Perdí mi inocencia con los bancos el día que el Sr. Ruhle me mostró el estado de cuentas de mi AFP. Había decidido volver a las aulas como estudiante y quería suspender durante un tiempo las cuotas a la AFP, por lo que le pedí mis estados de cuenta. “No puede ser, el dinero que yo he aportado hasta ahora suma mucho más”, le dije asombrada. Mi bróker, el Sr. Ruhle, me enseñó el contrato de varias páginas de letras diminutas que había firmado. Yo recordaba que había una comisión para el agente de por medio, lo que no recordaba era que esta comisión se cobraba en su totalidad al inicio del contrato. Es decir, aunque yo cancelaba el contrato anticipadamente, la totalidad de la comisión – calculada en mi caso para 30 años – ya se había restado al inicio del contrato. Pocas veces me había sentido tan impotente. Aprendí la lección: un banco nunca pierde.
Esto me pasó en una caja municipal en una provincia alemana. Hasta este momento había mantenido una visión muy ingenua de los bancos: por un lado, las “buenas” cooperativas de ahorro y bancos locales, donde uno conocía a los directivos y socios y que solo invertían el dinero en proyectos reales locales; por otro lado, los “malos” bancos de negocios trasnacionales con siglas poco transparentes que mandaban sus capitales golondrinos con un clic a través del mundo, según donde había la mejor ganancia. Esta división es obsoleta: los empleados de las cooperativas de ahorro reciben comisiones por vender productos financieros como fondos mutuos en países de los que los clientes nunca han escuchado, o seguros de vida o de rentas vitalicias de grandes multinacionales. Muchas veces venden productos financieros que ni ellos mismos entienden. La crisis financiera del 2008 lo puso en evidencia cuando muchas personas perdieron sus ahorros por confiar demasiado en el simpático agente de su banco local. Cuántos ahorristas en Europa perdieron su dinero por haber comprado alguna hipoteca impagable en alguna ciudad media desconocida de Estados Unidos.
Cuando se produjo la crisis financiera en Europa y Estados Unidos, la fiesta en el Perú recién agarraba fuerza. Tantos capitales en búsqueda de ganancias encontraron un puerto rentable en los países emergentes. A estos capitales se suma las cuotas de ahorro obligatorio del sistema de pensiones privado que se estableció en el Perú desde el 1993. No solo las mineras estaban de fiesta en el Perú. También las entidades de prestaciones financieras, dizque bancos y aseguradoras. Solo que su población local – sus clientes – eran más mansos y menos rebeldes que las poblaciones de las comunidades aledañas a las explotaciones mineras.
El problema del aporte de los independientes en el Perú consiste en que las remuneraciones de la mayoría siguen siendo tan bajas que, si te quitan el 10%, no te queda para vivir
Los conchudos éramos los consumidores.
Durante años, las comisiones a las AFP peruanas han estado entre las más altas de América Latina. Los consumidores no saben o no les interesa conocer la composición de sus aportes. Esto recién ha cambiado en los últimos meses, también gracias a varios medios de comunicación – entre ellos IDL-Reporteros – que han puesto al descubierto la estructura de comisiones de las AFP.
¿Pero dónde ha estado el periodismo económico en todos estos años anteriores? Clavando su mirada fija, cual conejo ante la serpiente, a la cifra detrás de la coma que indicaba al actual crecimiento económico del PBI. Cuando bajaba aunque sea un décimo de punto, hacía eco del sector empresarial que pega el grito al cielo cada vez que ve amenazado sus ganancias.
Solo que el gran resto de la población no ganaba o ganaba muy poco: como bien lo indican las estadísticas, los salarios formales han subido mucho menos que los precios en el Perú. Ni hablar de que alrededor del 70% de los trabajadores no pertenecen a ningún sistema laboral formal: es decir que no están asegurados contra enfermedad o accidente, no saben lo que son vacaciones pagadas. Algunos no pagan impuestos tampoco. Pero todos, deberían aportar ahora a las AFP.
Al contrario de muchos, me parece bien que uno esté obligado a aportar regularmente a un sistema de pensiones (aunque no al que rige ahora en el Perú). El problema del aporte de los independientes en el Perú consiste en que las remuneraciones de la mayoría siguen siendo tan bajas que, si te quitan el 10%, no te queda para vivir. Para el 2012, el INEI indica un ingreso promedio a nivel nacional de 1141 soles mensuales, es decir 400 dólares. Promedio significa que la mayoría de personas perciben ingresos por debajo de esta suma mensual. ¿De dónde sacarán para ahorrar para su vejez?
¡El que exige un aporte a las AFP de los independientes debería también exigir que suban las remuneraciones y que se regule mejor las relaciones laborales!
Los ciudadanos somos también consumidores, en el Perú con sus instituciones ciudadanas débiles y sus omnipresentes templos comerciales tal vez más que en otros lados. Para hacernos consumidores conscientes necesitamos fuertes asociaciones de consumidores y un periodismo económico que los acompaña.
A mí me tocó aprender sobre mis derechos de consumidora financiera a la mala. Fue una asociación de consumidores que me abrió los ojos: los bancos y las aseguradoras no están para el bien tuyo, sino para ganar ellos. Hay otras opciones más beneficiosas para el consumidor para invertir para la vejez. Sin embargo pueden funcionar para el bien de ambos siempre cuando hay sólidas instituciones supervisoras y un movimiento de consumidores conscientes.
Y un periodismo económico al servicio de los ciudadanos consumidores: un periodismo económico que relacione el relato económico oficial (que suele ser él del crecimiento del PBI) con la historia económica y financiera “sentida” y vivida por la mayoría. Un periodismo enfocado en estas realidades económicas desmantelará también las ideologías económicas subyacentes – el viejo remanente neoliberal del consenso de Washington – que en el Perú parece haber encontrado su último refugio, después de haber agonizado en las aulas económicas en la mayor parte del mundo.
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