos en nuestro país. Es más, se han convertido en cartas de presentación descaradas para el “debate”. Y no solo por parte de políticos y troles a sueldo, sino también para el propio periodismo nacional. Hace poco, Christian Hudtwalcker acaba de llamar al congresista Alex Flores “muerto de hambre” en una entrevista para Exitosa. A propósito de esta condenable expresión, ¿qué podemos reflexionar sobre la discriminación en el Perú de la crisis política y la normalización de la violencia en nuestra sociedad?

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“Congresista, muéstrame quién es mi patrón. Muéstrame quién es mi patrón. Aquí el único muerto de hambre que responde a Vladimir Cerrón es usted”. Estas fueron las infelices frases que el periodista Christian Hudtwalcker arrojó contra el congresista Alex Flores, de Perú Libre, en una entrevista acalorada para Exitosa. Es verdad que Flores empezó atacando al periodista al afirmar: “La opinión que usted tiene es probablemente la de sus patrones”. Hudtwalcker, herido en su orgullo, le respondió al congresista que él era un “chupe”, y no solo eso, sino también un muerto de hambre.

Para quien tenga el mínimo de sentido común, es evidente la desproporción de agravios aquí lanzados. Para quien no, puede celebrar la actitud de Hudtwalcker con aplausos, pues “solo dijo la verdad y lo desenmascaró”. De eso me encargaré luego. Como antropólogo, quiero reflexionar primero sobre la carga semántica de la frase “muerto de hambre”, su significado social en un contexto de crisis política, normalización de la violencia y descrédito de la prensa nacional. 

Para empezar, un muerto de hambre básicamente sería aquella persona que no tiene los recursos suficientes para subsistir, no tiene de qué alimentarse ni con qué vivir. Si pensáramos en rostros concretos, aquellas personas en situación de indigencia y de pobreza extrema serían quienes calzan en este calificativo. Con un país fuertemente golpeado por la pandemia del coronavirus, y una economía en recesión, es evidente que la situación de precariedad de millones de peruanas y peruanos se ha agravado. Entonces “muertos de hambre”, para vergüenza del país —y debería serlo del periodismo—, hay muchos. Utilizarlo como agravio solo muestra la catadura moral de la que estamos hechos.

Muerto de hambre también sería quien quiere conseguir recursos de los que carece, y afanosamente busca cubrirlos de cualquier forma. Es una persona social y económicamente desfavorecida, pero con apremio de mejoría. Una persona de clase baja, claro que está, a quien se la va a descalificar por su actitud: “El que está dispuesto a tirarse al suelo por cualquier chamba”, “El que no le importa cuánto paguen con tal de manejar su sencillo”. Lo sería además la persona que, por querer completar sus recursos diarios, puede perjudicar al resto: “Ese cobrador ha subido los pasajes, está que se muere hambre”.

Un muerto de hambre básicamente sería aquella persona que no tiene los recursos suficientes para subsistir, no tiene de qué alimentarse ni con qué vivir. Si pensáramos en rostros concretos, aquellas personas en situación de indigencia y de pobreza extrema serían quienes calzan en este calificativo. Con un país fuertemente golpeado por la pandemia del coronavirus, y una economía en recesión, es evidente que la situación de precariedad de millones de peruanas y peruanos se ha agravado. Entonces “muertos de hambre”, para vergüenza del país —y debería serlo del periodismo—, hay muchos. Utilizarlo como agravio solo muestra la catadura moral de la que estamos hechos.

Y muerto de hambre sería aquel que, teniendo recursos suficientes para cierta calidad de vida, quiere algo más: el ascenso social (o su consolidación). Entonces, para recordarle sus orígenes, su condición social primigenia y para mantenerlo a raya, se le recuerda: “No eres más que un muerto de hambre”. Aquí seguramente encajaría, en la mirada clasista, el congresista Alex Flores, un hombre hasta hace poco gerente de una pequeña empresa y con estudios inconclusos de Ingeniería Civil en Ayacucho, su tierra natal.

Pero muertos de hambre no serían las empresas que quieren exoneración de impuestos para maximizar sus ganancias (¡vaya favor del Estado!). Tampoco las farmacias que encarecieron sus precios durante la pandemia aprovechándose de la desgracia humana, y generando un lucro grosero y vergonzoso. Menos aún lo serían congresistas, generales, periodistas, faranduleros y toda la caterva del fujimorismo en la década de 1990 que miraban, ojitos avariciosos, las torres de dinero que plantaba Vladimiro Montesinos en el SIN. Las famosas loncheras de Odebrecht, bajo esta lógica, tampoco fueron recibidas por ningún muerto de hambre (aunque este sí que estaba muy saciado).

Rafal López Aliaga disparó a diestra y siniestra contra la prensa tildándola de mermelera y que era servil a intereses particulares. Esto mismo hicieron sus aliados políticos y seguidores. A nadie se les ocurrió tildarlos de muertos de hambre tampoco. ¿Quién sería entonces un muerto de hambre en este contexto? Muerto de hambre sería la persona que quiere ascender, el emergente peligroso que rivaliza, el insolente que busca disputar el poder, pero que no tiene igual visión, calidad ni clase. Con él no voy a discutir mis ideas, no es necesario: es inferior. Por ello, voy a descalificarlo desde la raíz, recordarle quién es, ponerlo en su lugar: “Aquí el único muerto de hambre eres tú”.

Más allá de la responsabilidad que tiene que cargar Hudtwalcker sobre sus hombros por el agravio —y de seguro, ni pasará por su cabeza que lo haya sido—, el problema aquí es que venimos normalizando esta violencia como parte cotidiana de la práctica política y justificándola. No se debaten aquí ideas, no se desmienten ni confrontan las mismas con pruebas de por medio, y tampoco se presentan propuestas debidamente sustentadas. Lo que se observa constantemente en la arena política son puyazos mal intencionados, algunos torpes y otros más que irrisorios. Pero cuando estos se condensan en prácticas repudiables como el clasismo (y el racismo), y mucho más viniendo de los propios medios de comunicación, resulta preocupante por la resonancia que tienen.

Un puñado de personas celebran la reacción del periodista de Exitosa. No llama la atención el desfile de nombres (y su afinidad política) ni tampoco las justificaciones que esbozan. Sí hay algo preocupante. Preocupa cómo un sector de personajes políticos y periodistas que se han vuelto descaradamente militantes emplean insultos como prácticas sistemáticas para descalificar a sus rivales políticos y buscan así construir “legitimidad” entre sus seguidores. Esto es violencia simbólica, la que consiste en imponer, en el sentido común de la gente, un significado sobre el mundo que descalifique, deshumanice y justifique los agravios contra los grupos antagónicos. Es un camino peligroso no solo de incomunicación e incomprensión, sino también de intolerancia y odio. Y en el Perú esto se viene germinando muy bien, como desesperación de un sector políticos sin ideas y que cree así recuperar el camino perdido.

Hace unos días, otro congresista de Perú Libre, Abel Reyes Cam, denunció discriminación y maltrato por parte de la Policía y la seguridad del aeropuerto Jorge Chávez. Reyes, quien padece de un tipo de ataxia, enfermedad genética que le presenta dificultades en la articulación de palabras, fue hostilizado y hasta amenazado por un policía, según las grabaciones que presentó. Muchas de las reacciones frente a la noticia fueron acusar a Reyes de hacerse la víctima, de no presentar su carnet de discapacitado a la vista y hasta afirmar que no debería ser congresista de la república, pues se encontraría sin las facultades suficientes para el cargo. Una avalancha de insultos contra su persona, y aquello que representa, relacionándolo con su militancia política.

En cualquier país del mundo que se aprecie de tener una sociedad civil democrática tales hechos son repudiables y serían cuestión de desagravio, debate alturado y aprendizaje. Aquí no lo es. La prensa nacional —que digamos en sus años dorados no se encuentra— hace mutis de las prácticas de discriminación en el campo político y mucho menos un mea culpa sobre sus propias prácticas. Como consecuencia de ello, hay carta libre para seguir reproduciendo este tipo de ataques. Mañana, una vez más, un político se sentará frente a las cámaras a difundir noticias falsas sin ser rebatido, a insultar a sus oponentes sin que el entrevistador levante ni una sola pestaña y a gritar fraude sin tener ninguna prueba. Del otro lado, un político sin formación no solo será tratado con una metralleta de preguntas dignas de la Inquisición, sino mirado por encima del hombro por quien cree tener mayor derecho que él. Total, ¿quién te has creído tú que eres?

Sobre el autor o autora

Aldo Pecho Gonzáles
Investigador. IDL-Seguridad Ciudadana

1 Comentario sobre "¿Quién es un muerto de hambre?: discriminación en el Perú de la crisis política"

  1. Me parece terrible que en nuestro país un periodista que probablemente se siente poderoso porque tiene la opción de expresarse ante la opinión pública a través de un programa de televisión agreda de esa manera a una persona, porque dejando de lado que es congresista es una persona y todas las personas merecemos respeto, no podemos ser insultados. El señor Hudtwalcker debe ser sancionado y dejar de tener un programa. Si permitimos que siga el racismo y la discriminación estamos perjudicando al país y evitando su desarrollo.

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